A semejanza de Jesús, debemos salir de los edificios y los templos, para escuchar a las personas donde viven, aman, sufren y mueren.

Listening Love [Amor que escucha] era el título de un folleto que leí, y que perdí, hace muchos años. No logré encontrarlo por ningún lado, pero recuerdo el mensaje: el tiempo para hablar solo viene después del tiempo para escuchar. Los cristianos necesitan oídos más grandes… y bocas más pequeñas.

Durante mi entrenamiento para ser capellán, un médico llegó a ser mi asesor pastoral. Compartió conmigo la idea de que los mejores métodos para diagnosticar los problemas médicos y los espirituales es utilizar los dos oídos. Tiene que haber leído las Escrituras: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar” (Sant. 1:19).

Escuchar representa un sacrificio; escuchar con atención significa que nos interesamos por el otro. Aquel que tiene un amigo que se sienta con él y que escucha, sin juzgar, recriminar, aconsejar, interpretar, aprobar o desaprobar, que solo escucha y comprende, es muy afortunado. Escuchar reflexivamente es brindar toda la atención y la energía al proceso de la comprensión de lo que la persona quiere decir; y reflejar correctamente lo que la persona dio a entender. Hacer esto es constituirnos en ventanas para el amor incondicional de Dios.[1]

Asistí a unas conferencias para pastores en las que Henri J. M. Nouwen era el conferencista. El presentador mencionó a los seiscientos asistentes que el Dr. Nouwen hablaría solo cuando todos hayan dejado de conversar y las puertas estuvieran cerradas. Nouwen llevó una silla plegable hasta la plataforma vacía, se sentó, y se puso a leer silenciosamente su Nuevo Testamento. Diez minutos más tarde, el silencio reinaba en el auditorio y Nouwen comenzó su conferencia de 45 minutos, titulada “Compasión”, sin una sola nota. Regañó amablemente a la audiencia, al decir que algunas personas tienen miedo del ruido del silencio. Recibí su cortés reto, porque yo era culpable de llenar todos los espacios de silencio. Por la gracia de Dios, apliqué su consejo; lo llamo “escuchar con amor”, o “evangelismo de la palabra no hablada”. Jesús ejemplificó este estilo de ministerio cuando se reunió con Bartimeo.

Bartimeo escuchó las palabras de condenación de sus dirigentes espirituales, dado que las personas no se sentían cómodas hablando con un hombre ciego. Imposibilitado de compartir el dolor y la desesperación de su oscuro mundo, se deslizaba por el inevitable camino hacia la soledad… hasta que se encontró con Jesús.

Una ruidosa multitud reunida diseminaba las noticias de que Jesús se estaba aproximando. Bartimeo comenzó a llamar a Jesús, dado que no podía perder la oportunidad de reunirse con el Sanador. La multitud que nunca escuchaba a Bartimeo le ordenó que se callara; le hizo saber que el Maestro no tenía tiempo para personas como él. Pero Bartimeo empezó a llamar aún más fuerte. Para asombro de la multitud, Jesús se detuvo y llamó al ciego a su lado. Jesús le dedicó tiempo; Jesús escuchó mientras Bartimeo lloraba y descargaba el dolor de su historia. Las Escrituras nos brindan un registro muy breve, pero yo creo que Bartimeo habló durante un buen tiempo. ¡Al menos, alguien estaba dispuesto a escucharlo! Solo después de dedicar tiempo a escuchar, Jesús lo curó; porque curar antes de escuchar habría sido deshumanizar a ese pobre hombre solitario, que yacía a sus pies. Me gusta pensar que Jesús practicó la escucha con amor, y luego lo curó.

La forma de escuchar con amor

Escuchar con amor es un don de Dios; un interés abnegado por el bienestar del otro es su esencia. El amor que escucha es paciente y perceptivo, y desea siempre ayudar a una persona que valora. Es conocer el corazón de un alma atribulada no al interrogar, sino al permanecer abierto a las palabras, al lenguaje corporal, a los sentimientos… Es prestar el ciento por ciento de atención, a medida que la persona comparte su experiencia. Y solo entonces puede ser sugerido un plan o una solución.

Un ranchero de Texas probó que esto es verdad. Ned era un paciente terminal en un hospital. Lo visité dos veces en una semana. Durante meses jugamos al dominó, sin expresar muchas palabras. Ocasionalmente, reíamos con sus chistes, y siempre decía: “Si no pudiera reír, moriría”.

Cuando Ned quedó postrado en su cama, compartíamos silencios juntos. Cuando él hablaba, yo escuchaba. Un día, me confió sus planes para poner fin a su vida: su revólver estaba bajo su almohada, y estaba cargado. Después de un breve intercambio de ideas y silenciosa reflexión, Ned llegó a la conclusión de que este plan causaría un dolor sin fin a su esposa y a su familia. Le entregó el arma y las municiones a su esposa, con la orden de que las escondiera.

El amor que escucha, tal y como lo he experimentado, puede violentar todos los conceptos de los seminarios para ganar almas, pero construye un marco en el cual el Espíritu Santo puede trabajar. Mi amistad con Ned me enseñó que Dios, a menudo, habla a través de mi silencio. Y esto sucede en los lugares más inesperados.

El centro comercial de nuestro pueblo tiene árboles y bancas entre las tiendas. Cuando veo a una persona sentada en una de las bancas, le pido permiso para compartir el asiento. Después de unos pocos comentarios, muchas personas se abren. Aquí presento un ejemplo:

Un hombre, con sus ochenta años, estaba esperando mientras su esposa trataba de encontrar un vestido modesto en una tienda de departamentos. Me dijo que había sido un mes difícil, dado que su hija había estado luchando contra el cáncer durante años, pero dos semanas antes había muerto. Su esposa y él estaban muy tristes; y creían que debían haber precedido a su hija en la muerte. “¿POR QUÉ? ¿Es que Dios me está castigando por algo malo que hice? ¿Está tratando de enseñarme una lección?” El hombre concluyó que aun si no lo podía entender, Dios todavía lo amaba. Después de escuchar durante 15 minutos, hablé con él acerca del plan de Dios para reunir a las familias. Cuando llegó su esposa, me agradeció por ser un buen oyente. No tenía a nadie con quien conversar, y estaba muy agradecido por la oportunidad de sacar hacia afuera su tristeza.

Durante los treinta años que trabajé en hospitales para enfermos terminales, he escuchado a las personas hacer catarsis y externalizar su tristeza. En el equipo del hospital lo llamamos “Repaso de la vida”. Cuando las personas se dan cuenta de que tienen una enfermedad potencialmente mortal, evalúan su vida, para determinar si tuvo sentido.

Arthur, un editor de un periódico local, es otro ejemplo. Su hijo me pidió que visitara a su padre. Dijo: “Me gustaría saber si está preparado para encontrarse con el Señor”. Sencillamente, le comenté que siempre había disfrutado de sus editoriales en el periódico local. Durante la siguiente hora, Arthur me contó la historia de su vida, y durante un largo silencio miró por la ventana. Volviéndose hacia mí, prosiguió: “¿Sabes qué? Dios y yo no hemos tenido peleas”. Entonces, su hijo me guiñó el ojo y me sonrió, y me di cuenta de que había valido la pena escuchar.

Matt, mi querido amigo amish, me relató su experiencia con el amor que escucha. John, un amigo íntimo de su niñez, lo llamó.

–Matt –le dijo–. Tenemos que hablar. ¿Podemos dar un paseo en automóvil y hablar?

Durante la siguiente hora, John habló y Matt escuchó.

–Matt –continuó el amigo–, estoy tan metido en deudas que nunca volveré a ver la luz del día. Estúpidamente, no puse al tanto a mi esposa de mis apuros financieros. No sabe nada de cuán cerca estamos de perderlo todo. ¿Cómo podré decirle que traicioné su confianza? No veo la salida. Escribí una carta, y la puse en la guantera de mi vehículo. Estoy pensando en cruzarme con mi automóvil en el camino de un tren rápido, y esperar que ella encuentre luego la carta.

–Matt, mientras te estoy hablando, estoy pensando que no sería una buena manera de solucionar mis problemas, y causaría mucho dolor a mi familia. Así que, he decidido destruir la carta. ¿Nos ayudarías a Judy y a mí a trazar un plan para salir adelante?

Matt me dijo, después: “Trazamos un plan, que funcionó”. John ahora tiene un muy buen trabajo en una compañía famosa, y gana 80 mil dólares al año. Larry, me dijo, ¿qué habría sucedido si no hubiese estado allí para escuchar? No puedo explicarte cómo me siento, al saber que, al escuchar, salvé una vida y ahorré a una familia un dolor profundo. Dios usó mi disposición a escuchar; y, ya sabes, no hay suficientes personas en este mundo que estén dispuestas a escuchar. Todos está ocupados en sus asuntos, y no dedican tiempo a escuchar.

La tragedia de no escuchar

Los programas, los proyectos, las técnicas y las fórmulas han malgastado incontables horas y dinero, solo para ser descartados. He probado algunos de ellos, pero nada ha sido tan reconfortante como el estar con otra persona. El ofrecer el regalo de mi persona y escuchar con toda mi alma ha generado vínculos inquebrantables durante el tiempo y el espacio. Mi trabajo en la tercera ciudad más grande de Nueva Inglaterra es una prueba de ello.

Fui invitado a tener la oración de invocación en el Concejo Deliberante de la ciudad. Antes de que comenzara la reunión, el presidente me preguntó el nombre y la iglesia a la que pertenecía. Su respuesta sacudió todo mi sistema. “No quiero ser descortés, pastor, pero debo decir esto: si su iglesia se quemara hasta los cimientos, nadie en esta ciudad notaría la diferencia”. Su comentario me hizo repensar mi aproximación al ministerio: tengo que alimentar a los miembros de la iglesia, pero también tengo que ir más allá de sus cuatro paredes.

Una vez a la semana, dediqué todo el día a visitar a las personas del vecindario y a escuchar sus historias de pobreza, soledad y dolor. Visité el frente de iglesias llenas de jóvenes que habían dejado la iglesia organizada. Con la ayuda de profesionales, ayudamos a tres mil fumadores a abandonar el vicio, durante años. Las mujeres de la iglesia se dedicaron a ayudar a madres solteras, que tenían a sus hijos en guarderías municipales. Se dictaron clases de nutrición en la iglesia y en la universidad local. Una gran parte de todos estos emprendimientos incluía el escuchar con amor.

La publicidad, abierta al público, de reuniones no sustituyó la amistad personal ni la disposición a escuchar. Como Jesús, debemos ir más allá de los edificios de la iglesia organizada, hacia los lugares en que las personas viven, aman, sufren y mueren. Toda la publicidad, en esta tercera mayor ciudad de Nueva Inglaterra, no habría expuesto a la iglesia al latido del corazón de los residentes.

Con las palabras del miembro del Concejo de la ciudad resonando todavía en mis oídos, me ofrecí como voluntario para visitar a pacientes y familiares, en el hospital para pacientes terminales. Durante treinta años, permanecí al lado de las camas de las personas agonizantes, y conduje funerales para aquellos que no tenían iglesia. Agradecí a Dios por darme el mundo como parroquia. Me enseñó que escuchar con amor es llorar con los que lloran y reír con los que ríen. Me enseñó que el amor que escucha es la ventana al amor incondicional de Dios; una ventana que siempre debe estar abierta para todos aquellos que se encuentren en la esfera de nuestra influencia.

Sobre el autor: Capellán, pastor y autor. Ya retirado, vive en Gentry, Arkansas, Estados Unidos.


Referencia

[1] William R. Miller y Kathleen A. Jackson, Practical Psychology for Pastors (NJ: Prentice Hall, 1995), pp. 53, 154.