Es difícil pensar en un momento más decisivo y de mayor responsabilidad en la historia del movimiento adventista. El pueblo de Dios enfrenta hoy una hora grande y decisiva, pero también gloriosa. Estamos presenciando, en una forma de lo más dramática, el asombroso cumplimiento de las profecías de los últimos días, la hora culminante cuando se extiende la última invitación de Dios a su remanente de elegidos de entre toda nación y tribu de la tierra.

Afirmamos a menudo que lo que falta hacer entre el presente de la iglesia y la terminación de la obra de Dios en la tierra es la “tarea inconclusa”. Estamos todos de acuerdo en que éste es un factor que no podemos desconocer. Sin embargo, no es el factor más importante. La falta de la lluvia tardía del Espíritu Santo —ese poder creciente que desemboca en el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel— es el factor real en la terminación de la obra. Por su intermedio “el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud” (Rom. 9:28). Mediante el agente celestial Dios “ejecutará” su obra de redención en el mundo. En este tiempo crucial tenemos que proponernos firmemente aferrarnos del poder del Espíritu Santo cuya bendición, se nos dice, “reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela” (Testimonios para los Ministros, pág. 173).

Se presentan dos grandes refrigerios espirituales en la Palabra de Dios. Estos refrigerios son llamados la “lluvia temprana” y la “lluvia tardía”, y se usan para describir la obra del Espíritu Santo al preparar a la verdadera iglesia para la venida de Cristo. Por lo general se los menciona juntos.

“Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio” (Joel 2:23).

“Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra” (Ose. 6:3).

Una manifestación del poder divino en el día de Pentecostés señaló el comienzo de la obra del Evangelio. Una manifestación mayor de su poder marcará su culminación, cuando Dios derrame su Espíritu “sobre toda carne”.

¿Qué relación tiene el derramamiento de este poder espiritual con la experiencia cristiana y el triunfo final del mensaje evangélico? Primero permítaseme señalar que las Escrituras indican claramente que debe haber algo dentro de nosotros que nos inste, nos incite a recibir aquello que Dios tiene para darnos. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). Debe haber una acción voluntaria. No es asunto de salir despreocupadamente al aire libre y dejar que la lluvia caiga sobre nosotros, simplemente porque está cayendo.

Nosotros tenemos que beber —no dejar simplemente que caiga la lluvia, sino beber. El Espíritu de Dios tiene que entrar y morar adentro para ser un poder transformador en la vida.

LAS LLUVIAS TEMPRANA Y TARDÍA

Los escritos de la pluma que inspiró el espíritu de profecía exponen claramente la relación entre el Espíritu Santo y el desarrollo del carácter cristiano, por un lado, y la obtención de la victoria final en Cristo Jesús por el otro. A este respecto, la lluvia temprana del Espíritu Santo es una preparación indispensable para la lluvia tardía. En otras palabras, debe haber una lluvia temprana antes de la tardía para preparar al pueblo de Dios para la llegada del Espíritu Santo en la plenitud del poder divino. Cuando se derrame el Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios, los que hayan quedado sin recibir y apreciar la lluvia temprana “no verán ni entenderán el valor de la lluvia tardía” (Id., pág. 405).

Se recalca este pensamiento en la siguiente declaración:

“Muchos han dejado en gran medida de recibir la lluvia temprana… A menos que avancemos diariamente en la práctica de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía… Si no nos ponemos en la actitud de recibir tanto la lluvia temprana como la tardía, perderemos nuestras almas y tendremos toda la responsabilidad sobre nosotros” (Elena G. de White, en Review and Herald, 2 de marzo de 1897).

Cuando caiga la lluvia tardía, será reconocida solamente por aquellos que hayan experimentado la “lluvia temprana”. Es la lluvia temprana la que prepara el suelo y hace que las semillas de la verdad germinen, broten y crezcan en el corazón. Debe haber “primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” (Mar. 4:28).

Hay una cosa que el Espíritu Santo no puede permitir, y es que un hombre viva con un pecado conocido. Toda persona que ha recibido el Espíritu Santo debe romper con el pecado. Con la presencia de Dios (el Espíritu Santo) morando en el corazón, el pecado no puede estar allí también. Al ser recibido en el corazón, el Espíritu Santo dará la victoria sobre todo lo que no sea semejante a Cristo.

La lluvia temprana representa una relación viviente con el Señor. Significa que nuestras vidas están completamente sometidas a su voluntad todos los días. Esta entrega completa abre el camino para que Cristo more en el corazón de su pueblo mediante su representante, el Espíritu Santo. Entonces Cristo vivirá su vida dentro de nosotros. “Nuestra conducta ya no estará bajo el control de nuestra naturaleza inferior, sino que estará dirigida por el Espíritu” (Rom. 8:4, The New English, Bible).

“Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 352).

En esta declaración tenemos la esencia del Evangelio y el secreto de una vida piadosa. Indica la completa posesión y control del corazón y la vida por Cristo, mediante el poder del Espíritu.

DIOS RESTAURARA EL DOBLE

Se ha prometido una doble porción de esta unción divina:

“Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza, hoy también os anuncio que os restauraré el doble” (Zac. 9:12).

Hoy debe repetirse el Pentecostés, pero con una entrega doble del poder del Espíritu. Cerca del tiempo del fin, cuando se esté por terminar la obra de Dios en la tierra, habrá una manifestación espiritual de la gracia divina que resultará en el más notable despliegue de la presencia y el poder de Dios que el mundo haya contemplado alguna vez.

“Pero acerca del fin de la siega de la tierra, se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre. Este derramamiento del Espíritu se compara con la caída de la lluvia tardía” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 45).

El propósito del don especial es “preparar la iglesia para la venida del Hijo del hombre”. Precisamente para que se añada este poder a nuestras vidas y a la iglesia deberíamos elevar nuestras peticiones al Señor de la cosecha.

La lluvia tardía no se concede con el objeto de purificar la iglesia del pecado. Al contrario, se otorga a aquellos que ya han alcanzado la victoria sobre el pecado.

“Vi que nadie podrá participar del ‘refrigerio’ a menos que haya vencido todas las tentaciones y triunfado del orgullo, el egoísmo, el amor al mundo y toda palabra y obra malas” (Primeros Escritos, pág. 71).

Este refrigerio de la presencia del Señor será concedido a aquellos que estén vestidos con la ropa cíe la justicia de Cristo. Esta es la obra preparatoria de la lluvia temprana.

La sierva del Señor afirma claramente que la lluvia tardía representa la culminación de la obra de la gracia divina en el corazón:

“Por el poder del Espíritu Santo la imagen moral de Dios ha de ser perfeccionada en el carácter. Hemos de ser totalmente transformados a la semejanza de Cristo” (Testimonios para los Ministros, pág. 515).

LA PERFECCIÓN EN CRISTO

¿Significa esta afirmación que durante el tiempo de gracia los santos vivientes alcanzarán un estado de santidad en el cual no se deje sentir ya nuestra naturaleza carnal? ¿Llegará un momento cuando nos veremos libres de tentaciones? Estas son preguntas de vital importancia.

Nuestro Padre celestial nos considera perfectos “en Cristo” ahora, y siempre, si nuestras voluntades están completamente de su lado. Él lo hace a pesar de que algunos aspectos de nuestra conducta no hayan sido entregados al pleno control de los principios del Cielo.

“Todavía no somos perfectos; pero es nuestro privilegio separarnos de los lazos del yo y del pecado y avanzar hacia la perfección” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 451).

Durante esta vida, la perfección en la santidad no es algo alcanzado, sino un estado hacia el cual se marcha. Es un repudio del pecado como principio motivador.

“Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé plenamente el blanco” (Id., pág. 448).

Nuestro amante Señor sabe más claramente que nosotros que somos incapaces de triunfar. Por eso él viene en nuestra ayuda, “porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Sal. 103:14). Por eso se nos dice: “Haced lo mejor que podáis, y los ángeles celestiales os ayudarán a realizar la tarea hasta alcanzar la perfección” (Elena G. de White en Review and Herald, 19 de junio de 1905, pág. 13).

En otras palabras, cuando decidimos ser enteramente como él y realizar cualquier esfuerzo por ser obedientes, Cristo suplirá la diferencia entre nuestro esfuerzo sincero en reflejar plenamente su imagen en nuestras vidas y la tendencia crónica a quedarnos cortos en alcanzar la perfección última, “y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos” (Selected Messages, tomo 1, pág. 382).

“Mediante una vida de santo esfuerzo y firme adhesión a lo recto, los hijos de Dios sellarán su destino” (Testimonies, tomo 8, pág. 314).

Quiero recalcar de nuevo que solamente aquellos que están venciendo diariamente las debilidades heredadas y las tendencias adquiridas hacia el mal, que están viviendo enteramente por Cristo, recibirán la lluvia tardía. Ellos anhelarán una experiencia en Cristo que sea viviente, personal y dirigida por el Espíritu. La lluvia tardía llegará cuando al-, caneemos el nivel espiritual que él requiere.

“Hoy debéis tener vuestros vasos purificados para que puedan estar listos para el rocío celestial, listos para la caída de la lluvia tardía; porque la lluvia tardía llegará y la bendición de Dios llenará toda alma purificada de toda contaminación” (Elena G. de White en Review and Herald, 22 de marzo de 1892, pág. 178).

LA TERMINACIÓN DE UNA OBRA MUNDIAL

La recepción del Espíritu Santo en su plenitud es la solución del problema de la terminación de una obra mundial.

La espada del Espíritu será desenvainada y bañada en la luz del cielo. Seguirá su camino a través de cualquier obstáculo. Bajo el poder del Espíritu, miles de voces consagradas por todo el mundo darán la amonestación final, y la promesa es que “toda alma verdaderamente sincera alcanzará la luz de la verdad” (El Conflicto de los Siglos, pág. 576). En esa hora del mayor despliegue de la presencia de Dios, “miles en la hora undécima verán y apreciarán la verdad”. Estas conversiones se harán “con una rapidez que sorprenderá a la iglesia” (Selected Messages, tomo 2, pág. 16). En aquellos días “el pequeño vendrá a ser mil, el menor, un pueblo fuerte. Yo Jehová, a su tiempo haré que esto sea cumplido pronto” (Isa. 60:22).

Todavía no hemos comenzado a darnos cuenta de las posibilidades de nuestros recursos humanos cuando están unidos con el poder divino. Todavía no hemos comenzado a capitalizar nuestras posibilidades en hombres y medios. Todavía no hemos comenzado a conocer personalmente el significado del verdadero sacrificio. Todavía no hemos comenzado a sacar el mayor provecho de las instalaciones y el personal de nuestras instituciones. Ahora que ha llegado la hora suprema, debemos preparar el camino para el Espíritu de Dios. La tierra está esperando; el cielo está esperando.

Aquí estamos hoy con todas las condiciones terrenales listas para ver esta gran culminación de la obra, apresurada hacia un dramático final. Sabemos que no podrá hacerse esto hasta que la iglesia tome su lugar testificando del poder santificador y transformador de Cristo morando en el interior. El mayor poder que el mundo pueda jamás ver viene de este testimonio de hombres y mujeres que, mediante la fe en Cristo y el poder del Espíritu Santo, han sido transformados a su semejanza.

Seguramente, de todo este torbellino mundial, falta de seguridad internacional y marea creciente de perversidad, debe surgir ahora un pueblo que esté experimentando el poder del Espíritu Santo en la vida de cada uno de sus miembros, hombres y mujeres impelidos a salir venciendo y para vencer.