Las pruebas espaciales se han convertido en lugar común. Los momentos de la cuenta regresiva han sido presenciados por millones en la televisión. El hombre de la calle emplea cada vez más en su conversación frases tales como módulo de excursión lunar (o simplemente LEM, sigla en inglés) o laboratorio orbital tripulado.
Fundamentalmente el hombre es una criatura vinculada a la tierra. Cuando envía sus vehículos espaciales al exterior de la tierra, penetra en un medio que le resulta menos familiar. Debe llevar consigo elementos vitales de su ambiente terreno, tales como alimento, agua y oxígeno. En el vehículo espacial o en su traje debe mantener la temperatura y la presión adecuadas, y contar con alguna protección contra la radiación. En otras palabras, está bastante fuera de su elemento.
La velocidad que el hombre desarrolla en el espacio es fantástica si se la compara con la que se mueve en la tierra. Un automóvil que avance por la carretera a 100 km por hora, recorre 27 m por segundo. La cápsula Apolo puede viajar cuatrocientas veces más rápido, cubriendo aproximadamente 11 km por segundo. Por otra parte, en comparación con la velocidad de la luz (300.000 km por segundo) el hombre es todavía un aprendiz en el espacio.
Con la velocidad que actualmente desarrolla el hombre en el espacio puede visitar la Luna y regresar en cosa de una semana. Una vuelta por Marte o Venus, dos de los planetas más cercanos, demandaría un período de unos cuantos meses. Y un viaje a Júpiter o a Saturno habría que contarlo en años, al paso que la vida resultaría corta para tales aventuras a las estrellas más cercanas.
El año-luz es la unidad que se emplea para medir la distancia a que se hallan las estrellas. Es la distancia que la luz recorre en el espacio durante un año, a razón de 300.000 km por segundo. La luz de la estrella más cercana, Alfa-Centauro, tarda 4,3 años en llegar a la tierra. Aun cuando el hombre, por algún fenómeno futuro, alcanzara esa “localidad” astral, todavía se hallaría en el umbral, por así decir, del verdadero viaje interestelar. Las estrellas y las galaxias (agrupaciones de estrellas) continúan en todas direcciones por incontables miles de millones de años-luz. El gigantesco telescopio del Monte Palomar puede alcanzar la distancia de mil millones de años luz o más en el espacio, en tanto que los observatorios radioastronómicos pueden penetrar mucho más. ¡Sí, aparentemente no hay fin para el universo!
Jesse L. Greenstein, astrofísico en el Instituto de Tecnología de California y “autoridad en las etapas finales de la evolución estelar” declaró recientemente: “Físicamente no podemos viajar para explorar las estrellas, con la esperanza de hallar mundos habitables”.[1] Fue también pesimista en el asunto de las comunicaciones de largo alcance en el universo, con la observación de que “si la civilización más cercana estuviera a 10.000 años luz, necesitaríamos una antena tan grande como la tierra para captar sus señales”.[2]
Las estrellas y las galaxias están allí. Por alguna razón existen. En alguna parte está la causa y la razón. En alguna parte hay poder infinito. ¡En alguna parte se halla Dios!
El hombre se inclina a dudar de lo que no entiende. Por lo general acepta lo que sus sentidos y los métodos científicos parecen confirmar, y rechaza y cuestiona lo que no se amolda a ese procedimiento. Pero la tierra no es más que una parte infinitesimal del universo; es mucho lo que el hombre desconoce. ¿Existe algún conocimiento o sabiduría del exterior del que pueda disponerse para que devele los misterios no resueltos del universo?
El cristiano, mediante la fe basada en la Biblia, puede obtener discernimiento e ideas que posiblemente no provengan del presente estado de desarrollo de la ciencia. “Hemos recibido” dice el apóstol Pablo en 1 Corintios, “el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido” (1 Cor. 2:12).
Comunicación instantánea
“Dánoslo hoy” (Mat. 6: 9-13). Prácticamente todos los cristianos están familiarizados con el Padrenuestro que Cristo enseñó en el Sermón del Monte. Se dirigen directamente al Padre celestial, orando por la venida de su reino a la tierra. Luego se refieren a su diaria necesidad de alimento, perdón y liberación.
El trono de Dios y su centro administrativo están en el paraíso, que Pablo afirma que se encuentra en “el tercer cielo” (2 Cor. 12:1-4; Heb. 8:1). Allí recibe Dios las oraciones de sus hijos en el “verdadero tabernáculo” (Heb. 8:2; Apoc. 8:4) del cual el Cristo resucitado es sumo sacerdote. Esta es la idea de la comunicación instantánea. Las necesidades del cristiano son de “hoy”; mañana puede ser demasiado tarde. El “trono de la Majestad en los cielos” (Heb. 8:1) puede hallarse a incontables años luz de distancia, no obstante puede esperarse que su respuesta sea sin demora.
“Si es posible, pase de mi esta copa” (Mat. 26:39). Jesús mismo demostró idéntico pensamiento de comunicación inmediata o directa con su Padre. En la angustia sufrida en el Getsemaní, en la noche, antes del remedo de juicio y de la crucifixión, Cristo oró con vehemencia —aun con desesperación. Sus discípulos dormían mientras él luchaba solo con Dios en oración. Tenía conocimiento anticipado de su traición, humillación, maltrato, sufrimiento, y de su agonía final en la cruz. Parecía imposible que pudiera soportar con su fuerza humana. ¡Entonces oró!
Aun mientras hablaba con su Padre, la turba estaba en formación y ya se aproximaba. Se hizo la petición y se esperaba una respuesta inmediata. Llegó la respuesta, no conforme a la fragilidad humana, sino de acuerdo con el infinito poder del Dios omnisciente. Cristo fue fortalecido para beber la “copa”, a fin de que el hombre pudiera ser salvado de las consecuencias eternas de la malignidad del pecado. Mientras llegaba el populacho conducido por Judas, el Señor pudo adelantarse y preguntar a quién buscaban. Entonces, cuando se pronunció su nombre como el de la víctima propuesta, pudo repetir con toda calma: “Yo soy” (Juan 18:6).
Traslado instantáneo
“Subo a mi Padre” (Juan 20:17). Fue en el amanecer del domingo —más tarde conocido como Domingo de Resurrección. Las mujeres que fielmente habían vigilado que Cristo muriera en la cruz y luego fuera sepultado en la tarde del viernes anterior, habían reposado el sábado y ahora traían especias para embalsamar su cuerpo. Venían desde sus hogares, situados en distintas partes de la zona circundante. Algunas se encontraron y conversaron entre ellas, pero María Magdalena llegó primera a la tumba cuando aún estaba oscuro. Vio que la gran piedra había sido quitada y supuso que alguien se había llevado el cuerpo.
Volvió inmediatamente para comunicarles a Pedro y a Juan las tristes nuevas. Ellos a su vez corrieron y hallaron el sepulcro vacío, porque efectivamente Cristo se había levantado de la tumba. María, que los había seguido, ahora prefirió quedar sola por unos momentos, entregada a la meditación y al llanto. Mientras aún estaba sumida en su pena se levantó para mirar dentro del sepulcro. Allí vio a dos ángeles y conversó con ellos. Al volverse, vio a Cristo junto a ella, pero lo confundió con el hortelano. Cuando el Señor la llamó por su nombre, lo reconoció.
Al tratar de tocarlo, él se lo impidió diciendo: “No me toques”. Luego le dio una razón de peso: “Aún no he subido a mi Padre”. Esa declaración fue seguida de un mensaje vital que María debía comunicar a los discípulos: “Subo a mi Padre”.
¿Cuánto tiempo le llevó a Cristo hacer un viaje de ida y vuelta hasta su Padre en el cielo? La Biblia no da una respuesta directa, pero las circunstancias indican que en realidad fue un tiempo muy breve. Aun antes de que los soldados romanos que custodiaban el sepulcro hubiesen informado de la tumba vacía a los jefes de los sacerdotes, Jesús apareció por segunda vez a las otras mujeres (Mat. 28:9-11). Esta vez les permitió que le abrazaran los pies y lo adoraran. Elena de White comenta ese momento como sigue:
“Jesús se negó a recibir el homenaje de los suyos hasta tener la seguridad de que su sacrificio era aceptado por el Padre. Ascendió a los atrios celestiales, y de Dios mismo oyó la seguridad de que su expiación por los pecados de los hombres había sido amplia, de que por su sangre todos podían obtener vida eterna”.[3]
“Os tomaré’’ (Juan 14:3). El traslado instantáneo no es sólo un fenómeno del pasado; por medio de la fe, el cristiano espera una experiencia semejante en el futuro.
El cristiano no aguarda un éxodo masivo de artefactos espaciales con pasajeros dirigidos desde la tierra. Antes cree con Pablo que “seremos transformados” (1 Cor. 15:52). “En un momento” el hombre mortal se transformará en inmortal. Ya no será más una criatura de esta tierra solamente. Será habilitado para viajar por sus medios en el espacio, sin que necesite hacerlo con traje especial o en platillos volantes.
En la Biblia se nos da una vislumbre de la reunión mundial de los fieles antes de su traslado a las regiones que están más allá de nuestro horizonte terrenal. Cuando suenen las trompetas celestiales los justos muertos serán resucitados y reunidos con los justos vivos. Todos serán transformados instantáneamente a la semejanza del cuerpo glorificado de Cristo, y quedarán listos para el viaje espacial con su Señor y Maestro. No saben cuáles porciones del universo pueden visitar y cuál es la ruta a seguir. Sólo saben su destino: estar “sin mancha delante del trono de Dios” (Apoc. 14:5).
Creación instantánea
v Dios, que rige el universo, lo hace en ‘virtud de que es su creador. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gén. 1:1). El hecho de que la luz de algunas estrellas tarde millones o miles de millones de años para llegar a la tierra no fundamenta la suposición de que la creación de las mismas exigió largos e indefinidos periodos de tiempo.
El mandato creador de la Biblia
La Biblia no limita la facultad de Dios de crear instantáneamente y en cualquier momento lo que prefiera. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos” (Sal. 33:6), dice el salmista. Para ratificar que se trata de una orden creadora, agrega: “Por el aliento de su boca”. El autor de Hebreos lo asegura doblemente al afirmar que “lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3).
En estos días de poder atómico, los hombres de ciencia dicen que la materia y la energía son permutables. La bomba atómica libera instantáneamente una tremenda potencia a partir de la materia. ¿Puede, entonces, considerarse increíble que un Dios con poder infinito sea capaz de hablar y traer instantáneamente la materia a la existencia? Algunos estudios científicos recientes han arrojado más luz sobre la orden creadora instantánea. Roberto V. Gentry, del Instituto de Ciencia Planetaria, afirma:
“En la mica precámbrica se han encontrado aureolas procedentes de varios isótopos de polonio de vida corta… Esto restringe el tiempo del período de formación del material básico de la corteza de la tierra… Así para el Po-218 (T— Vz = 3 minutos) pueden transcurrir sólo unos pocos minutos entre su formación y la subsecuente formación de la mica… Esto lleva a sugerir que esos halos están muy cerca de concordar con el modelo cosmológico que contempla una instantánea orden creadora de la tierra”.[4]
Rodeados por mundos habitados
Dios no sólo creó innumerables mundos como le plugo, sino que también creó incontables multitudes de habitantes para esos mundos. Isaías dice, refiriéndose a esta tierra: “No la creó en vano, para que fuese habitada la creó” (Isa. 45:18). Se puede inferir que también otros mundos están habitados, pues Dios no los habría creado “en vano”. No obstante, contamos con más que inferencias porque la Biblia habla claramente de “millones de millones” de ángeles que rodean el trono de Dios (Apoc. 5:11). Su “morada” es realmente grande.
Hablando de este asunto allá por la década del 20, W. Wallace Campbell, a la sazón astrónomo presidente de la Universidad de California, se expresó así:
“En estos días de mi vida… me gusta pensar en que existen otros representantes de la vida dispersos por el universo. Tal vez podamos apuntar con el dedo hacia cualquier dirección y no equivocarnos si decimos que allí existe alguna forma de vida”.[5]
En este siglo XX el hombre ha entrado en la era espacial. Durante la eternidad pasada, Dios ha sido el Señor, el Maestro y el Creador. ¡El cristiano tiene toda la fe y la confianza de que seguirá siendo nuestro Dios de la era espacial en la eternidad del futuro!
Sobre el autor: Administrador en el Columbia Union College.
Referencias
[1] Julio Duscha, “Scientists Says Man Cannot Visit Stars”, The Washington Post, 26-10-1966.
[2] Ibid.
[3] E. G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, pág. 722.
[4] Roberto V. Gentry, “Cosmological Implications of Extinct Radioactivity from Pleochroic Halos”. Tomado de Creation Research Society, July Quarterly, 1966.
[5] J. Walter Rich, The Message of the Stars, Southern Publishing Association, Nashville, Tennessee, 1950.