”A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mat. 5:41).
En el año 63 a.C., cuando Pompeyo desplegó las insignias romanas sobre los muros de Jerusalén, la gente comenzó a sentir el rigor del yugo romano. Entre las medidas vejatorias introducidas por el conquistador se encontraba la que autorizaba a un enviado del César, que se encontrara viajando, a ordenar a cualquier judío que le llevara su equipaje hasta una milla.
Podemos imaginar el odio que bullía en el pecho de un judío humillado, al sentirse obligado a cargar el equipaje de un gentil arrogante, bajo los rayos quemantes del sol, por un camino polvoriento del suelo asiático. Justo frente a un auditorio compuesto por judíos celosos de sus prerrogativas, como hijos de Abraham y herederos legítimos de la tierra de Canaán, Jesús dijo: “A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos”.
Jesús comprendía la difícil situación que se había creado entre esas razas hostiles. Si el judío cumplía, aunque fuera de mala gana, en contra de su voluntad, la obligación impuesta por la ley romana, estaba admitiendo que era inferior. Si iba más allá del deber estaría demostrando una libertad interior y una superioridad que desarmarían al opresor.
La obligación de esta regla traspasa los reducidos límites de Palestina; avanza a lo largo de dos mil años de historia, y sigue siendo un principio permanente y universal, válido para todos los cristianos. El camino más seguro para eliminar la esclavitud es hacer más de lo que se nos pide. La primera milla a veces es ingrata; la gloria siempre va junto con la segunda.
OBLIGACIÓN VERSUS PLACER
Los que trabajan sólo por obligación nunca llegan a descubrir el placer y la bendición del trabajo creativo y espontáneo. El trabajo sólo recompensa a los que llevan a la oficina, el taller, la planta industrial o a su lugar de labor el espíritu de iniciativa, haciendo más de lo que exige el deber, transformando así la obligación en un privilegio y una oportunidad de crecimiento. En lugar de ser esclavos de las circunstancias, se vuelven señores de ellas. Logran la libertad superior de trabajar, no por necesidad, sino porque quieren. Poseídos por el espíritu de la segunda milla se ubican por encima de la tiranía del reloj y son dueños de su tiempo.
Acerca del espíritu de la segunda milla Miguel Rizo dice lo siguiente: “Este gran principio de Jesús divide en dos partes la conducta humana: la obligatoria y la voluntaria; es decir, lo que hacemos por obligación o lo que hacemos, además, voluntaria y espontáneamente. La primera y la segunda milla. Sólo cuando lo voluntario excede a lo obligatorio la vida deja de ser esclavitud y se alcanza un pleno sentido de dignidad y valor”.
La primera milla está en el plano del deber; la segunda en el del amor. El deber es majestuoso; el amor es divino. El deber obliga; el amor constriñe. El deber enaltece; el amor sublima.
Cuando Ana Nery auxiliaba a los soldados heridos en los campos de batalla del Paraguay, lo hacía con el espíritu de la segunda milla. Aliviar sólo el sufrimiento físico era andar la primera milla; cumplir el deber. Aminorar al sufrimiento moral con una sonrisa a toda prueba, una palabra oportuna, un gesto de amor incansable, dándose a sí misma para que otras vidas a punto de extinguirse recibieran el bálsamo de la simpatía, era ir más allá del deber.
PROFESIONAL, MERCENARIO Y APÓSTOL
La diferencia que existe entre un profesional, un mercenario y un apóstol es el espíritu de la segunda milla. El profesional, ya sea médico, abogado o administrador, se limita a cumplir estrictamente sus obligaciones. Comienza su trabajo puntualmente, pero nadie lo ve trabajar fuera de hora. Es fiel en la observancia de la ética profesional, pero no se sacrifica por el bien de los demás. Se conforma con la rutina de su profesión, sin tomar jamás una iniciativa que perjudique sus conveniencias personales. Nunca se lo ve dirigiendo una campaña para bien del prójimo, ni contribuyendo al progreso de su patria o de su iglesia. No le saca dinero de más a los clientes, se ofende si alguien traspasa los principios de la ética profesional, pero nunca se dispone a ir más allá de la primera milla. Es sólo un fiel cumplidor del deber. La humanidad le agradece, pero no le levantará una estatua.
En un plano inferior están los mercenarios, también numerosos en sus respectivas profesiones. Son los que convierten los consultorios en escenarios, la medicina en charlatanería, la abogacía en un medio de extorsionar a la gente, la política en demagogia y la religión en una farsa, un subterfugio. No da un paso si no es a precio de oro. Para esta gente la primera consideración no es el deber sino el lucro. La honra no le interesa, sino la bolsa. Para esa gente no existe la colectividad sino el yo. No busca el crecimiento cristiano.
El mercenario no ve nada en su profesión, a no ser la oportunidad de ganar dinero. De ahí su afinidad con los negocios y los sobornos. También se reviste de todos los preceptos de la ética cristiana, pero como Judas y el brasileño Joaquim Silvério dos Reis, vende su espíritu por unas cuantas miserables monedas de plata. Para la humanidad, los mercenarios sólo merecen desprecio.
La tercera clase está compuesta por los apóstoles. Son hombres que no esperan que se los mande, sino que avanzan por iniciativa propia. No se limitan al deber, sino que van más allá de éste, hasta el sacrificio personal. La alabanza que los mueve no son las imposiciones externas, sino el idealismo que brota de un carácter noble. Para ellos los cargos y los puestos son oportunidades de servicio en favor del prójimo. Sus decisiones están determinadas no por ventajas personales sino por la visión del bien colectivo.
Los apóstoles hacen de la imprenta una tribuna para informar a la opinión pública. De la medicina un ministerio abnegado para aliviar el sufrimiento físico y moral de la humanidad. De la abogacía una oportunidad para anular las demandas de los poderosos y una espada para defender los derechos de los más débiles. Del magisterio un instrumento para liberar a la nueva generación de la tiranía de la ignorancia. Del ministerio pastoral un medio para llevar a Cristo a gente necesitada de nuevas perspectivas de vida y carentes de salvación.
Son hombres y mujeres que no consideran preciosa su propia vida mientras se predique el evangelio y los pecadores queden libres de las destructoras cadenas del pecado. Por tierra y mar, en las ciudades y en las aldeas, en las avenidas y las callejuelas, en los guetos y en los arrabales, anuncian a tiempo y fuera de tiempo que “la esperanza es Jesús”.
SERVICIO DE AMOR
La razón principal por la que Jesucristo enunció el principio de la segunda milla fue liberar la religión del estrecho ámbito del deber y la obligación, para ponerla en el plano del verdadero y real sentido del amor. En su miopía espiritual, los escribas y los fariseos habían reducido la religión a un conjunto de ceremonias y tabúes. Para ellos la religión consistía en repetir ciertos ritos y abstenerse de hacer determinadas cosas. No tenían el programa positivo de la acción divina, ni el verdadero sentido del amor al prójimo manifestado en un servicio voluntario.
Como iglesia de Dios y como sus pastores, se nos invita hoy a andar la segunda milla, para trabajar con amor y por amor, disfrutando del ministerio en vez de soportarlo. El espíritu de la segunda milla requiere que haya una mentalidad de siervo, cuya placentera preocupación es promover el bienestar de aquéllos a quienes sirve. Si hubiera un reconocimiento, siempre sería bienvenido; pero su inexistencia no sería excusa para perder el ánimo y la dedicación. Por el contrario, nuestro patrón de conducta lo prescribió Jesús: “Pero no será así entre vosotros, sino que el quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero será siervo de todos, porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:43-45).
Sobre el autor: Hijo Secretario Ministerial de la Asociación de la Meseta Central, Brasilia, DF.