Es importante proclamar una vida triunfante en Cristo, que fue crucificado y que obra por medio del Espíritu Santo en favor de nuestra sanidad y plenitud.

Con cierta frecuencia nos dirigimos desde el púlpito a la gente sin considerar con seriedad las presuposiciones de lo que estamos afirmando, lo que a veces resulta contraproducente y desastroso para la obra de la predicación. La literatura homilética, en la mayor parte de los casos, se refiere sólo a la forma y al contenido del mensaje, y deja de lado un factor importante: las presuposiciones del predicador.

Sus convicciones y sus sentimientos con respecto a la gente, o su concepto acerca de la antropología, son presuposiciones básicas que pueden desafiar a la congregación a la actividad social o a la pasividad pietista. En este artículo definiremos el pietismo como la pretensión de vivir una vida santa sin obras piadosas, lo que equivale a vacío y futilidad.

La teología antropológica de la liberación

Algunos predicadores que proclaman sus convicciones antropológicas desde el púlpito ponen de manifiesto la gran influencia que ha ejercido sobre ellos la escuela de pensamiento conocida como Teología de la Liberación. Esta visión teológica considera a los pobres como los grandes héroes de una nueva humanidad. La liberación del ser humano del sufrimiento, la explotación y la discriminación se asume como la verdadera libertad del hombre. Por consiguiente, no se ve a la gente como un medio, sin como un fin en sí mismo. Se considera que la dignidad humana es el más alto valor. Este tema, presentado como la opción por el pobre, es la característica constitutiva de la Teología de la Liberación. Y no se la considera como un tipo especial de teología, sino como una manifestación de la mima esencia y la misión de la iglesia mundial.

La Teología de la Liberación sostiene que se debe proclamar el evangelio en activa solidaridad con las luchas de los pobres y los explotados. Para situarse de este modo, el predicador se debe convertir a una nueva manera de pensar y entender, a fin de darle nueva forma al mensaje del evangelio. Los cristianos sólo podemos ser auténticos cuando trabajamos para abolir la injusticia, y participamos de los actos redentores de Dios porque colaboramos en la obra de la liberación.

Al pecado se lo ve como la actitud del que no ama a su prójimo y, por eso mismo, no ama a Dios. Si bien es cierto que la gente se debe liberar de sus pecados individuales, la Teología de la Liberación aborda el aspecto social del pecado. La gente llega a ser verdaderamente humana cuando comprende la nueva realidad social. Los cambios estructurales y personales conducen a la gente a una nueva humanidad. La liberación y la salvación no son idénticas, pero la liberación antecede a la salvación.

La predicación que surge de esta antropología le otorga un carácter demasiado literal a las informaciones sociopolíticas de la Biblia. Por ejemplo, de acuerdo con la Teología de la Liberación, la versión de las bienaventuranzas que encontramos en Lucas 6:20-26, cuando dice: “Bienaventurados los pobres”, no se está refiriendo a los pobres en espíritu sino a los que pasan hambre y carecen de bienes materiales. No se debe espiritualizar el mensaje del evangelio, dicen ellos, para que no pierda su poder literal de liberación.

Antropología social

Un concepto que se deriva de las presuposiciones de la antropología social es que la vida en la tierra es el mayor don. Eso significa que lo mejor de la vida no se logra en la soledad, sin relación con nuestros semejantes. En la búsqueda de la vida, dicen, deberíamos luchar por mantener una relación dinámica con toda nuestra familia, con nuestros semejantes, con Dios y con la naturaleza. Se espera que participemos en actividades que promuevan el bienestar integral de nuestra comunidad. Una vida cristiana plena no se puede vivir en el aislamiento, ya que los seres humanos lo son sólo por causa de los demás, con los demás y por los demás.

De acuerdo con esta antropología, la predicación cristiana, bajo la influencia de la tradición de Agustín, Lutero y Calvino, se ha concentrado demasiado en la muerte, el perdón y la salvación individual. Por eso, tiende a separar las necesidades físicas de las espirituales. Se acusa a los teólogos occidentales de estar aprisionados por Calvino, y también de la separación de Dios que de ello resulta.

Antropología liberal

La antropología liberal ofrece, como punto de partida, tres propuestas principales:

El individualismo es el corazón del liberalismo. Se considera que el individuo es lo más importante en la sociedad. La predicación que se base en este concepto le asignará al individuo un alto grado de autosuficiencia, y también le dará más valor moral y más importancia que a la sociedad o a un grupo de personas.

Desde este punto de vista, el mundo, en su conjunto, se considera sin dimensiones morales importantes, de modo que los individuos deben elegir sus valores y construir su propia moralidad de manera racional. En gran medida, la autonomía y la autosuficiencia del individuo se fundamentan en la creencia de que la experiencia personal es la piedra de toque de la verdad. La que viene de afuera puede ser indigna de confianza. El individuo puede albergar un “saludable” escepticismo con respecto a la sabiduría tradicional y las verdades comúnmente aceptadas. La noción liberal de la autonomía individual también contiene ideas de “autoposesión”, es decir, los individuos serían dueños de sí mismos.

A la libertad individual se le asigna el más alto valor en la antropología liberal. Se la describe como “libertad para”. La gente debe ser libre, de manera que nadie ni nada interfiera en sus actividades. De acuerdo con esta presuposición, la vida del individuo, supuestamente, le pertenece a él mismo.

Además, también se enfatiza fuertemente el concepto de igualdad. Se considera que todos los seres humanos somos iguales y debemos, por eso mismo, estar sujetos a la ley y ser protegidos por ella por igual. No hay privilegios ni de nacimiento ni de títulos. Desde este punto de vista, se le da tanto énfasis al individuo que se desestima la lealtad a cualquier grupo. Para los adeptos a esta idea, la predicación no trata con seriedad el tema de la libertad para servir a Dios y al prójimo.

La antropología “baja”

Una antropología cuyo concepto básico es la inferioridad de los seres humanos se funda, en gran medida, en el énfasis que se pone en la caída del hombre. De acuerdo con esta presuposición, la gente fue creada a imagen de Dios, pero eso quedó casi completamente invalidado y hasta cancelado por el pecado original. Los seres humanos serían seres pecaminosos, inclinados a todo lo que es malo y erróneo. Por eso mismo, es poco lo que se puede esperar de ellos. Y, como resultado de esto, se evita toda visión optimista de la humanidad.

La idea de una antropología “baja” se encuentra en los pasajes de Salmos 22 y 51, y Romanos 3. Si bien es cierto que esta manera de pensar acepta la igualdad básica de la gente, no enfatiza la justicia como señal de igualdad, sino la necesidad universal de salvación. De acuerdo con esta visión, deberíamos concentranos más sobre el mundo del futuro, ya que el actual sólo debe soportarse. Lategan está convencido de que sostener una antropología inferior no sólo impide los cambios necesarios, sino que evita el desarrollo de una positiva autoimagen.[1] La noción de una antropología inferior tiende a rechazar el concepto de los derechos humanos.

Algunos eruditos creen que este concepto proviene más de la influencia de los conceptos del neoplatonismo y de San Agustín acerca de la humanidad que de la Biblia. En ella, el mal se presenta como un ente sobrenatural, preexistente, encamado e incorporado a los seres humanos.

La antropología “alta”

El tema de la “imagen de Dios”, en el relato de la creación del hombre, ilustra lo que es la antropología superior, en contraste con el concepto de la inferioridad del hombre. Un texto que se considera como el ejemplo de la vitalidad de esta idea es Salmo 8:4-8. Mucho de la teología pastoral norteamericana, en especial, parece ser la consecuencia de la influencia de esta antropología “alta” y del concepto liberal de la gente. Boison, a quien se considera el padre del Movimiento Educacional de Clínica Pastoral, creía que los teólogos y los pastores deberían estudiar con la gente angustiada los pasajes bíblicos que se refieren a este asunto.

Un nuevo modelo o visión de la humanidad se desarrolló en el seno del Movimiento Educacional de Clínica Pastoral. Se consideraba que la gente debía ser dinámica y capaz de desarrollarse y de cambiar. Aunque se sostenía que las relaciones humanas eran de suma importancia, por cierto no se pasaba por alto la relación con Dios.

La antropología cristocéntrica

La visión cristocéntrica de la humanidad apunta al hecho de que el texto de Hebreos 2, por ejemplo, se refiere tanto a los aspectos inferiores como a los superiores de la antropología. Se entiende que Hebreos 2:5-18 es la interpretación cristocéntrica del Salmo 8. De acuerdo con estos textos, poco o nada se ha cumplido de las elevadas expectativas que existen para los seres humanos: “Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Heb. 2:8). Para el autor de Hebreos, eso significa que ni siquiera los cristianos han alcanzado todo su potencial.

Lo que se describió en el Salmo 8 como una “alta” antropología, se usa ahora como atributo de una antropología “baja”: por un tiempo, Jesús fue hecho un poco menor que los ángeles, y eso significa que llegó a ser inferior a ellos. Con esto se indica la humillación de Jesús que, entretanto, tenía un propósito especial. Por medio de sus sufrimientos se lo coronó de gloria y honra y, como resultado de ello, abrió el camino para que el hombre pudiera alcanzar todo el potencial de su elevada vocación.

La humillación, entonces, no fue la condición permanente de Cristo, sino la manera de lograr que el hombre alcanzara su plenitud, de acuerdo con el Salmo 8.

La visión cristocéntrica del hombre implica que no se aceptan los efectos destructivos del pecado como una condición permanente. Por otro lado, también se rechaza la idea de que la antropología optimista sea una imposibilidad.

Una antropología integral

¿Es realmente posible una visión integral del hombre? ¿Es posible que en nuestra predicación y enseñanza evitemos las equivocaciones y el reduccionismo de algunas de las antropologías que hemos presentado aquí, para construir una antropología que trate a los seres humanos en su totalidad?

De acuerdo con las presuposiciones integrales, la Biblia se refiere al ser humano en su integridad, no fragmentado en partes diferentes, que algunos han definido o separado como consecuencia de su concepto dualista. El ser humano no es sólo cuerpo, pero en un sentido integral también es un cuerpo. Si digo: “Yo soy mi cuerpo”, digo mucho. En cambio, si digo: “Yo tengo un cuerpo”, digo muy poco. Los sermones que se dirijan sólo al aspecto espiritual de la gente, sin tocar en absoluto los aspectos físicos y sociales, equivalen a lanzar una flecha al cielo y nada más.

A veces podemos sentimos tentados a pasar por alto la importancia de las personas como seres sociopolíticos. Si realmente queremos que atiendan al evangelio y comprendan todas sus implicaciones, entonces es importante recordar el conocido texto que se refiere al hombre como una totalidad (1 Tes. 5:23).

En medio de todas las ideas, conceptos y presuposiciones acerca de la gente a la que le predicamos, existe la crítica necesidad de orar, pensar y trabajar hacia una antropología cristo- céntrica. Después de todos los horrores ocurridos el siglo pasado, del terror que parece querer multiplicarse entre nosotros, es importante, en estos días, que tengamos una visión mundial de los desastrosos efectos de nuestro pecado.

Por ahora, es más importante que proclamemos una vida triunfante en Cristo, que fue crucificado y que obra por medio del Espíritu Santo en favor de nuestra sanidad y plenitud. En nuestro mundo pecaminoso no podemos dejar de considerar integralmente a los que absorben todo lo que decimos y que acuden a nuestros púlpitos semana tras semana.

Sobre el autor: Doctor en Teología. Pastor del distrito de Winston Salem, Carolina del Norte, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Journal of Theology for Southern Africa [Periódico teológico para África del Sur], 76, p. 79.