Un estudio relativo a las profecías del fin – 3

            El bien y el mal no son dos principios coexistentes y eternos, como lo enseña Zoroastro. La Biblia nos dice que el mal es un intruso y que sus días están contados. El bien es eterno; el mal ha tenido principio y tendrá fin.

            Esta verdad ya se esboza claramente en Génesis 3:15: la cabeza de la serpiente sería aplastada por la simiente de la mujer. Y la historia sagrada es el relato, a grandes rasgos, de esta lucha cruenta entre Cristo y Satanás. En esta tercera nota de nuestra serie veremos cómo se va perfilando claramente en las páginas proféticas de la Escritura el libramiento del último acto de este drama secular, la gran batalla de Dios, “el día grande y espantoso de Jehová”.

            Comencemos nuestro estudio con Joel, quizá el más antiguo de los profetas del Antiguo Testamento. Sugerimos al lector que lea con detenimiento este libro.

            En los capítulos 1 y 2 de Joel notamos que Dios anuncia una terrible plaga de langostas unida a una ardiente sequía, que habrían de azotar a Israel como castigo por sus pecados. La descripción que de esta manga de langostas se hace en el capítulo 2:4-11 nos hace pensar en un gran ejército dada la forma poética típicamente oriental que usa Joel. Tan intensa seria la plaga que las langostas en su vuelo por el cielo llegarían a oscurecer el sol, la luna y las estrellas (vers. 10) y el día de su aparición sería como de tinieblas que vendrían extendiéndose (vers. 2).

            Pero Dios, en su misericordia, ofrece aún una oportunidad de arrepentimiento y promete restaurar todo lo que se comió la langosta (2:25) y dar seguridad permanente a su pueblo (vers. 27). Además de eso derramaría su Espíritu Santo y muchos profetizarían en su nombre (vers. 28, 29). Pero recuerda también que “antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” habrá prodigios en la tierra y en el cielo (vers. 30) y reitera lo que ya ha dicho en el versículo 10 acerca del oscurecimiento del sol y la luna, con un detalle más: la luna se tornaría roja como sangre (vers. 31). Si el libro terminara aquí, quizá no nos atreveríamos a ver en este anuncio más de lo que se ve a primera vista: una formidable plaga de langostas y una sequía abrasadora, aunque notáramos que el lenguaje usado por el profeta pareciera apuntar a un acontecimiento mayor en un futuro más lejano.

            Pero la clave de esta cuestión la hallamos en el capítulo 3. Léaselo atentamente. Allí se habla de ejércitos literales que vendrían sobre Israel cuando la maldad de los hombres hubiese colmado la medida (vers. 13). En aquel tiempo “el sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor” (vers. 15). Pero Dios “rugirá desde Sion” y dará la victoria a su pueblo mediante la aniquilación de sus enemigos, e Israel vivirá confiado y en bendición para siempre. Notaremos que hay un evidente paralelismo entre el capítulo 3 y los capítulos 1 y 2. Podemos descubrir que el lenguaje usado para las langostas no es meramente poético, sino que encierra, además, un contenido escatológico. El oscurecimiento del sol y la luna no sólo es obra de las langostas sino también una de las señales que anuncian la proximidad del “gran día de Dios”.

            Las naciones se congregarán en el valle de Josafat. No sabemos cuál es ese valle, pero sí sabemos que se reunirán para luchar contra Jerusalén desde donde “rugirá” Jehová, y donde su pueblo habitará confiado (3:16, 17).

GOG DE LA TIERRA DE MAGOG

            Leamos ahora los capítulos 38 y 39 de Ezequiel. Una lectura atenta de estos pasajes no podrá menos que sorprendernos por la claridad de la profecía. Ese gran enemigo allí mencionado ya no puede ser Babilonia puesto que el mismo Ezequiel es cautivo de ella, después de la destrucción de Judá por Nabucodonosor. Se repite el cuadro de Joel, pero magnificado. Muchos puebles vendrán sobre Israel que habita confiado (38:11) pero allí serán vencidos por Dios. Repárese especialmente en los capítulos 38: 15, 16, 22; 39: 4. Luego Israel vivirá feliz habiendo sido perdonado y restaurado por Dios (39:22-29).

            Este tema no es nuevo para Israel, sino que ya había sido anunciado por los profetas antiguos (38: 17; 38: 8). Y su realización estaba reservada aún para el futuro (38:8). También Sofonías se refiere a este hecho en su libro y casi cada profeta tiene alguna alusión al “gran día de Dios”. Descontamos desde ya, las abundantísimas referencias de Isaías y Jeremías que tratan con amplitud el tema de la victoria definitiva de Jehová.

            Cuando los profetas se refieren al “gran día de Jehová” no siempre apuntan —en primera instancia— al fin del mundo. Por lo general señalan algún hecho poderoso de Dios que habrá de cumplirse en breve y, al mismo tiempo, imprimen a la profecía un sentido “apotelesmático”, es decir, de doble cumplimiento o finalidad. La plaga de langostas de Joel es un ejemplo claro. También lo son las referencias a Satanás y a su triste fin en Isaías 14 y Ezequiel 28; en dichos pasajes se hace referencia a la suerte de los reyes de Babilonia y Tiro en un primer momento al mismo tiempo que es evidente la alusión a Satanás y su destino final. Claro que no debemos tomar cualquier anuncio hecho por un profeta para sus días y sin más proyectarlo al tiempo del fin, sino que, recordando que la Biblia es su propia expositora, debemos esperar que, en otro pasaje del mismo libro, o en una referencia de otro libro de la Biblia se haga evidente el contenido apotelesmático de tal anuncio.

LA JERUSALEN DE HOY

            Ya hemos dicho, en nuestra nota anterior, que la vieja Jerusalén de Palestina ya no es la ciudad de Dios, ni es el asiento de su trono en esta tierra por haber dejado de ser el Israel literal el pueblo del pacto. De modo que las profecías que hemos venido mencionando en este artículo, ya no podrán cumplirse en torno de la Jerusalén literal sino con relación a la Iglesia de Dios. Ahora bien, dicho traspaso impone ciertos cambios —no de fondo, pero sí de forma— en la realización concreta de los hechos anunciados. Según la antigua profecía el pueblo de Dios sería reunido dentro de los muros de la Jerusalén literal y desde allí combatiría Dios a favor de ellos. ¿Podrá cumplirse esto en forma literal? Y si hay cambios de forma ¿cuáles son, y qué alcances tienen?

EL NUEVO TESTAMENTO INTERPRETA EL ANTIGUO

            Nada podríamos hacer sin la ayuda del Nuevo Testamento y, en materia de profecías escatológicas, sin la ayuda del Apocalipsis.

            En Apocalipsis 14:17-20 reaparece la escena de juicio descripta por Joel en el capítulo 3 con sus elementos característicos: las uvas maduras, la hoz, la vendimia y el lagar que rebosa, en relación con la segunda venida del Señor (vers. 14). En esta ocasión la preciosa mies (vers. 15, 16) es reunida en el granero de Dios (Mat. 13:30, 37-39). Y las uvas, símbolo de los impíos, son echadas en el gran lagar de la ira de Dios y serán pisadas por el Verbo de Dios (Apoc. 19:15) en un sitio “fuera de la ciudad” (Apoc. 14:20).

            La “ciudad” del versículo 20, no puede ser la Jerusalén terrenal por las razones que hemos expuesto. En Apocalipsis 14:1-3 se muestra a Jesús con los 144.000 en el Monte de Sion, delante del trono de Dios, el cual está en el cielo (Apoc. 4:2). Es decir, la “ciudad”, representa aquí a la Sion celestial, la congregación de los hijos redimidos de Dios sobre los cuales no caerá la ira del día final. Ya no será un conflicto local en Palestina, sino que, según palabras de Jesús, aquel día “como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Luc. 21:35). Será un conflicto de proporciones mundiales (Apoc. 19:11, 13, 14, 19), ya que la venida de Cristo será como el rayo que va de oriente a occidente (Mat. 24:27). El Señor Jesús no volverá a poner los pies en esta tierra de modo que no podrá ser hallado ni en el desierto ni en los aposentos (Mat. 24:26), ni tampoco —por lo tanto— dentro de los muros de la vieja Jerusalén terrena.

            Ezequiel también es citado repetidas veces en el Apocalipsis. Compárese Apocalipsis 19:17, 18 —la “gran cena de Dios”— con Ezequiel 39:17, 18; la misma figura usada por el antiguo profeta es puesta ahora en labios de un ángel, en relación con el segundo advenimiento de Cristo.

            Hemos llegado a la segunda venida del Señor como el cumplimiento del conflicto anunciado por los profetas del Antiguo Testamento, siendo llevados de la mano por los autores inspirados del Nuevo Testamento, a base de la interpretación que éstos hacen de los anuncios de aquellos. Este proceder en nuestra investigación es legítimo, se basa en el primer principio que hemos enunciado: la Biblia mantiene su unidad y se explica a sí misma.

            Sin embargo, hallamos en el Apocalipsis una interpretación más de estas profecías. Leamos en Apocalipsis 20:7-10. Aquí reaparece Gog de la Tierra de Magog y se repite casi exactamente la escena anunciada por Ezequiel. En magistral resumen de Ezequiel 38 y 39 Juan nos dice que el diablo en persona reunirá a los que resuciten para el juicio (la resurrección no es mencionada por Ezequiel), y los llevará contra la santa ciudad, que habrá descendido del cielo (compárese Zac. 14:4 con Apoc. 21:2), pero Dios “rugirá desde Sion y dará su voz desde Jerusalén” (Joel 3:16) y hará descender fuego del cielo el cual consumirá a todos sus enemigos.

            En este caso tiene validez la ubicación geográfica, pero esto no anula lo que hemos venido diciendo ya que no se tratará de la vieja Jerusalén de hoy, ajena por completo a las promesas de Dios a causa de su apostasía, sino de la Jerusalén celestial, la ciudad del pacto, la morada de los verdaderos hijos de Dios.

EN RESUMEN

            Digamos que aquella lucha a muerte anunciada en Génesis 3:15 va siendo perfilada cada vez más claramente por los profetas bajo la forma de una gran batalla final en la que Dios derrotará a todos sus enemigos.

            Luego, con el surgimiento de Jerusalén —conquistada por David— como el lugar del santuario de Dios y la morada del Señor con su pueblo, todas estas profecías se van centrando en Jerusalén y Palestina pasa a. ser el campo de batalla.

            Caída esta ciudad elegida de su posición de privilegio a causa de su apostasía, todas las promesas de victoria pasan a la iglesia y la lucha cambia en parte sus contornos exteriores, pero no su fondo, el cual permanece intacto.

            Pero sólo el Nuevo Testamento puede reinterpretar aquellos anuncios y a él vamos. No nos atrevemos a conjeturar por nuestra cuenta. Y vemos cómo en éste reaparecen los símbolos proféticos usados por los antiguos profetas bajo un nuevo marco.

            Aquella gran batalla final anunciada desde los tiempos antiguos se cumple ahora en la segunda venida de Cristo y se completa definitivamente en el gran juicio final, después del milenio.

Sobre el autor: Redactor de la Asociación Casa Editora Sudamericana.