Durante los últimos meses de 1966 se realizaron dos grandes e importantes congresos eclesiásticos. En ambos se tomaron resoluciones notablemente paralelas. Desde el 26 de octubre al 4 de noviembre se reunió en Berlín el Congreso Mundial de Evangelismo. Acudieron evangelistas, pastores, teólogos y otros dirigentes eclesiásticos de más de cien naciones para hablar de los medios y las formas de predicar el Evangelio de Cristo a los confines de la tierra. Como escribiera antes de las reuniones un periodista interesado, esos dirigentes cristianos de varias confesiones evangélicas diferentes se reunieron para investigar “sus almas en vista de las instrucciones finales que el Cristo Resucitado diera a sus seguidores”.[1] Los cristianos evangélicos de muchos países dirigieron con fervor sus ojos y sus oraciones sobre este congreso, esperando que pudiera “encender la mecha para una explosión evangelística de alcances mundiales”,[2] porque consideraban que esta era “la oportunidad más significativa de la planificación evangelística en la era moderna”.[3]

Esos dirigentes cristianos reunidos en Berlín tenían un sentido de urgencia inspirado por la firme convicción de que la segunda venida de Cristo está cerca y que deben apresurarse grandemente para proclamar su Evangelio salvador con creciente poder para ayudar a preparar el mundo para este gran acontecimiento.

“Se dan cuenta que la acción evangelística de la iglesia en esta generación podría preparar el escenario para el glorioso retorno de Jesucristo” [4] escribió un periodista justo antes de la reunión de Berlín. Notemos bien la frase “en esta generación”. Ministros de otros credos comparten nuestro sentido de urgencia en estos días de desafío.

El escritor prosigue en términos que todo dirigente adventista comprende, porque reflejan nuestro propio sentir muy de cerca. , “Nunca antes la tarea de llevar el Evangelio del Cristo viviente a la raza humana presentó tan serios obstáculos o exigió una acción tan urgente por parte de la iglesia de Jesucristo”.[5] Luego procede a poner su dedo sobre los que deben cumplir esta tarea. Notemos nuevamente la connotación adventista: “La urgente tarea de llevar el Evangelio a toda la raza humana descansa sobre cada creyente cristiano”.[6] Parecería que estuviera hablando un director de actividades laicas, ¿no es cierto?

Corriente de urgencia

A través de cada una de estas tres declaraciones corre veloz y potente una corriente de urgencia. En el congreso de Berlín hubo un resurgimiento del lema usado por la Asamblea Northfield de Dwight L. Moody de 1886: “La evangelizaron del mundo en esta generación”.

En su discurso inaugural al congreso, el Dr. Billy Graham recalcó lo avanzado de la hora y enfatizó el sentido de urgencia que cada cristiano debe sentir hoy día. “Los próximos veinticinco años serán los más decisivos desde que Cristo estuvo en la tierra”, declaró.[7]

“Tenemos una tarea”, prosiguió, “la penetración del mundo entero en nuestra generación con el Evangelio”.

“Pero”, añadió Graham, “uno de los grandes interrogantes de este congreso es: ¿Puede la iglesia ser reavivada para que pueda completar la penetración del mundo en nuestra generación?”[8]

Los adventistas bien podemos prestar una cuidadosa consideración, hecha con oración, de estos dos últimos puntos: Nuestra tarea de penetración mundial con el mensaje adventista y la condición de una iglesia que posea el poder espiritual para cumplir esa tarea.

Una indicación del Señor

El otro memorable congreso celebrado durante los últimos meses de 1966 tuvo lugar en Washington durante el mes de octubre, pocos días antes de la histórica reunión de Berlín. Fue el Concilio Otoñal de 1966 realizado entre el 19 y el 24 de octubre. Nosotros también teníamos representantes de varios países reunidos para las deliberaciones. Además de los dirigentes de la Asociación General, vinieron los presidentes de nuestras grandes divisiones mundiales para reunirse y deliberar con nosotros. Los dirigentes de nuestras uniones norteamericanas y presidentes de asociaciones locales, dirigentes de instituciones y muchos otros estaban presentes para esta importante convocación.

Nosotros también nos reunimos para investigar nuestras “almas en vista de las instrucciones finales que el Cristo Resucitado diera a sus seguidores”. Nosotros también sentíamos la urgencia de la hora. Éramos conscientes de que este Concilio Otoñal bien podía ser una de las más importantes piedras miliares en la historia denominacional reciente. Las palabras “urgencia”, “esta generación”, “reavivamiento”, “reforma”, “sacrificio”, y “evangelismo” estaban frecuentemente en los labios de los consagrados dirigentes durante las deliberaciones. No hablamos tomado esa terminología de nuestros amigos evangélicos, sino de un profundo estudio de la Palabra de Dios y del espíritu de profecía.

Desde que se clausuró el Concilio Otoñal el desafío de esta reunión llena del Espíritu ha ido por todo el mundo, sin duda en centenares de idiomas, donde se proclama el mensaje adventista. Mediante la Review and Herald y nuestros periódicos de las divisiones y las uniones se tocó el llamado a las armas. Nuestros dirigentes de la Asociación General llevaron consigo este mensaje a los congresos de las divisiones en varios países. Pasaron la antorcha a los dirigentes de las divisiones, quienes a su vez la alcanzaron fielmente con no menguado esplendor a sus dirigentes de uniones, y así a los de las asociaciones y misiones y de las iglesias. ¡No hubo interrupción en la línea! La palabra era transmitida. El espíritu que el Señor se complacía en enviar entre sus dirigentes en Takoma Park el pasado mes de octubre (1966) avanzó como las ondas sobre el mar hasta las más lejanas avanzadas de nuestra iglesia. Lo sé porque he recibido veintenas, y quizá centenares de cartas que me aseguran que es cierto.

¿Cuál es el desafío?

¿Cuál es este desafío, este llamado a las armas que ha cruzado los mares, ha penetrado junglas remotas y escalado ásperos cerros? He aquí el preámbulo de la resolución adoptada por el Concilio Otoñal. Seguramente ya lo han leído antes: “Este programa de reavivamiento y reforma mundiales exige la movilización total de la iglesia entera bajo el poder del Espíritu de Dios en reavivamiento, reforma y una ola de evangelismo que se hará sentir en todo el mundo”.

Luego sigue una sección acerca de los “alcances internos” del programa: bosquejo de una obra de reavivamiento y reforma que debe hacerse dentro de la iglesia antes que el enorme poder de la lluvia tardía sea derramado para una pronta terminación de la tarea que se nos ha asignado. Los “alcances externos” del plan no sólo contienen una clarinada de atención hacia el evangelismo, sino que subrayan un programa de ganancia de almas en forma coordinada que incluya 8 cada departamento, cada obrero y cada miembro de la iglesia.

Cinco puntos a considerar

  1. El Espíritu Santo debe hacer algo por la iglesia. Debe hacer algo por ti, ¡por mi\ No está en nosotros solos el cumplir la gran tarea que nuestro Maestro nos confió. Debe haber un poder exterior a nosotros mismos. Ese poder debe ser la potente obra del Espíritu Santo en las vidas y en los corazones necesitados. Nada menos que esto será suficiente durante las horas de crisis en que estamos viviendo y trabajando.
  2. Un reavivamiento de la primitiva piedad debe manifestarse entre nosotros como pueblo. Debe librarse el camino del Rey de toda obstrucción: el pecado y el yo deben dejar lugar para el Salvador y el Espíritu Santo.
  3. El reavivamiento no es suficiente: debe seguir una verdadera reforma a los fervorosos impulsos iniciales que los santos sienten en su corazón. El reavivamiento es apenas el comienzo de una obra que debe proseguir. La reforma es la demostración práctica permanente de la gracia de Dios al transformar las vidas de sus hijos. Los antiguos hábitos, la vida antigua, los antiguos caminos ¡deben terminarse de una vez por todas!
  4. Un nuevo grito de batalla de evangelismo debe resonar por todo el mundo, llamando a obreros y laicos por igual al más grande desafío de todos: ¡la ganancia de almas! Recalcaré en forma especial este punto más adelante en este mensaje.
  5. Para cumplir los objetivos ya mencionados en la resolución del Concilio Otoñal ¡debe haber una movilización total de la iglesia entera! Ministros y laicos, jóvenes y ancianos, ricos y pobres, cada departamento, cada institución, declara la mensajera del Señor, debe tener asignada una parte definida en la última gran lucha.

Frente al desafío

Dirijamos ahora nuestra atención a la tarea que está ante nosotros. Para responder con más eficiencia a este desafío habéis venido vosotros esta noche de todas partes de Norteamérica para este importante concilio.

No podría elegir un texto más apropiado para este mensaje de exhortación que las palabras del mismo Salvador registradas en el Evangelio de San Juan, capítulo 20, versículo 21: “Como me envió el Padre, así también yo os envío”.

El Padre envió a Jesús al mundo con una misión: una urgente misión evangelística de vida o muerte. El vino como Alguien que tenía que trabajar en un plazo perentorio. Tenía apenas tres cortos años y medio para cumplir su misión.

“Como me envió el Padre”, dice, “así también yo os envío”. Cada miembro de la iglesia está bajo comisión de desempeñar su parte en una misión similar: una urgente misión de ganancia de almas, ¡una misión de vida o muerte! Toda otra obra ha de ser subordinada a esta tarea que es la mayor de todas: ¡salvar a los perdidos!

La “primera consideración”

Los obreros adventistas son personas ocupadas. Es evidente que tienen una cantidad de cosas que exigen su atención. Hay iglesias que edificar, colegios que dirigir, blancos que alcanzar. Estos son todos proyectos dignos, fases de nuestro programa que tienen vital importancia, ¡deberes que no deben ser descuidados! Pero nunca debemos olvidar, sea lo que fuere que hagamos, que nada debiera impedir que realicemos nuestro más importante deber, nuestro mayor privilegio: la ganancia de almas. “El ganar almas para el reino de Dios debe ser” nuestra “primera consideración”.[9]

“Tenemos un mensaje muy solemne y decisivo para dar al mundo. Pero se ha dedicado demasiado tiempo a aquellos que ya conocen la verdad. En lugar de gastar tiempo con los que ya han tenido muchas oportunidades de conocer la verdad, id a las personas que nunca oyeron vuestro mensaje”([10]

“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15), no es ciertamente una orden nueva para los adventistas del séptimo día. Ha estado resonando en los oídos del pueblo escogido de Dios por más de un siglo. Es una directiva muy abarcante. Te incluye a ti, me incluye a mí. Incluye a cada persona que haya aceptado el mensaje adventista. Nos envía a todo lugar geográfico imaginable, a todas las capas de la sociedad, a todas las profesiones, ¡a toda raza, tribu y credo!

No es un llamado optativo

Este no es un llamado optativo que podamos tomar o dejar, aceptar o ignorar a elección. No podemos atrevernos a vacilar o a postergar. Es un imperativo divino. Somos embajadores bajo el mando del Rey de reyes. Jesucristo, nuestro gran Líder, no sólo ha dado la orden, sino también el ejemplo. No tenemos opción; tampoco elección. ¡Debemos ir y evangelizar!.

Sobre el autor: Discurso de apertura pronunciado el 7 de marzo de 1967 en la Universidad Andrews al celebrarse el Concilio Ministerial sobre Evangelismo.

Presidente  de la Asociación General.


Referencias:

[1] Christianity Today. 28 de octubre de 1966, pág. 2.

[2] Id., pág. 3.

[3] Ibid.

[4] Id., pág. 32.

[5] Ibid.

[6] Id., pág. 33.

[7] Id., 11 de noviembre de 1966, pág. 4.

[8] Id., pág. 7.

[9] Obreros Evangélicos, pág. 31.

[10] Evangelism. págs. 20, 21.