El mensaje adventista es escatológico. Creemos en una futura edad de oro, en una tierra transformada y en un paraíso donde habrá justicia y paz para siempre. Entendemos, sin embargo, que esa edad de oro, esa tierra feliz, no se lograrán mediante el esfuerzo humano, sino que serán el resultado de la intervención de Dios. Sostenemos, además, que las profecías que se refieren a los capítulos finales del drama de nuestra tierra, y que anuncian esa nueva era, son claras y se cumplen en forma inexorable. El pecado será destruido definitivamente. Los habitantes de la tierra tendrán que decidirse en favor o en contra de la verdad. Tendrán que aceptar la invitación de los tres espíritus inmundos, o los mensajes de los tres ángeles. Consideramos que, llegado el momento, no habrá otra alternativa.

            Creemos también que cuando esos capítulos finales comiencen a desarrollarse, el sello de Dios y la marca de la bestia definirán la posición de cada uno de los que esté envuelto en el drama; y que la observancia del sábado o del domingo serán señales claras de fidelidad o infidelidad a Dios. Nos asiste la certeza, además, de que las leyes dominicales, tal como fueron presentadas por Elena G. de White, desempeñarán un papel destacado en ese conflicto final.

            ¿Cómo se producirán esas leyes dominicales? Los críticos de Elena G. de White han sido duros con ella y siguen siéndolo cuando comentan sus declaraciones acerca de este tema. Sostienen en primer lugar que un país cuya constitución está basada en la libertad de conciencia jamás podría imponer la observancia obligatoria del domingo, y en segundo lugar porque ésta es cada vez menos estricta en los Estados Unidos, tanto entre evangélicos como entre católicos, lo que parecería restarle importancia como posible causa de futura controversia. Sin embargo, se nos dice que los acontecimientos finales serán rápidos. Eso quiere decir que podrán seguir su curso normal o variar bruscamente para tomar en pocas horas una dirección al margen de toda expectativa o previsión.

            El editorial de la conocida revista evangélica Christianity Today, que tiene una tirada de aproximadamente 130.000 ejemplares mensuales, puso el asunto sobre el tapete al referirse al problema del petróleo y a la crisis energética y económica subsiguiente que, según esa revista, obliga a tomar decisiones heroicas y dramáticas. Su director, el Dr. Harold Lindsell, por medio de un artículo titulado “El día del Señor y los recursos naturales” (ver pág. 5), proponía suspender toda actividad durante el primer día de la semana, “día del Señor” o “domingo”, a fin de economizar combustible para hacer frente a la crisis económica que se avecina.

            Un pasaje aparentemente inocente le da al asunto un cariz delicado: “El uso apropiado del Día del Señor, aparte de toda connotación religiosa, puede producirse por libre determinación o puede imponerse mediante una ley. Es muy poco probable que esto pueda suceder por decisión voluntaria de la ciudadanía en general. De manera que la única forma de alcanzar este propósito es mediante la fuerza de un mandato legislativo que provenga de los representantes del pueblo debidamente elegidos” (Christianity Today, 7 de mayo de 1976, pág. 12). El editorial concluye con las siguientes palabras: “Con toda seguridad hemos sido llamados al reino para un momento como éste. Hagamos algo para demostrar que vemos la necesidad, comprendemos el momento en el cual vivimos y estamos dispuestos a darnos por la humanidad en una hora tan angustiosa como la presente”.

            Este editorial fue respondido en la revista The Ministry por su director, el pastor J. R. Spangler. (Ver pág. 7.) Su respuesta provocó llamadas telefónicas, reuniones, búsquedas de soluciones, un intercambio de editoriales… y una serie de lecciones provechosas.

  1. Elena de White estaba en lo cierto cuando se refirió a las leyes dominicales del futuro con las consiguientes luchas y pruebas que ello le produciría al pueblo de Dios. Vio el porvenir tal como Dios se lo mostró. A pesar de que “en los Estados Unidos la observancia del domingo prácticamente ha desaparecido”, y que en los pocos lugares donde todavía se lo respeta “suponemos que dentro de un tiempo llegará a secularizarse por completo” (Christianity Today, 7 de mayo de 1976, pág. 8), las profecías no pueden errar en el papel que afirman ha de desempeñar en el conflicto final.
  2. En medio de la desesperación no sólo espiritual y religiosa, sino también económica, se puede llegar a aplicar medidas realmente dramáticas. Esas medidas de excepción no se justificarían en un momento normal, pero sí frente a una crisis. La ética situacional tan en boga hoy en el campo religioso, podría encontrar justificación aun para la idea más inaceptable.
  3. El problema de la crisis energética es de tal gravedad para las naciones, que puede justificar casi cualquier medida. La identificación de la religión con los problemas sociales y políticos actuales puede producir consecuencias inesperadas en el campo religioso.
  4. Estamos más cerca del fin de lo que creemos. Los acontecimientos se aceleran. Lo que tomaría años en circunstancias normales puede suceder hoy en pocas horas. Una crisis local puede asumir caracteres mundiales de la noche a la mañana. Las persecuciones, los bautismos por millares, o ambas cosas, pueden ser una realidad la próxima semana.
  5. Este mismo intercambio de conceptos y el claro reconocimiento de una conocida revista religiosa en el sentido de que no hay razones bíblicas para guardar el domingo (ver pág. 10), pueden mudar totalmente la opinión de millares de personas en cuanto al significado del verdadero día de reposo; y podría motivar un cambio de actitud por parte de millones que hoy necesitan conocer y aceptar el mensaje.
  6. Frente a estas perspectivas, ¿estamos listos como iglesia para enfrentar las gloriosas realizaciones o los dolorosos reveses que la historia nos reserva?

            Nuestro mensaje es: “¡Prepárate, Cristo viene!” Este mensaje deberá resonar dentro y fuera de la iglesia. ¡Y es urgente que eso suceda! Esta es la tarea primordial de la iglesia. ¿Es ésta también, amigo lector, la obra prioritaria de tu vida, en tu iglesia, en el campo local, o en la institución que diriges?