Quién formará parte del grupo que, según Juan, quedará fuera de la Tierra Nueva

Cierta vez, alguien le preguntó a Elizabeth Marshall Thomas si habría perros en el cielo. Ella respondió que, obviamente, el cielo tendría perros; de otra manera, no sería cielo.[1] El veterinario Robert T. Sharp escribió, en 2005, un libro en el que hace la misma pregunta: “¿Habrá perros en el cielo?”[2] En la Seattle Pacific University, Kathleen Braden, profesora de Geografía, enseña un curso denominado: “¿Habrá perros en el cielo?”, en el que explora las relaciones entre el hombre y los animales; incluyendo el estudio de tratados teológicos acerca de la naturaleza de los animales, la relación de los seres humanos con el sufrimiento animal y los aspectos psicológicos de nuestra relación con los animales que apreciamos.

Si esto le está sonando extraño, tal vez sea por causa de la circunspección que nos impide apreciar la posibilidad de que seres humanos y animales convivan pacíficamente en un ambiente celestial. De acuerdo con Bill Hall,[3] las personas razonan que, si hubiera perros en el cielo, allí también habría gatos, ratas y otros animales que pudieran impedir el gozo eterno. Tal vez imaginen que será dietéticamente tentador contemplar un ave o un pez, en el cielo, sin poder apreciarlos de modo más epicurista que lo que el ambiente del cielo permitirá.

De cualquier modo, mi familia quedó muy impresionada cuando escuchó que un predicador anunciaba, enfáticamente, que los perros no irían al cielo. Tenemos una perra en casa, y mis hijos le tienen mucho cariño. Escuchar repetidamente que los perros no van al cielo les causó gran decepción. No me siento incómodo al referirme afectuosámente a la perra de la familia. Bainton[4] comenta que Lutero, en varios pasajes de su obra Conversaciones en la mesa, menciona su perro, al que parece haber estimado mucho. Se percibe, por sus escritos, que esperaba que fueran al cielo. Además de eso, los presenta como modelos de fidelidad y concentración cristianas: “Ah, si pudiera orar con la devoción con la que mi perro observa un trozo de carne” (p. 274).

Análisis de un texto

Al examinar el texto utilizado por el predicador, no tuve la misma impresión que él. El texto es: “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apoc. 22:14, 15).

Este texto no se refiere a perros literales. El contexto favorece una interpretación metafórica del pasaje, por dos razones. En primer lugar, todos los demás elementos de la lista excluidos de la Tierra Nueva son seres humanos culpados de pecados graves: hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras, mentirosos. No tiene sentido incluir animales entre ellos. En segundo lugar, el libro del Apocalipsis presenta otra lista de infieles que tampoco incluye animales: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos no tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc. 21:8).

Existen otros usos metafóricos de la palabra “perro” en las Escrituras. Deuteronomio 23:18 habla del salario de una prostituta y de un “perro” en un contexto tan claramente simbólico que algunas traducciones ni siquiera conservan la palabra “perro”. No es el caso de la Reina-Valera 1960; pero la mayoría de las traducciones portuguesas traducen este término como “sodomita”. Esta palabra también era un insulto genérico (1 Sam. 17:43; 24:14; 2 Rey. 8:13; Sal. 22:17, 21; Isa. 56:10, 11; Mat. 7:6), al igual que lo es en nuestros días, o una expresión de humildad (2 Rey. 8:13).

En el Evangelio de Mateo

Las listas de vicios, pecados y clases de pecadores eran comunes entre los filósofos moralistas del mundo grecorromano. En su tratado titulado Hermótimo 22, Luciano compara la virtud con una ciudad de la que son excluidos todos los vicios. En la Biblia, Pablo es quien las utiliza con mayor frecuencia. El caso del libro de Apocalipsis, que se basa en la traducción de Deuteronomio 18:9 al 14, es la única aparición conocida de una lista de vicios que contiene la palabra “perros”. Por eso, es común interpretar el término con referencia a personas, y no a animales.

De acuerdo con Dídimo de Alejandría, los cristianos del siglo IV negaban la participación en la comunión a los no bautizados, sobre la base del proverbio de Mateo 7:6, que prohibía dar cosas sagradas a los “perros”. Una comparación entre el texto de Apocalipsis y el Evangelio de Mateo ¿nos permitiría concluir que los “perros”, figurativamente, son siempre los gentiles?

A pesar de que el evangelio de Mateo fue escrito, primeramente, para los judíos, hay en él un número muy alto de referencias a los gentiles. Dado que en algunos casos Mateo los presenta bajo una luz desfavorable, ciertos teólogos, como David Sims,[5] por ejemplo, han supuesto que el evangelio posee un cariz antigentil. Otros, como Hummel[6] y Bonnard,[7] entienden que cuando los líderes judaicos emplean la palabra “pecadores”, en Mateo, generalmente se refieren a los gentiles. Así, la frase “publicanos y pecadores” debe ser entendida como un equivalente sintagmático de “publicanos y gentiles”.

Por otro lado, es posible percibir un sinnúmero de ocasiones en que Mateo presenta a los gentiles de modo favorable (Mat. 8:5-13; 21:17- 24; 27:54). Para Smillie,[8] Jesús acepta y adapta los estereotipos judíos convencionales en relación con los paganos como la quintaesencia de la injusticia discursiva, buscando generalizar con el fin de crear un contraste en relación con que él podía crear un nuevo comportamiento o actitud. Por eso, no parece coherente suponer que la referencia de Jesús a los perros, en la perícopa de la mujer cananea (Mat. 15:22-28) haya tenido como intención otra cosa que no sea generalizar, para contrastar y llevar a un cambio de actitud.

Observando el relato a través de la máscara exclusivista del judaísmo, los lectores de Mateo deben percibir, por la respuesta de la mujer y por la concesión de Jesús a su pedido, que necesitan adoptar una nueva actitud en relación con los samaritanos y los gentiles en general: una actitud de tolerancia. La mujer toma, sin pudores, el término deliberadamente peyorativo de Cristo y lo aplica a sí misma, al decir: “incluso los perros…”. Eso le otorga la bendición y, más que eso, uno de los elogios más conmovedores hechos por Jesús en los evangelios.

Por lo tanto, a pesar de ser peyorativo, el uso del término “perros” por parte de Jesús en Mateo tuvo como objetivo provocar un cambio de actitud en relación con una clase discriminada. La situación creada por Jesús es el equivalente práctico de su declaración: “Gistes que fue dicho… pero yo os digo”, usada con la misma finalidad de transformar la comprensión de sus oyentes en relación con conceptos que deberían ser suplantados por el amor cristiano. Pero el interés principal de este artículo no es establecer todo el contexto en que la palabra “perros” es empleada en Mateo, sino solo mostrar que los escritores neotestamentarios estaban familiarizados con su uso metafórico. Por otro lado, no podemos decir que la aparición de la palabra en Apocalipsis tenga el mismo referencial, una vez que percibimos que esta palabra, en Mateo, es ennoblecida por Jesús. Después del encuentro de la mujer cananea con Jesús, los “perros” (gentiles) ya no son más excluidos del banquete, sino que pasan a tener derecho a las migajas. Por eso, los perros del apocalipsis no pueden ser los gentiles, porque allí ellos continúan excluidos de la salvación.

En el Apocalipsis

Al analizar el texto del Apocalipsis, Robertson[9] propone, sobre la base de Deuteronomio 23:18, que los “perros” son personas sexualmente impuras dado que, según él, los perros eran animales de rapiña en el Oriente y, por eso, eran despreciados. Pero el mensaje apocalíptico no representa únicamente el pensamiento oriental. Es verdad que Juan era judío, pero escribió en griego, en la isla de Patmos, una prisión romana en el corazón del mundo griego.

Por eso, se puede buscar un sentido más próximo al empleado en el mundo grecorromano para la palabra “perros”. Si esto es verdad, el término podría tener un sentido filosófico más abarcante que solo la inmoralidad.

El mundo griego conoció ciertos filósofos que se llamaban cínicos; es decir, “caninos”, para enfatizar su comportamiento irrestrictamente franco. Uno de los más famosos de estos filósofos fue Diógenes de Sínope que, según Diógenes Laércio, era un “Sócrates enloquecido”. Diógenes predicaba la anaideia (una vida totalmente impúdica). Otro filósofo cínico fue Orates de Tebas.[10]

Por intermedio de Apuleio, sabemos que Diógenes de Sínope persuadió a Orates, en el siglo IV a.C., a que renunciara a su fortuna. Orates pasó, entonces, a referirse a su antigua riqueza como un “paquete de estiércol”. Esa decisión fue tan ofensiva para algunos que Clemente de Alejandría, en su obra ¿Quién es el hombre rico que se salva?, declaraba que Crates lo hizo solo porque deseaba liberarse del trabajo de tener que mantener sus posesiones, prefiriendo el ocio de las letras inútiles, y no por las razones sugeridas por Jesús en Marcos 10:17 al 31.

El mismo Apuleio presenta un Crates desnudo, enseñando sus doctrinas y cargando una carga semejante a la de Hércules. Además de esto, Apuleio nos informa que Crates acostumbraba a copular con su consorte, Hiparque, frente al Pórtico Pintado, en plena Agora ateniense.

El espíritu de controversia asociado con los cínicos tuvo enorme influencia en el pensamiento grecorromano.[11] La sinceridad destemplada de estos filósofos repercutió negativamente entre las demás escuelas filosóficas, y causó mucha reacción entre los estoicos y epicúreos. Es por esa razón que los demás griegos pasaron a referirse a ellos como cínicos. El propio Diógenes de Sínope, fundador de esta escuela filosófica, aceptó el apellido de “Diógenes el perro”.

No se debe menospreciar la influencia de los sistemas filosóficos grecorromanos acerca del pensamiento de los escritores neotestamentarios, que a veces los aprueban y otras veces los rechazan, dependiendo del tenor de su contenido.[12]

Creo que los perros de Apocalipsis 22:14 y 15 son justamente las personas de comportamiento aberrante que el mundo grecorromano se acostumbró a llamarlos cínicos (caninos). El apóstol Juan podía estar sencillamente advirtiendo acerca del comportamiento extravagante y abiertamente ofensivo, el escándalo por el simple placer del escándalo, la crítica destructiva y la inmoralidad frívola, que podía impedir que un cristiano, un día, ingrese en el paraíso a él prometido.

Además de eso, al contrario de lo que pudiera haber sucedido en Oriente (si es que la afirmación de Robertson acerca de que los orientales despreciaban a los perros es verdadera), los griegos y los romanos tenían una gran cercanía con sus perros, a los que estimaban. Desde la referencia al famoso perro de Argos, perteneciente a Ulises en la Odisea, hasta el sinnúmero de monolitos funerarios griegos que generalmente incluían la figura de dos perros al lado de sus dueños fallecidos, sobran evidencias de que el mundo grecorromano amaba a esos animales. Además, no se puede decir que el término “cínico” fuera peyorativo. Por el contrario, pudo hasta haber contribuido a la aceptación de estos filósofos que, voluntariamente, se aplicaban el epíteto “perros”.

En su Epístola a los Efesios (7:1), Ignacio interpreta que los perros del Apocalipsis son “los que rechazan la verdad y se endurecen hacia la gracia”. No podría haber una descripción más precisa de los cínicos de su época: hombres obstinados, que rechazaban las tradiciones y la razón, con el firme propósito de oponerse a la sociedad en que vivían. Tal vez sea por eso que Jesús haya dudado en dejar que el evangelio fuera llevado a personas así (Mat. 7:6). De esta forma, la majestad del evangelio no puede ser vilipendiada por la hostilidad de los que se oponen a todo lo que existe en el mundo, ya sea en el campo material o en el espiritual.

Obviamente, no puedo probar que la referencia a los “perros” en el Nuevo Testamento tiene como única referencia a los cínicos. Es cierto que, en los evangelios, el término se refiere a los gentiles. Por otro lado, quiero sugerir que la expresión apocalíptica tenga esa acepción principal a los cínicos. Hay indicios de que el cinismo floreció de manera más intensa bajo la dinastía flaviana. Domiciano, bajo cuyo gobierno Juan fue condenado a Patmos, fue uno de los emperadores más conocidos de esta dinastía.

En la Tierra Nueva

El manuscrito 4Q394, encontrado en Qúmram, en el Mar Muerto, nos provee una pista acerca de la razón por la que los judíos antiguos, contrariamente a las prácticas de Oriente, parecían oponerse a la presencia de perros en Jerusalén. El manuscrito trae la prohibición con respecto a la manutención de perros en las inmediaciones del Templo, porque estos insistían en desenterrar huesos de animales allí sacrificados. De la misma forma, el libro apócrifo conocido como los Hechos de Andrés también sugiere que los primeros cristianos tenían una actitud ambivalente hacia los perros, por el hecho de creer que el perro era un animal cuya forma le gustaba asumir al diablo.

A pesar de estas consideraciones negativas, no hay nada que nos sugiera que la aparición de la palabra “perros”, en el Apocalipsis, deba ser interpretada literalmente. Además de esto, el Antiguo Testamento habla mucho acerca de la existencia de animales en la Tierra Nueva: “El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová” (Isa. 65:25). Este texto es una repetición ligeramente alterada de otro del mismo libro: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isa. 11:6). Sabemos que el pasaje es aplicable, primeramente, al antiguo Israel y no a la iglesia actual. Por otro lado, como la mayoría de las profecías del Antiguo Testamento es reaplicable a la iglesia, se puede imaginar que habrá animales en la Tierra Nueva.

Richard Phillips, pastor presbiteriano en Márgate, Florida, Estados Unidos, responde la pregunta: “¿Habrá perros en el cielo?” con la siguiente información: “Probablemente los habrá, pero no su mascota”. Lo que quiso decir es que, en la recreación de la naturaleza, probablemente Dios embellecerá nuestro planeta con clases de animales y vegetales, como el libro de Génesis relata que hizo en la semana de la Creación. No obstante, no podemos estar seguros de que se dará por medio de la resurrección de los animales que existieron antes en la tierra. Puede ser que Dios sencillamente decida crear nuevos animales para esa finalidad.

Sobre el autor: Profesor del Seminario Teológico de la Universidad Adventista de Bahía, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Wendy Doniger, “Hell is other people; heaven is other dogs”, On Faith (28 de agosto de 2007).

[2] Robert T. Sharp, No Dogs in Heaven? Scenes from the Life of a Country Veterinarian (Nova York: Carroll & Graf, 2005).

[3] Bill Hall, “Who will look after the dogs in heaven?”, Tribune (Lewiston, Idaho: 25 de junio de 1990).

[4] Roland Bainton, “Luther on birds, dogs and babies”, Luther Today (Decorah, lowa: 1957).

[5] David Sims, The Gospel of Matthew and Christian Judaism: The History and Social Setting of the Matthean Community (Edinburgh: T&T Clark, 1998), pp. 215- 256.

[6] Reinhart Hummel, Die Auseinandersetzung Zwischen Kirche un Judentum im Mattausegangelium (Munique: Kaiser, 1996), p. 36.

[7] Pierre Bonnard, L’évangile selon Saint Matthieu, seg. edición (Geneva: Labor et Fides, 1982), pp. 429-435.

[8] Gene R. Smillie, “Even the dogs: Gentiles in the gospel of Matthew”, Journal of the Evangelical Theological Society, 2001, 1.1, n° 1, pp. 74-96.

[9] Archibald T. Robertson, Word Pictures in the New Testament (Nashville: Broadman, 1932).

[10] Milton L. Torres, “The Stripping of a Cloak: a Topos in Classical and Biblical Literatura”, Hermenéutica (Cachoeira, BA: 2001), 1.1, n° 1, pp. 45-54.

[11] Albin Lesky, A History on Greek Literature (Indianápolis: Hackett, 1996), p. 672.

[12] Milton L. Torres, “Felix’s Refusal to Further Listen to Paul as a Statement of Philosophical Superiority”, Philica, n° 70, 2006, pp. 1-3. http://philica.com/display_article.php?article_id=70