Hace algunos meses leí un libro que había sido escrito con el único propósito de probar, no sólo que Jesús no había resucitado sino también que nunca había existido. El autor afirmaba que la idea de Cristo se había originado en el mito y la leyenda. La lectura de un libro de ese carácter nos hace apreciar las maravillosas evidencias que tenemos en las Escrituras acerca de la verdad que concierne a Jesús, nuestro bendito Señor, de su vida y enseñanzas, de su muerte, de su resurrección y ascensión, y además, de la hermosa promesa de que Volverá otra vez en gloria para reunir a su pueblo.

También nos causa dolor por quienes moran en las tinieblas, la duda y la incertidumbre. La Biblia enseña que los tales están “sin Dios en el mundo” (Efe. 2:12). Una triste perspectiva, y una gran oscuridad empañan toda esperanza y aspiración. ¡Qué tenebroso presentimiento y qué poco consuelo, si es que hay alguno, cuando se yace en el lecho de enfermo y se enfrenta el valle de sombra de muerte! Agradezcamos a Dios por la gozosa esperanza de una eternidad bendita que pasaremos con Jesús en el reino eterno. Agradezcámosle por la certidumbre de la fe cristiana. Lucas escribe con certeza sobre “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas.” El aposto! Pablo escribió a la iglesia: “Estoy cierto.” Juan, el discípulo amado, les recordó una vez tras otra a los creyentes acerca de las cosas que “sabemos.” ¡Qué enorme diferencia hay entre el cristiano, que cree, y el agnóstico, que no cree! Una vez más digamos: Gracias, Señor, por las certidumbres de la fe cristiana.

El testimonio de los romanos

Los hechos siguientes: que Jesús nació como una criatura en Belén, que vivió y enseñó, que obró milagros y anduvo haciendo el bien, que fue crucificado y murió, que se levantó de los muertos y ascendió al cielo, son apoyados no sólo por las Escrituras, sino también por otras fuentes, algunas de ellas pertenecientes a hombres que vivieron en época muy cercana a los días de Jesús.

Una de las primeras referencias que tenemos de Cristo y de sus seguidores la encontramos en una carta que Plinio le escribió a Trajano, alrededor del año 112 de J. C.:

“Como nunca he estado presente en un proceso celebrado contra los cristianos, no estoy familiarizado con los métodos que deben seguirse en el interrogatorio o las restricciones que hay que tener en cuenta al dictar sentencia. . .. Sin embargo, ellos sostienen que toda su culpa o su error consiste en que observan el hábito de reunirse en un determinado día antes del amanecer, cuando cantan himnos a Cristo como a un dios.”—Plinio, “Letters,” X. 96 (Edic. de Loeb), tomo 2, págs. 401, 403.

Existe un testimonio de Suetonio, biógrafo e historiador romano, contemporáneo de Traía- no (muerto en 117 de J. C.). Escribió: “Se les infligió castigo a los cristianos, una clase de hombres dados a una superstición nueva y dañosa.”—“The Lives of the Caesars,” VI. 16 (Edic. de Loeb), tomo 2, pág. iii.

Reparemos en este testimonio de Tácito, escritor concienzudo y exacto:

“Nerón declaró reos y castigó con los mayores refinamientos de crueldad a una clase de hombres aborrecidos por sus vicios, a quienes el pueblo llamaba cristianos. Cristo, el fundador de este nombre, había sufrido la pena de muerte en el reinado de Tiberio, sentenciado por el procurador Poncio Pilatos.”—“The Annals,” XV. 44 (Edic. de Loeb), tomo 4, pág. 283.

Un testimonio posterior nos lo dan las Atlas de Pilatos, que ya no existen. Sin embargo varios escritores antiguos se refieren a ellas. Consideremos la siguiente declaración:

“Las Acta Pilati, consideradas como el informe oficial que Pilatos envió al emperador, donde le refería el juicio y la crucifixión de Cristo, desempeñaron un papel importante en los primeros años; Justino Mártir atrajo la atención hacia ellas (tres veces); también lo hizo Tertuliano (alrededor del año 180) y Eusebio (alrededor del año 280). Este registro fue destruido probablemente por Maximino (año 311). Las Acta Pilati que existen forman parte del Evangelio según Nicodemo, y proceden del siglo IV o V, y fueron escritas para los judíos por judíos cristianos.”—“A New Standard Bible Dictionary,” art. “Pilatos.”

Celso, filósofo platónico, y uno de los peores enemigos del cristianismo, escribió un libro por el año 175 de J. C., titulado “Un Verdadero Discurso.” Actualmente no existe, pero se lo cita parcialmente en la réplica de Orígenes, intitulada “Orígenes contra Celso.” Celso cita a un judío que observa: “‘Visitamos con castigo al hombre que os engañó.’ ”—“Origen Against Celsus,” ii. 4, en “The Anti-Nicene Fathers” tomo 4, pág. 431.

Celso dice: “‘¿Cuál es la naturaleza del icor del cuerpo del Jesús crucificado?’”—Id., ii. 36, en ANF, tomo 4, pág. 445.

En otro lugar Celso asegura: “‘El [Jesús] fue castigado por los judíos por sus crímenes.’ ”—Id., ii. 5, en ANF, tomo 4, pág. 431.

Celso alude burlonamente a la agonía de Cristo, y se refiere a él cuando pronunció las palabras: “‘Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso.’ ”—Id., ii. 24, en ANF, tomo 4, pág. 441.

Luciano, el agnóstico de Samosata, nacido alrededor del año 120 de J. C., en “The Passing of Peregrinus” (El Paso de Peregrino) menciona “el hombre que fue crucificado en Palestina porque introdujo este nuevo culto [el cristianismo] en el mundo.”—Sec. 11, (Edic. de Loeb) tomo 5, pág. 13.

Refiriéndose a los cristianos hace notar:

“Los pobres infelices se han convencido de que llegarán a ser inmortales y que vivirán eternamente, y por tal razón desprecian la muerte, y aun se entregan voluntariamente para que se los encarcele, los más de ellos. Además, su primer legislador los persuadió de que todos son hermanos los unos de los otros, una vez que han rechazado a los dioses griegos por la oración de ese sofista crucificado y por la observancia de sus principios.”—Id., sec. 13, (Edic. de Loeb), tomo 5, pág. 15.

El testimonio de los judíos

Citamos un pasaje del Talmud judío:

“Jesús fue colgado la víspera de la Pascua… ¡Puesto que nada se hizo en su favor, fue colgado la víspera de la Pascua!”— “Sanhedrín,” 439, (Edic. Soncino) pág. 281.

De Josefo, el historiador judío, citamos:

“Más o menos por este tiempo existía Jesús, un hombre sabio, si es que podemos denominarlo hombre; porque fue un hacedor de obras maravillosas, un maestro de hombres que recibían la verdad con gozo. Atrajo a sí a muchos de los judíos y también de los gentiles. Era [el] Cristo. Y cuando Pilatos, obrando instigado por los principales de nosotros, lo condeno a la cruz, quienes lo amaban desde el principio, no lo olvidaron; porque se les apareció vivo al tercer día; tal como lo habían prenunciado los profetas divinos, tanto este hecho como miles de otros que se referían a él. Y el grupo de los cristianos, así denominado por él, no está extinguido en estos días.”—“Antiquities” xviii. 3. 3.

Anotamos la siguiente declaración de José Klausner, un escritor judío moderno:

“Aunque la información que poseemos es fragmentaria, podemos concluir confiadamente que Jesús en verdad existió, que poseía una personalidad excepcionalmente notable, y que vivió y murió en Judea, en tiempos de la ocupación romana.”—“Jesus of Nazareth,” pág. 70.

“Quienes niegan rotundamente no sólo la forma actual que Jesús asume en el mundo o la que asume según los Evangelios, sino también su misma existencia y la gran importancia, positiva o negativa, de su personalidad—tales hombres sencillamente niegan toda la realidad histórica.”—Ibid.

El testimonio de los cristianos primitivos

Las palabras de Justino Mártir (110-165):

“Actualmente existe una aldea en la tierra de los judíos, a 35 estadios de Jerusalén, en la que nació Jesucristo, como vosotros también podéis averiguar en los registros de los tributos hecho bajo Cirenio, vuestro primer procurador de Judea.”—“First Apology,” cap. 34, en “The Ante-Nicene Fathers,” tomo 1, pág. 174.

“Y después de su crucifixión echaron suertes sobre su vestidura, y quienes lo habían crucificado la repartieron entre ellos. Y si queréis aseguraros de que estas cosas sucedieron, acudid a las Actas de Poncio Pilatos. —Id., cap. 35, en ANF, tomo 1, págs. 174, 175.

Citamos de Tertuliano (160-240)

 “Por lo tanto, Tiberio, en cuyos días el nombre cristiano hizo su entrada en el mundo, puesto que él mismo había recibido información de Palestina de los acontecimientos que habían demostrado claramente la verdad de la divinidad de Cristo, llevó el asunto a la consideración del senado, con su propia decisión en favor de Cristo. El senado rechazó la proposición a causa de que no había sido él mismo quien diera la aprobación. César se mantuvo firme en su opinión, amenazando con su ira a todos los acusadores de los cristianos. Consultad vuestros manuales de historia, y hallaréis que fue Nerón el primero que acometió a la secta de los cristianos con la espada imperial.”—“Apology,” cap. 5, en ANF, tomo 3, págs. 21, 22.

“Y aun cuando pendía clavado de la cruz manifestó notables señales que distinguieron su muerte de todas las demás. Espontáneamente, con una palabra suya, despidió de él su espíritu, anticipándose a la obra de los verdugos. Y también, en ese instante se retiró la luz del día, cuando el sol alumbraba con su resplandor meridiano. Quienes ignoraban que este hecho se había predicho con respecto a Cristo, sin duda pensaron que se trataba de un eclipse. Vosotros todavía conserváis en vuestros archivos el registro de este presagio mundial.”—Id., cap. 21, en ANF, tomo 3, pág. 35.

Notemos esta declaración de Eusebio (260- 340):

“Y cuando las nuevas de la maravillosa resurrección y ascensión de nuestro Salvador ya se habían esparcido, de acuerdo con una antigua costumbre que prevalecía entre los gobernantes de las provincias, de comunicar al emperador los sucesos que acontecieran en sus tierras, con el propósito de que ninguna cosa pasara inadvertida para él, Poncio Pilatos informó a Tiberio de las nuevas que se habían difundido por toda Palestina acerca de la resurrección de nuestro Salvador Jesús. También envió el relato de otras maravillas que había oído de él, y cómo, después de su muerte, habiéndose levantado de los muertos, muchos lo creían Dios.” —“Church History,” ii-2.1, 2, en “The Nicene and Post-Nicenc Fathers” 2° serie, tomo 1, pág. 105.

Orígenes (185-254) escribe:

“Quisiera decirle a Celso, quien representa a los judíos que por alguna razón aceptan a Juan como bautista, el cual bautizó a Jesús, que la existencia de Juan el Bautista, que bautizaba para la remisión de los pecados, fue objeto del relato de uno que vivió no mucho después de los días de Juan y Jesús. Porque en el libro 189 de sus “Antigüedades de los Judíos,” Josefo da testimonio de Juan como que era un bautista, y que prometía la purificación a quienes pasaran por el rito. Pues bien, aunque este escritor no creía en Jesús como el Cristo, al investigar la causa de la caída de Jerusalén y la destrucción del templo, a pesar de que debía haber dicho que la conspiración contra Jesús era la causa de esas calamidades que habían acontecido al pueblo, puesto que condenaron a muerte a Jesús, que era un profeta, sin embargo dice—aunque, contra su voluntad, no está lejos de la verdad—que esos desastres les sobrevinieron a los judíos como castigo por la muerte de Santiago el justo, que era hermano de Jesús (llamado el Cristo), a quien los judíos condujeron a la muerte, aunque era un hombre que sobresalía por su justicia.”—“Origen Against Celsus,” i. 47, en ANF, tomo 4, pág. 416.

Otros testimonios

Napoleón Bonaparte, cuyo nombre una vez hizo temblar a Europa, hizo una declaración acerca de Jesús, cuando estuvo cautivo en Santa Elena.

“Cuando conversaba, según su costumbre, de los grandes hombres del mundo antiguo, y se comparaba con ellos, se dice que se volvió hacia el Conde de Montholon y le preguntó: ‘¿Puede decirme quién era Jesucristo?’ No hubo respuesta. Napoleón prosiguió: ‘Bien, entonces os lo diré yo. Alejandro, César, Carlo- magno y yo mismo hemos fundado grandes imperios; pero ¿de qué dependen estas creaciones de nuestro genio? De la fuerza. Jesús solo fundó su imperio en el amor, y hoy mismo hay millones que morirían por él. . .. Creo conocer algo de la naturaleza humana, y os digo, todos aquéllos fueron hombres, yo mismo soy un hombre: pero no hay ninguno que sea como él; Jesucristo es más que hombre. . .. Todos los que sinceramente creen en él, experimentan ese notable amor sobrenatural por él. Este fenómeno es inexplicable; está completamente fuera del alcance de las facultades creadoras del hombre. El tiempo, el gran aniquilador, es impotente para extinguir esta llama sagrada. . .. Tal cosa es lo que me demuestra muy convincentemente la divinidad de Jesucristo.’ ”—H. P. Liddon, “The Divinity of Our Lord and Saviour Jesús Christ,” pág. 150.

Rousseau, un deísta sentimental presentó los siguientes argumentos:

“Si la vida y la muerte de Sócrates son las de un sabio, la vida y la muerte de Jesús son las de un Dios. ¿Diremos que la historia del Evangelio ha sido fraguada por alguien? Amigo mío, no es ésa la forma en que se inventa; y las obras de Sócrates, que nadie pone en duda, están menos confirmadas que las de Jesucristo.”—Traducido de “Emite” libro 4, en “Oeuvres Completes de J. J. Rousseau” [París, Furne], 1835, tomo 2, pág. 597.

Se dice de Keim, historiador y teólogo liberal alemán, que “mientras menospreciaba el elemento milagroso del cristianismo, consideraba a Jesús no sólo como el más grande de toda la tierra, sino como al Hijo, ‘en quien el Padre se revela a sí mismo.’ ”—H. Ziegler, “Keim, Karl Theodor,” “The New Schajf-Herzog Encyclopedia of Religious Knowlegde” tomo 6, pág. 306.

Ferdinand Christian Baur, crítico de tendencia más bien extremista, reconoce:

“En la fe de los discípulos la resurrección de Jesús llegó a considerarse como un hecho sólido e incontrovertible. Fue en esta fe donde el cristianismo adquirió una sólida base para su desenvolvimiento histórico.”—“The Church History of the First Three Centuries” tomo 1, pág. 42.

Estos testimonios extrabíblicos confirman 1o que declara la Palabra de Dios. Lucas lo expresa enérgicamente en sus palabras introductorias del libro de los Hechos:

“En el primer tratado, oh, Teófilo, he hablado de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que, habiendo dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que escogió, fue recibido arriba; a los cuales, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles por cuarenta días, y hablándoles del reino de Dios.” (Hech. 1: 1-3.)

 “Hablad con fuerza y seguridad del amor del Salvador, y cantad verdaderos himnos de despertamiento religioso… Aprenderéis así el arte de trabajar y alcanzaréis a muchas almas.”—“Joyas de los Testimonios,” tomo 2, pág. 396.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación General.