Se dice que el dinamismo es “la facultad o la cualidad de impartir energía, o de producir la acción o la operación de cualquier clase de fuerza” (Webster).
La evaluación de Pablo del mayor poder del mundo es algo que todo ministro debería leer por lo menos una vez por semana. La traducción del Nuevo Testamento de J. B. Phillips es quizá una de las más claras en inglés moderno. Notemos en primer lugar los cuatro “si” usados por Pablo al hablar de las características deseables del que se dice ministro cristiano.
LOS CUATRO “SI”
“Si yo hablara con la elocuencia combinada de los hombres y de los ángeles, conmovería a los hombres como una fanfarria de trompetas o el resonar de los címbalos, pero si no tengo amor no podré hacer nada más que eso.
“Si tuviera el don de predecir el futuro y tuviera en mi mente no solamente todos los conocimientos humanos sino los secretos de Dios, y
“Si, además, tuviera esa fe absoluta que puede remover las montañas, pero no tengo amor, puedo decirles que yo no serviría para nada.
“Si vendiera todas mis posesiones para alimentar a los hambrientos y me dejara quemar el cuerpo debido a mis convicciones, y sin embargo no tengo amor, no habría conseguido nada en absoluto” (1 Cor. 13:1-3, Phillips).
Y después de lanzar estos pensamientos imponderables, Pablo analiza ahora en lenguaje sencillo, sin recurrir a definiciones de variadas interpretaciones de material escritural, este gran elemento tan necesario en la obra de una vida y un ministerio abnegado —el amor.
“Este amor del cual hablo es lento en perder la paciencia —más bien busca una manera de ser constructiva. No tiene afán de posesión; no tiene ni ansias de impresionar ni delirios acerca de su propia importancia.
“El amor tiene buenos modales y no persigue ventajas materiales. No es quisquilloso. No toma nota del mal ni se goza en la impiedad de las otras personas. Al contrario, está contento con todos los hombres buenos cuando prevalece la verdad.
“El amor no conoce límites de duración, ni el fin de su confianza, ni el desvanecimiento de su esperanza; puede durar más que todas las cosas. En efecto es la única cosa que va a seguir cuando todas las demás se hayan acabado…
“En esta vida hay tres grandes cualidades duraderas: la fe, la esperanza y el amor. Pero la mayor de ellas es el amor.
“Sigan, pues, el camino del amor, mientras desean con ansia los dones del Espíritu” (1 Cor. 13:4-7, 13; 14:1, Phillips)
¿PRINCIPIOS VIVIENTES O EMOCIÓN INTERMITENTE?
Al escribir su libro Los Hechos de los Apóstoles, Elena G. de White dijo lo siguiente acerca del principio del amor en relación con el ministerio del Evangelio:
“El amor de Cristo no es una emoción intermitente, sino un principio viviente, el cual se manifestará como poder permanente en el corazón. Si el carácter y el comportamiento del pastor es una ejemplificación de la verdad que defiende, el Señor pondrá el sello de su aprobación sobre su obra. El pastor y las ovejas llegarán a ser uno, unidos por su común esperanza en Cristo” (Pág. 411).
Este párrafo contiene una verdad que cada ministro necesita comprender en su plenitud —que el ministerio de éxito está basado en el dinamismo del amor que fluye en el alma humana, de manera tal que el pastor llega a identificarse completamente con el pueblo —las ovejas del prado de Dios— y que ellos también son uno en Cristo.
Esto es lo que quería decir Jesús cuando inspiró a Juan a escribir: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y esto es lo que somos: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1. [Las palabras “y esto es lo que somos” pertenecen al versículo 2, pero han sido insertadas en el 1 por el autor de la versión Authentic New Testament]).
EL LEGADO DE CRISTO A PEDRO
El encargo que Cristo dio a Pedro puede muy bien ser el que ha dejado al ministerio hoy. Estaba basado en la pregunta repetida tres veces: “¿Me amas?” (Juan 21:15-17).
Esta gran pregunta impresiono tan profundamente la conciencia del hombre Pedro, que desde ese día en adelante él estuvo plena y completamente dispuesto a seguir a su amado Maestro, aun hasta la muerte. Estuvo dispuesto a beber la copa y a sufrir con su Señor en favor de la iglesia sobre la cual Dios lo había colocado como subpastor.
Así debe ser con los ministros de la iglesia. El consejo dado en cuanto a esto es bien claro.
“Cristo mencionó a Pedro solamente una condición de servicio: “¿Me amas?” Esa es la calificación indispensable. Aunque Pedro poseyera todas las otras, sin el amor de Cristo no podía ser un fiel pastor del rebaño de Dios. El conocimiento, la benevolencia, la elocuencia, el fervor, son esenciales en la buena obra; pero sin el amor de Cristo en el corazón, la obra del ministro cristiano es un fracaso” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 411).
MAS ENCANTO Y BRILLO EXTERIOR
¿Qué pensamos nosotros que es lo esencial para nuestro ministerio en la hora presente? ¿Mayores presupuestos financieros? ¿Más elocuencia en la predicación? ¿Más habilidad en analizar y definir textos de la Escritura? ¿Más propaganda llamativa que cautive el ojo de la población? ¿Mejores músicos y cantores? ¿Grandes órganos de tubo? ¿Más espectáculo? ¿Más encanto y brillo exterior? ¿Más radio y televisión? ¿Mayores multitudes? ¿Cómo medimos los valores en nuestro servicio para la ganancia de almas para Dios?
Detengámonos un momento y miremos las manos de Jesús. ¿Qué vemos en ellas? ¡Cicatrices, profundas cicatrices! Mirémoslo presentarse delante del Padre levantando esas manos, con las palmas hacia arriba, y oigámoslo decir:
“He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Isa. 49:16).
¿Dónde llevas las almas por las cuales trabajas, las almas de esos miembros que tienen necesidad de tu ministerio de amor? ¿En una libreta de apuntes? ¿En una hojita de papel colocada cuidadosamente en tu Biblia o en algún otro libro? ¿Dónde las llevas cuando presentas sus nombres al Padre mediante Jesús?
¿Cómo trató Felipe el evangelista al eunuco etíope cuando lo alcanzó en el camino a Gaza? ¿De qué le habló?
¿POR QUÉ DIOS ELIGIÓ A FELIPE?
Felipe había suscitado un vivo interés en la ciudad de Samaria. Había realizado milagros, sanado enfermos, echado demonios, trayendo “gran gozo en aquella ciudad”. La gente que creía a la predicación del reino de Cristo era bautizada y añadida a la iglesia. Los hermanos de Jerusalén oyeron de su éxito y enviaron a Pedro y a Juan para ver qué ocurría. Parece que Pedro se hizo cargo del esfuerzo evangelístico en Samaría y el Señor vio a dos hombres —a Felipe, su fiel evangelista, y al tesorero de la reina de Etiopía; así que se propuso ponerlos en relación. ¿Por qué escogió Dios a Felipe? Porque lo conocía, y sabía que Felipe le hablaría de Cristo a ese etíope, así como había predicado a Cristo en Samaría.
Tenemos el relato. El diálogo entre los dos hombres es esclarecedor e instructivo. El punto principal es que “Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el Evangelio de Jesús”. El resultado fue dramático, allí en el desierto, lejos de los lugares frecuentados por los hombres, Felipe, el evangelista de éxito, descendió al agua con ese hombre de otra raza y “le bautizó”. El nuevo converso prosiguió su camino con gozo en su corazón, Felipe nunca más lo vio. Y el evangelista, haciendo el negocio de Dios con un corazón lleno de amor de Jesús, siguió predicando en otras ciudades.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación ASI.