Dios le dio “a cada uno su obra”. No dejó los intereses espirituales de la iglesia enteramente en las manos del ministro. No es para bien del pastor ni para bien de los miembros de la iglesia que éste lleve solo sobre sus hombros la carga de la heredad del Señor. Cada miembro de iglesia tiene una parte que desempeñar a fin de que el cuerpo sea preservado en condiciones saludables. Todos somos miembros del mismo cuerpo y cada miembro debe hacer su parte para beneficio de todos los demás.
Tampoco todos los miembros tienen la misma función. Así como la cabeza dirige los miembros de nuestro cuerpo natural, los miembros del cuerpo espiritual deberíamos someternos a la dirección de Cristo, la Cabeza viviente de la iglesia. Somos como los pámpanos de una sola vid. Cristo habla de nosotros como de sarmientos injertados en él, la Vid verdadera. Si somos verdaderos creyentes, y vivimos en comunión diaria y constante con Cristo, seremos santificados por medio de la verdad, y haremos nuestra parte en bendecida unión con los otros sarmientos de la Vid verdadera.
Los ministros y los miembros de iglesia deben unirse como un solo hombre en la tarea para edificación y prosperidad de la iglesia. Todos los verdaderos soldados del ejército del Señor serán obreros honrados, sinceros y eficientes que trabajan para el avance de los intereses del reino de Cristo. Nadie diga a su hermano que avanza meditabundo: “No debes hacer la obra del Señor: Deja que la haga el pastor”.
Se ha privado a muchos miembros de iglesia de la experiencia que deberían tener porque ha prevalecido la idea de que el ministro debe hacer toda la obra y llevar todas las cargas. O éstas fueron amontonadas sobre el ministro, o él tomó sobre sí los deberes que deberían haber asumido los demás miembros de iglesia. Los pastores deberían tomar y enseñar a trabajar para el Maestro a los dirigentes y miembros de iglesia. De esa manera, el pastor no tendrá que hacer solo todo el trabajo, y al mismo tiempo la iglesia recibirá un beneficio mayor que si él se hubiera esforzado por hacerlo, eximiendo a los miembros de hacer la parte que el Señor dispuso que hicieran.
A lo largo y a lo ancho de nuestras filas, los talentos individuales han sido lamentablemente descuidados. Se escoge a pocas personas para llevar cargas espirituales, y el talento de los otros miembros permanece sepultado. Muchos se han debilitado después de unirse a la iglesia, porque prácticamente se les prohibió usar sus talentos. La carga del trabajo de la iglesia debería ser distribuida entre los miembros, de modo que todos lleguen a ser obreros inteligentes para Dios.
Hay demasiadas fuerzas sin aplicación en nuestras iglesias. Hay algunos que piensan, planifican y trabajan; pero la gran masa del pueblo no levanta las manos, pues temen que se los rechace, y que otros piensen que están fuera de lugar. Muchos tienen corazones y manos dispuestos, pero no tienen ánimo de poner en acción sus energías. Se los critica si tratan de hacer alguna cosa, y finalmente dejan que sus talentos permanezcan dormidos por miedo a la crítica, cuando si se los animara a usarlos la obra avanzaría y se unirían otros obreros al conjunto de misioneros.
La sabiduría necesaria para adaptarnos a ciertas situaciones peculiares, la fuerza para actuar en la emergencia, se adquieren al usar los talentos que el Señor nos dio, y al adquirir experiencia mediante el trabajo personal. Se elige a unos pocos para ocupar cargos de responsabilidad, y se distribuye el trabajo entre esos hermanos, mientras muchos eficientes obreros del Señor quedan en las sombras.
Muchos de los que ocupan cargos de responsabilidad alimentan prejuicios, un temor de que se opere algún cambio que no esté en perfecta armonía con sus propios métodos. Exigen que todos los planes que se tracen reflejen su personalidad. Temen confiar en los métodos de los demás. ¿Y por qué no son dignos de confianza esos hermanos? Porque no fueron instruidos; porque sus dirigentes no los entrenaron como soldados que deben ser preparados. Decenas y decenas de hombres deberían ser capacitados para entrar en acción prestamente, en caso de ocurrir una emergencia que exija su ayuda. En lugar de eso, la gente se limita prácticamente a ir a la iglesia, oír el sermón, devolver el diezmo y dar ofrendas. ¿Por qué? Porque los pastores no les presentan sus planes ni les solicitan sus opiniones e ideas al trazarlos, ni su ayuda en su ejecución.
No debe haber sociedades secretas en nuestras iglesias. “Todos sois hermanos”. La obra del ministro también es la obra de los laicos. Cada corazón debe estar unido a otro corazón. Avancemos hombro a hombro. ¿No debe acaso cada verdadero seguidor de Cristo abrir su corazón para recibir sus enseñanzas? ¿No deberían todos tener la oportunidad de aprender los métodos de Cristo por medio de la experiencia práctica? ¿Por qué no enviarlos a trabajar para visitar a los enfermos y ayudar de muchas otras maneras, manteniéndolos así en constante acción? En ese caso todos estarían íntimamente relacionados con los planes del pastor, de manera que él podría solicitar su ayuda en cualquier momento, y ellos podrían trabajar inteligentemente con él. Todos deben ser colaboradores de Dios, de modo tal que el ministro pueda sentir que tiene ayudantes en los cuales confiar. Este objetivo se logrará si el ministro demuestra su confianza en los miembros delegando en ellos algunas responsabilidades.
¿Quién tiene la culpa de la deficiencia que se manifiesta en las iglesias? ¿A quién hay que censurar por no haber entrenado las manos y los corazones celosos para el trabajo humilde del Maestro? Hay muchos talentos ocultos en nuestro medio. Muchos podrían estar trabajando en las ciudades, visitando casa por casa, haciéndose conocer por familias, entablando conversaciones en los hogares, dejando caer las preciosas semillas de la verdad a lo largo del camino. Al usar sus talentos, Cristo les dará sabiduría, y muchas personas se regocijarán en el conocimiento de la verdad como resultado de este trabajo. Millares podrían estar adquiriendo una educación práctica para la obra por medio de este esfuerzo personal.
Ningún administrador de asociación ni ningún pastor ha recibido la orden divina de albergar desconfianza en el poder de Dios, para no usar a cada persona a quien se considere un digno miembro de iglesia. Esa presunta precaución está impidiendo el progreso en casi cada rama de la obra del Señor. Dios puede usar y usará a los que no tuvieron una educación completa en las escuelas de los hombres. Dudar en cuanto al poder de Dios para realizar esto, es manifiesta falta de fe; es limitar el poder omnipotente de Aquel para quien nada es imposible.
Ojalá hubiera menos de esta cautela no santificada, carente de fe. ¡Inutiliza muchas fuerzas de la iglesia! Cierra el camino para que el Espíritu Santo no pueda usar a los hombres. Mantiene en la inactividad a los que están dispuestos y ansiosos de trabajar en las filas de Cristo. A muchos que llegarían a ser eficientes obreros de Dios si tuvieran una buena oportunidad de hacerlo, se los desalienta para que no entren en la obra.
Los que podrían ser obreros, que ven la gran necesidad de personas consagradas en la iglesia y en el mundo, deberían buscar fuerza mediante la oración. Deberían salir a trabajar; Dios los bendeciría y haría de ellos una bendición para los demás. Esos miembros le darían fuerza y estabilidad a la iglesia. La falta de ejercicio espiritual debilita a los miembros de iglesia y les resta eficacia. Nuevamente pregunto: ¿Quién tiene la culpa de este estado de cosas?
Dios dio “a cada uno su obra”. ¿Por qué los ministros y los dirigentes de las asociaciones no reconocen esto? ¿Por qué no manifiestan aprecio por la ayuda que los miembros de la iglesia podrían prestar? ¡Despierten los miembros de iglesia! Levanten y mantengan en alto las manos de los pastores y obreros, trabajando para el progreso de los intereses de la causa. No hay que comparar los talentos para medirlos. Si alguien ejerce fe y camina humildemente con su Dios, aun cuando tenga poca educación, aun cuando se lo considere débil, puede ocupar su lugar, tanto como un hombre de la más refinada educación.
El que se entrega sin reservas a la influencia del Espíritu está más capacitado para prestar un servicio aceptable al Maestro. Dios inspirará a hombres que no ocupan cargos de responsabilidad a fin de que trabajen para él. Si los ministros y los hombres que ocupan cargos de responsabilidad dejaran libre el camino y permitieran que el Espíritu Santo influyera sobre las mentes de los hermanos laicos, Dios les indicaría qué hacer para honra de su nombre. Dispongan de libertad los hombres para hacer lo que el Espíritu Santo les indique. No aherrojéis a los hombres humildes que Dios podría usar. Si los que ocupan cargos de responsabilidad hubieran realizado un solo tipo de trabajo durante muchos años, sus talentos no se habrían desarrollado, y no estarían hoy en condiciones de desempeñar los cargos que ocupan; sin embargo, no hacen ningún esfuerzo especial para preparar a los nuevos en la fe, y desarrollar sus talentos.
Se deberían designar mujeres dispuestas a dedicar algo de su tiempo para el servicio del Señor, con el fin de que visiten a los enfermos, cuiden a los niños y atiendan las necesidades de los pobres. Deberían ser apartadas para esa obra mediante la oración y la imposición de manos. En algunos casos necesitarán el consejo de los dirigentes de la iglesia y del pastor; pero si son consagradas, y mantienen una comunión viva con Dios, serán poderosas para el bien de la iglesia. Este es otro medio de fortalecer-y edificar la iglesia.
Necesitamos diversificar más nuestros métodos de trabajo. No se debe atar ninguna mano, ni desanimar ninguna alma, ni silenciar ninguna voz; trabaje cada cual, particular o públicamente, para darle impulso a esta obra. Colóquense las cargas sobre los hombres y mujeres de la iglesia, para que puedan crecer mediante el ejercicio, y convertirse así en instrumentos eficaces en las manos del Señor para iluminación de los que se hallan en tinieblas.
Hay un mundo que amonestar. No se atreva el hombre a cerrar el camino, sino que cada cual abra paso a la acción de Dios por medio de su Santo Espíritu, para que se efectúe la redención de su posesión adquirida. Algunos de esos nuevos obreros van a cometer errores, pero los más experimentados deben aconsejarlos e instruirlos acerca de cómo corregir sus métodos. Se los debe animar a entregarse enteramente al Señor y a trabajar con humildad. El Maestro acepta el servicio y secundará sus esfuerzos con el poder de su Santo Espíritu, y muchas almas se convertirán.
Despierte de su sueño cada iglesia; únanse los miembros en el amor de Dios y en simpatía para con las almas que están a punto de perecer, y vayan a sus vecinos señalándoles el camino de la salvación. Nuestro Conductor tiene todo el poder del cielo y la tierra. Usará como instrumentos para cumplir sus propósitos a hombres que tal vez serían rechazados como incapaces para la obra por sus hermanos. Las inteligencias celestiales se unirán con los instrumentos humanos para llevar adelante la obra del Señor. A los ángeles se les designan las tareas que deben cumplir en relación con los instrumentos humanos aquí en la tierra. Obrarán por intermedio de cada persona que se someta a los moldes celestiales para trabajar. En consecuencia, ningún ser humano debería ser dejado de lado u olvidado, sin asignarle una parte que desempeñar.
Los miembros de nuestras grandes iglesias no se encuentran en la situación más favorable para el crecimiento espiritual o el desarrollo de métodos eficaces de trabajo. Están acostumbrados a que otros lleven las cargas que el Señor ha dispuesto que todos ayuden a llevar. Tal vez hay un buen número de obreros que emprenden la tarea con tanto entusiasmo que los más débiles no ven por dónde comenzar, y se abandonan a la inactividad.
Es un error que nuestro pueblo se aglomere en grandes congregaciones. Esto no está en armonía con los planes de Dios. Es su deseo que se comunique a otros el conocimiento de la verdad que hemos recibido; que la luz que resplandece sobre nosotros se proyecte sobre el camino de los que andan en tinieblas, de modo que podamos guiar a otros al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Pero doquiera haya grandes congregaciones, esta obra también se descuida en gran medida, y la luz de la verdad se refleja con frecuencia solamente sobre los mismos miembros; en consecuencia, el mundo continúa en la oscuridad, la alarma no se toca, y el mensaje de advertencia del cielo no se da.
El Señor dio “a cada uno su obra”, y cada uno debe ocupar su lugar para hacerla. Si alguien ignora las formas y los caminos por donde llevar adelante la obra, el Señor proveyó un Maestro. Jesús dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
El Padre eterno, el inmutable, dio a su único Hijo, apartó de su diestra al que es la expresa imagen de su persona, y lo envió a la tierra para revelar cuán profundamente amaba a la humanidad. Está dispuesto a hacer más, “más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. Un escritor inspirado formula una pregunta que debería repercutir profundamente en cada corazón: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
¿No debería decir cada creyente en el Señor Jesucristo: “Ya que Dios hizo tanto por nosotros, ¿cómo no mostrar, por amor a Cristo, nuestro amor a él obedeciendo sus mandamientos y cumpliendo su Palabra, consagrándonos sin reservas a su servicio?”
¿Dónde está la fe de los que profesan ser el pueblo de Dios? ¿Se los incluirá también entre aquellos de los cuales Jesús preguntó: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Jesús murió para redimirnos de la maldición del pecado. ¿Le devolveremos sólo una pequeña parte de las facultades por las cuales pagó un precio infinito a fin de rescatarnos de las manos del enemigo?
“Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Aquel en quien habita la plenitud de la Divinidad descendió a nuestro mundo, se humilló a sí mismo revistiendo su divinidad de humanidad, para que mediante la humanidad pudiese alcanzar a la familia humana. Al asirse de la raza humana con su brazo humano, se aterra del trono de Dios con su brazo divino, y une, de esa manera, la humanidad con la divinidad. La Majestad del cielo, el Rey de gloria, descendió paso a paso el camino de la humillación hasta alcanzar el punto más bajo posible a que la humanidad puede bajar. ¿Por qué? Para que su Poder alcanzara al ser humano más degradado, sumergido en las profundidades de la degeneración, para poder elevarlo a las alturas del cielo. Jesús prometió: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. ¡Maravilla de maravillas! ¡El hombre, una criatura de la tierra, del polvo, elevado hasta el trono del Rey del universo! ¡Maravilloso amor! ¡Amor incomprensible, inefable! (Review and Herald, 9 de julio de 1895, reimpreso el 6 de mayo de 1926).