La idea de la expansión de la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día se empezó a encender muy lentamente en la mente de nuestros antepasados espirituales. Por casi treinta años, después de 1844, la visión de los pioneros se concentró en Norteamérica; pensaron que llevando el mensaje adventista a los Estados Unidos, un crisol de razas y naciones, podrían satisfacer el mandato de ir a “toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14: 6).

 El Señor tenía el plan de emprender una empresa mundial. Aunque el número de los primeros adventistas era reducido y sus recursos magros, pronto se abrió una visión mayor hasta que la perspectiva se amplió a todo el mundo. Esta nueva visión se demostró en forma concreta cuando se envió a J. N. Andrews a Europa en 1874.

 En 1906, Elena de White escribió cómo se había ampliado a través de los años la visión de la obra que debía realizarse. En una carta al hermano John Burden y a su esposa, que vivían en Loma Linda, reconoció que los pioneros habían considerado la tarea que debían realizar, pero “vino luz del Señor en relación con la expansión de la obra”. Ella citó Mateo 28: 18, 19 y dijo: “Entonces comprendimos que había un mundo que debía ser advertido” (Loma Linda Messages, pág. 157).

 El siglo XX se caracterizó por el rápido crecimiento de la Iglesia Adventista. De una feligresía de sólo 78.188 en 1901, ahora tenemos más de cuatro millones. Continente tras continente, nación tras nación, isla tras isla, hemos trabajado en 190 de los 218 países enumerados en las Naciones Unidas. De una iglesia que era casi totalmente blanca y norteamericana en 1900, llegamos a ser una iglesia verdaderamente internacional en 1985. Sólo un 15% de los miembros reside actualmente en Norteamérica, y la iglesia se transformó en una familia que surgió de una vahada gama de cepas étnicas. En distintos aspectos importantes, el siglo XX fue un siglo adventista.

 Nos regocijamos en este progreso. No deseamos adoptar una perspectiva “triunfalista” de la iglesia, y cerrar nuestros ojos a su fragilidad y a sus errores, pero tampoco vamos a unirnos a las filas de los críticos que parecen ciegos a lo que Dios pudo realizar por medio del pueblo adventista.

 Pero nuestra labor aún está lejos de finalizar. No es suficiente que establezcamos una cabecera de puente en un continente particular o en un país. En muchas naciones encontramos enormes masas poblacionales, grupos de habitantes que los adventistas apenas tocaron. La penetración geográfica de ningún modo significa una penetración cultural.

 Consideremos por un instante un país con el que mi esposa y yo estamos familiarizados: la India. Cuando en 1960 fuimos a la India como misioneros, en todo el sur del Asia había sólo unos 22.000 adventistas. Hoy, ese número se cuadruplicó a una cifra de más de 100.000. El llamado “Gibraltar del paganismo” produjo un firmamento de estrellas para la gloria del Salvador. Nos regocijamos en lo que el Señor hizo en el sur de Asia.

 Pero el alcance de nuestra misión continúa siendo abarcante. El hecho es que menos de un 2% de la población de la India es cristiana; sin embargo, este grupo significó la mayoría de las conquistas de los adventistas. Gran parte de la población de la India es hindú o musulmana; algunos son parsis, jainistas o budistas. Entre estos grupos, los adventistas hicieron muy pocos progresos. Y la población de la India representa una cifra asombrosa que rebaza los 700 millones.

 Durante un buen tiempo, Gottfried Oosterwal, director del Instituto of World Mission en la Universidad Andrews, ha estado llamando la atención de la iglesia para que ésta se preocupara por los “grupos de personas” antes que por los límites geográficos. Cuando en 1981 se dirigió al Concilio Mundial, estimó que en el mundo hay unos 25.000 grupos de personas, y que necesitamos unos cuatro misioneros para establecer una base con cada grupo -lo que significaría unas 100.000 áreas misioneras.

 Y la visión adventista continúa creciendo. Y se expande no sólo al considerar la proliferación de la población del planeta, sino al comprender la complejidad que involucra “cada nación, tribu, lengua y pueblo”. En la mayoría de los países hay grupos poblacionales que no fueron rozados ni tocados por la Iglesia Adventista. Nuestra labor no se completará hasta que hayamos identificado a estos grupos e imple- mentado métodos para evangelizarlos.

 Norteamérica no es una excepción a estas necesidades. No lo es ninguna de las sociedades occidentales “desarrolladas”. En realidad, en estas mismas culturas vemos, en general, la existencia de una gran población inadvertida por la Iglesia Adventista, la que no está preparada para encararla con el triple mensaje angélico. Nos estamos refiriendo a las personas cuya vida está gobernada fundamentalmente por una forma de pensar secular.

Una humanidad autosuficiente

 “Otra fase del avance, cuyo tiempo ha llegado, es la de iniciar un estudio progresivo destinado a desarrollar métodos para alcanzar con el Evangelio a las mentes secularizadas y a los grupos no cristianos del mundo. Todo esto es una ciencia en sí misma, a la que únicamente le hemos prestado una atención nominal. Esto involucra alcanzar a centenares de miles de jóvenes atrapados por las filosofías materialistas en las universidades, donde actualmente no tenemos voces que den testimonio”.

 Esta declaración fue hecha el 17 de abril de 1980, en Dallas, Texas. En el quincuagésimo congreso mundial de los Adventistas del Séptimo Día, los delegados escucharon al presidente de la Iglesia mundial, Neal C. Wilson, que en su discurso señaló diez áreas en las que consideraba que se necesitaba poner énfasis. Sus palabras, anteriormente citadas, describen el noveno aspecto de esa enumeración.

 ¿Cuál es esa mentalidad secular a la que se refirió el pastor Wilson? Es una forma de pensamiento y de vida casi totalmente extraña para la mayoría de los adventistas. Probablemente, la mayoría de nosotros tiene una vaga idea de cómo los hombres y las mujeres con mentalidad secular encaran la vida; en consecuencia, la mayoría de nosotros aún necesita educarse con respecto a las necesidades especiales de esta población para que los alcancemos con las buenas nuevas, y podamos comprender las dificultades involucradas en la empresa.

 Una ilustración puede ayudarnos. Suponga que comienza una discusión con un vecino sobre el tema del sábado. A él le llamó la atención que usted asistiera a la iglesia durante el sábado en vez del domingo, como lo hacen otros cristianos a quienes conoce. “Es que la Biblia enseña que el sábado es el día de descanso, y no el domingo’’, afirma usted. Entonces trae su Biblia y le muestra Génesis 2:1-3; Éxodo 20: 8- 11; 31:13-17; Isaías 58:13, 14; Ezequiel 20: 12; Lucas 4:16; y Marcos 2: 27, 28.

 “Sí -concuerda el vecino-. Veo que tiene razón. La Biblia enseña que el sábado es el día de descanso y no el domingo’’.

 Usted se siente estimulado por sus palabras. Lo mira con expectación. Pero el resto de su respuesta es devastadora.

 “Y con esto, ¿qué? -le dice el vecino-. Usted interpreta correctamente la Biblia, pero eso no me importa mucho. Yo no creo en la Biblia. En realidad, no creo en ninguna religión”.

 Cuando la conversación continúa un poco más, se da cuenta de que su vecino no es un ateo. En su mente puede haber un Dios o puede no haberlo, puede haber un más allá o puede que no. Sencillamente esos asuntos no le importan. Todo lo que le interesa es el aquí y ahora -sus trabajos, sus placeres, sus amigos, su realización en esta vida.

 Usted regresa a su casa con varios interrogantes. El método bíblico establecido ha fracasado. Generalmente funciona -pero fracasó. Usted y su prójimo ni siquiera comenzaron a dialogar sobre un terreno común; inevitablemente usted no pudo convencerlo de la vigencia del mandamiento con respecto al sábado.

 Pero sus problemas surgen de la mentalidad secular de su vecino. Si bien el vocablo no fue utilizado -pocas personas se autodefinen como secularistas-, usted acaba de confrontarse con el secularismo.

 El diccionario de Webster define al secularismo como “un sistema de doctrina y práctica que descuida o rechaza cualquier forma de fe religiosa y de culto”. Esta definición es inadecuada. En tanto que abarca a algunas personas de mentalidad secular -aquellas para las que el secularismo es un esquema cuidadosamente meditado, que funciona casi como una religión- deja fuera numerosas otras. Muchas personas no idearon el modo secular de vivir y pensar; sólo son secularistas prácticos.

 En realidad, no toda la definición abarcante de secularismo es apropiada. En concordancia con esto, las opiniones difieren sobre si el secularismo es esencialmente una forma moderna de pensamiento o si es tan viejo como la humanidad.

 Hay tres características de la mente secular que nos resultan evidentes:

 1. La indiferencia por la religión. Las actitudes pueden ir desde la ignorancia de la religión hasta el antagonismo, y abarcar a todas las religiones y al cristianismo en forma particular. El hombre o la mujer secular ha descuidado todas las manifestaciones religiosas de fe y culto. El secularista siente que ha superado la religión, se ve a sí mismo como postcristiano.

 2. La confianza en los logros de la ciencia y la tecnología. Sin duda los avances fueron notables: los remedios sorprendentes, el hombre en la luna, el fin de la poliomielitis, el aumento de la expectativa de vida, los automóviles, el teléfono, los acondicionadores de aire, las computadoras -la lista es interminable. Todos estos son logros de la humanidad, y son tangibles. Los hombres y mujeres de mente secular están impresionados por ellos, y colocan toda su confianza en estos resultados visibles antes que el mundo invisible del que habla la religión.

3. La autosuficiencia. El secularista no necesariamente niega la existencia de Dios; simplemente, no siente la necesidad de Él. Considera que se las puede arreglar bien sin Dios -si es que existe. En realidad, busca las habilidades y los recursos humanos porque los considera plenamente suficientes para atender a las necesidades humanas y no busca otra fuente de respuestas, como ser los conceptos del pasado, pues los cree perimidos.

 Si bien estos esquemas de pensamiento son prominentes en las universidades, de ningún modo se limitan a estas. El secularismo involucra tanto al profesor en el aula como al trabajador que construye un nuevo rascacielos, incluye tanto a los intelectuales como a los trabajadores. Dondequiera que haya hombres y mujeres gobernados por una filosofía autosuficiente, que dejan de lado los requerimientos divinos y eluden la necesidad de Dios, formarán parte del desafío secular.

 ¿Cuántas son las personas secularizadas? Nadie lo sabe, pero posiblemente el número es mayor en Norteamérica y en Europa. El secularismo se manifestó en las vidas de muchas personas, quizá en la mayoría. Muchos que aún creen en Dios y concurren a la iglesia, en la práctica son seculares. En el análisis final, ellos confían en las soluciones humanas antes que en las divinas.

El adventismo confronta el pensamiento secular

 El pensamiento secular está muy distante de la filosofía adventista. Pero el adventista vive en el mundo e inevitablemente confronta el secularismo. Y si bien el pensamiento secular acabado es ajeno y extraño para la mayoría de los adventistas, ciertas formas de pensamiento secularizadas están influyendo en la mayoría de nosotros.

 Fundamentalmente, esto ocurre porque los medios de comunicación influyen en todos nosotros, y los medios están enormemente secularizados en sus presentaciones.

 Aunque más de cincuenta millones de estadounidenses concurren a la iglesia en forma regular, los programas de televisión raramente lo reflejan. Millones de personas oran, pero es extraño que lo hagan en televisión. Muchas personas toman decisiones fundamentándose en principios cristianos, pero la televisión elude reflejar este aspecto.

 En la televisión, la gente parece que fuera a la iglesia únicamente para los casamientos y para los funerales. En ciertas ocasiones, la iglesia sólo proporciona el marco para un interludio humorístico. Al clérigo se lo presenta como el inepto, el disparatado, o el melindroso, en algunas ocasiones, como el mentiroso y el tramposo. Al capellán de la señe televisiva M.A.S.H., se lo muestra sincero, pero inefectivo y de carácter débil. En uno de los programas queda aturdido cuando una de sus oraciones “funciona” y el paciente se recupera.

 La situación es similar en el cine. Robert E. A. Lee, director de comunicaciones del Concilio Luterano en Estados Unidos, en un artículo titulado “Las dimensiones perdidas en el cine”, escribe: “En estos días los cines reflejan casi todos los aspectos de la vida y de la muerte, pero rara vez tratan de una experiencia común a millones de personas de diferentes edades: la fe religiosa.

 “¿Por qué razón los productores de cine, especialmente en Norteamérica, descuidan la dimensión de la religión en las historias que filman? ¿Cuándo fue la última vez que en una secuencia dramática usted vio orar en la pantalla? Es algo difícil de recordar.

 “Y sin embargo, la gente ora. La mayoría de las personas en los Estados Unidos y el Canadá creen en Dios, y ciertamente estos creyentes se dirigen a Dios en oración en forma regular u ocasionalmente. Muchos, honesta y genuinamente, formularán oraciones desesperadas en situaciones límites o de temor. Pero muy a menudo los censores quitarán de la pantalla este reflejo de la vida real…

 “El problema comienza con los escritores. Muchos guionistas parecen seducidos por el secularismo al punto de sentirse incómodos si deben incluir manifestaciones religiosas de buena fe. Es posible que haya mucha censura en este aspecto”.

 Un reciente estudio de S. Robert Lichter y Stanley Rothman revelado en Public Opinion resulta esclarecedor. Los autores pasaron una hora con cada una de las doscientas cuarenta personas de la “elite de las comunicaciones” -periodistas, editores, corresponsales de TV, productores, editores ‘fílmicos, etc. Descubrieron que sólo el 8% asistía regularmente a la iglesia; el 86% afirmaba que rara vez o casi nunca asistía a un culto.

 Los medios de comunicación son penetrantes y persuasivos. Incuestionablemente son educativos; sutilmente nos dicen lo que está bien y lo que está mal, lo que es aceptable y lo que es inaceptable, en quién podemos confiar y en quién no, a quién debiéramos imitar y a quién no.

 Los valores que comunican mayoritariamente no son cristianos, sino que son propios de una mentalidad secular: los de hombres y mujeres autosuficientes.

 En forma imperceptible, los adventistas están siendo influidos por el medio secular. Resulta imposible evitarlo. Sin que lo notemos, nuestros valores se están convirtiendo en los de la mente secular. Puede que asistamos fielmente a la iglesia y que sigamos un estilo de vida adventista, pero en nuestro interior seamos seculares.

 Haríamos bien, como aconseja Pablo, en examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe (2 Cor. 13: 5). Debiéramos confrontar en forma honrada y personal los siguientes interrogantes: Aunque oro, ¿creo que Dios escucha y responde las oraciones? En el análisis final, ¿dónde pongo mi confianza? ¿Confío en Dios, o en las instituciones y capacidades humanas? Cualquiera sea mi profesión, ¿a quién desearía secretamente parecerme? ¿A una estrella deportiva, o de la TV, o a Jesús? ¿Hago mis decisiones sobre una base bíblica o sobre una perspectiva personal de corto aliento?

 En esta época secularizada, las palabras del Apocalipsis 14:7 resuenan con urgencia: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. ¡Los adventistas debieran seguir siendo fieles a este llamamiento!

 Gracias a Dios, aun en medio de una época secularizada no necesitamos transformarnos según sus pautas. El Señor es capaz de mantenernos consagrados a Él y a su servicio, sin mancha del mundo (Jud. 24).

 Pero no debiéramos descuidar los medios divinamente designados que el Cielo nos proporcionó. Más que nunca, la oración debiera ser el aliento del alma. Más que nunca, necesitamos fundamentarnos en la Palabra de Dios, y nutrirnos diariamente de ella. Más que nunca necesitamos la conducción del espíritu de profecía Más que nunca necesitamos compartir nuestra fe con un mundo que busca soluciones humanas antes que divinas.

Alcanzando a la mente secular

 Algunos lectores podrían objetar el llamamiento a nuevos enfoques. Es posible que argumenten que la experiencia de Pablo en Atenas (Hech. 17:22-34) nos enseña que cualquier método que no sea la presentación directa de Cristo y de la cruz, está condenado al fracaso desde un principio.

 No podemos concordar con la objeción o con el precedente bíblico supuesto. Pablo dijo: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judíos, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Cor. 9: 19-22). Y su aproximación a los atenienses, de ningún modo fue un fracaso. (Véase “Ventanas en la Palabra”, Revista Adventista, agosto de 1982.)

 En su discurso a la iglesia reunida en el Congreso Mundial en Dallas, el pastor Wilson pronunció un llamamiento para que se estudiaran métodos destinados a alcanzar a la mente secular. A lo menos dos respuestas se notaron a su apelación:

 Primero, la iglesia inauguró un plan para desarrollar un ministerio evangelizador en las universidades seculares. Votado en el Concilio Otoñal de 1981, el plan provee medios económicos para los pastores que se desempeñan en cinco universidades seculares. Los obreros asignados a estas responsabilidades deben dedicar, por lo menos, el cincuenta por ciento de su tiempo a pastorear al alumnado y al personal del centro educativo. Si consideramos la enorme cantidad de alumnos universitarios en los Estados Unidos y en el Canadá, el plan es modesto; sin embargo, es un comienzo.

 Segundo, la junta directiva de la Asociación General estableció una comisión para que explorara métodos para abordar la mente secularizada. En estas deliberaciones, el espectro de tareas y las energías consagradas para realizarlas son claras. Los descubrimientos tentativos de esta comisión han sido los siguientes:

 1. A causa de que el individuo secularizado tiene diversos antecedentes puede ser un profesor universitario o un alumno, como un materialista o un empleado de fábrica- se necesita una variada gama de modos de enfocar el problema.

 2. La evangelización de las personas que tienen una mentalidad secular puede requerir un tiempo mayor al normal. Y como estas personas no creen en la inspiración de la Biblia ni desarrollan una fe activa en Dios, no es posible encarar el estudio de la Biblia de un modo inmediato. Es necesario encontrar un terreno común, recién entonces se lo podría guiar paso a paso hacia la fe adventista. No se debería esperar un ingreso rápido.

 3. Las necesidades humanas son universales. El hombre y la mujer secularizados están heridos: él y ella necesitan de alguien que los cuide, necesitan ayuda en medio del dolor de la existencia humana, necesitan encontrar alguna clase de significado para sus vidas. Todos los individuos secularizados profesores u obreros, tienen esas necesidades. De algún modo debiéramos mostrarles cómo el mensaje adventista puede atender sus necesidades.

 4. Actualmente, la iglesia no tiene literatura específicamente diseñada para enfrentar el tipo de pensamiento secular. Desarrollar estos libros o revistas sería una tarea importante que requeriría imaginación e intrepidez consagradas. También deberíamos encontrar formas de distribuir esta literatura donde se la necesite.

 5. Pero se necesitan otras cosas y no sólo literatura. El individuo secularizado debiera encontrarse con adventistas amistosos, cálidos e interesados -personas cuyas propias vidas inviten a un cambio. Esto significa que los adventistas deben esforzarse por ser amistosos con sus vecinos y trabajar por este tipo de individuos. Esta tarea no será fácil, pues el esquema de pensamiento secular resulta extraño al adventista. Pero, guiados por el Espíritu, podremos tocar la vida de nuestros vecinos o compañeros de trabajo en los aspectos fundamentales, mientras demostramos nuestro amor e interés.

 Resulta evidente que la comisión no elaboró una serie de respuestas establecidas referentes a cómo abordar el secularismo. Pero su trabajo progresivo, junto con los esfuerzos de otros, pueden ayudar a la iglesia a cumplir su misión para con los muchos millones de hombres y mujeres que tienen un estilo de vida y un pensamiento seculares.

 El mensaje que tenemos es muy bueno como para que lo guardemos sólo para nosotros. Todos debieran escucharlo. Todos debieran tener la oportunidad de abrazarlo. Debiéramos ampliar nuestra visión, extender nuestros cordeles y fortalecer nuestras estacas. No debiéramos escatimar el esfuerzo de nuestra mente o de nuestros medios para buscar la forma de transmitir el Evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo.

 Jesús merece que le demos lo mejor.

Sobre el autor: es el director de la Adventist Review