La mayor amenaza para la iglesia y el ministerio

Una de las películas más impactantes que retrata las motivaciones y deseos humanos es El abogado del diablo. La trama retrata a un exitoso abogado del interior de Florida que nunca ha perdido un caso y, por su profesionalismo, es contratado por una reconocida firma de abogados en Nueva York. Aunque su carrera prospera, su matrimonio comienza a desmoronarse y su esposa es atormentada por apariciones demoníacas. Se encuentra dividido entre el éxito profesional y el deterioro familiar. Su jefe, sin embargo, tiene un poderoso recurso para mantenerlo bajo control: la vanidad, su pecado favorito. La trama revela que tanto la vanidad como el orgullo están más presentes en nuestra realidad de lo que imaginamos y afectan a personas y familias. Este problema también afecta a la iglesia y al ministerio.

En el Cielo

La Biblia afirma que la vanidad y el orgullo surgieron misteriosamente en el Cielo. Isaías 14 y Ezequiel 28 describen, con vívidos detalles, las motivaciones equivocadas del “ungido querubín grande, protector” (Eze. 28:14), el ángel que estuvo ante Dios. Aunque poseía una gloria indescriptible y vivía en un ambiente sin pecado, el “hijo de la mañana” se exaltó a sí mismo y se convirtió en el “diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo” (Apoc. 12:9). Isaías 14:13 revela su deseo de estar “sobre las estrellas”, lo que implica al menos dos cosas: insatisfacción con su condición de criatura y ambición por la posición del Creador. El ángel, que era hermoso, perfecto y lleno de luz, quería más. El Comentario Bíblico Adventista dice: “El deseo de exaltarse a sí mismo ocasionó la caída de Lucifer”.[1] Elena de White añade: “Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse. […] Aunque toda su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla como perteneciente a sí mismo”.[2]

En Ezequiel 28:17, el término hebreo traducido como “enalteció” (literalmente “se elevó”) es gābah, que puede entenderse tanto positivamente (“el Señor Todopoderoso será exaltado en juicio” [Isa. 5:16]) como negativamente (“Se llenaron de soberbia” [Eze. 16:50]). Sin duda, el sentido negativo es la aplicación correcta en este contexto.

La expresión “intenso trato comercial” (vers. 16) se asocia con la calumnia satánica: “La nefasta obra de Lucifer, quien diseminó la rebelión en el cielo, es comparada con el comercio de Tiro”.[3] Las conversaciones deshonestas entre Lucifer y otros ángeles provocaron una guerra en el Cielo, mientras distorsionaba el gobierno de Dios en pos de su propia gloria. En contacto con los ángeles, “congregó a las huestes angélicas, disimulando sus verdaderos propósitos, y les presentó su tema, que era él mismo”.[4] Como consecuencia, Dios expulsó al diablo y a sus ángeles (Apoc. 12:4), y la Tierra se convirtió en el escenario del conflicto.

En el Edén

El jardín del Edén, un lugar perfecto en el que Dios mantenía una relación diaria con Adán y Eva, se convirtió en el escenario de la caída de nuestros primeros padres. En uno de sus engaños, la serpiente le dijo a Eva: “Dios sabe que el día que ustedes coman de él se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gén. 3:5). Tan tentadora como el fruto mismo fue la promesa de que Adán y Eva serían como Dios. Nótese que este fue también el deseo original de Lucifer en el Cielo. La pretensión de ser igual a Dios y la búsqueda de la autoexaltación fueron las razones que llevaron a la caída de aquel que había sido “un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios”.[5] Ahora, intentó sembrar en el corazón de Eva los mismos sentimientos que lo llevaron a pecar. Elena de White escribió: “Fue este ambicioso orgullo lo que le indujo a rebelarse, y por el mismo medio trata de causar la ruina del hombre”.[6]

Desafortunadamente, Satanás logró que Adán y Eva cayesen en su estrategia: atraer el ego humano instigando la autoexaltación. Al comentar sobre este triste episodio, George Knight declaró: “Adán y Eva siguieron un camino similar cuando eligieron su propia voluntad sobre la voluntad y las palabras de Dios en Génesis 3. Este pecado rebelde ha resultado en toda la miseria que desde entonces ha infectado al planeta Tierra. El orgullo y la autosuficiencia siguen siendo el centro mismo del problema del pecado”.[7] El ego es nuestro mayor enemigo. Si queremos tener alguna ventaja sobre él, el primer paso es reconocer esta verdad.

En el corazón

Desde que el pecado entró en el mundo, hemos estado en guerra constante: contra los demás, contra nosotros mismos y, sobre todo, contra Dios. El corazón humano se ha convertido en un campo de batalla donde se libran luchas diarias. ¿Cuál es la más intensa? Elena de White responde: “La guerra contra el yo es la batalla más grande que jamás hayamos peleado. Rendir el yo, al entregar todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha”.[8] Precisamente por eso esta guerra es tan ardua.

Lidiar con el ego requiere, en primer lugar, reconocer su presencia constante, lo cual no es fácil. Como observó Ryan Holiday: “No es fácil enfrentar el ego. Primero hay que aceptar que el ego está ahí. Luego, necesitamos someternos al autoescrutinio y la autocrítica. La mayoría no puede soportar la incomodidad de un autoexamen. Es más fácil hacer casi cualquier otra cosa. Sin duda, algunos de los logros más increíbles del mundo resultan del deseo de evitar la oscuridad del ego”.[9]

A menudo, el ego intenta imponerse en situaciones cotidianas, ya sea cuando cedemos a nuestro apetito por algo que es malo para nosotros o cuando somos reacios a admitir un error en nuestra relación con nuestro cónyuge. Aunque sabemos que estamos equivocados, preferimos defender nuestras ideas y opiniones en lugar de ceder por amor y humildad.

Dada la condición en la que se encuentra el corazón desde que entró el pecado, es necesario protegerlo. ¿Por qué? Porque es engañoso (Jer. 17:9), duro como piedra (Eze. 11:19), y pecaminoso (Sal. 51:10). Jesús resumió la naturaleza del corazón diciendo que “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaño, vicios, envidias, chismes, soberbia, insensatez; todas estas maldades de dentro salen, y eso contamina al hombre” (Mar. 7:21-23). Salomón añade que el corazón debe estar bien guardado, “porque de él mana la vida” (Prov. 4:23).

En la cultura hebrea, el corazón es el centro de todo lo que es el ser humano, incluso los pensamientos que determinan sus decisiones de vida. Según Russell Champlin, “todo lo que hace que la vida valga la pena ser vivida se origina en el hombre espiritual y luego se manifiesta en la vida externa del hombre de múltiples maneras. Están en juego todos los valores espirituales del hombre, así como los actos que de ellos resultan”.[10] Por lo tanto, el corazón, o mejor dicho, la mente, debe ser el espacio mejor protegido del ser humano. El término hebreo para “guardar” (mishmar) significa “vigilar” o “vigilar una frontera”. La mente necesita ser monitoreada constantemente, ya que es el campo de batalla donde libramos nuestras peleas más importantes.

En la iglesia y en el ministerio

Los mayores problemas que enfrenta la iglesia y el ministerio a menudo se originan en corazones que no viven verdaderamente como parte del cuerpo de Cristo. Es cierto que hay unidad en la diversidad, pero no en la adversidad, en la crítica destructiva, en la oposición política, en la falta de respeto explícita o en la indiferencia programada. Muchas de nuestras crisis podrían tener contornos diferentes si aprendiéramos a ceder, a escuchar y a pensar como un cuerpo. A lo largo de la historia de la iglesia, el ego ha dejado su huella en las personas: líderes y miembros, maestros y estudiantes, famosos y anónimos. El resultado es que no avanzamos a la velocidad deseada porque nuestro mayor obstáculo somos nosotros mismos.

Es posible que algunas iglesias no crezcan porque la mayoría de sus miembros están más preocupados por sus necesidades internas que por el servicio externo. Es posible que algunos líderes no renuncien a sus roles por amor al puesto, prestigio o reconocimiento que estos roles brindan. Es posible que pastores y miembros no continúen lo iniciado por sus predecesores y simplemente busquen algo más personal u original, en lugar de mejorar lo ya construido. En el fondo, el ego está presente en estas y muchas otras experiencias.

El ego ha sido el destructor de matrimonios, familias, sueños, relaciones, carreras, iglesias y ministerios. Casi todas las crisis humanas están alimentadas por un corazón que pone al yo en el centro y por encima de todos y de todo. Muchos podrían haber sido verdaderos instrumentos de bendiciones si no pensaran constantemente que todo debía girar en torno a ellos mismos. La cara más visible del ego es el orgullo, responsable de casi todos los males humanos. C. S. Lewis afirmó: “el orgullo ha sido la causa principal de sufrimiento en todas las naciones y en todas las familias desde que el mundo es mundo”.[11] Si esto no se toma en serio, las consecuencias serán devastadoras en casi todos los aspectos de la vida. Pero, ¿cómo lidiar con el ego?

El remedio para el egocentrismo

El plan para resolver el problema del pecado no comenzó en el Edén. El orgullo de Lucifer no tomó a Dios por sorpresa ni dejó al Señor sin respuesta. La Biblia afirma que el Cordero ya fue provisto “desde la creación del mundo” (Apoc. 13:8). Es extraordinario ver cómo Dios redime a la humanidad por un camino opuesto al tomado por el ángel rebelde. Mientras que el corazón de Satanás estaba obsesionado con la ambición por el trono, el corazón de Cristo estaba enfocado en la cruz. Pablo destaca esto en Filipenses 2:7 y 8, mostrando que la entrega de Cristo es el camino opuesto al egocentrismo iniciado en el Cielo. William Hendriksen comentó: “Nos encontramos ante un hermoso misterio, ¡un misterio de poder, sabiduría y amor!”[12] Pablo insta a los cristianos a no sentirse superiores a nadie, sino a adoptar la misma actitud de Cristo (Fil. 2:5).

La solución a un corazón egocéntrico es vaciarse al contemplar a “Jesucristo, y a él crucificado” (1 Cor. 2:2). Sin embargo, la vida cristiana requiere más que la simple contemplación: exige nuestra propia crucifixión. Para una generación que busca reconocimiento, aplausos, alabanza y homenaje, aceptar la cruz –símbolo de muerte y renuncia a sí mismo– no es fácil. Pero esto es exactamente lo que Pablo expresa en Gálatas 2:20: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

¿Te das cuenta de que hay vida en la crucifixión? No hay vida en la exaltación personal, en la búsqueda incesante de ser el mejor, en la presentación de resultados para la autopromoción ni en el uso de personas para beneficio propio. La verdadera vida está en la renuncia y en la exaltación de Cristo.

Pero, al fin y al cabo, ¿en qué consiste la vida crucificada? A. W. Tozer responde: “La vida crucificada es una vida absolutamente dedicada a seguir a Cristo Jesús, a parecerse más a él: pensar como él; actuar como él; amar como él. […] Cualquier cosa que nos obstaculice en nuestro camino debe recibir un golpe mortal”.[13] En la vida crucificada, nuestras motivaciones y propósitos están alineados con los intereses divinos y no con los intereses personales. Esto significa no sólo hacer lo correcto, sino hacerlo también por las razones y propósitos correctos, que a menudo solo conocemos nosotros y Dios. Sólo el Espíritu Santo es capaz de convencernos de nuestro egocentrismo, de purificar nuestras motivaciones y de llevarnos a vivir una vida crucificada. Como afirma Larry Crabb: “Creo que existe una manera bíblica, guiada por el Espíritu, dependiente de Cristo y agradable a Dios, de superar nuestras adicciones hasta el punto en que seamos capaces de llevar una vida significativa que sobreabunde de poder sobrenatural para los demás”.[14] Nuestros corazones necesitan estar abiertos a lo que Dios quiere cambiar en ellos.

La caída de Lucifer estuvo motivada por la búsqueda de la gloria personal. Fue desear la gloria que pertenecía únicamente a Dios lo que apagó al ángel de luz. La caída de Adán y Eva siguió un camino similar. A lo largo de la historia de la humanidad, muchos han tropezado por la misma razón, pero Cristo nos enseñó a buscar la gloria de Dios. En Juan 17:4, 5 y 13, Cristo declara que su obra era glorificar al Padre. Pablo también afirma que este debe ser el enfoque de todo cristiano en todas las áreas de la vida. “Así, si comen, o beben, o hacen otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31). El ejemplo de Cristo y el consejo de Pablo deben guiar nuestra forma de vivir.

En su libro La esposa de Cristo, Charles R. Swindoll describe la gloria de Dios en un sentido más amplio: “Si su vida es un ejemplo de lo que es glorificar a Dios, los demás, al ver sus buenas obras, no lo glorificarán a usted, porque sabrán que lo que usted hace es para la gloria de Dios”.[15] ¿Qué significa esto para los miembros, pastores, administradores y cristianos en general? “Significa que debemos engrandecer, exaltar y enaltecer al Señor nuestro Dios, a la vez que nos humillamos y nos sometemos a su sabiduría y su autoridad”.[16]

No te preocupes por promocionar tus logros. Mejor prioriza la promoción del Reino. No busques la autopromoción, sino la exaltación del Rey. El egocentrismo es la mayor amenaza para la iglesia y el ministerio, ya que le quita a Cristo la gloria que le pertenece exclusivamente. Sin embargo, existe un poderoso antídoto contra esto: la cruz de Cristo. Debemos poner nuestro corazón en la cruz, porque “La luz reflejada de la cruz del Calvario humillará todo pensamiento orgulloso. Aquellos que buscan a Dios de todo corazón y aceptan la gran salvación que les es ofrecida, abrirán la puerta del corazón a Jesús. Dejarán de atribuirse gloria a sí mismos. No se enorgullecerán por sus realizaciones, ni se atribuirán el mérito por sus capacidades, sino que considerarán todos sus talentos como dones de Dios, que deben ser utilizados para su gloria. Toda capacidad intelectual será considerada por ellos como preciosa únicamente en la medida en que pueda emplearse para el servicio de Cristo”.[17]

Sobre el autor: Secretario ministerial para la Iglesia Adventista en Sudamérica


Referencias

[1] Francis D. Nichol, ed. Comentario biblico adventista del septimo dia (ACES, 1995), t. 4, p. 211.

[2] Elena de White, Patriarcas y profetas (ACES, 2015), p. 13.

[3] Nichol, Comentario biblico adventista del septimo dia, t. 4, p. 706.

[4] Elena de White, La historia de la redencion (ACES, 2014), p. 16.

[5] Elena de White, La verdad acerca de los angeles (ACES, 2015), p. 29.

[6] Elena de White, Testimonios para la iglesia (APIA, 1998), t. 6, p. 657.

[7] George R. Knight, Caminhando Com Jesus no Monte das Bem-Aventurancas (CPB, 2001), p. 8.

[8] Elena de White, El camino a Cristo (ACES, 2022), p. 43.

[9] Ryan Hopliday, Ego is the enemy (Penguin, 2016), p. 211.

[10] Russell N. Champlin, O Antigo Testamento Interpretado (Hagnos, 2018), t. 4, p. 2557.

[11] C. S. Lewis, Cristianismo y nada mas (Caribe, 1977), p. 124.

[12] William Hendriksen, Comentario do Novo Testamento Efesios e Filipenses (Cultura Crista, 2013), p. 144.

[13] A. W. Tozer, A Vida Crucificada (Vida, 2021), pp. 20, 21.

[14] Larry Crabb, Viciados em si Mesmos (Vida Nova, 2024), p. 20.

[15] Charles R. Swindoll, La esposa de Cristo (Vida, 1994), p. 19.

[16] Swindoll, La esposa de Cristo, p. 21.

[17] Elena de White, Nuestra elevada vocacion (ACES, 1962), p. 116.