Hay quienes ponen un énfasis especial en el don de lenguas, como si fuera una señal decisiva para distinguir a los legítimos seguidores del Maestro de los que solamente profesan serlo pero no lo son en realidad. Por esa razón, es conveniente estudiar el tema para darle los alcances que realmente debe tener.

En primer lugar, es indispensable recordar que el don de lenguas no puede ser desligado de los otros dones del Espíritu.

El apóstol Pablo dedica dos pasajes al tema. Se encuentran en Efesios 4 y 1 Corintios 12. En este segundo capítulo, menciona “géneros de lenguas” e “interpretación de lenguas” (vers. 10).

La expresión griega usada por Pablo es tá jarísmata (los dones). Con ella se relaciona nuestro adjetivo “carismático”. Por eso se habla de la “era carismática”. Es el período que va desde el día de Pentecostés hasta aproximadamente el año 100 de nuestra era (unos 70 años).

Durante ese lapso, lo natural era que los cristianos se refirieran a algún don del Espíritu que podían compartir (véase Rom. 1:11). En nuestros días no usaríamos ese leguaje pues los dones no actúan con la magnitud que tenían entonces.

La forma pronunciada en que se manifestó el poder de Dios en su iglesia naciente puede ejemplificarse con diversos pasajes narrados por San Lucas en Los Hechos de los Apóstoles. Sirvan de ejemplos la forma en que Pablo dejó ciego a Elimas, el encantador (cap. 13) y las resurrecciones de Dorcas y Eutico (caps. 9 y 20).

Durante este período, no sólo actuaba el Espíritu en forma prodigiosa mediante los apóstoles, usados como instrumentos de los dones, sino que también se realizaron notables milagros efectuados directamente por el cielo. Como ejemplos, mencionaremos la liberación de Pedro de la cárcel (cap. 12); la liberación similar de Pablo y Silas (cap. 16); y la forma en que Felipe fue arrebatado por el Espíritu cuando predicó el Evangelio al etíope (cap. 8).

Los prodigios que acompañaban a los predicadores de la naciente iglesia habían sido prometidos por Cristo mismo, tal como se lee en Mar. 16:17, 18. Y esas “señales” eran para confirmar “la palabra” (vers. 20).

Manifestación especial del don de lenguas

El día de Pentecostés hubo una demostración excepcional del don de lenguas que ha dado lugar a que haya quienes la tomen como la señal básica para identificar a la iglesia de Dios en la tierra.

El capítulo que San Pablo dedica a ese don es 1 Corintios 14. No es justo tomarlo aisladamente; pues es la prolongación natural del capítulo 12, donde el apóstol se ocupa de los dones del Espíritu \en su conjunto. El capítulo 13 es solamente un paréntesis para hacer resaltar el amor como “un camino más excelente” (1 Cor. 12:31).

Si hay una explicación más extensa en cuanto al don de lenguas, es porque su uso indebido podía dar lugar a confusión y descrédito. (Véanse 1 Cor. 14:5, 9, 13, 16, 23, 27, 28.) Citaremos sólo uno de estos versículos: “De manera que, si toda la iglesia se juntare en uno, y todos hablan lenguas, y entran indoctos o infieles, ¿no dirán que estáis locos?” (vers. 23).

En este capítulo, el apóstol también se ocupa del don de lenguas en su forma natural. Nos dice: “Doy gracias a Dios que hablo lenguas más que todos vosotros” (vers. 18). El erudito rabino, educado a los pies de Gamaliel, hablaba arameo como su idioma materno; indudablemente conocía el idioma hebreo como la lengua sagrada de las Escrituras; sus epístolas nos dicen que usaba con fluidez la lengua koiné, derivada del griego (véase también Hech. 21:37); debe haber hablado latín, pues los altivos magistrados romanos ante quienes hubo de comparecer no permitían que se les hablase en otro idioma. No sabemos si hablaba o conocía otras lenguas.

Es notable también que en este capítulo se presenta el don de profecía varias veces (vers. 1, 3, 4, 5, 22, 24, 29, 31, 32, 39) en comparación con el don de lenguas. Es indudable que por “profecía” se entiende la facultad de exhortar e instruir; de reprender y corregir más que el don manifiestamente sobrenatural de predecir lo futuro.

Quede, pues, claramente establecida esta verdad: el don de lenguas no es tratado como algo aislado. Es sólo parte de un conjunto de dones emanados todos del “mismo Espíritu” (1 Cor. 12:4). Y su empleo únicamente podría ser efectivo si se usaba “para edificación” (1 Cor. 14:26).

El porqué del don de lenguas pentecostal y cómo se manifestó

Los judíos esparcidos por diversas regiones del Imperio Romano ya no hablaban la misma lengua. Era muy grande el poliglotismo de los “advenedizos de la diáspora” (1 Ped. 1:1 Versión Straubinger), llamados “extranjeros esparcidos” en nuestra Versión Valera.

Leemos al respecto: “Durante la dispersión, los judíos habían sido esparcidos a casi todos los lugares del mundo habitado, y en su destierro habían aprendido a hablar varios idiomas. Muchos de estos judíos estaban en esta ocasión en Jerusalén, asistiendo a las festividades religiosas que se celebraban. Toda lengua conocida estaba representada por la multitud reunida. Esta diversidad de idiomas hubiera representado un gran obstáculo para la proclamación del Evangelio; por lo tanto Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del Evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban. Este don milagroso era una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo. Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 32, 33).

Se necesitó imperiosamente de ese prodigio porque en esa época no había diversas facilidades de que disponemos hoy. No había diccionarios. Por eso, para poder conocer con la mayor exactitud posible el significado de un vocablo dudoso del griego clásico, por ejemplo, es imprescindible recurrir a los autores de la época y, mediante una prolija comparación de sus escritos, es posible determinar el sentido que daban a la palabra cuyo significado se trata de conocer. Por supuesto, no había ninguna manera de imprimir lo que se escribía y ésa era una traba muy grande para el intercambio humano, y con mayor razón, cuando se trataba de personas de diferente idioma.

En nuestros días

Los días que nos ha tocado vivir se caracterizan por los decididos esfuerzos de Satanás por engañar “si es posible, aun a los escogidos” (Mat. 24:24).

Uno de los medios que emplea el maligno para provocar confusión y engaño es la falsificación de los dones del Espíritu en algunas de sus manifestaciones. Hay quienes dicen poder usar el don de sanidades en forma particular. Al hacerlo, niegan aun la existencia de las enfermedades y pretenden que todo se puede curar con oración. Aunque no dudamos de que esto último sea verdadero, no estamos de acuerdo con la forma en que se hace un despliegue del mismo, dándole el calificativo de “ciencia”. Otros pretenden haber tenido una revelación profética especial que estuvo escrita con caracteres misteriosos en ciertas planchas desaparecidas. Hay quienes dicen recibir de un modo espectacular un “bautismo del Espíritu” que los capacita para hablar en lenguas desconocidas. Finalmente, hay una falsificación del don de la interpretación profética en quienes aplican los siete tiempos de Nabucodonosor (Daniel, capítulo 4) como algo simbólico aplicable a los tiempos de las gentes de Lucas 21:24 con lo que originan una explicación que confunde a muchos en cuanto a la forma visible y literal en que vendrá nuestro señor Jesucristo.

A todas las imposturas deben aplicárseles las dos pruebas establecidas bíblicamente ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido “(Isa 8:20) “Por los frutos los conoceréis “(Mat 7:16)

No podemos imaginarnos, siquiera por un momento, que un supuesto hacedor de milagros sea dirigido por Dios cuando guía a sus oyentes en un estribillo que dice: “¡Viva la gracia, muera la ley!”

Así tampoco podemos aceptar como legítimo un don de lenguas que da lugar a escenas de desorden y confusión. Si no hay “edificación”, no hay propósito alguno en que se oigan gritos incoherentes, sílabas sin sentido y se adopten actitudes que revelan fanatismo.

Conclusiones

En lo que atañe al don de lenguas y la forma en que realmente podría manifestarse como algo legítimamente emanado de Dios, mencionaremos los siguientes puntos:

1. Siendo uno de los dones del Espíritu, no puede presentarse sin estar acompañado por las otras manifestaciones celestiales de que habla San Pablo en Efesios 4 y 1 Corintios 12.

2. Fue indispensable en los días de antaño, cuando comenzaba la predicación del Evangelio. Podría ser necesario hoy también, en circunstancias cuando Dios lo creyera conveniente, pero siempre para “edificación”.

3. Así como los dones del Espíritu fueron acompañados por legítimos milagros en los días apostólicos, así también en nuestros días debemos ser muy cuidadosos en cuanto a la identificación de lo que se pretenda hacer pasar por un milagro o “señal” de origen divino.

4. En lo que atañe al don de lenguas, será preciso distinguir entre lo que realmente es un idioma y lo que son incoherencias sin propósito alguno. Si algo logran, es desacreditar el nombre del cristianismo.

5. Será necesario documentar lo que afirman quienes dicen haber oído blasfemias pronunciadas en idioma chino mientras se realizaba una reunión de quienes pretenden tener el don de lenguas.[1] De ser esto exacto, sería un ejemplo de que realmente se habló en idiomas que no son el propio, pero no para honra y gloria de Dios, sino para lo opuesto a ella.

6. Cuando Dios nos promete su Espíritu es para que seamos fieles a su voluntad y le obedezcamos. Nos enseña el profeta: “Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra” (Eze. 36:27). “Los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12) están llamados a ser los depositarios legítimos de los abundantes dones del Espíritu.


[1] Se nos ha informado que el pastor Fordyce Detamore, evangelista de notable éxito en Estados Unidos fué quien escuchó dichas blasfemias en idioma chino. El pastor Detamore actuó durante largos años en el extremo oriente. Sin embargo, seria necesario tener todos los elementos probatorios suficientes como para

presentar públicamente este hecho, gravísimo en sí mismo.