“Tenemos que hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora para alcanzar a los habitantes de nuestras ciudades”.

Para comprender mejor el papel que la iglesia debe realizar en las ciudades, es importante que conozcamos el origen y la naturaleza de ellas.

En el libro de Génesis, leemos que “conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc” (Gén. 4:17). Sabemos que Génesis es el libro de los orígenes, tanto del ser humano como de otras cosas. En ese caso está el origen de la primera ciudad, precisamente como resultado de una rebelión contra Dios.

Todo comenzó en la ocasión en que Caín y Abel llevaron sus respectivas ofrendas al Señor. Por haber llevado, en su rebeldía, una ofrenda contraria a las expectativas de Dios, Caín fue el blanco del desagrado divino y su ofrenda fue rechazada por el Señor. Por esa razón, fue condenado a vagar errante, como extranjero, y la tierra cultivada por él no volvería a fructificar (Gén. 4:5, 12).

Acostumbrado a vivir radicado en un lugar, a Caín no le gustó la idea de vivir como fugitivo. Así, en la tentativa de huir del castigo divino, resolvió construir una ciudad en la cual se establecería, alimentando la expectativa de conseguir que otras personas cultivaran la tierra.

CONCENTRACIÓN DE PECADORES

En el resto del capítulo encontramos lo que parece ser una genealogía. Con todo, se trata de una referencia a las características de la descendencia de Caín. En esas características es posible ver el estilo de vida que fue adquiriendo la ciudad. Con la concentración de personas en una ciudad se produce una masa crítica de pecado, por causa de la concentración de pecadores. Y, cuando los pecadores se juntan en algún lugar, se produce una sinergia que potencia el pecado. La maldad es potenciada, razón por la cual existe tanta maldad en las ciudades. Existen maldades que suelen ocurrir con mayor intensidad en las grandes ciudades, como por ejemplo, prostitución, violencia, crímenes y polución, entre otras.

En el relato bíblico en consideración encontramos a Lamec, el primer hombre que tuvo dos mujeres, el primer polígamo (Gén. 4:19). Esa fue una expresión más de rebelión, una evidencia de que en las grandes ciudades se potencian los pecados de inmoralidad sexual, promiscuidad y otros, aunque eso también ocurra en los villorrios rurales. No obstante, es más común que suceda en las ciudades, especialmente en las más grandes.

También aparece Tubalcaín, otro descendiente de Caín, artífice de toda obra de bronce y de hierro. Con esa habilidad surgió la fabricación de armas y, consecuentemente, la violencia (Gén. 4:22). En el poema de Lamec: “Ada y Zila, oid mi voz; mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será” (vers. 23, 24), encontramos una apología de la violencia. Ése es el problema de las ciudades, donde aspectos bellos como el arte pueden tornarse instrumentos del desagrado de Dios.

EL PAPEL DE LA IGLESIA

Frente a eso, la gran pregunta con la que nos enfrentamos es la siguiente: ¿Qué hace la iglesia para cambiar esa situación? Muchas veces, se conserva demasiado silenciosa o rechaza las artes. Sin embargo, el ideal es que motivemos a las personas a usar el arte para exaltar a Dios. En el propio campo del arte se debe servir a Dios para combatir el mal uso del arte. En todas las grandes ciudades hay personas que trabajan en las áreas de la medicina, el comercio, la educación y otras. La iglesia precisa involucrarse en las diversas áreas de la vida para que pueda ejercer una influencia positiva. Si la iglesia no ejerce un impacto en la sociedad, ésta va a ejercer un impacto en la iglesia.

¿De qué manera podemos causar ese impacto? Elena de White responde: “El Señor me ha presentado la obra que debe hacerse en nuestras ciudades. Los creyentes que hay en ellas pueden trabajar para Dios en el vecindario de sus casas. Deben hacerlo en silencio y con humildad, acompañados siempre por la atmósfera del cielo. Si mantienen al yo oculto y siempre dirigen la atención hacia Cristo, se sentirá el poder de su influencia” (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 83).

La vida en las ciudades parece estar dividida en períodos. En ese contexto, pareciera ser que algunos miembros de iglesia dicen: “Por la mañana, trabajo; a la tarde, estudio; y a la noche o el sábado, soy adventista”. Eso significa que no ven relación alguna entre la fe y las actividades cotidianas. Hablamos de vida material y vida espiritual; vida secular y vida religiosa. Separamos las dos esferas, y eso significa aceptar el modelo de la ciudad. Nos hace pensar que debemos obedecer a Dios solamente en la iglesia, y en el trabajo podemos tener otro estilo de vida. O sea que consideramos que el evangelio nada tiene que decir para nuestras ocupaciones profesionales, sociales y estudiantiles.

Por el contrario, la Biblia nos enseña que somos una persona indivisible. Jesús no hizo tal fraccionamiento. Siendo cristianos en la iglesia, también debemos serlo en todos los aspectos de la vida. Al fin de cuentas, como afirmó Henry Ward Beercher, “si un hombre no puede ser cristiano en el lugar donde está, no puede ser cristiano en ningún otro lugar”. La iglesia no debe amoldarse al padrón de la ciudad, pues solamente así puede causar un impacto en la sociedad. Si la ciudad fomenta el individualismo, la iglesia fomenta la vida en comunidad. Si la ciudad fomenta la indiferencia para con el sufrimiento humano, la iglesia enfatiza la compasión, la misericordia. Ella debe ser el buen samaritano que lleva el bálsamo para los heridos de la ciudad. ¡La ciudad tiene muchas personas heridas!

SALVACIÓN PARA TODOS

Es común que las personas quieran salir de la ciudad, porque el crecimiento de los caseríos de emergencia que la cercan favorece el aumento de la delincuencia, exponiéndolas a muchos peligros. Por eso, procuran lugares más tranquilos para vivir. De manera semejante, muchas iglesias parecen interesadas en mudarse a lugares tranquilos, o sea, ponen la luz debajo del velador, contrariando los valores del evangelio. El Señor vino para salvar no solamente a los que se hallan sanos, sino también a los enfermos.

Si Dios va hasta la ciudad, la iglesia no puede querer dejarla. En caso de que piense de esa manera, todavía no ha comprendido a Dios. Por eso, debe ser reavivada. El Señor desea que seamos sal y luz en las grandes ciudades. Tenemos una misión que cumplir en las grandes ciudades. Tenemos una verdad que comunicar en las grandes ciudades. ¡Es el tiempo de hacerlo!

TOMANDO INICIATIVAS

Bajo el lema “Esperanza para las grandes ciudades”, el liderazgo mundial de la Iglesia Adventista pretende alcanzar al mayor número de personas que viven en las grandes ciudades. En ese sentido, resaltamos dos grandes iniciativas:

Plantación de iglesias en lugares desafiantes de las grandes ciudades. Con mucho esfuerzo, nuestros pioneros establecieron iglesias en lugares difíciles. Hoy, nuestro desafío es establecer presencia adventista en lugares diferenciados o distinguidos, sin dejar de seguir avanzando en lugares periféricos.

Donde ya tenemos iglesias establecidas, la idea es transformar a la iglesia en algo más relevante, abriendo las puertas en los días de semana. Por ejemplo, los jóvenes pueden actuar los martes exponiendo temas de salud; los jueves, pueden unirse los ministerios de la familia y la mujer para presentar temas afines en beneficio de la comunidad. Los grupos pequeños servirán de base para la nueva iglesia.

Establecimiento de centros de influencia. De acuerdo con el consejo inspirado de Elena de White, “tenemos que hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora para alcanzar a los habitantes de nuestras ciudades. En ellas no debemos construir edificios grandes. Vez tras vez se me ha dado luz acerca de la necesidad de establecer instituciones pequeñas en las ciudades, que sirvan como centros de influencia” (Consejos sobre la salud, p. 480).

Ella dice además: “Hay una gran variedad de trabajo, adaptado a diferentes mentes y a capacidades variadas” (El evangelismo, p. 326).

“Dios llama no solamente a los ministros, sino también a los médicos, los enfermeros, los colportores, los instructores bíblicos y a otros laicos consagrados, dotados de diversos talentos, que conocen la Palabra de Dios y el poder de su gracia, y los invita a considerar las necesidades de las ciudades que están sin amonestar” (Los hechos de los apóstoles, p. 131).

Como vimos, la Biblia presenta la preocupación de Dios por las grandes ciudades, esto se reitera en los escritos de Elena de White. La tendencia actual de la población mundial de centralizarse más y más en las grandes ciudades hace que la preocupación de la iglesia también se manifieste en la evangelización urbana. Ruego que podamos tener por las multitudes de hoy la misma compasión demostrada por Jesús en relación con las multitudes de su tiempo.

Sobre el autor: director de Escuela Sabática y Misión Global de la División Sudamericana.