Sin lugar a dudas, el año 1979 encierra un gran desafío: nos lleva casi al final de una década pasmosa, caracterizada por graves crisis. Para nuestra denominación será el año precedente al Congreso de la Asociación General en Dallas, que podría ser uno de los más importantes del siglo. Este año nos acercará aún más a la tremenda crisis precursora del fin de la miseria humana.

El mayor desafío de 1979 está dado por un mundo no amonestado con el mensaje salvador. Para nosotros, como iglesia y como obreros, la terminación de la obra representa un problema cada vez más apremiante y difícil. En proporción hay cada vez menos cristianos en el mundo, pues el crecimiento de la población nos está ganando terreno. Estamos bautizando anualmente tantas almas como criaturas nacen en el planeta en un solo día. ¿Será la terminación de la obra una utopía inalcanzable? La explosión demográfica, el aumento de la criminalidad y las dificultades de toda clase, ¿no harán inasequible nuestra meta de predicar el Evangelio a todo el mundo? Por cierto que la respuesta a la explosión demográfica tiene que ser una explosión aun mayor, una explosión del poder del Espíritu Santo.

Ante un tiempo tan solemne como el que nos tocará vivir este año, invitamos a los lectores a considerar y aceptar tres grandes desafíos.

  1. Reconsagración y rededicación de nuestra vida

El Señor ha llamado a los obreros de todos los niveles y áreas de trabajo a ser los líderes, los consejeros, los guías que marquen las pautas y orienten al pueblo puesto bajo su cuidado. Es una verdad innegable que el pueblo difícilmente alcanzará una experiencia más profunda o irá más lejos que sus dirigentes.

Salta a la vista la necesidad urgente de una obra profunda de consagración y dedicación. Ocurre paradójicamente, a veces, que los obreros, demasiado ocupados precisamente en los negocios del Señor, permitimos que nuestra espiritualidad y la de nuestro hogar desciendan a niveles peligrosamente bajos. El resultado se manifiesta en un ministerio falto de poder, en una predicación mediocre y en un crecimiento raquítico. Obreros cansados, derrotados, quejosos, se arrastran penosamente y cumplen una mínima parte de sus deberes y responsabilidades.

¡Cuán diferente es el ideal de Dios! El desea un ministerio vibrante y poderoso. Anhela un servicio alegre, dinámico y fructífero. Quiere un cuerpo de obreros que, como generales valientes y hábiles, dirijan con acierto al ejército de los laicos de victoria en victoria.

Por eso, el año 1979 representa para cada obrero un desafío: poner fin a la etapa gris y deslucida de nuestro ministerio, humillarnos delante del Señor y clamar por la unción del Espíritu Santo, que dará a nuestras labores un resultado jamás soñado.

Debemos vivir este año a la sombra del Omnipotente. Hagamos una entrega completa al Señor para que él nos use con poder. Este debe ser un año de oración, de estudio de la Palabra de Dios y de fe inquebrantable en las promesas de capacitación y triunfo. El año 1979 puede ser el más fructífero de nuestro ministerio, si ponemos nuestra confianza y nuestra vida en las manos del Señor y dejamos que su Espíritu obre maravillas en nuestro favor.

  • Reavivamiento de nuestras iglesias

Es sabida la crisis espiritual por la que atraviesan muchas de nuestras iglesias. Se oyen quejas acerca del derrumbe de las normas, de la falta de preparación y conocimiento doctrinal de los hermanos, de la situación de inercia misionera, de la decadencia del culto de oración, de la falta de estudio de la lección de la escuela sabática. A todos preocupa el problema de la apostasía.

El Señor sólo aceptará a una iglesia que sea “pura y sin mancha”; reclamará a los fieles como suyos cuando lleguen a representar fielmente el carácter de Cristo. Aceptemos este desafío para el año 1979: guiar a las iglesias a un verdadero reavivamiento. El mensaje de la justificación por la fe y el que se dirige a la iglesia de Laodicea deben hacer su obra de sacudir, reformar y refinar. El reavivamiento debe comenzar por los ministros, seguir por cada miembro en forma personal, y luego abarcar a la iglesia toda.

No queremos un reavivamiento sensacionalista que lleve a exageraciones y extremismos, sino un movimiento serio, profundo y eficaz que convenza a nuestros hermanos de su urgente necesidad de arrepentimiento, confesión y reforma. La mejor manera de lograrlo es ir a la raíz, estrechar nuestra relación con Dios y con el Señor Jesucristo, recalcar la necesidad de una entrega sin reservas, de una conversión total, de la capacitación del Espíritu Santo para vivir una vida victoriosa. Tal experiencia traerá como fruto la solución radical de los problemas menores, a saber, la inasistencia a los cultos, el desprecio de las normas, las malas relaciones entre los hermanos y la falta de celo misionero.

Animamos a los pastores a guiar a sus iglesias a un reavivamiento real. Esa bendita experiencia constituye el desafío más grande para 1979. No permitamos que pase el año sin llevar a cabo, con la ayuda del Espíritu de Dios, una transformación espiritual en el seno de nuestras iglesias.

  • Acción misionera total

La tarea inconclusa es un desafío cada vez más urgente. Exige a la vez la formulación de nuevos conceptos y el uso de nuevas formas de aproximación. Reconozcamos llanamente el problema: si seguimos a este paso, no se vislumbra la terminación de la obra. En la División Interamericana se bautizaron mil almas por semana en 1977; pero solamente en la ciudad de México nacen mil criaturas por semana.

Es verdad que la tarea es abrumadora en estos días. Pero no es más pesada que la que les tocó a los discípulos y a la iglesia primitiva. Esos hombres y mujeres, seres humanos como nosotros, mediante el poder y la capacitación del Espíritu Santo, obtuvieron una resonante victoria.

No cabe la menor duda de qué la respuesta al desafío de la terminación de la obra debe incluir el concepto de la participación total de las fuerzas de la iglesia en la predicación y la conquista de almas. De los obreros, sólo la cuarta parte está en la obra evangélica y pastoral; el otro 75 por ciento son obreros dedicados a labores administrativas, docentes, médicas, de colportaje, y empleados de nuestras fábricas. Este tremendo ejército de obreros institucionales debe movilizarse para la evangelización y la salvación de las almas.

Pero el gran despertar y la marcha triunfal definitiva ocurrirán cuando logremos aprovechar el inmenso poder que yace en nuestras fuerzas laicas. En la División Interamericana, si dividimos la cantidad de bautismos por el número de miembros de iglesia, comprobamos que por cada once miembros se gana un alma. Dicho de otra manera, cada año, mientras un miembro de iglesia gana un alma, diez miembros no ganan ninguna.

Los laicos deben tomar parte en todas las actividades evangelizadoras. Debemos preparar miles de predicadores y de instructores bíblicos laicos. Debemos exhortar a decenas de miles de miembros y prepararlas para que traigan un alma a Cristo en 1979.

Los pastores debemos entender que jamás lograremos terminar la obra por nosotros mismos. El éxito de los ministros debiera medirse por su capacidad para lograr que los miembros prediquen y ganen almas. Elena de White insistió hace ya muchas décadas en la absoluta necesidad de la acción conjunta de los pastores y los miembros laicos. (Véase, por ejemplo, Servicio Cristiano, págs. 74, 75.)

La junta directiva de la División Interamericana, tras haber meditado seriamente acerca de la situación del mundo y de la iglesia, decidió contraponer a la explosión de la violencia, la inmoralidad, el descreimiento y el crimen, una explosión evangelizadora como la respuesta adecuada al mayor intento evangelizador en la historia de la división. Propone la participación dinámica de los obreros de todos los niveles y áreas de la obra en la evangelización, sumada a la colaboración masiva de los laicos, estrechamente unidos con los obreros.

En relación con esto, en las sesiones de la junta celebradas a mitad de año se aprobaron dos documentos, uno de los cuales, titulado “Reconsagración y Rededicación”, publicamos íntegramente en esta edición. Es un llamado ferviente y directo a los obreros y a la iglesia para lograr un reavivamiento verdadero. El otro documento, que contiene los planes para la Explosión Evangelizados 1979, está resumido en la sección “Evangelización”. Oramos porque el estudio cuidadoso de ambos documentos encienda en los obreros y en las iglesias un fuego que ilumine Interamericana y Sudamérica.