El llamado para ser discípulo requiere fidelidad a Dios y a su Palabra; total compromiso con la misión de salvar
El concepto de discipulado en las Escrituras está directamente relacionado con el término griego mathetés (discípulo), sustantivo que aparece 261 veces en el Nuevo Testamento, exclusivamente en los evangelios y en el libro de Hechos (72 veces en Mateo; 46 en Marcos; 37 en Lucas; 78 en Juan y 28 en Hechos). Mathetés indica, primariamente, un aprendiz, un estudiante, en contraste con didáscalos, su maestro/profesor (Mat. 10:24, 25; Luc. 6:40).
Los paralelismos entre rabi (maestro) y talmid (estudiante/aprendiz), en el contexto judaico, y entre el filósofo y el estudiante/ aprendiz, en el contexto greco-romano, nos ayuda a entender la figura del discípulo en el mundo bíblico. Un talmid vivía con el maestro y lo servía en sus necesidades diarias. Se sentaba a los pies del maestro para ser instruido, escuchaba sus palabras y lo seguía durante todo el tiempo, a fin de aprender sus caminos y enseñanzas. En el mundo greco-romano, la experiencia entre el aprendiz y el filósofo se centralizaba en la mimesis (imitación). Procuraban imitar las enseñanzas y la vida del maestro, preservaban su tradición/ideas y las desarrollaban.
SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS
Varias de esas ideas y expresiones aparecen en el Nuevo Testamento: 1) Jesús era llamado rabí (Juan 1:38, 49; 6:25); 2) sus discípulos vivían con él (Juan 1:38, 39) y lo servían (Juan 4:8, 31); 3) se sentaban a sus pies para ser instruidos (Luc. 10:39); 4) veían sus obras y escuchaban sus palabras (Luc. 10:23, 24); 5) lo seguían todo el tiempo por dondequiera que fuese (Mat. 16:24; Mar. 6:1; 10:28, 32); 6) debían aprender sus caminos y enseñanzas (Juan 8:31; 14:4-6); 7) e imitarlo, ser semejantes a él (Mat. 10:25; 20:25-28; Juan 13:15; 15:21).
Por otra parte, existen importantes diferencias. En primer lugar, en el contexto judaico, el discípulo estaba ligado a las enseñanzas del maestro y, por medio de él, a la Ley. En el Nuevo Testamento, el discípulo está ligado a la persona de Jesús y a sus enseñanzas. Jesús es el centro de la relación, es “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6), “el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:51), “la luz del mundo” (Juan 8:12), “la vid verdadera” (Juan 15:1). En segundo lugar, en los contextos judaico y grecorromano el discípulo generalmente buscaba ser aprendiz de un maestro. En el Nuevo Testamento, es Jesús quien llama y escoge a sus discípulos (Mar. 1:16-20; 2:14; 3:13, 14). En tercer lugar, el objetivo final del discípulo de un rabí o de un filósofo era llegar a ser maestro. En el Nuevo Testamento, solamente Jesús es el Maestro; sus seguidores siempre serán discípulos (Mat. 23:8-10).
Además de mathetés, otras expresiones neotestamentarias también expresan ideas relacionadas con el concepto de discipulado. Entre ellas, el verbo matheteuo, proveniente de la misma raíz de mathetés. A veces, ocurre con sentido intransitivo y expresa la idea de “ser discípulo” (Mat. 27:57). En otros pasajes, aparece como pasivo y tiene el sentido de “tornarse un discípulo”. Finalmente, en otras ocurrencias, tiene sentido transitivo y significa “hacer discípulo” (Mat. 28:19; Hech. 14:21).
El término más frecuentemente asociado al sustantivo mathetés, por otra parte, es el verbo akolouthein (andar en pos, seguir), que aparece noventa veces en el Nuevo Testamento (79 veces en los evangelios, cuatro veces en Hechos, seis veces en Apocalipsis y una vez en 1 Corintios). Comúnmente es usado con el sentido de seguir a Jesús, expresando la esencia de la experiencia del discipulado: ser discípulo de Jesús es mantener una relación muy próxima con él, es seguirlo por dondequiera que él vaya (Mat. 9:9; 16:24; 19:21; Mar. 1:18; 2:14; 8:34; Luc. 5:11, 27, 28; Juan 1:38, 40; 13:36, 37).
CARACTERÍSTICAS
Alguien se convierte en discípulo de Jesús cuando él lo llama (Mar. 1:17; 2:14; 3:13). Muchos que pedían ser sus discípulos eran puestos a prueba en sus intenciones y generalmente se desanimaban (Mat. 8:18-22; Luc. 9:57-62). La experiencia del discipulado comienza, por consiguiente, con una iniciativa divina, depende ante todo de Dios y de Cristo, no de la voluntad ni del esfuerzo del hombre.
Ser discípulo de Jesús también implica ruptura con el pasado. Al ser llamados por Cristo, los discípulos dejaban el anterior modo de vida y lo seguían (Mar. 1:16-20; 2:14). Debían amarlo más que a su propia familia, su misma vida o a sus posesiones (Luc. 14:25-33; Mat. 10:34-39; 6:24-26).
El discípulo de Cristo entra en una relación para toda la vida con el Maestro, y debe estar con él todo el tiempo (Mar. 3:14). No solamente aprende de Jesús y guarda su Palabra, sino que también comparte la vida con él, siguiéndolo incluso en medio del sufrimiento, hasta la misma muerte (Mar. 10:39; 8:34; Mat. 10:24-39).
Asimismo, el discípulo de Jesús no vive esa experiencia tan solo para beneficio propio, viviendo de la contemplación y excluyéndose de la convivencia con otros seres humanos. Todo discípulo es llamado a esa experiencia única para, entonces, ser enviado a predicar y llegar a ser un canal vivo del Maestro, proclamando la venida del reino de Dios (Mar. 1:17; 3:14, 15; Mat. 5-7; Luc. 10:1-20). Su gran misión es hacer otros discípulos de Jesús (Mat. 28:19). A fin de cumplir ese mandato, es capacitado por Dios para hacer el trabajo que el Maestro hacía (Mat. 10:1, 8; Luc. 10:19; Juan 14:12).
Entonces, el círculo del discipulado se completa. Comienza con el llamado de Dios a algunas personas. Esas personas que son escogidas por él y responden al llamado, son preparadas y capacitadas por el Espíritu Santo para ser testigos, llamando a otros a vivir la experiencia de ser discípulos de Jesús (Juan 14:26; 17:7-14; Mat. 28:19; Hech. 1:8).
TODO POR EL MAESTRO
En el Nuevo Testamento, el llamado al discipulado se corresponde así con el llamado de Dios a Abram, que tuvo que dejar todo (tierra, familiares, casa) y seguir el plan de Dios para su vida, a fin de llegar ser un canal de bendición para todas las familias de la tierra (Gén. 12:1-3). Ese llamado refleja también la experiencia de los profetas del Antiguo Testamento, los cuales eran llamados por Dios, oían su mensaje, abandonaban todo y se dedicaban totalmente a la misión, hasta la misma muerte, si fuera necesario, a fin de predicar el mensaje divino a aquellos a quienes Dios los enviaba (Isa. 6:1-9; Jer. 1:1, 10).
En la última Bienaventuranza del Sermón del Monte, Jesús aplicó el paradigma profético a sus seguidores: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mat. 5:11, 12). Por lo tanto, el paradigma del discipulado es semejante al llamado y a la misión del profeta. Requiere la misma fidelidad a Dios y a su palabra, total compromiso con la misión de llamar pecadores de vuelta al único Dios y Creador, exhortándolos al arrepentimiento, a volver a él y seguirlo, ser fieles a su Palabra y andar en sus caminos.
Hoy, más que nunca, esa experiencia del discipulado necesita ser una realidad viva entre el pueblo de Dios. Al describir la experiencia del remanente fiel en los últimos días de la historia de la humanidad, las diferentes dimensiones del discipulado son enfatizadas en el libro de Apocalipsis: 1) Son designados como “llamados”, “elegidos”, “fieles” que vencerán con el Cordero (Apoc. 17:14). 2) Siguen al Cordero por dondequiera que va (Apoc. 14:4). 3) Tienen “el espíritu de la profecía”, o sea, el mensaje de Dios revelado en su Palabra y en sus testimonios a la humanidad, y tienen la misión profética de llamar a los pecadores (Apoc. 19:10). 4) Son los mensajeros de Dios, predicando el evangelio eterno a todos “los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6).
Sobre el autor: Rector del Seminario Latinoamericano Adventista de Teología y director de Espíritu de Profecía en la División Sudamericana.