En nuestros días el cálculo estadístico tiene una enorme aplicación en una cantidad de actividades humanas. En consecuencia, cuando pensamos en el evangelismo, de inmediato nos sentimos tentados a pensar en términos de números. “¿Cuántos asisten a las conferencias?”, preguntamos al evangelista. “¿Cuántos guardan el sábado?”, proseguimos interrogando. Esta preocupación cuantitativa ha sido responsable de la prominencia excesiva que a veces damos al evangelismo de masas, en detrimento del evangelismo personal.
Cierta vez el presidente de una asociación que sufría del mal de las estadísticas —enfermedad que nos contagia a todos— interrogó a uno de sus evangelistas: “¿Cuántas decisiones obtuvo en su serie de conferencias?” El evangelista replicó: “En mi última cruzada conseguí 86 decisiones”. Sin ocultar su profunda sorpresa, el presidente volvió a su oficina en la asociación. Consultó los archivos y descubrió que se habían bautizado solamente dos personas.
Esto lo hizo volver junto al evangelista para decirle: “Usted dijo que había obtenido 86 decisiones, pero según nuestros registros, solamente dos personas se bautizaron”. El evangelista, sonriendo, esclareció el enigma: “Evidentemente. conseguí 86 decisiones, de las cuales dos fueron en favor de Cristo y 84 en contra”.
¿Por qué tantos de nosotros fallamos en el arte de lograr decisiones para Cristo? Hemos, estado tan ocupados en nuestro evangelismo público, que no encontramos tiempo para el evangelismo personal. Nos hemos perfeccionado en el arte de predicar, pero conocemos poco de la ciencia que hay en la obra de corazón a corazón. Sabemos cómo congregar a un numeroso público en nuestras reuniones, pero desconocemos el potencial que existe en el evangelismo de casa en casa.
Desde hace un tiempo los seminarios incluyeron la psicología pastoral como materia integrante de sus cursos de estudio. Fascinados con este nuevo campo de investigaciones, algunos jóvenes pastores están abandonando los métodos tradicionales de trabajo y sustituyéndolos por la Clínica Pastoral. Descuidando la obra de puerta en puerta, aguardan ahora en confortables gabinetes pastorales la visita de la oveja herida o necesitada que busca ayuda y orientación espirituales. Y así va desapareciendo la legendaria figura bíblica del pastor que, con admirable estoicismo, por caminos llenos de sorpresas y peligros, busca a la oveja errante hasta encontrarla.
Cuando seguimos los pasos de Jesús a través de su ministerio en este mundo, encontramos que reunía todos los calificativos de un buen Pastor. Es verdad que algunas veces se dirigía a las masas y las conmovía con predicación poderosa. Sin embargo, la mayor parte de su obra la realizó con personas solas.
Cuando se dirigía a la casa de Jairo, acompañado por una bullente multitud, se aproximó a él furtivamente una desventurada mujer para tocar su vestido, en un memorable acto de fe. Jesús, de inmediato concentró su interés en esa infeliz mujer, olvidándose de todos los que estaban a su alrededor, y derramó sobre ella la virtud de su amor.
En el valle de Siquem, junto al legendario pozo de Jacob, aguardó pacientemente la oportunidad de ganar un alma. Cuando la pecadora de Samaría llegó a buscar agua con su cántaro, Jesús la condujo al manantial divino y le dio de beber.
En una entrevista personal con Nicodemo, honrado miembro del consejo nacional, “Jesús reveló el plan de salvación y su misión en el mundo. En ninguno de sus discursos subsiguientes, explicó él tan plenamente, paso a paso, la obra que debe hacerse en el corazón de cuantos quieran heredar el reino de los cielos” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 146).
En todas partes y en todo momento, siempre atendía el débil clamor de una oveja cansada y errante. Aun cuando pendía de la afrentosa cruz, torturado por los intensos dolores del martirio, encontró tiempo y fuerzas para extender su mano y rescatar al pobre ladrón de las garras de la condenación.
Cuando analizamos la historia de la iglesia del primer siglo, descubrimos que sus grandes y consagratorios triunfos se alcanzaron mediante un incansable evangelismo personal.
En el relato de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Felipe viajando en dirección al desierto. ¿Por qué se apresura tanto? Su preocupación es alcanzar el carro del mayordomo principal de la reina Candace para predicarle el Evangelio. El trabajo urge y no puede perder esa ocasión. En poco tiempo le presenta el mensaje, y el superintendente de los tesoros de Etiopía acepta el Evangelio de la redención.
En otro lugar encontramos a Pablo y Silas cantando en el interior de una horrenda y oscura prisión. Repentinamente los fundamentos de la tierra se conmueven y las puertas de la cárcel se abren. El carcelero de Filipos, dominado por el miedo, pregunta: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa”, le contestaron. Y predicaron la palabra a todos los que estaban en su casa. La luz de Dios iluminó aquel hogar, y el carcelero y su familia se contaron entre los cristianos de Filipos.
Esta es la historia de aquellos agitados y turbulentos días. En el evangelismo personal encontramos el secreto de sus notables triunfos. Entonces no existía la preocupación por la elocuencia. Los animaba el deseo de testificar. Vivían para servir y el objetivo supremo que los inspiraba era llevar el Evangelio a todos los hombres. Por los caminos y vallados, en las plazas públicas, de casa en casa, ante los magistrados, o en cualquier otro lugar donde encontraran quien les escuchara con atención, o un corazón deseoso de Cristo, proclamaban las buenas nuevas de salvación. Y como resultado, “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. En nuestros días hemos experimentado muchos métodos en la obra de salvar a los perdidos. Pero ninguno de ellos ha sustituido la obra de casa en casa, al evangelismo de corazón a corazón. La iglesia cristiana primitiva ganó sus grandes laureles mediante la obra personal. Será principalmente mediante este método como en los últimos días avanzaremos ganando rápidas y victoriosas conquistas