La cuestión del don de lenguas y del don de interpretación de lenguas puede dividirse en dos partes, según lo presenta 1 Corintios 12:10. La primera se refiere a la definición de ese don en la forma en que se manifestaba en la iglesia primitiva; la segunda, analiza si ese don existe o no en la iglesia de hoy.

En lo que respecta al texto griego de 1 Corintios 12:10, la primera expresión que consideramos es gene glossón, que se traduce en la Biblia por “género de lenguas.” En la Versión Moderna se traduce esta expresión en forma similar, pero el lenguaje empleado está de acuerdo con las necesidades lingüísticas actuales: “diversos géneros de lenguas.” La según da expresión que nos ocupa es herméneia glosson, la “interpretación de lenguas.”

Diremos dos palabras acerca de glosson, el genitivo plural de glossa, “lengua.” Aparece cincuenta veces en el texto del Nuevo Testamento; se emplea para designar tanto al órgano mismo, como la sucesión de sonidos que produce, o sea el lenguaje; así por ejemplo en la frase: “tribu, lengua y pueblo.” No hay ninguna duda de que el texto que nos ocupa se refiere al sonido oral o lenguaje.

En cuanto a estas expresiones, el texto griego no contiene nada que presente algún problema. Tanto la Versión de Valera como la Versión Moderna son fidedignas. En el texto de los manuscritos no se halla ninguna variación significativa, en lo que atañe al sentido.

¿En qué consistía el don?

En Marcos 16:17 se citan las palabras de Cristo: “Hablarán nuevas lenguas;” con ellas se refirió a un género de milagros que realizarían los discípulos después de su ascensión. El cumplimiento de esta profecía se verificó algunos días más tarde, en ocasión del Pentecostés. En Hechos 2:4 se anota: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.” En Jerusalén había judíos “de todas las naciones debajo del cielo,” y “cada uno les oía hablar su propia lengua.”

El don que se impartió en el Pentecostés consistió en que los apóstoles hablaran distintas lenguas, no en que los presentes oyeran distintas lenguas. Esto se indica por el hecho de que se lo llama don de lenguas. Se dice que “el Espíritu les daba que hablasen,” no que se les daba a los oyentes la facultad de oír.

El hecho de que hablaran “como el Espíritu les daba que hablasen” indica también que el fenómeno no era simplemente una reacción humana al estímulo de la presencia del Espíritu Santo. Las acciones que ejecutaban los discípulos en esa oportunidad estaban bajo el control directo del Espíritu. La palabra y el impulso que los guiaba obedecían al Espíritu. Además, hablaron en lenguas vivas, que comprendían los extranjeros presentes. Por los numerosos lugares que se mencionan, se deduce que hablaron dialectos locales y no el idioma griego, porque el griego lo habría comprendido la mayoría de los presentes.

La Hna. White escribe lo siguiente, al referirse a esta manifestación:

“Toda lengua conocida estaba representada por la multitud reunida. Esta diversidad de idiomas hubiera representado un gran obstáculo para la proclamación del Evangelio; por lo tanto Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del Evangelio extensamente, hablando correctamente los idiomas de aquellos por quienes trabajaban.”—”Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 30.

Este don no afectó únicamente al empleo de lenguas extranjeras, sino que también pulió el uso que hacían de su lengua nativa, el ara- meo. “Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero.” (Ibid.) Era a la vez una señal y un testimonio: “Este milagroso don era una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo.”— Ibid.

Pedro y Cornelio

La evidencia siguiente del don de lenguas fue la experiencia de Pedro con la familia de Cornelio, que se registra en Hechos 10:45, 46: “Y se espantaron los fieles que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.”

No existe ninguna razón que induzca a creer que el don de lenguas de este ejemplo fuera esencialmente diferente de lo que era cuando se manifestó entre los discípulos en los días del Pentecostés. Había una razón muy valedera que explica que la familia de Cornelio hablara en idiomas diferentes: porque los que habían venido con Pedro no creían que los gentiles pudieran recibir el don del Espíritu Santo. Como en el Pentecostés, también aquí ésa fue una señal y un testimonio para los judíos cristianos, que no estaban preparados para aceptar a los gentiles en su iglesia. Aunque no se sabe en qué idiomas hablaron, no sería desacertado suponer que lo hicieron en arameo o en hebreo, ya que éstos habrían impresionado más a los escépticos judíos cristianos.

Los conversos de Apolos

El próximo ejemplo de la manifestación del don de lenguas en la iglesia primitiva que se registra aconteció entre los conversos de Apolos, en Éfeso. Apolos los había bautizado con el bautismo de Juan, y cuando Pablo fue a Éfeso les preguntó a esos creyentes si habían recibido el don del Espíritu Santo. Ante la respuesta negativa, los instruyó y los bautizó en el nombre del Señor Jesús. Luego les impuso las manos y recibieron el Espíritu Santo, lo que les hizo profetizar y hablar en otras lenguas. Una vez más no hay ningún motivo para creer que el don que recibieron aquí fuera esencialmente distinto del que habían recibido los discípulos en el Pentecostés. No se sabe si en ese momento estaban presentes algunos que comprendieran lo que hablaban estos convertidos cuando recibieron el don. Pudo haber sucedido que hubiera algunos gentiles en cuyo beneficio se habría manifestado especialmente esa aptitud.

La siguiente declaración de la Hna. White atestigua que ese don fue un lenguaje real, que continuó en posesión de esos hombres y que les fue dado con un propósito definido:

“Entonces fueron bautizados en el nombre de Jesús; y “habiéndoles impuesto Pablo las manos, recibieron el bautismo del Espíritu Santo, que los capacitó para hablar en las lenguas de otras naciones y para profetizar. Así quedaron habilitados para trabajar como misioneros en Éfeso y sus vecindades, y también para salir y proclamar el Evangelio en Asia Menor.”—Review and Herald, 31 de agosto de 1911.

Esencialmente, el don que se manifestó aquí era idéntico al que se había presentado en días del Pentecostés.

El caso de los corintios

La otra referencia al don de lenguas que se hace en el Nuevo Testamento se encuentra en 1 Corintios, y el texto central de este artículo forma parte de ella.

Los capítulos 12 al 14 de 1 Corintios constituyen una unidad. Uno de los temas principales que se presentan aquí es el don de lenguas y la interpretación de lenguas. Pareciera que estos capítulos fueron escritos poco tiempo después de la experiencia que tuvo Pablo con los conversos de Apolos. Es evidente que los hermanos de la iglesia de Corinto habían sobreestimado la cuestión del don de lenguas, y Pablo estaba deseoso de poner las cosas en su lugar.

El capítulo 12 se inicia con la referencia a la parte crítica del problema: los dones espirituales. Al parecer, Pablo tenía presente de modo particular el don de lenguas, porque en el versículo 3 dice: en pneumati theou lalon, lo que significa “nadie que hable por Espíritu de Dios,” una expresión casi idéntica a la que emplea en el capítulo 14, versículo 2, al referirse al don de lenguas. Pablo se espacia en el cuadro total de los dones que había recibido la iglesia, a través de todo el capítulo 12, porque su deseo es demostrar que este don de lenguas, al que le estaban atribuyendo tanta importancia, no era el don más importante que Dios había concedido a su pueblo. Pone de relieve la gran variedad de dones, todos los cuales proceden del mismo Espíritu, y deja claramente sentado el hecho de que ninguno debe imponerse a otro.

Pablo inicia el capítulo 13 refiriéndose una vez más a las lenguas, para demostrar que el amor es aún más importante que ese don. El don de lenguas cesará y las profecías pasarán, pero el amor permanecerá para siempre. (Vers. 8.)

Finalmente, en el capítulo 14 el apóstol encara el problema real, el don de lenguas. La preocupación de Pablo era que debía usarse para el bien común.

Hasta aquí no hay nada revelador de que el don concedido a los corintios fuera en alguna forma diferente del que se manifestó en el Pentecostés o en la familia de Cornelio en Éfeso. Sin embargo, Pablo establece una demarcación bien definida entre el don de lenguas y el de profecía (vers. 2 al 5), lo que parece extraño, ya que en el pasado se hacía referencia a ellos casi como sinónimos. En ocasión del Pentecostés, cuando acusaron a los apóstoles de ebriedad, Pedro citó declaraciones del Antiguo Testamento que indicaban la reaparición del don de profecía. Defendió el don de lenguas afirmándose en esa base. (Hech. 2: 17.) Pero aquí Pablo establece diferencia entre ambos. Entonces, ¿en qué consistía esta manifestación en la iglesia de Corinto?

Existen por lo menos dos teorías. Una de ellas sostiene que esta manifestación era idéntica al don concedido en Pentecostés: lenguas reales dadas para la predicación del Evangelio. La otra teoría afirma que se trataba de un lenguaje extático, sonidos que no representaban un lenguaje verdadero, sino que eran producidos por la reacción involuntaria a la presencia del Espíritu Santo. Se hace notar que a iglesia de Corinto estaba integrada mayormente por gentiles. Sus miembros procedían de religiones paganas, donde se habían familiarizado con manifestaciones semejantes, las que consideraban como lenguaje de los dioses y las interpretaban como oráculos, ya fuera de la persona que hablaba o de alguna otra. Se explica que esos gentiles convertidos al cristianismo habían llevado a la iglesia una psicología en armonía con tales reacciones, y cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos, el resultado fue semejante al que estaban acostumbrados cuando eran paganos.

Ambas teorías presentan dificultades. En cuanto a la opinión de que ese don era el mismo que se concedió en Pentecostés, la Hna. White indica que los discípulos obtuvieron en esa oportunidad una habilidad que hizo posible el adelantamiento de la predicación evangélica. Pero Pablo dice algunas cosas de los corintios que son difíciles de ajustar a la experiencia de pentecostés. “Porque si yo orare en lengua desconocida, mi espíritu ora; más mi entendimiento es sin fruto.” (Vers. 14.) “Pero en la iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi sentido, para que enseñe también a los otros, que diez mil palabras en lengua desconocida.” (Vers. 19.) Entre el don que se manifestó en el Pentecostés y el que apareció en Corinto había por lo menos esta diferencia: el último se manifestó en una oportunidad cuando no había posibilidad de emplearlo para dar a conocer un mensaje de importancia evangélica.

En cuanto a la teoría de la manifestación extática, debemos señalar que aquí se emplea la misma terminología que en el relato de la manifestación de ese don en el Pentecostés. (Compárese Hech. 2:4 y 1 Cor. 12:10.) Si la manifestación era realmente tan diferente en Corinto, ¿por qué emplea Pablo la misma palabra para describir ésta, que la que usó repetidamente en Hechos? También resulta difícil comprender que semejante galimatías extático pueda considerarse como una reacción a la influencia del poder del Espíritu Santo.

La solución que se sugiere

Aunque probablemente no sea posible encontrar la respuesta definitiva a este problema, la siguiente tentativa de solución puede ofrecer por lo menos una solución parcial.

Primero: en 1 Corintios 14 no hay nada que indique que el don no haya sido un lenguaje real que se pudiera emplear en la obra evangélica. La declaración del apóstol de que “las lenguas por señal son, no a los fieles, sino a los infieles” (1 Cor. 14:22), parecería indicar que se trataba de idiomas verdaderos. El don de una lengua verdadera habría sido, sin discusión, una señal más significativa para un creyente de lo que hubiera sido una serie de sonidos ininteligibles.

Segundo: el don que se manifestó en Corinto no fue totalmente idéntico al de Pentecostés. Lo cual parece evidente, porque quienes lo recibieron, algunas veces hablaron sin saber lo que decían. (Vers. 13-15.) Esta manifestación era de provecho a la iglesia cuando había alguien que supiera interpretar las palabras habladas. Aun en el caso de que no hubiera ninguno, siempre podía ser una bendición para el que hablaba, porque es razonable creer que cuando el Espíritu Santo descendía a un hombre, éste recibiría una bendición por el solo hecho de su presencia. Pablo se refiere a este hecho: “El que habla lengua extraña, a sí mismo se edifica.” (Vers. 4.)

Tercero: debido a estas diferencias se manifestó otro don, la interpretación de lenguas. Cuando en una reunión se hallaban presentes personas que comprendían lo que se hablaba, no había necesidad de este don de interpretación. En otras ocasiones se daba a la iglesia un mensaje espectacular en una lengua extranjera, y la interpretación debía hacerla una persona diferente de la que hablaba. Podía emplearse este mismo don en la predicación del Evangelio. Si uno que no hablaba la lengua local de una iglesia llegaba con un mensaje, y había allí un hermano que tenía el don de interpretación, éste podía colaborar en la presentación del mensaje. Este don de interpretación de lenguas también podía incluir la explicación y la aplicación del mensaje que se daba.

Todo lo dicho puede resumirse como sigue: el don de lenguas se refiere a la facultad de hablar bajo la presencia y la influencia del Espíritu Santo. Puede referirse al propio idioma del orador o a uno que no conocía. Como sucedió en Pentecostés, el orador podía estar consciente del significado de lo que hablaba; o como en Corinto, algunas veces podía serle ininteligible. El don de interpretación es una aptitud afín, es la habilidad para comprender e interpretar una lengua que el intérprete no ha aprendido en forma natural.

¿Existen hoy estos dones en la iglesia?

La presencia de estos dones en la iglesia apostólica nos lleva a preguntarnos si existen en la iglesia de hoy. Hablando en general, la respuesta debe ser no. El don de lenguas, juntamente con los demás dones del Espíritu, se perdieron para la iglesia en una época muy temprana de la historia cristiana. El único testimonio claro de la presencia de este don en los días posteriores a los apóstoles es una declaración hecha por Ireneo, quien escribió en la Galia del sur, hacia fines del siglo II. (“Adversus Haereses,” tomo 5, capítulo 6.) Hacia las postrimerías del siglo IV Juan Crisóstomo dio este testimonio acerca de 1 Corintios 12:

“Todo este pasaje es muy oscuro: pero la obscuridad se produce por nuestra ignorancia de los hechos a que se refiere y por la cesación de sus manifestaciones, que entonces acostumbraban a ocurrir, pero que ahora ya no suceden más.”—Homilía Nº 29. en “Los padres del período anterior y posterior a Nicea,” P serie, tomo 12, pág. 168.

No sorprende que ése haya sido el caso, debido a la apostasía que entró en la iglesia en época muy temprana. Ya en el siglo II, los que poseían los dones del Espíritu se desprestigiaron y fueron reemplazados en la dirección de la iglesia por los oficiales elegidos, los obispos y los presbíteros.

En nuestros días Dios no ha restaurado este don en general, ni en la forma como se manifestó en Pentecostés ni en Corinto. Ocasionalmente se reciben relatos de los campos misioneros de ejemplos aislados de un misionero que ha sido capaz de hablar una lengua que no había aprendido, o de un nativo que recibió la facultad de comprender un idioma que no conocía. Estos casos suceden generalmente en ocasiones críticas. A menudo resulta muy difícil verificarlos. No hay duda de que tales providencias pueden suceder y suceden, pero su manifestación no parece ser idéntica a la ocurrida en la iglesia primitiva.

Ello obedece a una razón lógica. Así como la ciencia médica ha hecho innecesario el don de sanidad, también la gran difusión de la iglesia cristiana ha hecho posible la predicación del Evangelio por los que hablan naturalmente el idioma del lugar. El don de sanidad y el don de lenguas se manifiestan hoy únicamente en ocasiones críticas, cuando los medios comunes son inadecuados o no se pueden conseguir. La predicación del Evangelio en más de mil, lenguas, y del mensaje del tercer ángel en más de setecientas, es la realización de la misma obra que hiciera la iglesia apostólica mediante el don de lenguas.

En 1886, al escribir desde Europa donde había hablado en muchos idiomas con la ayuda de intérpretes, la Sra. de White dice:

“Con un anhelo ferviente miro hacia el tiempo futuro cuando los acontecimientos del Pentecostés se repetirán aún con mayor poder que en esa ocasión… Entonces, lo mismo que en la época pentecostal, el mundo oirá la verdad que se le hable, cada uno en su propia lengua… Miles de voces recibirán el poder para hablar públicamente las verdades maravillosas de la Palabra de Dios. La lengua tartamuda se soltará, y el tímido será hecho fuerte.”—Review and Herald, 20 de julio de 1886.

Sobre el autor: Profesor de Biblia y Teología Sistemática del Seminario Teológico Adventista.