La identificación de la cabeza herida de muerte en Apocalipsis 13

    Apocalipsis 13 comienza describiendo la escena de una bestia que emerge del mar y que posee diez cuernos y siete cabezas (vers. 1). La narración profética continúa relatando que la bestia recibe del dragón “su poder, su trono y gran autoridad” (vers. 2). El dragón, en estas circunstancias, pareciera representar al Imperio Romano, que de forma paulatina, a partir del gobierno de Constantino, cedió sus atributos de dominio político al catolicismo romano, representado por esa bestia. Ese dominio fue ejercido por el papado durante la Edad Media por un período de “cuarenta y dos meses” (vers. 5), lo cual, de acuerdo con el principio día-por-año de interpretación profética, corresponde a 1.260 años.

    La profecía también relata que una de las cabezas de la bestia sufrió una herida mortal (vers. 3). La expresión bíblica “herida de muerte” se atribuye al sistema papal en general; pero el énfasis que se le da a una de sus cabezas sugiere que esa parte orgánica de la bestia representa una estructura vital del papado. Así, la curación de la herida representa el restablecimiento del dominio político del sistema papal en el tiempo del fin; por esta razón es importante identificar cuál es la estructura representada por la cabeza herida.

    El presente estudio pretende sugerir una idea sobre la identificación histórica de la cabeza que fue herida, presuponiendo que el principal atributo de esta bestia que surge del mar es su dominio político y religioso durante la Edad Media y que la curación de la herida es la recuperación de ese poder en el tiempo del fin.

La cabeza herida

    La mayoría de los comentaristas bíblicos identifican semejanzas entre la bestia de Apocalipsis 13 y la bestia de Apocalipsis 17. Al hacer un paneo de cómo se han interpretado las siete cabezas, encontré las siguientes propuestas: se la vincula con las varias organizaciones políticas a través de las cuales la bestia actúa;[1] el imperio del mal con todo su poder incorporado en los imperios humanos;[2] las fuerzas hostiles que se levantan contra la iglesia de Dios;[3] siete fórmulas o formas de gobierno de Roma;[4] las primeras cabezas correspondientes a la primera fase de Roma pagana;[5] las siete cabezas como siete reyes;[6] la cabeza herida como Nerón, según la “Leyenda Redivivus”;[7] y en los últimos años, hay quienes relacionan las siete cabezas con los siete últimos papas.[8]

    Sin embargo, el énfasis de la descripción apocalíptica está en que la cabeza es herida de muerte; representando parte vital de la organización papal, aunque no el todo. Conocer cuál es esa parte puede facilitar la identificación y la representación de la cabeza herida.

    El esquema completo del sistema papal presenta tres grados jerárquicos: episcopado, presbiterado y diaconado. El grado más elevado es el episcopado, formado por prelados considerados sucesores de los doce apóstoles. En ese grado jerárquico se encuentra el Papa, honrado como sumo pontífice, jefe eclesiástico, “vicario de Cristo” en la Tierra. Dos instituciones complementan ese nivel: el Colegio de Cardenales, cuyos integrantes eligen y aconsejan al Papa; y la Curia romana, cuyos miembros auxilian al Papa en el gobierno de la iglesia. Aparte de esa estructura primaria y fundamental, el papado establece secciones administrativas denominadas congregaciones. Las principales son: la Congregación del Santo Oficio, de los Sacramentos, del Consejo Disciplinar, de los Negocios Espirituales, del Index, la secretaría de Estado y la Corte, con la función específica de fortalecer la influencia política del papado.

    La expresión Santa Sede hace referencia al gobierno de la Iglesia. Ese atributo corresponde a la Curia romana y al secretario de Estado, quien tiene la misma incunbencia que un primer ministro de naciones organizadas. Esa es la parte de la organización que ejerce el poder del Estado Papal con el cual el papado se nivela o manifiesta dominio político sobre as naciones.

El Estado Papal

    El período profético de “cuarenta y dos meses” (vers. 5), tiempo que se le concedió a la bestia para difamar el nombre de Dios (vers. 6) y para pelear contra los “santos” y vencerlos (vers. 7), comienza en 538 d.C. A partir de esa fecha tuvieron lugar varios eventos, permitiendo que el papado alcanzara dominio político sobre las naciones. El principal fue la formación del Estado Papal, por el cual el papado obtuvo la soberanía de un territorio geográfico.

    En 747, Pipino III, mayordomo de Francia y gobernante más poderoso de Europa, solicitó al Papa Zacarías (741-752) la imposición de la corona para gobernar con el título de “rey”. Tres años más tarde, los lombardos, con Astolfo a la cabeza, amenazaron ocupar Roma. Ante la inminencia de este hecho, el Papa Zacarías solicitó la protección del mayordomo de los francos. Algunos meses más tarde, para hacer efectivo ese auxilio, el pontífice envió a Bonifacio, su emisario, a Francia, a fin de coronar a Pipino III.

    En 752 Zacarías murió y lo sustituyó Esteban II. Amenazado por la invasión de los lombardos, el nuevo Papa huyó a Galia. Dos años después, el ejército de Pipino III invadió Italia y derrotó a los lombardos. Libre del peligro, y para refrendar el título de “rey”, Esteban II, en la basílica de Saint-Denis, coronó nuevamente a Pipino III. Al analizar esa actitud, Edward Gibbon afirmó que el Papa presumió actuar en “carácter de divino embajador”.[9] Esto fue seguido por un intercambio de gentilezas y elogios que iban más allá de los límites de la conciencia de los actores. Esteban II consideró a Pipino III el “salvador del cristianismo”[10] y le confirió el título de “Rey de los Francos” y “Patricius Romanorum”.[11]

    Constreñido por los títulos que recibió, Pipino III donó tierras al papado, declarando hacerlo por la “remisión de sus pecados y salvación de su alma”[12] El área concedida, mediante el documento “Donación de Pipino”,[13] abarcaba todo el territorio de Ravena y Roma, una gran franja geográfica que atravesaba Italia uniendo el Adriático al Tirreno. Con la intención de dar apariencia de legitimidad a aquella donación, se inventó el título Restitutio (restitución). Además, para justificar esa mentira, se divulgó que esa “restitución” estaba fundamentada en un documento cuestionable llamado “Donación de Constantino”.[14]

    El texto dice que cuando Constantino fue víctima de “lepra inmunda”, los apóstoles Pedro y Pablo aparecieron para asegurarle que Silvestre, obispo de Roma, sería el instrumento de su curación. En gratitud, el emperador determinó que Silvestre gobernara las cuatro sedes principales, y recibiera el palacio imperial de Letrán y todas las provincias y distritos de la ciudad de Roma.[15] Edward Gibbon concluyó que los documentos “Donación de Pipino” y “Donación de Constantino” eran “los dos pilares mágicos de la monarquía temporal y espiritual del papado”,[16] y agregó que el Papa, por primera vez, fue investido con las “prerrogativas de un príncipe temporal”.[17]

    Algunos años más tarde, Carlomagno, hijo de Pipino III, ratificó la “Donación de Pipino” y con el Papa León III estableció el llamado Sacro Imperio Romano de Occidente, una institución espúrea que unía el Estado y la Iglesia.[18] Ese emprendimiento promovió tres objetivos: establecer un poder militar para destruir a los enemigos; constituir un poder religioso para dominar la conciencia humana y mantener un poder intelectual para orientar el pensamiento de las personas.[19]

Alcance del Estado Papal

    El papado, con la autoridad que emanaba del Estado Papal, ejerció poder y dominio político sobre las naciones durante las edades Media y Moderna hasta el período Napoleónico. Muchos papas exaltaron las osadas prerrogativas de poder defendidas por sus antecesores. Gelasio I (492-496), por ejemplo, declaró que el mundo estaba gobernado por dos poderes: el real y el pontificio, siendo este último el más importante, porque respondía ante Dios. Símaco (498-514), a su vez, defendió dogmáticamente la pretensión de “infalibilidad papal”.

    El Estado Papal concedía al papado poder político para humillar reyes y nobles de otras naciones y prelados insubordinados. Nicolás I (858-867), autodenominado “segundo Elías” humilló y dictó excomunión al rey Lotario, de Francia. Gregorio VII (1073-1085), en la querella de investiduras, pronunció la excomunión del poderoso rey germánico Enrique IV, que se humilló atravesando los Alpes nevados y velando durante tres días afuera de los recintos del Papa.[20] Inocencio III (1198-1216) afirmó que el Papa es inferior a Dios y superior al hombre; debajo de Dios, por sobre el hombre; alguien que juzga a todos y a quien nadie puede juzgar. Amenazó con destituir al rey Juan de Inglaterra, colocando a toda la nación bajo interdicto.[21] Bonifacio VIII dictó varias bulas para humillar al rey Felipe el hermoso, de Francia, siendo la más impactante la bula “Unam Sanctum”, en la cual define los poderes de Dios en la Tierra.

    Bajo los auspicios del Estado papal, el papado llamó a las naciones europeas a formar parte de las fuerzas militares en las Cruzadas. La motivación para esa farsa del cristianismo apologético era la “absolución plena” de los pecados. Los nobles y los gobernantes que no se involucraran en las batallas podrían obtener ese beneficio pagando grandes sumas de dinero. Además, fundaron órdenes militares para proteger al Papa, como los “Templarios” y los “Caballeros de Malta”.

    La soberanía del Estado Papal y el poder que el Papa ostentaba fue motivo de codicia de las poderosas familias italianas del siglo X, como los Spoleto, Tuscolo, Crescenzi y Toscany. En ese período, el Papa era nombrado por la familia que mayor poder tuviera en ese momento, cuya organización criminal permeaba la mafia dominante de la época.

    A causa de la condición soberana del Estado Papal el catolicismo medieval impuso penalidades que conducían a las personas de cualquier clase social y nacionalidad a momentos de agonía y sufrimiento. Estas sanciones fueron la excomunión, el anatema, la interdicción y la máquina punitiva más despiadada y sanguinaria, llamada sarcásticamente la “Santa Inquisición”.

Conclusión

    La institución del Estado Papal otorgó al papado de la Edad Media la condición de superpotencia de dominio político. Esa fue la peculiaridad de la estructura de la organización papal y proféticamente caracterizó la naturaleza aterradora de la bestia que surgió del mar. La pérdida de las prerrogativas del Estado Papal es la herida mortal. Esta afirmación no se define en un único acto político, sino que es un proceso que comenzó con la prisión del Papa Pío VI por parte de las fuerzas napoleónicas, en 1798. Su sanación es la recuperación de los atributos del Estado Papal y tampoco puede ser definida por un único acto. Esta comenzó con el tratado de Letrán, firmado en 1929 entre el papado y Benito Mussolini, por medio del cual la Iglesia Romana recibió un área de 44 hectáreas para constituirse en un Estado independiente y soberano, denominado Estado del Vaticano.

Sobre el autor: Profesor emérito de la Facultad de Teología de Unasp, EC, Brasil.


Referencias

[1] Francis Nichol (Ed.), Comentario bíblico adventista del séptimo día.

[2] The Wesleyan Bible Commentary (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1966), t. 6, p. 474.

[3] The Biblical Illustrator, Revelation 13, disponible en <ht-tps://tinyurl.com/y73cz8ve>, consultado el 23/4/2020.

[4] Leroy Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, t. 4, p. 148.

[5] Aracely Mello, A Verdade Sobre as Profecias do Apocalipse (San Pablo: Edigraf, 1959), p. 336.

[6] David Aune, Revelation 6-16, Word Biblical Commentary (Nashville, TN: Thomas Nelson, 1998), Rev. 13.

[7] Frank Gaebelein (ed.), The Expositor’s Bible Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981), t. 12, p. 522.

[8] Kenneth Strand, “The Seven Heads: Do they represent Roman emperors?”, en Symposium on Revelation (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1992), t. 2, p. 178.

[9] Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire (Londres: Encyclopedia Britannica, 1980), p. 204.

[10] Ibíd.

[11] F. Cross, E. Livingstone (Eds.), The Oxford Dictionary of the Christian Church (Nova York: Oxford University Press, 2005), p. 1.263.

[12] Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire, p. 206.

[13] Bruce Shelley, Church History in Plain Language (Waco, TX: Word, 1982), p. 194.

[14] Janus, O Papa e o Concílio, 3a ed. (Río de Janeiro: Elos, s/d), p. 26.

[15] Henry Bettenson (ed.), Documentos da Igreja Cristã (San Pablo: ASTE, 2001), pp. 168-172.

[16] Edward Gibbon, The Decline and Fall of the Roman Empire, p. 206.

[17] Ibíd.

[18] H. Muirhead, Historia del cristianismo (El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones, 1953), t. 1, p. 240.

[19] Bruce Shelley, Church History in Plain Language, pp 194, 195.

[20] A. Knight e W. Anglin, História do Cristianismo (Río de Janeiro: CPAD, 2001), pp. 126, 127.

[21] H. Muirhead, Historia del cristianismo, pp. 278, 279.