PORQUE LOS HOMBRES Y MUJERES ESTÁN PERDIDOS

Debemos responder a la orden del Salvador de ir y predicar porque hay hombres y mujeres, niños y niñas, en la fría noche del pecado, agonizando sin Dios y sin esperanza. “Sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel”, dice Pablo de los hombres sin Dios, “y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efe. 2:12). Recientemente visité un antiguo campo de exterminación cerca de Linz, en Austria. Más de cien mil hombres de diferentes nacionalidades entraron por sus puertas para nunca volver a salir. Visité las celdas donde estaban confinados sin ayuda, sin esperanza. Estuve en las cámaras de tortura donde los impotentes y desesperanzados infelices eran sometidos a toda suerte de ultrajes y castigos. Entré en la cámara de gas donde miles de estos desventurados seres humanos hallaron su fin prematuro sin una oportunidad. Atisbé dentro de los fríos hornos donde los cuerpos de esas víctimas del odio y la tortura eran finalmente reducidos a cenizas. ¡Qué cuadro más cruel de desesperanza! Muchos de ellos, sin duda, murieron sin Dios y sin esperanza en la mañana de la resurrección.

En cierto sentido el pecador de hoy vive en un gran campo de exterminación. El día del cruel ajuste de cuentas llegará inevitablemente. “La paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23), nos recuerda el apóstol Pablo. Esta no es la muerte natural de la que todos debemos morir como resultado del pecado. De esta muerte puede haber una gloriosa mañana de resurrección —un gozoso día de reunión para los que han aceptado a Cristo como a su Salvador y Señor. Pero “la paga del pecado es muerte” —una muerte de la cual no hay resurrección. Es una eterna separación de Dios. La mayor parte del mundo está compuesta por hombres y mujeres marcados, hombres y mujeres con precio sobre sus cabezas —¡y ese precio es la muerte eterna! No todos se hallan en países paganos allende el mar. Miles de ellos están a nuestras propias puertas, en nuestro mismo país. Alguien ha hecho el cálculo de que hay más de mil distritos en tinieblas en Norteamérica —distritos donde el movimiento adventista no tiene obra establecida. ¡Qué desafío para los dirigentes de la iglesia de Dios en este gran continente!

En nuestras iglesias hay jóvenes y señoritas, apóstatas, y santos claudicantes que, si no son fortalecidos y ayudados, mañana pueden estar comprendidos en el número de los que abandonan la iglesia. ¡Qué desafío evangélico para cada pastor y evangelista de nuestra División Norteamericana! Una responsabilidad enorme descansa sobre cada uno de vosotros para redoblar vuestros esfuerzos a fin de alcanzar a los millones que habitan nuestro continente. “Si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya” (Eze. 33:6).

Pablo nos recuerda que nuestra responsabilidad en el juicio venidero debiera impulsarnos a redoblar nuestros esfuerzos evangelísticos en esta hora postrera: “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Cor. 5:11).

Porque tenemos un mensaje de vida

Con millones de seres humanos que se pierden en nuestro derredor debemos ampliar y apresurar nuestra acometida evangelística porque tenemos un mensaje —un mensaje de esperanza centrado en Cristo que los salvará. Es cierto que la paga del pecado es muerte, pero la bendita seguridad es que “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). He aquí esperanza para el desesperanzado, ayuda para el desvalido y salvación para el pecador más degradado. La vida eterna —una vida que se mide con la vida de Dios— puede convertirse en una gozosa realidad para toda alma que acepta a Cristo como su Salvador, Señor y ejemplo diario.

No importa cuán profundamente haya caído el transgresor en el pecado. Hay esperanza y hay ayuda. Como bien lo dijo Pablo: “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20). Tenemos un Salvador que puede salvar hasta lo sumo… El poeta describe así esta bendita transacción:

En el monte de la crucifixión se abrió una fuente ancha y profunda, por sus compuertas la misericordia de Dios fluyó abundante y libremente.

Gracia y amor, como ríos caudalosos, manan incesantes desde arriba, la paz y la perfecta justicia del Cielo besaron con amor al mundo culpable.

¡Esta, hermanos, es la médula de nuestro mensaje! Es un solemne mensaje de advertencia, pero es también un maravilloso mensaje de esperanza y amor redentor. ¿Nos atreveremos a fracasar en proclamarlo con todas las fuerzas que el Señor nos ha dado? Es nuestro deber obligatorio, nuestro glorioso privilegio. “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor. 5:14, VM).

¿Cómo reaccionaríamos si un médico se negara a atender a un paciente en estado desesperante? ¿O cómo juzgaríamos a un bombero que, viendo a un niño impotente que clama por ayuda desde la ventana de un segundo piso de un edificio en llamas se resiste a salvarlo de una muerte cierta? ¡Debemos ir! ¡Debemos predicar! “El amor de Cristo nos apremia”. El imperativo divino está sobre nosotros. Cualquiera sea el costo hemos de responder a la orden de nuestro Salvador. ¡Debemos ir! ¡Debemos predicar! Sin duda necesitamos examinar nuestras almas “en vista de las órdenes de marcha que el Cristo resucitado dio a sus seguidores”.

Porque no hay tiempo que perder

Por último, debemos ir cuando Cristo nos manda porque la hora en que vivimos es muy, muy avanzada. El tiempo es corto. No se lo puede desperdiciar. El período de gracia está próximo a concluir. Jesús y su hueste angélica pronto irrumpirán en el cielo en un resplandor glorioso en su segunda venida. Si Billy Graham y los evangélicos están hablando de “urgencia”, de “esta generación” y de otros puntos que indican su creencia en la pronta venida de Jesús, ¡cuánto más sentido de urgencia debiera tener la prédica y la vida de los evangelistas y pastores adventistas que proclaman el mensaje profético que Dios nos ha dado! Hay guerra en Vietnam, la intriga y las dificultades acosan al África naciente, los odios y las sospechas mantienen al Cercano Oriente en un estado de continua efervescencia. Somos compañeros de viaje de las crisis, los peligros, los temores y la muerte. Nuestro mundo arde junto a nosotros, y sin Dios somos incapaces de extinguir el fuego. Los periódicos, la radio y la TV proclaman: “El fin está cerca. El tiempo de gracia pronto se acaba”. Como lo dijo Billy Graham: “Parece que nos precipitamos locamente al Armagedón” (Christianity Today, 11-11-1966, pág. 4).

¡Qué cuadro pavoroso! ¡Qué panorama que causa vértigo! ¡Qué desafío! Es un toque de llamado a la acción para nosotros como evangelistas y para otros obreros en la iglesia remanente de Dios. No hay tiempo para ninguna actitud común con la que hacemos frente a nuestra vida o a nuestro servicio. No hay tiempo para que hagamos nuestros contactos como por casualidad. Debemos estar completamente llenos de fervor para la proclamación de este mensaje en nuestra generación. El tiempo de hablar ha pasado. Este es el día de los hechos, la hora de la acción. ¡Cómo hemos de osar perder el tiempo mientras un mundo se quema en derredor nuestro!

Revoluciones, no resoluciones

Han quedado atrás los días de las meras resoluciones de juntas. Nuestros archivos están atestados de resoluciones bellamente redactadas, pero que han juntado moho porque nunca se las llevó a la práctica. Tenemos suficientes decisiones de juntas como para que duren hasta que se oigan los toques de las trompetas finaos. El tiempo de las resoluciones ha pasado. Estos son los días que exigen revoluciones —revoluciones de gracia y poder en vuestra vida y la mía. Revoluciones de planeamiento y acción de la lluvia tardía en cada división, en cada unión, en cada asociación y misión, en cada iglesia adventista, en cada hogar adventista —sí, en la vida de cada adventista alrededor del mundo. Es hora de que las hermosas resoluciones de ayer se tornen vivas hoy y ahora. Es hora de que invirtamos la posición de Estados Unidos y del resto del mundo para Dios. Los pueblos del mundo han probado el socialismo, el capitalismo y el comunismo. Es hora de que prueben el adventismo. Y vuestra responsabilidad y la mía —bajo el poder del Espíritu— es persuadirlos a que lo hagan, a que acepten y vivan esta verdad.

Responsabilidad abrumadora

Este, hermanos, es el mensaje de urgencia que ha estado resonando por el mundo. La respuesta ha sido tremenda. Todavía estoy recibiendo semanalmente muchas cartas de todo el mundo que me aseguran que los dirigentes de división, unión, asociación e iglesia están respondiendo al desafío. Uno escribe: “Este llamamiento ha electrificado a nuestro pueblo de las Filipinas”. Otro se regocija: “El espíritu de reavivamiento está barriendo nuestra unión, y creo que veremos producirse cosas maravillosas este año”.

Uno de los dirigentes de la Asociación General de visita en una de las divisiones de ultramar recientemente me escribió: “Los hombres de este campo están inflamados por el evangelismo”. Un líder de Washington escribe desde otra división: “Esta división se ha fijado un blanco tres veces mayor que el de antes… Se está posesionando un nuevo espíritu de nuestros obreros”. Aún otro dirigente de una división menor escribe diciendo que su junta piensa que en esta última hora no puede menos que triplicar su feligresía durante este cuadrienio.

Aprecio profundamente esta admirable dedicación que inspira a nuestros dirigentes a fijarse blancos como los comentados, pero como ya les escribí a ellos y lo he dicho en prácticamente cada reunión concurrida en los últimos meses, “el programa de la Asociación General no es que se empuje a la gente al bautismo”. Permítanme repetirlo para que no haya malos entendidos: “El programa de la Asociación General no es que se empuje a la gente al bautismo”. Pero existe un programa bien definido en la Asociación General que exhorta a cada departamento, a cada obrero y a cada miembro a que haga de la ganancia de almas la primera tarea en su planificación. Si todos hacemos nuestra parte no dudo de que el resultado será el de bautismos de almas sólidamente preparadas.

Yo creo en los blancos. Creo que inspiran tanto a obreros como a miembros a trabajar en objetivos definidos. Los blancos mantienen el programa constantemente ante nuestro?» miembros, pero no debemos llevar al bautismo a gente que no esté preparada. Nuestro propósito es, y siempre debiera ser, no introducir meramente hombres y mujeres en la iglesia, sino introducirlos en el reino. ¡El blanco de vuestros dirigentes de Washington en la actualidad es ver la obra de Dios terminada, y terminada pronto!

Más de la mitad de las cartas con respuestas las recibí de Norteamérica. En mi correspondencia de hoy había cuatro o cinco. ¿Y quieren que les participe un pequeño secreto? El pastor Carcich, quien con el pastor Dower y los hermanos de la Asociación Ministerial está dirigiendo esta acometida evangelística mundial, me telefoneó a Kansas hace unos días para comunicarme la buena noticia de que treinta de nuestros miembros de la junta de la Asociación General han decidido realizar por lo menos una campaña evangélica durante 1967.[1] Como dirigentes de la Asociación General esperamos dirigir ciclos de evangelismo en Norteamérica este año. En 1968, tantos de nosotros como podamos, nos distribuiremos por el mundo y realizaremos campañas en otras tierras. En esta forma prestaremos nuestro apoyo a todo el campo mundial durante estos dos años.

Se necesitan obreros llenos del espíritu

Estamos frente a una tarea hercúlea, y con muy poco que de por sí pueda posibilitar su cumplimiento. No podemos esperarlo de nuestra abundancia personal. Como alguien ha dicho. “El evangelismo es un mendigo que le dice a otro dónde puede conseguir alimento. No ofrecemos de nuestra abundancia, sino que somos simples invitados a la mesa del Maestro, y como obreros en necesidad llamamos a otros a que vengan”. Todos necesitamos ayuda desesperadamente, ¡AHORA!

Hay solamente un don que Dios puede darnos en una hora de crisis como ésta. Es el mismo don que le confirió a la iglesia primitiva. La iglesia apostólica cumplió con la tarea que se le había confiado, ¡porque sus miembros tuvieron el Pentecostés!

Cayeron las lenguas de fuego. Vino sobre ellos el poder del Espíritu Santo. Salieron como predicadores renovados y reavivados de Cristo y sacudieron al mundo con su prédica.

¡Hoy podemos hacer lo mismo si contamos con el mismo poder! Pero nada menos que el poder del Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestra iglesia cumplirá la tarea. El precio de ese poder es todo lo que tenemos o somos: una completa consagración. No debe haber una lealtad dividida: ¡debe ser toda para Cristo! Hermanos, con la ayuda de Dios, ¡paguemos el precio, recibamos el poder y terminemos la obra!

Sobre el autor: Presidente de la Asociación General


Referencias:

[1] Este artículo apareció en The Ministry de septiembre de 1967.