Los que en nuestros días consideran que el don de lenguas es la prueba suprema del bautismo del Espíritu, se refieren invariablemente a 1 Corintios 14 para apoyar sus asertos. En realidad, para descubrir el punto de vista de Pablo sobre el asunto, hay que ubicar el problema en su contexto general que abarca también los capítulos 12 y 13. Estos tres capítulos constituyen una unidad indisoluble, y en ellos se desarrolla un razonamiento lógico, constituido por ideas inseparables. Concebido sobre la base de un plan definido, estos pasajes no son sólo los que proporcionan más información detallada acerca del don de lenguas, sino también los que se prestan a las explicaciones más diversas, según sea la interpretación que se le dé a las declaraciones claves.

Dos Interpretaciones comunes

            Según la interpretación más comúnmente admitida, se trataría únicamente del don de hablar en lenguas extranjeras, conocidas por los hombres, de acuerdo con los comentarios que hicimos acerca del libro de los Hechos. (Véase El Ministerio Adventista de marzo-abril de 1975, págs. 15-19.) El problema, en Corinto, sería el resultado del mal uso del don de lenguas extranjeras. En lugar de servirse de ese don para edificar a la iglesia o para predicar el Evangelio, algunos lo habrían usado para lograr prestigio, al predicar sin que nadie les pudiera entender. De ahí que el apóstol denuncie la inutilidad, el desorden y la confusión producidos por esa práctica pueril.

            Esta es, naturalmente, la explicación más sencilla y que parece armonizar mejor con el sentido dado por Lucas al milagro del Pentecostés. Sin embargo, ciertos términos técnicos, como también ciertos detalles, parecen indicar que hay algo más que eso. Y sobre todo, ¿cómo se puede concebir que el Espíritu Santo conceda el don de lenguas a hombres capaces de hacer mal uso de él, hasta el punto de perjudicar a la iglesia en lugar de beneficiarla?

            La segunda interpretación, radicalmente opuesta a la primera, considera que las manifestaciones de Corinto son totalmente diferentes de las de Jerusalén. En efecto, en Pentecostés los discípulos hablaban los idiomas de sus oyentes; cada cual les oía hablar en su lengua. En este caso es diferente. Nadie puede comprender el idioma del que habla, porque “habla misterios” (1 Cor. 14:2). El mismo parece ignorar el contenido de su discurso, porque su “entendimiento queda sin fruto” (vers. 14). De ahí la conclusión de que se trataría, en este caso, de lenguas desconocidas para los hombres. Ese idioma sólo tendría valor a título privado, para la edificación personal del creyente. Las restricciones de Pablo se referirían solamente a su uso en público, en las reuniones, cuando no hubiera intérpretes.

            Con el auge de los movimientos carismáticos, esta explicación está conquistando cada vez más partidarios. Numerosos exégetas creen que la expresión “hablar en lenguas”, que usa Pablo, se refiere, efectivamente, a hablar en lengua en estado de éxtasis. Por eso diversas versiones modernas de la Biblia no vacilan en traducir esta expresión por “el que habla en estado de éxtasis”, o “en el idioma del éxtasis”, etc. (Véase A. Kuen, Lettres pour Notre Temps, New English Bible, etc.)

            La diferencia que hay entre las manifestaciones del Pentecostés y las mencionadas en 1 Corintios 14 es evidente. Pero, ¿puede concebirse que Pablo y Lucas hayan empleado los mismos términos en sentidos diferentes, incluso opuestos? Lucas era el fiel compañero de Pablo. De vez en cuando fue su secretario, y se sabe con qué arte resumió algunos de sus discursos. Además, Lucas estaba en Éfeso cuando Pablo le escribió a los corintios. En esa época también ambos presenciaron simultáneamente los incidentes que se relatan en Hechos 19: 1-7. Al referirse a los acontecimientos del Pentecostés, siete u ocho años más tarde, Lucas sin duda tenía presente el problema que se aborda en 1 Corintios 12 al 14. La insistencia de Lucas por definir claramente el sentido que se le debe dar al don de lenguas no deja de tener relación con las extravagancias de los corintios y las especificaciones de Pablo. De todos modos, es inconcebible que dos escritores tan cercanos el uno del otro, como Pablo y Lucas, ambos autores inspirados del Nuevo Testamento, puedan contradecirse acerca del significado de lo que ambos consideran un don del Espíritu, al que Lucas designa como “hablar en otras lenguas” (Hech. 2:4), Pablo como “diversos géneros de lenguas”, “don de lenguas” (1 Cor. 12: 10, 28), y ambos como “hablar en lenguas” (Hech. 10:46; 19:6; 1 Cor. 12:30, etc.).

            Para nosotros, la contradicción es el resultado de interpretaciones demasiado excluyentes, la primera de las cuales sólo ve el don de hablar lenguas extranjeras, y la segunda sólo el hablar en estado de éxtasis. Ahora bien, ¿no habrá tenido Pablo la intención de definir el verdadero don de lenguas, frente a su falsificación manifestada en la Iglesia de Corinto? A falta de datos precisos e indiscutibles, nos vemos obligados a recurrir a conjeturas que esperamos nos ayuden a comprender mejor estos textos. Pero, sea como fuere, es evidente que los corintios deben haber comprendido la diferencia que el apóstol Pablo trató de establecer al respecto.

“Los hombres espirituales”

            Pablo llegó a Corinto durante su segundo viaje misionero. Allí residió meses, entre los años 51 y 52, y echó los fundamentos de la iglesia local. (Hech. 18:24, 27; 19:1; 1 Cor. 3:4.) La mayoría de los conversos era de origen pagano, lo que explica algunos de los problemas que surgieron poco después de la partida de Pablo. Durante los tres años que duró su ministerio en Éfeso, entre el 54 y el 57, Pablo se enteró, directamente o por medio de cartas, de ciertas dificultades doctrinales que surgieron en Corinto, como asimismo de ciertos procedimientos poco conformes con el ideal cristiano.

            Al estudiar los capítulos 12 al 14 es indispensable recordar, entonces, que Pablo los escribió con la intención de resolver un problema concreto. Ya en los capítulos anteriores se había visto obligado a definirse acerca de otros problemas concernientes al matrimonio, a las carnes sacrificadas a los ídolos, al comportamiento de las mujeres en las reuniones y a la forma de celebrar la Cena del Señor. Al responder a preguntas específicas que se le hicieron, Pablo recurrió cada vez en sus respuestas a la fórmula: “En cuanto a…” (7:1, 25; 8:1; 12:1; 16:1, 12), o a esta otra: “No quiero, hermanos, que ignoréis…” (10:1; 12:1). Al abordar el problema que nos ocupa, las dos fórmulas aparecen yuxtapuestas con lo que señala el comienzo de un nuevo capítulo de la carta, y su intención expresa de no dejar a los corintios en la ignorancia acerca de un tema tan importante.

            El problema está claramente expuesto en la introducción, que aparece en 1 Corintios 12: 1-3; pero en la mayoría de las versiones del Nuevo Testamento aparece falseado desde el mismo principio por una traducción inexacta de la expresión clave toon pneumatikoon. En las versiones comunes se la ha traducido por “los dones espirituales”, en circunstancias que Pablo, jamás asocia la palabra jarísmata, “dones”, con el adjetivo “espirituales” cuando se trata de los dones del Espíritu. (Véase 1 Cor. 12:4, 9, 28, 30, 31, y otros diez pasajes más.) Todo lo que proviene del Espíritu de Dios es, para él, forzosamente espiritual. Además, no son los dones los causantes del problema, sino los que los usan, y más definidamente los que hablan o pretenden hablar “por el Espíritu de Dios”: “Los pneumáticos”, como prefieren traducir algunos intérpretes (Alio), o aun “los espirituales” (Vulgata), “los inspirados” (J. Hering). De esa manera se traduce esa misma palabra en otros pasajes de Pablo; en la conclusión, por ejemplo (1 Cor. 14:37), y en otras partes. (1 Cor. 2:15; 3:1; Gál. 6:1; Efe. 6:12; 1 Ped. 2: 5)

            Por lo tanto, el problema que aquí se aborda es el de los “hombres espirituales”, los “pneumáticos”, es decir, los que son o pretenden estar inspirados por el Espíritu. Desde el mismo comienzo Pablo establece la diferencia que existe entre los que verdaderamente hablan “por el Espíritu de Dios” y los que no hablan “por el Espíritu de Dios” (12:3). Pablo no olvida que los creyentes corintios son cristianos desde hace apenas cinco años, y que la mayoría de ellos ha salido del paganismo. Atribuye, pues, sus errores a su ignorancia (vers. 1), recordándoles la forma en que antes, como paganos, adoraban a los ídolos: “Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos” (vers. 2).

Los “Inspirados” en las religiones paganas

            Esa referencia a sus antiguas formas de adorar pone en evidencia el propósito de Pablo de eliminarlas completamente del culto en la Iglesia de Corinto, porque no se trataba en ese caso de hablar bajo la inspiración del Espíritu de Dios, sino más bien de un resabio del paganismo, es decir, hablar en éxtasis, lo que era conocido por los corintios. Recordemos que Pablo percibe la acción de los demonios detrás de los “ídolos mudos” (1Cor. 10:20). Ahora bien, tal como lo demuestra (vers. 2), en los cultos paganos que buscaban el éxtasis como demostración de la comunión con los dioses, los adoradores eran en realidad víctimas de los poderes demoníacos que los manejaban sin que ellos pudieran evitarlo. Algunos de los términos técnicos que emplea aquí, se refieren definidamente a su creencia de que eran transportados al mundo invisible gracias a fuerzas sobrenaturales, cuando en realidad eran víctimas de los demonios. De ahí la advertencia del versículo 3, que establece una diferencia radical entre lo que proviene del Espíritu de Dios y lo que pertenece a otro espíritu.

            “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. Esta es la pauta a seguir. El que habla inspirado por el Espíritu de Dios no puede sino alabar al Señor. Como los discípulos en el día de Pentecostés, refiere “las maravillas de Dios” y profetiza bajo la inspiración del Espíritu. No sucede lo mismo con el “inspirado” a la manera pagana, que dice, al contrario: “¡Jesús es anatema!” Algunos se han preguntado si Pablo realmente se refería a casos concretos, y si así era, por qué no expresa con mayor vehemencia su indignación contra tales blasfemos.

            Así procedían, precisamente, los místicos paganos en el momento cuando entraban en éxtasis, como muy bien lo explica el P. Alio: “Debemos admitir que habían llegado realmente al conocimiento de Pablo algunos casos de ‘pneumáticos’ que emitían sonidos extraños al luchar sin duda contra el espíritu de Jesús, del cual creían estar poseídos, a la manera de la sibila que echa espuma por la boca y rechaza la inspiración que la oprime, o de Casandra que maldice a Apolo en el Agamenón de Esquilo. Eran, por cierto, formas de culto absolutamente paganas e intolerables, pero no desconocidas para los místicos más devotos” (Citado por Pirot, 1 Cor. 12:3, pág. 255).

            No, Pablo no se indigna, porque atribuye esos errores a la ignorancia de los que los practican. Por el contrario, aprovecha la ocasión para darles a conocer el amor perfecto, tal como lo presenta en el capítulo 13. Pablo sabe por experiencia que sólo el amor auténtico puede conducir del error a la verdad. No olvida nunca cómo actuó el Señor con él: “Fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia” (1Tim. 1:13). Guiado por el mismo principio del amor, Pablo quiere corregir ciertas prácticas paganas que todavía subsisten en la Iglesia de Corinto, entre las cuales se cuenta cierto “hablar en lenguas” que él opone sistemáticamente al verdadero don de lenguas.

            Para lograrlo, a partir del versículo 4 del capítulo 12, Pablo define las características de los dones del Espíritu. Aunque distintos, su fuente es una sola: “Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (vers. 11). Más aún, “a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (vers. 3, 4, 5, 6, 12, 17, 19, 26, lo mismo que en Efesios 4:12). El propósito de los dones del Espíritu es el beneficio común, la edificación de la iglesia, el perfeccionamiento de los santos. Ningún don de Dios se da para provecho personal, y todos deben contribuir a la unidad del cuerpo de Cristo, que es la iglesia.

            Ahora bien, el hecho de que el apóstol se refiera a estos principios elementales, parece indicar precisamente que los “inspirados” de Corinto no los conocían. Por eso juzga oportuno recordarles que hay diversidad de dones y que el don de lenguas no tiene la importancia que ellos le atribuyen. Tres veces lo coloca intencionalmente al final de la lista, e insiste incluso en el orden de importancia: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego…después…” y finalmente “los que tienen don de lenguas” (12:28). En Romanos 12:4 y en Efesios 4:11 el don de lenguas ni siquiera se menciona. Por último, a los que creían ser los únicos inspirados por el Espíritu, Pablo se apresura a decirles que el Espíritu de Dios no es posesión exclusiva de algunos privilegiados. Por el contrario, es privilegio de todos: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (12:13).

“Un camino aún más excelente”

            A los que en la Iglesia de Corinto creían poseer el don por excelencia, Pablo les quiere mostrar “un camino aún más excelente” (vers. 31), el del amor, tema del capítulo 13. Algunos han pensado que el himno al amor se encuentra allí, entre el capítulo 12 y el 14, por error de un copista. Por el contrario, lejos de ser un error o una digresión, el capítulo 13 está estrechamente ligado al contexto. En efecto, si hay un don mejor que otro, es una virtud que supera todo don, y sin la cual todos los demás pierden su valor: Es el amor, el agape.

            Es interesante notar que al comienzo del capítulo 13 Pablo establece la superioridad del amor en comparación, en primer lugar, con el don de lenguas y el don de profecía que constituirán el objeto de una confrontación sistemática que desarrollará en el capítulo 14. Pablo había puesto en guardia a los corintios contra los peligros de una inspiración que no se debería al Espíritu de Dios, y contra la sobreestimación del don de lenguas en particular, del cual se jactaban los “inspirados” de Corinto. He aquí lo que les dice: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas”, sin amor, no tendría más valor que esos cultos paganos en los cuales los adoradores se excitaban al son de címbalos y tambores. Sólo el amor confiere a los diversos dones su carácter genuinamente cristiano, y los distingue del misticismo y el entusiasmo paganos. En el amor encuentran los dones su cumplimiento, porque entonces están orientados hacia la edificación de la iglesia. Sin amor, los dones no sirven para nada, salvo para jactancia, orgullo y un egoísta beneficio personal. Hace una lista de defectos que el amor no posee, y hace hincapié en ella pues ciertamente deben haberse manifestado en el carácter de los “inspirados” de Corinto. Por fin “cesarán las lenguas”, les dice, como asimismo las profecías y la ciencia, razón adicional para tratar de lograr las cosas que permanecen. Sobre todas ellas, “seguid el amor”.

            Habiendo dicho eso, al concluir el capítulo 13, Pablo está ahora en condiciones de abordar el problema propiamente dicho: El don de lenguas tal como se practicaba en la Iglesia de Corinto y cómo se lo debe practicar para lograr el propósito por el cual Dios lo estableció. De esto hablaremos en el próximo artículo. (Continuará.)

Sobre el autor: Es el secretario de la División Euroafricana.