El pastor y su esposa deben ser amigos íntimos. Y en el ámbito de esa amistad deben ser honestos para aconsejarse mutuamente.

La obra pastoral es cada vez más exigente, estresante y I solitaria, ya sea que el pastor se desempeñe como administrador o que esté al frente de alguna congregación. En ambos casos hay una sensación de aislamiento, o de que se los está observando, evaluando y criticando. Esa sensación de soledad y escrutinio también alcanza a la esposa del pastor.

Esa sensación de alienación puede privar a la pareja de la nutrición necesaria para satisfacer sus necesidades emocionales, tan necesaria para el desarrollo integral en la vida, en el matrimonio y en el ministerio.

Una óptima fuente de ánimo y nutrición, disponible para el pastor y su esposa, es la misma pareja. Antes de ser un equipo ministerial eran una pareja que proveía una fuente abundante e inagotable de fuerza para los dos. A esa experiencia la llamo el espejo de los cónyuges. ¿De qué se trata?

Conocimiento mutuo

La base de la relación hombre-mujer está esbozada en la Biblia. Se aplica tanto al pastor y a su esposa como a cualquier otro matrimonio. La pareja pastoral es ante todo una sociedad, marido y mujer. Sólo después de eso los demás los deben ver, y ellos mismos deben verse, como pastores. El pastor debe comprender con mucha claridad que él no es primeramente el pastor de su esposa y después su marido. La esposa debe comprender que ella es en primer lugar una esposa, antes de ser cualquier otra cosa para su esposo. No debe haber lugar para nimiedades en su relación mutua.

La primera obligación de ambos es amar, cuidar y estar disponibles el uno para el otro, eternamente comprometidos con su matrimonio. Es importante que el ministerio fluya a partir de esta unidad y no al revés. El libro del Génesis nos dice que “creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:27). La humanidad constituida por el hombre y la mujer juntos refleja más plenamente la imagen divina que si estuvieran separados.

Adán y Eva no estaban separados: constituían un matrimonio. Dos seres humanos diferentes se convirtieron en uno solo. En cierto sentido son una unidad: una totalidad. En otro sentido son una unión: dos componentes coordinados que funcionan en relación mutua. En el matrimonio la relación del marido con su mujer une dos componentes de la humanidad. Esa relación requiere que se descubran mutuamente.

Un reflejo beneficioso

Un espejo es un objeto en el que nos podemos ver reflejados. Generalmente usamos el espejo para ver partes de nosotros mismos que de otra manera no se podrían ver, o para vemos desde una perspectiva en la que normalmente no nos vemos. Usamos el espejo después de hacer lo mejor posible para tener una buena apariencia. También lo usamos cuando tenemos la sospecha de que a pesar de nuestros mejores esfuerzos para conocemos a nosotros mismos podría haber por allí algo desconocido. Nos preocupa que alguien pueda ver en nosotros algo que no hemos podido discernir, y que tratamos de ocultar.

El espejo nos proporciona una información imparcial, en el sentido de que estamos bien, o de que finalmente estamos como siempre intentamos estar. Elimina nuestras dudas y afirma nuestra aceptabilidad, nos capacita para servir al mundo sin recelos ni distracciones.

De la misma manera, una sana relación conyugal provee un ambiente especial en el que los cónyuges pueden servir de espejo el uno del otro. Todos nosotros padecemos de accesos de ceguera cuando se trata de vemos a nosotros mismos. Son debilidades, amaneramientos e idiosincrasias que reducen nuestra eficacia. Pero, porque forman parte de nosotros y lo han sido durante mucho tiempo, no somos conscientes de su presencia. Es posible que los amigos y los colegas nunca mencionen nuestras flaquezas. Nos quieren proteger del dolor y la confusión, y no saben cómo decirlo sin correr el riesgo de ser incomprendidos.

En mi vida pastoral muchas veces he tenido la posibilidad de verme a mí mismo a través de los ojos de mi esposa y compañera. Ella me ha inducido a notar las necesidades de los demás, que yo no veía, y a ser sensible a ellas. Me ha ayudado a pulir mi manera de comunicar desde el púlpito, y hasta a elegir la ropa que debo usar en esas ocasiones. A veces he visto que mis pensamientos se reflejaban mejor gracias a sus reacciones. Es posible que a veces no esté de acuerdo con lo que veo en el espejo, pero estoy agradecido porque existe y enriquece mi ministerio.

También tengo el privilegio de ser el espejo de mi esposa. A ella le gusta lo que yo digo acerca de su ropa y me dice que eso la tranquiliza más que lo que le dice el espejo. Hace poco fuimos a una tienda para comprar vestidos nuevos; entonces ella me dijo: “Si te gusta lo que ves, no necesito mirarme al espejo”. Eso me decidió a ser un espejo adecuado.

Dudas personales

El espejo nos ayuda a disipar nuestras propias dudas. A Angelina —mi esposa— le gusta acompañarme a algunas reuniones, siempre que puede hacerlo. Eso es muy bueno. Manifiesta su aprecio, y comparte conmigo ciertos puntos definidos que le tocaron el corazón. Comenta la reacción de los oyentes y destaca los aspectos en que yo podría haberme desempeñado mejor.

Eso me da una sensación de aceptación propia y confianza. Después pongo en práctica sus consejos, corrijo mis notas, y las próximas presentaciones siempre son mejores.

La crítica hacia la familia del pastor no es rara. En la mayoría de los casos la crítica apunta a la pareja. Eso puede producir algunos sufrimientos y dudas. Los pastores a veces nos concentramos exageradamente en una determinada crítica que alguien difunde por allí. En ese caso la crítica se transforma en una fuente de permanente sufrimiento, lo que desgasta nuestro ministerio. Se profundiza la sensación de fracaso, y perdemos oportunidades de crecer. En esas ocasiones necesitamos que la esposa actúe como un espejo, para poder restaurar nuestra perspectiva y recuperar el equilibrio.

Nuestras dudas personales pueden afligimos en los aspectos de nuestra apariencia y nuestro desempeño. La sociedad deposita cargas muy pesadas y frecuentemente irreales en esos dos aspectos. Pero lo que realmente cuenta es la opinión de las personas importantes de nuestro propio círculo. Para el hombre casado la persona más importante es su cónyuge. Podemos sentimos rechazados en el trabajo, entre nuestros familiares y hasta frente a la vida. Pero el rechazo del cónyuge puede ser devastador. Cuando uno de los cónyuges acepta al otro incondicionalmente produce la mayor diferencia del mundo.

EL MEJOR PROVECHO

Son numerosos los verdaderos escenarios en los que el reflejo del espejo puede ser útil, y varían de pareja en pareja. Lo que importa es la aplicación del dinamismo del verbo reflejar. A continuación presentamos algunas ideas útiles:

Mantenga abiertas las vías de comunicación. Cuando la comunicación se interrumpe, la imagen del espejo se distorsiona. Los compromisos y los deberes con frecuencia relegan a segundo plano la comunicación. Sencillamente no hay sustituto para la comunicación íntima y personal. La única manera de conservar la comunicación consiste en comunicar.

Acepte ser un espejo. Para reflejar efectivamente se necesita madurez tanto de parte del que desempeña el papel de espejo como del que se refleja en él. Cada cónyuge debe estar de acuerdo para asumir ese papel. La expresión de ese acuerdo facilita la tarea del que actúa como espejo y ayuda a tomar iniciativas para revelar los aspectos que merecen atención.

Desarrolle la idea de que forma parte de un equipo. El pastor y su esposa son un equipo; no son competidores. El éxito de uno es el éxito del otro. Cuando falla uno de los miembros del equipo, el equipo falla. Por lo tanto, lo razonablemente mínimo es ayudar al otro a ser tan buen jugador como sea posible.

Cree un ambiente apropiado. Si yo no estuviera en el lugar apropiado con respecto al espejo no vería mi imagen reflejada en él. Cada cónyuge necesita tener una disposición favorable con respecto al otro. Tal vez necesitemos frecuentes períodos de descanso lejos de las actividades del ministerio para dedicarnos el uno al otro.

Debemos comprendernos de acuerdo con lo que somos. Lo que somos es más importante que lo que hacemos. Lo que hacemos procede de lo que somos. Necesitamos tiempo para ser nosotros mismos, simplemente eso. No nosotros con respecto a los miembros de la iglesia o a otros beneficiarios de nuestro ministerio. Necesitamos tiempo para relajarnos y ser verdaderamente seres humanos.

Sean amables y honestos. Es posible que los miembros de la iglesia no reflejen en nosotros los aspectos en que debemos mejorar; son amigos lejanos. Con frecuencia hay una gran distancia entre la parroquia y los parroquianos. El pastor y su esposa deben ser los más íntimos amigos el uno para el otro. Y en el escenario de esa amistad deben ser amorosamente honestos.

Concéntrense en lo positivo. Crecer en una atmósfera placentera de aprobación y ánimo es más fácil que en el árido clima de la crítica. Necesitamos reflejar las áreas de fortalecimiento y desarrollo mutuos. Incluso cuando sea necesario mencionar algunas cosas negativas debe crearse una atmósfera positiva. Preste atención a los pequeños triunfos y victorias. Estimule los sueños pequeños y las raras posibilidades.

Mírense juntos en el gran espejo: Jesucristo. Cuando lo contemplamos nos transformamos de gloria en gloria a su semejanza (2 Cor. 3:18), y se abren delante de nosotros muchas perspectivas. Cuando vemos en cada uno de nosotros a Cristo, y a Cristo en cada uno de nosotros, podemos servir con más facilidad de espejo al otro. Eso implica nuestra entrega a Dios como sus hijos y siervos. Incluye descubrir cuál es su voluntad y lanzarnos a la aventura de obedecerle activamente.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Secretario de la Asociación Ministerial de la División del África Oriental.