La confirmación en “la fe que ha sido dada una vez a los santos” constituye posiblemente el propósito principal del ministerio evangélico. Esta realización espiritual resuelve una gran cantidad de dificultades que surgen a impulsos de la duda. Hace frente a la tentación que surge de las enseñanzas sutiles y de las verdades a medias difundidas por el enemigo cuyo nombre es legión. Una autoridad definitiva debe dar sentido a la vida del hombre. Esa autoridad no se ha de encontrar por cierto en la naturaleza mortal y pecaminosa del ser humano. Para los adventistas, esa autoridad se encuentra en la Biblia, la cual, mediante el poder del Espíritu Santo, se convierte en la voz de Dios que habla a los que creen.
Los cien últimos años, y particularmente el siglo veinte, han visto usos corrompidos e interpretaciones torcidas de la Palabra de Dios. Las posiciones modernista y liberal han negado la singularidad de la revelación de Dios en el nacimiento virginal, el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesucristo, y en el relato bíblico. Han insistido en un Dios inmanente, Dios en la naturaleza y en los procesos naturales. Esta posición es puramente naturalista y no sobrenaturalista.
La tragedia de dos guerras mundiales en una generación y el auge del pecado en la actualidad, han ocasionado la bancarrota espiritual del modernismo y el liberalismo. Ahora hay una vuelta al supranaturalismo. Esto se advierte en el moderno movimiento de la neoortodoxia o neosupranaturalismo, encabezado por hombres como Karl Barth, Emil Brunner, Reinhold Niebuhr, Gustaf Aulén, y también en el existencialismo de Sóren Kierkegaard y Paul Tillich.
El modernismo y el liberalismo convirtieron a Dios en una parte del proceso natural. El neosupranaturalismo es una revuelta contra el naturalismo. Hace sentir preocupación por la posición del cristianismo en un mundo naturalista. Mientras para el modernismo y el liberalismo Dios es inmanente dentro de la naturaleza y del hombre, para el neosupranaturalismo Dios es absolutamente trascendente. No admite aspecto o forma o naturaleza; no admite aprehensión por la razón humana, ni formulación en términos humanos que puedan identificarse con la revelación de Dios. Sostienen, por lo tanto, que cualquier dependencia de la razón, santificada o no, es completamente inadecuada para aprehender la realidad de Dios, su revelación y su Palabra. Dios se da a conocer directamente al individuo mediante un “encuentro divino-humano” aprehendido solamente por la fe.
¿Cómo podemos conocer la voluntad de Dios? Para el neosupranaturalista, el contenido de la revelación de Dios no es algo que pueda encontrarse en un libro. La verdad es comunicada en una revelación directa de Dios al individuo. Se rechaza el concepto de la Reforma según el cual la revelación ha sido dada históricamente en Cristo cuando estuvo en la tierra, y en las Escrituras. ¿Y la Biblia? La Biblia constituye un testigo de esa revelación, dicen ellos. Es un registro histórico de esa revelación dada a ciertas personas. Pero en sí misma no constituye la revelación de Dios. La mente humana con su lógica y su razonamiento es incapaz de asir la verdad. Los hombres pueden conocer la verdad solamente en la medida en que Dios se revela a sí mismo en la crisis de un encuentro personal. ¿A quién, entonces, se revela Dios, y cómo saben los hombres que han tenido tal experiencia? El neosupranaturalista dice que eso depende de Dios. Pero no se revela mediante la Biblia.
La Biblia, como testigo, contiene el registro de hombres y mujeres que han experimentado este “encuentro divino-humano”. Pero, según la posición neosupranaturalista, contiene errores de naturaleza científica e histórica, y por lo tanto no puede aceptarse a nivel de la razón. Dios se revela a sí mismo, pero no la verdad acerca de sí mismo. Dios revela su presencia como una experiencia subjetiva, pero no como una verdad objetiva.
El énfasis sobre una relación interior, personal, vital con Dios, es sin duda lo más vital acerca del cristianismo. El neosupranaturalismo, considerado superficialmente, parece muy atractivo. Esto es válido especialmente donde ha habido énfasis excesivo sobre el papel de la ortodoxia en contraste con la experiencia espiritual, sobre la doctrina formal y los, conceptos teóricos en contraste con la religión experimental.
Nadie mejor que los adventistas puede reconocer la grave debilidad de un énfasis excesivo sobre la verdad teórica. En varios lugares de los escritos de Elena G. de White se nos ha advertido contra una religión formal y teórica, contra la devoción a la doctrina antes que a la verdad revelada en Cristo Jesús. Pero un extremo es tan malo como el otro. La posición opuesta, en un esfuerzo por escapar del formalismo y la teoría, puede aparentar poseer cierta medida de atracción que hace parecer aceptable al neosupranaturalismo.
La verdad es que el neosupranaturalismo está mucho más cerca de la línea de la verdad que el modernismo o el liberalismo. Pero esto mismo lo hace tanto más sutil y peligroso. El neosupranaturalismo ha utilizado uno de los conceptos bíblicos supremos en la frase “encuentro divino-humano”. Aparte de esto, ha desechado la palabra escrita de Dios. Sus sostenedores afirman una cosa con la terminología bíblica, pero significan otra.
En este punto, recordemos el consejo dado en El Conflicto de los Siglos, pág. 651: “El contrahacimiento se asemejará tanto a la realidad, que será imposible distinguirlos sin el auxilio de las Santas Escrituras. Ellas son las que deben atestiguar en favor o en contra de toda declaración, de todo milagro”.
La posición adventista ha sido bien establecida en el capítulo titulado “Nuestra única salvaguardia”, en el mismo libro.
La posición neosupranatural compromete toda la estructura redentora de la fe cristiana. Históricamente, no requiere un acto redentor real de Cristo, en términos de encarnación, muerte y resurrección. Sin embargo, toda la posición escritural descansa en la pecaminosidad del hombre como resultado de la caída histórica de Adán, y en la redención mediante la expiación realizada una vez y para siempre en la cruz. Si la caída del hombre, la encarnación de Cristo, su muerte y resurrección, no son acontecimientos históricos esenciales para el cristianismo, entonces la fe en Cristo y en Dios no es fe en la revelación de Dios en las Escrituras, sino un concepto místico que no puede ser probado por ninguna revelación objetiva. Es conocido solamente mediante una experiencia subjetiva. ¿Quién, entonces, puede decir qué es verdad? Un “encuentro divino-humano” puede recibirse en cualquier nivel. Cualquiera, independientemente de si está en armonía con las Escrituras, puede considerarse un creyente. Pero, ¿hasta dónde puede una persona creer en el error y seguir en el error y aún ser considerada como “cristiana”? Tal encuentro personal es posible, por lo tanto, en cualquier religión o culto. ¿Cuál debe ser la prueba de la verdad? Se nos contesta que la “experiencia”. ¿Pero qué ha de probar la experiencia? En tal concepto no existe una prueba objetiva de la verdad.
LA POSICIÓN ADVENTISTA
Para los adventistas, la verdad y la revelación de Dios en su Palabra no dependen, para su validez y autenticidad, de la experiencia de ningún hombre. Permanecen, independientemente de todos los hombres, como la indiscutida verdad de Dios, prescindiendo de si el hombre la cree o no. El hombre mismo necesita tal revelación objetiva como la que contienen las Escrituras, debido a las limitaciones de su mente. El hombre es incapaz de experimentar la verdad aparte de tal revelación.
La posición adventista afirma que la revelación de Dios ha sido concedida mediante Cristo, los profetas y apóstoles, y no a través de cualquiera por medio de un “encuentro divino-humano”. Sostiene también que la presencia de Dios no se dirige a nosotros en la misma forma en que vino a los profetas y apóstoles. Dios ha hablado mediante sus instrumentos designados especialmente en una forma como no nos ha hablado a nosotros. Esa palabra revelada tiene autoridad para nosotros los que la creemos. No inventamos nuestra propia Palabra. Lo que interesa es la Palabra de Dios, y no la nuestra. Y cualquier “encuentro divino-humano” que experimentemos lo logramos mediante la Palabra revelada de Dios. Lo recibimos mientras estudiamos, oramos y creemos en la Palabra. Como tal, la revelación de Dios en su Palabra no es trascendente a la razón. Constituye un estímulo para la razón sólida, la razón santificada, la razón que es dirigida por las Sagradas Escrituras. Una comprensión coherente y racional de Dios expuesta en la Biblia es la base de una experiencia cristiana sólida. Además, Dios no sólo se revela a sí mismo, sino también revela una sólida doctrina que se impone escrituralmente a todos los creyentes. La fe que salva es siempre una fe en Cristo y en la palabra escrita de la Biblia. Fue esta Palabra la que Cristo utilizó tan eficazmente para vencer las tentaciones de Satanás. (Mat. 4:1-11.) Esta Palabra fue la que Pablo recomendó a sus ministros asociados y a los obreros que predicaran y enseñaran. (1 Tim. 1:3; 4:16; 6:3-5; 2 Tim. 1:13; 2:15, 16; 3:15-17; 4:1-4.)
Fue esta misma Palabra la que Wiclef, Lutero, Zuinglio y Calvino utilizaron con tanto poder y eficacia a través de Cristo para efectuar la Reforma y lograr libertad de la dominación papal y disipar las tinieblas del error.
“Con fe absoluta, Wiclef aceptaba las Santas Escrituras como la revelación inspirada de la voluntad de Dios, como regla suficiente de fe y conducta… Declaraba él que la única autoridad verdadera era la voz de Dios escrita en su Palabra; y enseñó que la Biblia es no sólo una revelación perfecta de la voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete” (Id., pág. 100).
“[Lutero] declaraba firmemente que los cristianos no debieran admitir más doctrinas que las que tuviesen apoyo en la autoridad de las Sagradas Escrituras” (Id., pág. 135).
“[Zuinglio] se sometía a la Biblia y la reconocía como la Palabra de Dios y única regla suficiente e infalible. Veía que ella debía ser su propio intérprete. No se atrevía a tratar de explicar las Sagradas Escrituras para sostener una teoría o doctrina preconcebida, sino que consideraba su deber aprender lo que ellas enseñan directamente y de un modo evidente” (Id., pág. 184).
Esta misma Palabra es indispensable para cada maestro, predicador y creyente cristianos de hoy.
“Pero Dios tendrá en la tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas” (Id., pág. 653).
“El primero y más alto deber de toda criatura racional es el de escudriñar la verdad en las Sagradas Escrituras y luego andar en la luz y exhortar a otros a que sigan su ejemplo” (Id., pág. 656).
LA REVELACIÓN Y LA EXPERIENCIA SON NECESARIAS
Debemos distinguir entre la revelación objetiva de las Escrituras y la respuesta personal del individuo a esa revelación. Ambas son necesarias si es que el poder divino de Dios ha de comunicarse al hombre. Nada es más claro en la Biblia que la supremacía de la revelación divina manifestada en la Palabra escrita y en la palabra hablada, sobre el pensamiento del hombre. Esa supremacía lleva junto a sí la prueba de toda doctrina: “Así dice Jehová”. Esa Palabra se recibió mediante los profetas y los apóstoles y en muchos casos fue dirigida a reyes y otras personas malvadas, quienes, aunque oyeron esa Palabra como el mensaje de Dios, no lograron responder a su exhortación con una vida de obediencia.
Dios comunica vida y doctrina. Antes de su muerte y resurrección, Cristo prometió a sus seguidores la presencia del Espíritu Santo. Declaró que el Espíritu los conduciría a toda verdad. Tal verdad incluía la Palabra escrita de Dios íntegra. Uno se pregunta qué hace el neosupranaturalismo con el gran hecho de que Dios realmente escribió los Diez Mandamientos en piedra. Esta estupenda revelación es algo enteramente diferente del “encuentro” divino-humano. Aunque los Diez Mandamientos poseen profundidad espiritual, revelada en el Sermón del Monte, sin embargo están constituidos por proposiciones reales, por declaraciones verbales; y son una revelación objetiva distinta de cualquier respuesta del hombre o experiencia humana.
La ley de Dios se convierte en el punto focal de la prueba. ¿Qué quiso decir Cristo cuando manifestó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15)? Tal ley se alza como la norma independiente de la verdad, independientemente de lo que los seres humanos experimenten en sus vidas. Pero la posición neosupranaturalista no surge desde dentro de la Biblia. Ha sido enteramente autogenerada. Jesús, Pablo y los demás apóstoles establecieron ideas definidas acerca de la verdad doctrinal, las grandes doctrinas de la redención, la resurrección, el santuario, el Evangelio eterno. Y el rechazo de esta verdad revelada es contrario a la ley y el Evangelio. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:20).
La posición adventista es ésta: La experiencia cristiana del “encuentro divino- humano” no constituye una alternativa de la verdad conceptual y la doctrina como están reveladas en la Biblia. Son complementarias y no mutuamente excluyentes. El problema que todos enfrentamos consiste en tener tanta confianza en la Palabra revelada de Dios, en las Sagradas Escrituras, que la obediencia a todos los requerimientos de Dios sea algo natural. Los adventistas no pueden repudiar ninguna parte de las Sagradas Escrituras. Creemos que las declaraciones acerca de la verdad que aparecen en la Biblia son completamente dignas de confianza. Y la experiencia cristiana genuina de ningún modo desacredita tal revelación, y tampoco ocurre independientemente de la Palabra de Dios.
Los neosupranaturalistas quieren que creamos que no podemos tener a ambas, que hay dos clases de conocimiento: uno es innecesario e indeseable, y el otro es la única verdad real. Pero tal dicotomía ha sido establecida por los hombres. La Biblia no contiene tales áreas de conocimiento contradictorias. En todas partes, la Biblia requiere una respuesta total al conocimiento verbal y proposicional. No hay exclusión de doctrina, de la ley de Dios o de la verdad escrita. Ciertamente, la Biblia condena a los hombres y mujeres que no armonizan su vida con la Palabra revelada de Dios. Pero en ninguna parte aparece el repudio a ninguna verdad objetiva. Porque no puede haber verdadero conocimiento de Dios, no puede haber armonía con Dios, a menos que exista armonía con la Palabra escrita.
Los adventistas insistimos en que Dios nos ha hablado mediante palabras y pensamientos formulados en términos humanos para que podamos aprehenderlos y comprenderlos. Cuando ya no se considera a la Biblia indispensable para la experiencia cristiana vital, entonces la doctrina ya no sigue siendo importante. Y si la doctrina no es importante, no puede haber pruebas específicas o requerimientos con los cuales medir la conducta. Lo que Dios ha dicho y lo que ha escrito son absolutamente vitales. Un encuentro místico puede significarlo todo o nada. Rechazar o negar que las Escrituras constituyen la palabra de Dios significa realmente negar que Dios haya hablado.
Además, la razón y la mente humanas siguen siendo parte de la imagen original de Dios, aunque por ellas mismas sean incapaces de alcanzar la verdad. No existe otro modo como la verdad podría comunicarse inicialmente al hombre, a no ser mediante la mente. La palabra de Dios que no es comprensible por la razón y aprehendida en primer término por la razón, no es verdad.
El adventismo plantea dos cuestiones: primero, ¿poseen la iglesia y los cristianos profesos una teología y doctrina sólidas, fundamentadas sobre la Palabra escrita de Dios? Segundo, ¿tiene el creyente una experiencia salvadora basada sobre lo que cree? Una de las grandes tareas del ministerio adventista consiste en conducir a la gente a través del claro pensamiento doctrinal hacia una experiencia vital, válida, relevante y practicable.
En el afán por ser eruditos, siempre amenaza el peligro de perder el cristianismo de la vida. Las doctrinas pueden convertirse en meras descripciones verbales de realidades divinas. ¿Enseñamos y predicamos nuestras doctrinas y la Palabra con autoridad divina y con poder para cambiar las vidas? No suponemos ni por un instante que sea suficiente una pequeña dosis de razón y lógica cuando se la aplica a la Palabra escrita. Nadie comienza a practicar las verdades de la Biblia únicamente en un plano intelectual. Permanecer fieles a la Palabra de Dios significa saber y creer que la Palabra de Dios está afirmada eternamente en verdad y justicia; que mediante sus promesas y su revelación de la actividad gloriosa de Dios en beneficio del hombre, podemos hallar poder para vivir en armonía con la Palabra escrita.
El gran disfraz del mal consiste en hacer cada vez más difícil saber qué es la verdad. Los adventistas debemos permanecer en nuestra posición. No debe sacrificarse la verdad revelada de Dios en las Sagradas Escrituras. Nuestra obra consiste en conseguir de los seres humanos en todas partes una respuesta total a la verdad bíblica.
Sobre el autor: Profesor de Teología y Filosofía Cristiana de la Universidad Andrews