Quiera el Señor librarnos de pensar como el taximetrista que preguntó al pastor que conducía en su coche:

—¿Dónde está su iglesia, señor?

—No soy pastor de ninguna iglesia en particular, porque soy evangelista— replicó el ministro.

Prosiguieron el viaje en silencio por unos instantes, hasta que el conductor le dijo lo

siguiente:

—No se desanime, reverendo, algún día cambiará su suerte.

Hace poco se oyó que un ministro le decía a otro, refiriéndose a un tercero: “Oh, no es más que un evangelista”. Estas palabras suscitan dos preguntas: ¿Existe una forma de servicio más elevada que el trabajo del evangelista? Y, ¿es posible que para una pequeña minoría el evangelismo se haya convertido en un peldaño para alcanzar “mayores” responsabilidades?

Hermanos, ¿no es el don del evangelismo en sí mismo una exaltada vocación? ¿A qué mayores alturas puede aspirar una persona, fuera de llegar a ser un ganador de almas?

Nuestro movimiento, desde sus comienzos, ha dado atención primordial a la ciencia del evangelismo. Ya que a la iglesia se le ha confiado el último mensaje de Dios para el mundo en esta hora suprema, se ha puesto el énfasis en la predicación de ese mensaje. De modo que resulta acertado concluir que el crecimiento continuo de la iglesia será afectado directamente por este énfasis.