Somos conscientes de que aún dentro de la iglesia cristiana se sostienen puntos de vista muy distintos acerca del papel que desempeña el estado moderno de Israel y su significado profético. Difícilmente exista una denominación en la cual haya unanimidad absoluta en esta materia (incluyendo la Iglesia Adventista del Séptimo Día). EL MINISTERIO no presenta este artículo como la palabra final que define este tema, sino para estimular el pensamiento y alentar la investigación. Esperamos ansiosos sus comentarios u otros artículos que expresen puntos de vista distintos. -Los Editores.

            ¿Es elactual estado de Israel, con sus florecientes ciudades, el cumplimiento de la profecía? ¿Significa algo para los cristianos el retorno de tres millones de judíos a su hogar ancestral? La reconquista de Jerusalén por los judíos en 1967, ¿fue predicha por Jesús? ¿Son todas estas cosas señales de la segunda venida de Cristo?

            Muchos cristianos ven en estos eventos un significado profético, otros muy poco o nada. Aunque ambos creen en el fundamento de las Escrituras, la consideración de ciertos temas bíblicos puede arrojar luz sobre estos asuntos.

            Dios le prometió a Abrahán que llegaría a ser una gran nación y poseería la tierra en la que moraba, a causa de su fidelidad. Asimismo, las promesas se cumplirían en sus hijos si servían a Dios como él lo hizo (Gén. 17:1-9; 18: 19). Más tarde Dios declaró específicamente a los descendientes de Abrahán, el pueblo del pacto, que guardaría del pacto que había hecho con ellos y sus ancestros solamente con la condición de que le obedecerían (Lev. 26:3-13; Deut. 7:12; 28:1-14). Sin embargo, Dios mantuvo en alto la esperanza de que en respuesta al arrepentimiento garantizaría la liberación del exilio y la restauración (Lev. 26: 40-45).

            Al pasar el tiempo, Israel perdió realmente su tierra y la bendición divina de prosperidad porque ellos apartaron sus corazones de Dios. Se cumplió la predicción divina y fueron deportados a Babilonia, más allá del Éufrates. Dios tenía la intención de que las invasiones y conquistas de Nabucodonosor servirían como una disciplina que los ayudaría a obedecer (Jer. 25: 1-7; 46:26-28). Mientras el pueblo estaba concentrado en Ramá esperando la deportación a Babilonia, la promesa de la restauración basada en la obediencia fue reiterada (Jer. 31:15-17, 27-34). El misericordioso propósito de Dios era traerlos de vuelta a su tierra después de setenta años de exilio si volvían a él con todo su corazón (Jer. 29:10-14; 16:14-16).

            Durante el exilio, Ezequiel también trató de alentarlos con las promesas de Dios de devolverlos a su tierra si se operaba en ellos un cambio de actitud y volvían al camino de la obediencia. Sujeto al hecho de que se arrepintieran, Ezequiel profetizó acerca de un nuevo templo, al cual serían traídas por el gran Pastor las ovejas perdidas de Israel, y los huesos secos de la nación volverían a la vida nuevamente (Eze. 36: 17-38; 43: 10, 11; 34:11-15; 37:20- 23).

            Bajo la dirección divina los judíos retornaron a Israel a partir del 537 AC (2 Crón. 36:15-23). Zacarías predijo que el templo sería reedificado y el trono restaurado si eran verdaderamente obedientes (Zac. 1:2-4, 12-17; 6:15). Así podrían cumplir la misión de vivir para honrar a Dios como sus testigos. Si eran fieles podrían ser, como Dios siempre había querido, los sacerdotes del mundo y una bendición para todas las naciones. Los extranjeros podrían aprender acerca del verdadero Dios y venir a rendirle culto en el templo (Isa. 40:1, 2; 43:10, 21; 61:4-9; 60:1-3; Zac. 2:11; 8:22, 23; Míq. 4: 1-5).

            Tanto Isaías y Jeremías antes del exilio, Ezequiel durante éste, así como Zacarías y Miqueas inmediatamente después, trataron de animar a los judíos a retornar con un espíritu de lealtad al propósito original de Dios para ellos, de ser una nación misionera, y a depender de su promesa de renovado cuidado para con ellos.

            Moisés le había advertido a Israel, en el principio de su existencia como nación, que la persistencia de una actitud desobediente podría acarrearles no solamente y la dispersión, del cual les había prometido que no habría restauración (véase Deut. 28:49-67). Daniel comprendió las implicaciones de la advertencia de Moisés, y temía que la profecía de los 2.300 días indicara que, a causa de la actitud pecaminosa continua durante este tiempo de destierro, Dios no podría restaurar a Israel de su exilio de setenta años. De allí su sentida oración de setenta años. De allí su sentida oración pidiendo perdón y restauración (Dan. 8:26; 9:23). En respuesta, se le aseguró que Jerusalén sería reedificada nuevamente y que su pueblo tendría otros cinco siglos de prueba “para poner fin al pecado”, y que dentro de este periodo vendría el Mesías (Dan. 9:24-27)

            A pesar de esto, los grupos que regresaron de Babilonia fueron pequeños, sus esfuerzos mezquinos, y su obediencia tan defectuosa que cada vez parecía menos probable que se cumplieran las promesas de bendición divinas. Los que retornaron, primeramente, cerca de unos cincuenta mil, fueron renuentes a reedificar cualquier otra cosa que no fueran sus propias casas. El servicio de culto en el templo era dirigido negligentemente por sacerdotes infieles. El pueblo contrajo matrimonio con paganos y apartados de Dios (Esd. 2: 64; Hag. 1:9; Mal. 1:8, 12, 13; 2: 1, 2, 7, 8, 11-16; 3:7, 13, 14).  Y cuando vino el Mesías, la nación lo rechazó y trajo así sobre sí misma el trágico resultado que Gabriel había predicho: que, aunque Jerusalén había sido reedificada, sería, destruida por segunda vez. Jesús mismo, cuando dejó el templo para no volver nunca más, citó las mismas palabras de Daniel (Dan. 9: 25-27; Mal 23:37; 24:2, 15). Cuarenta años después los romanos destruyeron la ciudad y el templo, y cien años más tarde los judíos habían sido dispersados completamente del lugar.

            Pero antes de que ocurriesen estos trágicos acontecimientos, los apóstoles del Señor ya habían revelado la forma en la que Dios cumpliría sus promesas de bendición sobre Israel. Aplicaron la promesa a los nuevos creyentes en Cristo de todas las naciones y aceptaron la misión que había sido confiada a Israel. Aquellos que creyeron en Cristo llegaron a ser israelitas un nuevo corazón reemplazó a la circuncisión como símbolo o señal del pacto (Gál. 3: 29; 6: 15). Los creyentes gentiles comenzaron a llenar la casia de Dios (Efe. 2:1V13, 19, 20). El apóstol Pedro los llamó “linaje escogido” (1 Ped. 1:1; 2:9, 10). Antes de que Jerusalén comenzara su larga y triste experiencia de ser arrasada por los gentiles (Luc. 21: 24)7 los apóstoles dejaron bien claro que la próxima restauración sería como la Santa Ciudad del cielo, y que las promesas divinas de prosperidad y paz para el arrepentido Israel se cumplirían en la tierra nueva (Heb. 11:8-10, 15, 16; Isa. 65:17-25; 2 Ped. 3:13). El cuadro pintado por Ezequiel, de una Judá próspera, fiel, protegida por Dios de la invasión de los envidiosos Gog y Magog, jamás ocurrió. Pero encontrará su cumplimiento en el ataque final de Satanás contra el pueblo de Dios y su destrucción junto con sus ángeles (Eze. 38 y 39; Apoc. 20: 7-9). Las doce puertas de la ciudad, el río que da vida y los fructíferos árboles, vistos por Ezequiel como característicos de un Israel restaurado, tendrán su cumplimiento en las puertas de perla, el río limpio de agua de vida y el árbol de la vida en la Santa Ciudad que vio Juan (Eze. 47: 1, 2, 8, 9, 12; 48:30-35; Apoc. 21: 10-13; 22: 1, 2).

            Algunos lectores creen que ja expresión bíblica “los postreros días”, que aparece en una cantidad de profecías y promesas acerca de la restauración de Israel se refiere siempre, al período. Inmediatamente anterior a la Segunda Venida de Jesús, Por eso creen que los descendientes literales de Abrahán serán los que cumplan en nuestros tiempos la profecía bíblica, y citan a menudo textos del Antiguo Testamento como: “Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, si en los postreros días te volvieras a Jehová tu Dios, y oyeres su voz… no te dejará, ni te destruirá, ni se olvidará del pacto que les juró a tus padres” (Deut. 4:30, 31). “Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios… en el fin de los días” (Ose. 3: 5).

            Es verdad que las expresiones “los postreros días” o “el fin de los días” se refieren a menudo al final del mundo. Especialmente en los pasajes del Nuevo Testamento que hablan de tal acontecimiento. De cualquier forma, raramente esta expresión tiene ese significado en el Antiguo Testamento. La frase “en los días postreros” aparece solamente tres veces en la versión King James del Antiguo Testamento. Su equivalente “en el fin de los días”, aparece once veces en el Antiguo Testamento, versión King James, y doce en la Revised Standard Versión. Con una excepción, todas las demás son traducidas de las mismas palabras hebreas: be ‘acharith hayyamim. (Un caso, en el libro de Daniel, viene del equivalente arameo del hebreo.) La expresión hebrea significa literalmente: “En los días posteriores”. La interpretación usual en las versiones modernas (como la The New English Bible y The New International Versión) es simplemente “en los días venideros”.[1] Otras interpretaciones igualmente buenas incluyen: “En el futuro” (T.L.B.).[2] “en los días futuros” (Berkeley),[3] “en los días que vendrán” (N.A.B.),[4] y “más tarde” (T.L.B.). La consideración de algunos versículos demostrará que estas interpretaciones son correctas.

            Jacob les dijo a sus hijos lo que les ocurriría “en los días venideros” (Gén.49:1). En la mayoría de los casos se cumplieron, aparentemente, inmediatamente después del establecimiento en Canaán y se habrían completado para el reinado de David, es decir, setecientos años “en el futuro”, después del tiempo en el que Jacob habló.

            Balaam le dijo al rey de Moab lo que Israel le haría a Moab “en los postreros días” (Núm. 24:14, K.J.V., R.S.V.). Esos “días venideros” (N.E.B., N.I.V.[5]) llegaron cuando Moab fue conquistado por David, y nuevamente cuando Moab fue severamente castigado por Israel en los días de Acab. En la actualidad, no hay moabitas contra los cuales pueda actuar Israel.

            Moisés sabía que después de su muerte Israel olvidaría al Señor y sufriría las consecuencias. Esto ocurriría “en los postreros días” (Deut. 31:29, K.J.V.). De acuerdo al relato de Jueces 2:7-11, Israel sirvió al Señor todos los días que vivió Josué y los ancianos que lo sobrevivieron, y entonces comenzó la declinación y los problemas predichos por Moisés.

            ¿Cómo podemos entender las importantes palabras de Moisés al comienzo de su mensaje de despedida a Israel? Después de advertirles acerca del castigo que les sobrevendría si eran infieles, dijo: “Mas si desde allí buscaras a Jehová tu Dios, lo hallarás… ¡Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas si en los postreros días te volvieras a Jehová… no te dejará!” (Deut. 4:29-31).

            ¿Acaso no se cumplieron las palabras de Moisés una y otra vez en las liberaciones llevadas a cabo por los jueces, y nuevamente muchas veces durante el reino, y eventualmente en la cautividad babilónica? ¿Se justifica la posición de que esta promesa encontrará su cumplimiento inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo en el fin del mundo? Estas palabras encontraron cumplimiento veintenas de veces, como lo reconocieron los levitas, en los días de Esdras y Jeremías. Al recordar la historia de Israel declararon: “Pero en el tiempo de su tribulación clamaron a ti, y tú desde los cielos los oíste; y según tu gran misericordia les enviaste libertadores para que los salvasen de mano de sus enemigos” (Neh. 9: 27).

Declaraciones proféticas

            Los profetas anteriores al exilio todavía tenían esperanzas de que Israel recobraría su fidelidad a Dios. Tanto Isaías como Miqueas presentaron una gloriosa semejanza de la posible elevación de Jerusalén “en lo postrero de los tiempos” (Isa 2:1-5; Miq. 4:1-5). Ningún profeta agregó algo más de lo que había dicho Moisés setecientos años antes, que la restauración sería posible solamente si Israel caminaba en la luz de la dirección divina.

Isaías sabía que primeramente debían ser exiliado a Babilonia (Isa. 39:6,7). Después del exilio pudo prever el regreso a través del Éufrates, desde lo que en aquel entonces era conocido como Asiria, en una especia de repetición del éxodo (Isa. 11:11, 15, 16). El contexto indica que nos engañamos a nosotros mismos y a aquellos que nos oyen, si interpretamos esta “segunda” liberación como el regreso de Israel de la dispersión de nuestros días. El texto indica claramente que esta sería una liberación del exilio babilónico, una liberación que todavía estaba doscientos años en el futuro en el momento en que Isaías escribió. Sería la siguiente gran actuación de Dios después de la liberación de Egipto.

            Los profetas que vivieron durante el periodo exílico también hablaron de lo que ocurriría en los postreros días. Jeremías predijo que tanto Moab como Elam fueron beneficiados con la repatriación bajo la humanitaria política de los persas en la misma forma que lo fue Israel. Por lo tanto, los “postreros días” para Israel llegaron en la misma forma y en el mismo tiempo (Jer. 23.20, 30:24). En estos pasajes el profeta expresa su ferviente esperanza de que su pueblo “en los días postreros” se beneficiaría con la experiencia disciplinaria de la cautividad y con la eventual liberación al considerar la benévola providencia que los había acompañado durante toda esta experiencia.

            El uso que hace Ezequiel de estas expresiones es similar al que hace su contemporáneo Jeremías. El profeta exiliado trata de animar a sus compañeros de exilio luego de que se enteran de la caída y destrucción de Jerusalén (Eze. 33: 21). No solamente les profetizó acerca del regreso del pueblo a Judea (Eze. 34, 36 y 37), sino de una situación en la que reinara tal paz y abundancia que bien podría despertar las ambiciones de sus poderosos vecinos del norte (Eze. 34; 36; 37; 38:2, 6; 27: 14; 32: 26). Pero les aseguró que, aunque Gog y Magog “al cabo de años [o días]” los invadirían, su gran Libertador los protegería y destruiría al invasor (Eze. 38:8, 16). Estos peligrosos “días venideros” habrían llegado en cualquier momento después del regreso a Judea en el 537 AC, y esto ciertamente podría haber ocurrido dado el caso de que Israel, a causa de su fidelidad, hubiera llegado a ser lo suficientemente próspera bajo la dirección divina para invitar a tal invasión.

Frases en las que se usa “hasta”

            Además de los pasajes que contienen la frase “los postreros días”, hay otras dos frases frecuentemente citadas en las Escrituras que llaman nuestra atención. Ambas usan la palabra “hasta”. “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Luc. 21:24). “Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Rom. 11:25).

            En castellano “hasta” es una preposición que expresa el término del cual no se pasa ya sea en relación al espacio, La cantidad o el tiempo. Generalmente la usamos para dar a entender que una actividad o situación, existente hasta un cierto punto, cesará al llegar a ese punto. A causa de este uso generalizado, algunos han llegado a la conclusión que Lucas 21:24 y Romanos 11:25 tuvieron su cumplimiento en 1967 cuando los israelitas les quitaron a los gentiles el control de Jerusalén. Creen que este acontecimiento fue una señal de que ha terminado el tiempo de los gentiles, y que los judíos han abandonado su “dureza de corazón” y se han vuelto al Señor. ¿Podemos justificar tal creencia basados solamente en estos versículos? El Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española, Vox, dice que “hasta” usada como conjunción tiene la significación copulativa de ‘también”, “aun”. Una mirada a otros ejemplos de la Escritura nos ayudará a entender estas diferencias de significado.

            En el informe de su primera visión Daniel dice: “Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos… Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días… El Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la bestia… Miraba yo en la visión de la noche, y venía uno como un hijo de hombre… hasta el Anciano de días… Y le fue dado… reino” (Dan. 7: 8-14).

            En el curso de esta descripción dice dos veces que miraba hasta, pero en ningún caso deja de mirar en ese punto. Aquí tenemos un ejemplo en el cual se está usando el segundo significado de “hasta”. Daniel quiere decir que estaba mirando en el momento en que los tronos eran puestos, y mientras mataban a la bestia, y que él siguió mirando todos los otros acontecimientos que ocurrían en la escena del juicio mientras ésta le era presentada. De acuerdo al Lexicón In Veteris Testamenti Libros de Koehler y Baumgartner, la palabra hebrea traducida como “hasta” puede también significar “mientras”. Gramaticalmente, entonces, podemos leer la declaración de Jesús de esta forma: Jerusalén será hollada por los gentiles durante el tiempo en que o mientras se cumple el período de los gentiles. La gramática no nos exige ninguna conclusión acerca de todo lo que le puede pasar a Jerusalén después de esto. Y si tomamos sus palabras en este sentido, no tendremos conflictos con el resto de las enseñanzas de las Escrituras.

            Consideremos la experiencia de Jacob. En Betel el Señor le prometió al fugitivo Jacob que lo acompañaría en su viaje a Harán y lo haría volver a salvo a la tierra donde había nacido. Y agregó: “No te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Gén. 28:15). Seguramente no interpretaremos por esta declaración que el Señor estaría con Jacob solamente “hasta que regresara” a la tierra donde había nacido. El Señor no quiso decir que lo olvidaría a partir de este momento. Aquí se está colocando el énfasis en el propósito de la asistencia divina que tendría Jacob durante el tiempo de su ausencia hasta que lo trajera de regreso.

            Apliquemos ahora este significado al lenguaje de Pablo. El contexto de Romanos 9 al 11 deja bien en claro que no todos los israelitas literales están incluidos en el Israel de Dios. Los descendientes no creyentes de Israel no son Israel; solamente los creyentes, ya sean judíos o gentiles pertenecen a Israel. Pero la incredulidad actual de la mayoría de los judíos, tan desanimadora para Pablo, fue en realidad la causa por la que la misión cristiana se concentró sobre los gentiles. Pablo veía que, en la sabia dirección divina, Israel estaba sufriendo un endurecimiento parcial “hasta que” (mientras) entrara la plenitud de los gentiles. Ellos serían parte del Israel de Dios, y entonces todo el verdadero Israel sería salvo. (Véase Rom. 11:25, 26.) Este es el final del argumento de Pablo. No da el paso adicional de aclarar que la incredulidad de los judíos dejaría de ser tal cuando los gentiles hubieran tenido su tiempo y oportunidad, aunque obviamente nada hubiera sido más caro para su corazón. Ni nos obliga con su lenguaje a esperar que esto ocurra, tanto como nos gustaría poder verlo.

            Pero hay todavía un ejemplo más instructivo. Tanto en Lucas 21:24 como en Romanos 11:25, la palabra “hasta” se ha traducido del griego airis-hou. La misma expresión también se usa en Hebreos 3:13, y allí no se traduce como “hasta”, sino que es traducida en todas las versiones de forma tal que justifica nuestras conclusiones. El texto dice: “Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”. Si aplicamos este significado a Lucas 21:24 y Romanos 11:25, tenemos: “Jerusalén será hollada por los gentiles, mientras los tiempos de los gentiles se cumplan”. “Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, en tanto que haya entrado la plenitud de los gentiles”.

            La elección de Israel por parte de Dios para que fuera su pueblo escogido no era en principio una elección para salvación, aunque resultaría en ella. Fue una elección para el servicio (Exo. 19:5, 6; Isa. 43:10, 21; 61:6). Su intención, confirmada muchas veces, era que ellos fueran su pueblo para siempre (2 Sam. 7:23, 24). Pero hasta el ofrecimiento original del pacto del Sinaí contenía la cláusula “si” (Exo. 19:5, 6). Después de siglos de súplica y disciplina para llevarlos a aceptar de corazón su llamado divino al servicio, Dios aceptó eventualmente su rechazo (Mat. 21:43; Rom. 11:20). Ahora le ofrece este privilegio a cualquiera que desee aceptarlo, ya sea judío o gentil. De modo que, para los judíos como individuos permanecen abiertas tanto la puerta del servicio como la de la salvación. Por lo tanto, no podemos interpretar. Lucas 21:24_o Romanos 11:25 como una renovación del llamado al servicio como nación, porque éste ha sido retirado. Tampoco podemos tomar estos versículos como un nuevo llamado a la salvación, porque este llamado siempre ha estado vigente.

Todavía es un pueblo peculiar

            No obstante, el fracaso de Israel para cumplir los términos de su misión como su nación especial, Dios escogió en su sabiduría mantener vigentes sus promesas para preservarlo como su pueblo peculiar (Gen. 12:2; 15:5; 18:18; 22:16-Í8; 26:4; 28:14). No destruiría totalmente a Israel, a pesar de todo lo que pudiera hacer’ (Lev. 26: 44, 45). Casi al final del camino él podrá decir “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Mal. 3: 6). Entonces, aun cuando los babilonios, romanos, amonitas, moabitas, fenicios, asirios e hititas hayan dejado de existir, los judíos continuarán siendo un pueblo apartado y peculiar. Su misma existencia es testimonio de la veracidad de Dios.

            Si alguien toma las predicciones de los profetas del Antiguo Testamento acerca del retomo de la primera dispersión y espera que se cumplan en el Israel incrédulo y literal 19 siglos después de la segunda dispersión, ignora la naturaleza condicional de ¡a profecía hebrea tanto en sus amenazas como en sus promesas (véase Jer. 18:7-10). Tampoco toma en cuenta el hecho de que las profecías de Daniel, que anunciaban la reedificación de Jerusalén después de la primera dispersión y la destrucción que nuevamente sufriría, no mencionan otra restauración antes del juicio y del reino eterno (véase Dan. 7:26, 27; 9:24-27; 11:43-12:3). También deja sin explicación el-silencio de Jesús acerca de cualquier restauración, después de que la viña del Señor le fue quitada a los labradores infieles y entregada a otros (véase Mat. 21:43).

            Concluimos, por lo tanto, que la reocupación de Jerusalén por los modernos judíos no es un evento que esté incluido en el contenido de la profecía. La nación y el pueblo de Israel no han retornado a Palestina en penitencia y fe con el propósito de cumplir el plan de Dios designado para ellos. Si bien los israelitas modernos deben ser reconocidos por su energía e idealismo, su prosperidad presente no es el resultado de un favor especial divino, excepto el de que la bendición de Dios viene sobre todo esfuerzo diligente. Realmente los cristianos deben interesarse en el acontecer de Israel, pero no sobre la base de la profecía bíblica.

Sobre el autor: Tiene a su cargo una cátedra de religión en el Colegio Newbold, en Bracknell, Berkshire. Inglaterra; y es pastor de la Iglesia Adventista de Guildford, Surrey, Inglaterra.


Referencias

[1] N.E.B. corresponde a The New English Bible.

[2] T.L.B. corresponde a The Living Bible

[3] The Holy Bible: The Berkeley Version in Modern English.

[4] N.A.B corresponde a The New American Bible.

[5] N.I.V. corresponde a The New International Version.