Cómo entender y aprovechar el papel del Espíritu santo en la interpretación de la Biblia.

            A diferencia de la literatura común, la Biblia fue escrita bajo la supervisión del Espíritu Santo. Dado que sus orígenes difieren del de otra literatura, los elementos de su interpretación también difieren. La hermenéutica utilizada para estudiar la épica de Gilgamesh, Platón, Shakespeare o Longfellow no es adecuada para la Biblia. Dado que la función del Espíritu Santo en la producción, interpretación y aplicación de la Biblia la distingue de toda otra literatura humanamente motivada, debemos reconocer y respetar su origen único. Aunque las Escrituras no tienen un significado místico, secreto o espiritual que no esté en el texto mismo, su significado no puede ser captado solamente por un estudio de la sintaxis, la gramática, el contexto, el autor, el género o la estructura. A fin de entender correctamente la Biblia, debemos permitir que esta sea su propio intérprete, bajo la guía del mismo Espíritu que la inspiró originalmente.

ORÍGENES

            La Biblia se describe a sí misma como un género de literatura distintivo, en una afirmación constante de tener origen divino: “la Palabra del Señor habló”; “el Espíritu del Señor”; “vino Palabra del Señor a”; “así dice el Señor”. Pablo se refiere a las Escrituras como la Palabra de Dios (Rom. 3:2). También, afirma inequívocamente: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16, 17).1 Pedro afirma que el Espíritu Santo habló por medio de los profetas, prediciendo la venida del Salvador.

            Aunque fue escrita a lo largo de varios siglos, dado su origen común, las Escrituras muestran una unidad de revelación divina que fue canalizada por medio del Espíritu Santo a los profetas y los apóstoles. Aunque hay una unión entre lo humano y lo divino, el resultado es la Palabra de Dios. Por eso, la Escritura afirma que “nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

            De ese modo, la Escritura es única. Dado que su origen es divino, la Biblia es su propia autoridad. La Escritura no está sujeta a autoridades, filosofías ni métodos humanos. Su hermenéutica proviene de sí misma, y está en armonía consigo misma.

COSMOVISIONES

            La afirmación de veracidad de una obra literaria normalmente es aceptada por el poder de su retórica, su lógica, su filosofía y ciencia, o por su presentación de los hechos, por la belleza de su lenguaje y por los logros del autor. La Escritura, sin embargo, no necesita del poder de Aristóteles, Cervantes, Kant o García Márquez. Tiene poder propio. El Espíritu, primeramente, prepara nuestros corazones y mentes para recibir la Biblia como la autoridad de nuestras vidas. El Espíritu confirma las enseñanzas de la Biblia: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16). “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12:3). También, se nos dice que el “evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Tes. 1:5).

            Una actitud mundana o una cosmovisión humanística, racional o empírica impuesta sobre la Biblia puede cerrar la mente a lo que Dios ha expresado a través de su Palabra. Jesús era la Luz del mundo; sin embargo, cuando vino a los suyos, prefirieron las tinieblas. Se aferraron de sus cosmovisiones humanas, en vez de exponerse a la luz (Juan 1:4-13); y de ese modo permanecieron en tinieblas.

            Incluso los discípulos sufrieron de manera similar. Estuvieron con Cristo durante tres años y medio; sin embargo, a pesar de las profecías del Antiguo Testamento y las enseñanzas y las advertencias constantes de Cristo, no esperaban que fuera crucificado. Sus cosmovisiones no incluían un mesías sufriente. Sus mentes estaban tan ocupadas con pensamientos de celos y riñas que no podían escuchar la advertencia de Cristo sobre su muerte inminente.

            Nicodemo vino a Jesús de noche; en la oscuridad. Estaba empapado en la cosmovisión de que el Mesías habría de ser un rey de este mundo. Trajo su propia pequeña vela centrada en el hombre, para intentar iluminar a la Luz del mundo. Aplicó un proceso de pensamiento terrenal a su comprensión de Jesús (Juan 3:1, 2).

            Como Jesús sabía lo que le sucedía a Nicodemo, fue directamente al grano: A menos que se nazca del agua y del Espíritu, no se puede ver el Reino de los cielos. Aquello que proviene de una perspectiva terrenal es terrenal, y lo que es nacido del Espíritu es entendimiento espiritual. Nicodemo respondió: “¿Cómo es posible nacer de nuevo?” Jesús respondió que hablamos en base a lo que sabemos; es decir, la cosmovisión terrenal de la vida que ocupa nuestros pensamientos (ver Juan 3:5, 6, 9, 11).

            Si nos cuesta entender las señales y los milagros, ¿cómo podemos entender si Cristo nos habla sobre cosas celestiales? En contraste con el pensamiento terrenal, si el Hijo del hombre es levantado, atraerá a todos los hombres a sí mismo (Juan 12:32). Aquellos que vienen a Jesús sabrán quién es porque nacen del Espíritu y son guiados por el Espíritu Santo (Juan 3:1- 20; cf. Juan 1:31-34). En otras palabras, solamente bajo el poder y la inspiración del Espíritu Santo se puede llegar a conocer la Verdad. Los sistemas mundanos de pensamiento no nos llevarán a la cruz; de hecho, nos alejarán de ella.

            Pablo habla de la importancia de la perspectiva correcta para entender la Palabra de Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Rom. 12:2). Por eso, el apóstol advierte: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:8-10).

            Pablo advirtió a los Corintios que el mundo no podía conocer a Dios por medio de su propia sabiduría. Algunos buscan una señal, es decir, evidencia empírica, mientras que otros desean sabiduría filosófica; pero Dios no puede ser hallado por medio de esos sistemas. Solo podemos conocer a Dios por medio de su propia auto revelación; y Dios se da a conocer a través de su Espíritu. Es el Espíritu Santo, no el mundo, quien nos enseña acerca de Dios. Nuestro poder y entendimiento no se encuentran en los sistemas humanos sino en la sabiduría y el poder de Dios tal como lo revela su Espíritu.

CONVERSIÓN

            Cuando nos rendimos a la voluntad de Dios por medio del Espíritu, nacemos de nuevo. La conversión que viene por obra del Espíritu Santo es un giro completo del rumbo. Antes vivíamos en oscuridad; ahora vivimos en la luz. Nuestras vidas se dirigían hacia las cosas de este mundo; ahora sabemos que anhelamos cosas celestiales. Nuestras mentes antes estaban entrampadas en los errores de las perspectivas mundanales; ahora, por medio de la revelación de la Biblia, vemos las cosas desde el punto de vista de Dios.

            Esa es la razón por la que cualquier negación de la posición bíblica de que las Escrituras llegaron a la existencia por voluntad de Dios, por medio del Espíritu Santo, niega la razón de ser de la Biblia. Rechaza el contexto inmediato de la Biblia. El intérprete, por lo tanto, pierde aquello que es vital para entender las escrituras: que son la Palabra de Dios. Esta imposición de una cosmovisión externa aplicada a la Biblia impide que el intérprete alcance los principios y el poder básicos que son esenciales para entender la Palabra. Por lo tanto, seguramente vendrán, como resultado, interpretaciones erróneas.

            Además, la retención voluntaria del pecado en la vida nos coloca en oposición con la Palabra de Dios, pues el pecado nos vuelve insensibles a la influencia del Espíritu Santo, a quien necesitamos para discernir correctamente la Palabra de Dios. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor. 2:14). “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Rom. 8:6, 7).

ESTRATAGEMAS

            Bajo el poder y la dirección del Espíritu Santo, la Biblia es nuestra conexión con el Señor. Por lo tanto, es el propósito de Satanás llevarnos a malinterpretar la Palabra de Dios. Satanás desea provocar en nosotros un “corazón malo de incredulidad para apartarse” de la Palabra de Dios (Heb. 3:12). La forma de obrar de Satanás es tentarnos a dudar de la Palabra de Dios (Heb. 3; 4). Nos lleva a utilizar métodos que son independientes de Dios. Quiere que deifiquemos la razón, llevándonos a pensar que nuestro propio intelecto es independiente de Dios. Sugiere que expliquemos la influencia del Espíritu basados sobre principios científicos. Nos lleva a pervertir el significado de las Escrituras. Nos tienta a rechazar una pequeña porción de la verdad bíblica, lo que simplemente nos lleva a rechazar más. En pocas palabras, sabe que el evangelio está escondido para aquellos que se pierden, “en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Cor. 4:4).

            Cuán crucial es, entonces, que nunca caigamos en estas estratagemas y rechacemos la función esencial del Espíritu Santo en la comprensión de las Escrituras.

CORAZONES Y MENTES

            Imagine la facilidad con la cual los aficionados de Shakespeare podrían leer sus escritos si tuvieran mentalidades parecidas a la de él, si hubieran vivido dentro de su cultura y entendido su cosmovisión. De un modo similar, nuestra comprensión de las Escrituras es clarificada cuando abrimos nuestras vidas al Espíritu, que transforma nuestros corazones y nuestras mentes. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Rom. 8:11). El poder de Cristo, obrando a través del Espíritu, quita el velo de nuestras mentes enceguecidas (2 Cor. 4:4-17). Con el rostro descubierto, contemplamos “como en un espejo la gloria del Señor, [y] somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). Luego, el Espíritu escribe la Ley de Dios sobre nuestros corazones de carne (vers. 3), lo cual pone nuestros corazones y nuestras mentes en armonía con la mente de Cristo (1 Cor. 2:16). Esta unión con Cristo abre nuestras mentes para ver la belleza de la Palabra de Dios y comprenderla; cosas que no podíamos experimentar antes de nuestra conversión. En otras palabras, ¡la verdadera comprensión de la Biblia depende de la conversión del corazón y de la mente, a través de la obra del Espíritu!

PODER Y DIRECCIÓN

            El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad (Juan 15:26). El Espíritu no habla por sí mismo, sino que siempre lo hace en armonía con la Biblia. El Espíritu trae a la memoria las palabras de las Escrituras. Habilita las mentes para tener una comprensión más profunda del mensaje de la Biblia. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13, 14).

            Imaginen que se diera a un admirador de Shakespeare la oportunidad de hablar con el autor, para explorar sus matices de significado, y que él mismo explique sus intenciones específicas en una obra literaria en particular. De manera similar, tenemos el privilegio de comunicarnos con aquél que nos dio la Palabra de Dios, a fin de recibir iluminación sobre la Palabra, y para obtener el poder que produce la conversión del corazón y de la mente. El Espíritu Santo nos trae las palabras de vida. Él confiere el perdón de Dios, por medio del sacrificio de Cristo. Certifica nuestra esperanza en la vida eterna con Cristo. Solamente el Espíritu, quien nos dio las Escrituras, puede darnos un entendimiento de las Escrituras. El Espíritu Santo habla a nuestras mentes e impresiona la verdad bíblica sobre nosotros. Exalta y glorifica a Cristo en su pureza, justicia y salvación, “convierte [la Palabra de Dios] en un poder vivo en el corazón obediente”.[1]

            Por el Espíritu, ingresamos en una vida de santificación. La regeneración de nuestras vidas nos permite entender mejor la verdad. Cristo dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Hay una interacción entre la vida que vivimos y nuestra comprensión de la verdad. La verdad no es, simplemente, lo que conocemos, sino también lo que hacemos (1 Juan 1:6; Juan 3:21). Cristo manifestó: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).

PROCLAMACIÓN

            Si nuestra lectura de la Biblia está abierta a la dirección del Espíritu Santo traerá, como resultado, un deseo de compartir con los demás lo que Cristo ha hecho por nosotros. Luego de la resurrección, Cristo se encontró con los discípulos y prometió que recibirían poder luego de que el Espíritu Santo viniera sobre ellos, y serían testigos de Cristo en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. Más tarde, cuando los discípulos se reunieron, fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron la Palabra de Dios con denuedo (Hech. 1:5-8; 4:31). Pablo también dijo que no había venido con excelencia de discurso, con palabras persuasivas de sabiduría humana o señales empíricas, sino con la demostración del Espíritu y poder (1 Cor. 1:17-2:16).

            El don del Espíritu Santo impulsó a los discípulos a llevar el mensaje del evangelio por todo el mundo. En vez de especulación humana, la espada del Espíritu arrojó luz sobre Cristo y se abrió camino entre la incredulidad, trayendo humildad, confesión y transformación. “Miles se convirtieron en un día”. La iglesia se expandió con rapidez.[2]

            El poder de la Biblia bajo el Espíritu de Dios no es imaginario, etéreo, simbólico ni mítico. Este poder trajo a la existencia los mundos, dio vista a los ciegos, sanidad a los sordos y vida a los muertos. Satanás desearía, por sobre todas las cosas, disminuir la fuerza de aquel poder en nosotros, distanciarnos de la transformación que produce la Palabra y separar nuestra predicación de la influencia de las Escrituras.

            El Espíritu Santo es el Consolador. Anhela abrir la Biblia ante nosotros, pues trae el mensaje del amor de Dios, su plan de salvación y su ofrecimiento de perdón. Nos purifica del pecado que nubla nuestra lectura de las Escrituras. El Espíritu Santo trae conversión de corazón y de mente, lo que nos habilita para entender y vivir en armonía con la Palabra de Dios. Por último, a través de las Escrituras, el Espíritu Santo trae la promesa del pronto regreso de Cristo, quien nos restaurará a la comunión cara a cara con Dios; propósito por el cual las Escrituras fueron dadas originalmente. En síntesis, al haber sido inspirada por el Espíritu Santo, la Biblia solamente puede ser comprendida por medio de ese mismo Espíritu. Cuán crucial es que abramos nuestras vidas a la obra del Espíritu.

Sobre el autor: Cofundador, expresidente y actual tesorero de la Adventist Theological Society.


Referencias

[1] Elena de White, El evangelismo, p. 126.

[2] Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 31.