¿Cómo puede la adoración satisfacer las necesidades de los adoradores, armonizar con la dinámica de la iglesia y ser bíblica a la vez?

Si preguntáramos a los adoradores acerca de lo que acaban de hacer, una vez concluido el culto del sábado de mañana, ¿qué nos responderían? ¿Nos sentiríamos satisfechos si nos dijeran que han participado de una reunión de adoración? Algunas respuestas podrían sorprendernos. Podrían decir, por ejemplo, que estuvieron en una convención, en un encuentro fraternal, en una clase de entrenamiento, en un concierto, en un congreso cultural o en una sesión de terapia de autoayuda.

La iglesia ha crecido, y han surgido muchas actividades para ayudarnos a cumplir la misión, desarrollarnos espiritualmente y conservar a los creyentes. Los departamentos y los servicios necesitan divulgar sus planes misioneros y, por lo general, lo hacen en la reunión del sábado, porque es la que cuenta con mayor número de asistentes. Pero, en algunos casos, la adoración queda eclipsada por la forma en que se destacan ciertos proyectos y personas.

Sin duda, es positiva la participación de los diversos sectores de la iglesia en los cultos, especialmente cuando se intenta lograr la participación de los feligreses en la misión. Por otro lado, a fin de conseguir mayor asistencia, no es difícil que un famoso orador o un grupo musical sean la fuente de atracción. En esto se manifiesta la peligrosa tendencia de confundir a los predicadores con animadores de auditorios, músicos o artistas, y la música con un show religioso. La correcta motivación para el servicio religioso es un encuentro con Dios, y se debe hacer todo lo necesario para que ese objetivo se cumpla.

Comúnmente, los cultos promocionales toman tiempo; lo que contribuye a la inquietud de los asistentes. Muchas iglesias no tienen boletín informativo, y toman mucho tiempo para los anuncios de sus campañas. En esos casos, se ocupa el tiempo del culto y se transmite la idea de que los proyectos son más importantes que los cultos. Como resultado, falta alimento espiritual y se desanima a los hermanos. Hasta las visitas perciben la ausencia de una predicación centrada en Cristo y pierden el interés por la verdad. Y no es difícil que el hermano que trajo a alguien de visita se desanime y no lo traiga más.

Formas de culto

Una observación de lo que sucede alrededor puede servir de alerta. Robinson Cavalcanti, político y pastor anglicano, hizo una lista de las cinco formas diferentes de cultos protestantes: el “Culto en el libro”, el “Culto del libro”, “Culto clase”, el “Culto catarsis”, el “Culto show” y el “Culto espectacular”.[1]

Las iglesias surgidas de la Reforma Protestante siguen, en Alemania e Inglaterra, un cuidadoso manual litúrgico. A eso, Cavalcanti lo denomina el “Culto en el libro”, cuya forma de adoración se parece a la del catolicismo. Les da ese nombre a causa de la rigidez con que cada actividad, minuciosamente descrita en esos manuales, se lleva a cabo en todas esas congregaciones. No hay espacio para las improvisaciones o la espontaneidad. Los adoradores se contentan con oír, y los testimonios misioneros se limitan a lo programado. Ese sistema favorece la uniformidad y facilita la conducción de las actividades en los lugares donde se carece de liderazgo. En el mismo día, en todas las iglesias, los himnos y los mensajes son los mismos.

Otros grupos del mismo origen celebran los “Cultos del libro”. Son las conocidas iglesias tradicionales que ejercitan el cerebro y reprimen las emociones. Con una liturgia sencilla y con mayor participación de los miembros, la adoración se asemeja a una “clase”, con los himnos, las oraciones y la ofrenda como telones de fondo.[2] Acerca de esto advirtieron Sergio y Magalí Leoto: “El buen deseo de celebrar un culto ordenado muchas veces acarrea la realización de actividades que, con el tiempo, se cumplen mecánicamente. Abren la puerta a un falso ritualismo, un mero ejercicio automático de actividades religiosas […] éstas se vuelven monótonas, las repeticiones pasan a ser cansadoras y son un obstáculo para la verdadera adoración”.[3]

Como una reacción a la frialdad y al exceso de intelectualidad de los estilos anteriores, hacia fines del siglo XIX aparecieron los “Cultos de las emociones”, o de catarsis, que encontraron en las clases populares sus adeptos más comprometidos. Una característica distintiva de los grupos pentecostales es que, en sus cultos, las emociones “explotan. La fe, más que ser entendida, se siente. Los gritos valen. Se respetan las lágrimas. Los temblores y las expresiones corporales son lícitos. En lugar de la clase, domina la catarsis o terapia de grupo”.[4] Al referirse a esta situación, Joáo S. de Souza hizo el siguiente comentario: “Toda la dinámica del culto en las iglesias de hoy parece tener como objetivo alcanzar al pecador. […] Se observa que, cuando los himnos no motivan (a la concurrencia), alguien tiene que ‘calentar la reunión con coritos”.[5] En efecto, se pone a la experiencia por encima de la razón. Se valorizan, en exceso, los sentimientos. “Por esto, se ha acusado insistentemente a la liturgia contemporánea de ser un medio para exacerbar las emociones”.[6]

Y, ¿qué hacer para atender a la clase media? En la segunda mitad del siglo XX surgieron los “Cultos espectáculo”. El púlpito o el altar cedieron su lugar al escenario. Muy distinto de la solemnidad del culto litúrgico o incluso de la sencillez del culto-clase, se separó del culto-catarsis para dar lugar al culto-show. En este caso, el mensaje debe ser corto y superficial, y debe apelar a la paz interior.

El lado positivo de este sistema es que atrae a gente que de otra manera no volvería a demostrar interés en las cosas religiosas. Entre los que asisten, se encuentran los que abandonan sus iglesias tradicionales por causa de la frialdad de la liturgia, o porque en su nivel social no sienten que están siendo atendidas sus necesidades. Pero el mensaje es superficial y la doctrina tiene poca relevancia, y hay escaso compromiso con las normas cristianas de conducta.

Según Don Hustad, profesor de Música Religiosa del Seminario Teológico de los Bautistas del Sur, en los Estados Unidos, “muchas iglesias de hoy, dedicadas a los reavivamientos, decidieron reformar su estilo [de culto] para ponerlo de acuerdo con lo que ven en la televisión. […] Los organizadores del culto, en estas superiglesias, están convencidos de que deben planificar programas atractivos para los inconversos, con el énfasis puesto en los estímulos emocionales, tal como lo hacen los artistas profesionales del show business secular”.[7]

Y Valdecí dos Santos se hace eco de esta idea: “Uno de los medios por los que se manifiesta entre nosotros ese énfasis humanista, es la frenética búsqueda del entretenimiento. […] En este contexto, el culto se ha transformado en un ‘programa’, y el deseo de alcanzar la ‘felicidad’ ciertamente supera al de lograr la ‘santidad’ […] . Decimos que el culto es ‘agradable’ no sobre la base de la instrucción bíblica que se presentó, sino por el grado de ‘satisfacción’ personal que nos dio. Como consecuencia, nuestra predicación se ha convertido en una homilética de consenso, en la que el buen mensaje no nos enfrenta con nuestros pecados, sino que nos hace sentir mejor. Además, nuestros sermones son más cortos ahora, porque nuestra atención y nuestra memoria también son más cortas”.[8]

Como esa versión del culto tuvo mucha aceptación, aunque limitada a los creyentes de mayor estabilidad económica, en las dos últimas décadas se ha adaptado el culto-show, o culto espectáculo, para lo que Cavalcanti denominó “Culto espectacular” Alcanzó plenamente a los que esperan resultados existenciales concretos e inmediatos conseguidos mediante “la compra de acciones en la bolsa de valores del Cielo”. Las campañas financieras se hacen abiertamente y ocupan mucho tiempo de la programación.

Después de las descripciones que acabamos de hacer, Cavalcanti se lamentó de que entre los evangélicos “falta reverencia” y, entre las recomendaciones que hace, sugiere que el culto debería ser “más solemne, con más contrición y más adoración […] para mayor gloria de Dios”.[9]

Qué es la adoración

En vista de esto, ¿cómo podemos lograr que la adoración sea más significativa para una comunidad repleta de jóvenes, adultos, niños y ancianos con las más diversas necesidades espirituales? ¿Cómo planificarla para que sea bíblica, y satisfaga las necesidades espirituales de todos y se adapte a la dinámica de la actividad de la iglesia? A continuación, presentamos algunas sugerencias:

En primer lugar, existe la urgente necesidad de estudiar la teología de la adoración. Como tan acertadamente lo dice Zinaldo Santos: “La excelencia de la calidad de la adoración se alcanzará en la medida en que los adoradores estén informados acerca de lo que realmente significa adorar a Dios”.[10] Por eso, los líderes no deben tratar de imitar lo que ven en la televisión. Al contrario: “la calidad del culto en la iglesia se debe basar en un estudio bíblico, teológico y práctico de la historia de la adoración”.[11]

Winfried Vogel, rector del Seminario de Bogenhofen, Austria, escribió lo siguiente acerca de este tema: “La adoración es una vida santificada; Dios es el centro y el foco de la adoración; adorar es compartir la gracia de Dios; tiene más que ver con dar que con recibir; la adoración es oír la Palabra de Dios; la adoración es la esencia de la comunión; la adoración es el gozo anticipado del cielo”.[12]

Por eso, todo lo que se hace en el culto, “los sermones, las porciones de las Escrituras, los himnos y las oraciones, deben revelar plenamente quién es Dios y qué ha hecho, con la intención de lograr que el adorador reaccione positivamente ante esa revelación. Finalmente, el culto debe hacer todo eso por medios que apelen a las emociones y al intelecto del hombre moderno. Es válida una genuina expresión emocional para aclarar y definir la verdad. Pero, si lo que se persigue es la emoción por la emoción misma, eso equivale a alabar la alabanza y a adorar la adoración”.[13]

La adoración y el servicio

En segundo lugar, es necesario ubicar el llamado al servicio cristiano en su debido lugar. Cuando el enemigo tentó a Jesús en el desierto, el Maestro le dio tanta importancia a la adoración como al servicio, y también estableció la debida prioridad. “Escrito está -dijo-: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mat. 4:10). El principio que estableció aquí es que primero viene la adoración y después el servicio. En otra ocasión, Jesús afirmó que la buena parte consistía en estar a sus pies (Luc. 10:42).

Es cierto que la iglesia tiene proyectos que necesitan divulgación; se debe motivar a los creyentes para que participen en la misión. Pero, ante todo, necesitamos confirmar nuestra relación con el Señor. Como lo escribió Judson Cornwall: lo que “Dios hizo en el Calvario no fue liberar a los esclavos para que pasaran a servirlo; no. Lo que hizo fue restaurar la comunión de los hijos con el Padre […]. En los treinta años en que he servido como pastor, he observado que es muy raro que un creyente activo en la obra sea un adorador. En vez de expresar su devoción a Dios mediante la adoración, lo hace trabajando. Es muy raro que el empeño en el servicio lleve a la adoración. Pero, de modo general, los creyentes adoradores son los más activos en el Reino de Dios, porque le expresan su amor por medio de su servicio”.[14]

El calendario denominacional

La tercera sugerencia tiene que ver con la revisión del calendario denominacional. Entendemos que los proyectos, las fechas, los sermones y las orientaciones que figuran en él son sugerencias. Cada iglesia debe planificar sus actividades, y trabajar de acuerdo con sus necesidades y sus posibilidades. Evidentemente, como organismo mundial, necesitamos la concientización y el esfuerzo conjunto de cada congregación para alcanzar grandes objetivos; pero, incluso en esas circunstancias, hay libertad para usar los dones locales. Y, a diferencia de lo que ha ocurrido, los proyectos del calendario eclesiástico y las fechas especiales pueden, incluso, contribuir al enriquecimiento del culto y a mejorar el alimento espiritual.

El símbolo de la iglesia como un cuerpo, usado por Pablo (1 Cor. 12:12-30), es válido en este contexto. Al rechazar el intento de dar más importancia a determinados departamentos en detrimento de otros, y al incentivar la colaboración mutua de las diversas áreas de trabajo, se reforzará la misión litúrgica. En lugar de dividir, los beneficios serán mayores porque la gente tiene diversos intereses y también reacciona en forma diferente.

Las campañas se pueden hacer alternativamente. Se puede usar mejor el boletín; los impresos se pueden distribuir después del culto, y así el contacto personal entre los promotores y los miembros será más efectivo; el sistema de correo directo, ya sea el tradicional o el electrónico, alcanza a mucha gente. Y, cuando se necesite hacer un anuncio público, debería ser breve, hecho de manera conveniente y antes del culto.

Cada reunión debe tener un objetivo

Hace falta una cuarta sugerencia. La iglesia primitiva tenía una vida de adoración sencilla y ferviente. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones […] alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:42, 47). Es necesario diferenciar las características básicas de cada culto: algunos son de estudio, otros de comunión y otros de proclamación. Cada uno de ellos tiene un propósito específico. Para que sean eficaces, es importante averiguar por qué la gente asiste a los cultos. Joñas Arrais, secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana, cree que “para algunas [personas] es sólo una cuestión de hábito. Otros van porque están pasando por luchas espirituales, están tristes y heridos, perdidos y solitarios. En esos casos, la presencia en los cultos se vuelve una búsqueda de consuelo y de respuestas. Otros, incluso, van a los cultos en contra de su voluntad: los padres o el cónyuge los obligan a hacerlo. Ceden por amor a la paz”.[15]

En los lugares donde el mismo edificio se usa con distintas finalidades, es común confundir el propósito de la reunión; y, como generalmente cada encuentro comienza con una oración, aumenta la responsabilidad de diferenciar entre el culto de adoración, las campañas evangélicas, las clases bíblicas, las reuniones de entrenamiento, las conferencias culturales, los encuentros sociales, etc. Sea lo que fuere, el propósito básico del templo es el de servir como ámbito para la adoración.

El lugar de la Palabra

El carácter central de la Biblia es la quinta sugerencia. Claudio Mirle opina que “desarrollar cualquier programa o encuentro en la casa de Dios, sin que la Palabra sea el centro […] cualquier reunión en la iglesia, ya sea un encuentro juvenil, un concierto musical que implique arte, cultura y emoción, si no ofrece la Palabra o si le atribuye un lugar secundario, podrá llevar a los presentes a cualquier reacción menos a la adoración.

“El arte tiene poder para impresionar; pero la Palabra es la que tiene poder para transformar”.[16]

Ed Christian, profesor de la Universidad de Pennsylvania, hace una pregunta interesante: “¿Por qué debemos llevar la Biblia a la iglesia, si raramente la usamos?” Él recomienda la lectura profunda, porque en la lectura de la Biblia “hay poder, convicción y ánimo para la congregación”.[17]

La música

En sexto lugar, para que la adoración sea más significativa, es necesario darle al canto de la congregación el valor que le corresponde. En lo pasado, el reformador Zwinglio eliminó toda clase de música del culto. Otros, más tolerantes, se limitaron a los “salmos métricos, cantados al unísono por la congregación. Quemaron los himnarios y destruyeron a hachazos los órganos”.[18] Más tarde surgió la música evangélica vinculada con los reavivamientos de los siglos XIX y XX.

Hoy, algunas iglesias cantan mucho, y corren el riesgo de hacerlo en forma repetitiva y sin sentido, sin mencionar que toman mucho tiempo. Se debe evitar todo lo que parezca formalismo. Sería más beneficioso que la congregación cantara dos o tres himnos en el momento dedicado a la alabanza. Esa práctica, si se la dirige bien, crea la atmósfera ideal para el sermón. La música de la congregación pierde su poder si se la usa en un mal momento, como, por ejemplo, cuando se desea que los adoradores entren en el templo.

Con frecuencia, se canta con una placa con la letra del himno proyectada sobre un telón. Una explicación de eso es que ayuda a que el canto sea más fluido, ya que nadie necesita “buscar el himno en el himnario […]. Pero hay algo negativo en esto […] el uso del himnario nos recuerda la historia de nuestra fe, porque Dios es el Dios de la historia”.[19]

Participación total

La adoración puede ser mucho más significativa si posibilita una mayor participación. Ésta es la séptima sugerencia. James Cress, secretario ministerial de la Asociación General, nos cuenta cómo consiguió que su iglesia creciera, mediante la revitalización de la adoración.

“Nuestros servicios se volvieron dinámicamente tradicionales. Los concurrentes se dieron cuenta rápidamente de que se trataba de típicos servicios adventistas, pero con una participación vital. Dimos prioridad a atraer a los que habían dejado de venir. Incluimos himnos conocidos, fáciles de cantar, como también música especial, e incluso añadimos quince minutos a la duración del culto. Limitamos los anuncios. Aumentamos la participación de los asistentes en la lectura de las Escrituras, pedidos de oración y testimonios. Proporcionamos bosquejos de sermones, en los que los asistentes podían llenar los espacios en blanco; transformamos eventos comunes, como la dedicación de bebés y las graduaciones, en acontecimientos notables […]. Para el crecimiento espiritual, el hacer es más importante que el observar”.[20]

La atención de los niños

Las actividades adecuadas para los niños es la octava sugerencia que hacemos, con el fin de mejorar nuestra adoración. En lugar de ponerlos aparte, trate de que participen en el culto por medio de textos con lugares vacíos, que ellos puedan completar, y figuras que puedan pintar, con ilustraciones relacionadas con el sermón. Para los que ya saben leer y escribir, es conveniente el uso de algunos tests acerca de los versículos del sermón. Se los puede estimular a colocar su ofrenda. Ya se está practicando (en algunos lugares) la adoración infantil en el culto sabático. A pesar de que en algunos casos el tiempo se pasa, hay una motivación para los niños y sus padres. Y, si fuera necesario contar la historia para los niños, esa parte se puede reemplazar con figuras que ellos mismos buscan con el predicador mientras se canta el himno. “Pida que ellos mismos le den al sermón su propia interpretación. Recoja las figuras y póngalas en el mural, para que los hermanos las vean el próximo sábado. Dé a todo esto una importancia especial”.[21]

Otras sugerencias serían evitar los baches entre las diversas actividades, usar el sistema de multimedios para la proyección de anuncios, hacer de la ofrenda una experiencia especial, cuidar que el volumen del sonido sea el adecuado, cuidar el aspecto del lugar de adoración, para que tenga un toque de arte, belleza y buen gusto, además de disponer de un equipo de recepción, de diáconos y dirigentes bien entrenados.

La adoración es la experiencia más satisfactoria para el cristiano que ya pasó por el nuevo nacimiento y se está preparando para la eternidad. Ésta es la prioridad de la iglesia. “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apoc. 21:3).

Sobre el autor: Presidente de la Misión de Mato Grosso, Rep. del Brasil.


Referencias:

[1] Robinson Cavalcanti, “O culto evangélico no Brasil” [El culto evangélico en el Brasil], Ultimato (enero de 1997), pp. 42, 43.

[2] Ibíd.

[3] Sergio y Magalí Leoto, “Louvor e adorado” [Alabanza y adoración].

[4] Robinson Cavalcanti, Ibíd.

[5] Joáo A. Sousa Filho, O Ministerio de Louvor da Igreja [El ministerio de alabanza de la iglesia] (Venda Nova, Mato Grosso: Editorial Betania, 1988), p. 17.

[6] Valdeci dos Santos, “Refletindo sobre a adorado e o culto cristáo” [Reflexiones acerca de la adoración y el culto cristiano] (Material obtenido por medio de Internet).

[7] Don Hustad, “Mudanzas no culto cristão” [Cambios en el culto cristiano]. Ministerio (marzo-abril de 1996, edición CPB), p. 17.

[8] Valdecí dos Santos, Ibíd.

[9] Robinson Cavalcanti, Ibíd., p. 17.

[10] Zinaldo A. Santos, “Qualidade na adorado” [La calidad en la adoración], Revista Adventista (abril de 1996, edición CPB), p. 10.

[11] Don Hustad, Ibíd., p. 16.

[12] Winfried Vogel, “A familia de Deus adora unida” [La familia de Dios adora unida], Revista Adventista (octubre de 1999, edición CPB), pp. 14, 15.

[13] Don Hustad, Ibíd.

[14] Judson Cornwall, Adorado como Jesús Ensinou (La adoración tal como la enseñó Jesús) (Venda Nova, Mato Grosso: Editora Betania, 1995), p. 56.

[15] Jonas Arrais, “Por qué adoramos”, Revista Adventista (octubre de 2002, edición CPB), p. 8.

[16] Claudio Hirle, “A adorado reconhecida pelo Céu” [La adoración reconocida por el Cielo], Revista

Adventista (marzo de 2003. edición CPB), p. 12.

[17] Ed Christian, “Putting the Word Back in Worship” [Pongamos de nuevo la Palabra en la adoración], Ministry (julio de 2001), pp. 20, 21.

[18] Don Hustad, Ibíd., p 11.

[19] Ibíd., p. 15.

[20] James A. Cress, “Worship is a Verb” [Adorar es un verbo], Ministry (junio de 1995), p. 129.

[21] Luis André dos Reis, “Sugestões para melhorar a adorado em sua igreja” [Sugerencias para mejorar la adoración en su iglesia], Revista Adventista (septiembre de 1995, ediciones CPB), pp. 4, 5.