Indudablemente, nuestra época es rica en información y en conocimiento. Profesionales de todas las áreas tienen a su disposición vastas opciones por medio de las cuales pueden profundizar sus conocimientos, tornándose cada vez más especializados en la actividad que ejercen. Aunque, esencialmente, el pastor no es un profesional, él no queda al margen de esta situación. A fin de cuentas, él trabaja con personas: Por eso, puede adquirir especialización en diversas áreas del comportamiento como, por ejemplo, consejería, habilidad para escuchar, resolución de conflictos, planificación, supervisión y liderazgo, y motivación, por mencionar algunas.
Nadie puede negar la importancia e influencia de esto para nuestro crecimiento personal y su relevancia para nuestro ministerio; pero hay un peligro implícito: convertirnos en meros profesionales. Aunque no debemos rechazar el conocimiento académico y especializado, necesitamos estar apercibidos para que no supere aquel que es el factor indispensable y prioritario para nuestra vida como pastores: la excelencia espiritual derivada del conocimiento personal de Jesucristo.
De acuerdo con Lawrence L. Lacour, “la espiritualidad es la raíz principal del poder e influencia del predicador. Su competencia espiritual […] está enraizada en la autenticidad espiritual del predicador” (citado en John Fowler, Ministerio pastoral adventista, p. 71). La espiritualidad supera la más sólida excelencia profesional y está más relacionada a la vocación. En realidad, “la vocación inicial de Dios para el ministerio tiene poco que ver con la habilidad, la capacidad o la competencia. Por el contrario, una vocación tiene todo que ver con la fe, la devoción y la consagración. Una vocación, la mayoría de las veces, se inicia en el centro de nuestro ser, donde Dios causa un impacto en nuestra identidad y en nuestra autoestima. Y luego, avanza hacia afuera, en dirección de las necesidades del mundo, o de la persona doliente, ya sea el vecino o quien vive al otro lado de la ciudad. Una vocación tiende a clarificar el sentido de nuestra vida o nos da razón para vivir” (H. B. London Jr. y Neil B. Wiseman, Despertando o un gran ministerio, p. 118).
Ninguna experiencia, por más excelente que sea, vivida por cualquier mortal, en cualquier área de actividad, reemplaza el significado y la gloria de este encuentro con Dios, o nuestra visión de él. Lo pudo decir Pablo, después de la experiencia vivida camino a Damasco. Esa visión es el factor indispensable para la vida del pastor. Ella moldea nuestra conducta, nuestra predicación, nuestra voluntad y nuestro actuar cotidiano. Ella nos motiva para dar prioridad al cumplimiento de la voluntad de aquel que nos llamó a concluir su obra (Juan 4:34).
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.