La identificación con la vida y la misión de Cristo es la señal que distingue a los que le pertenecen.
Para mucha gente en el mundo cristiano, la figura de Cristo se ha convertido en un eslogan, un símbolo o un simple fetiche. Para otras es un personaje histórico que se puede interpretar de diferentes maneras, de acuerdo con la opinión de cada cual. Pero también están los que lo entienden de acuerdo con el mensaje de las Escrituras, y encuentran en él la salvación, el centro de la fe y el Amigo poderoso que siempre está cerca para ayudar a enfrentar las pruebas de la vida.
Pero, ¿habrá, acaso, algo nuevo sobre Cristo relacionado con el pueblo remanente? ¿Tienen las Escrituras un mensaje diferente acerca de la persona de Cristo para el remanente? A fin de responder a estas preguntas, necesitamos observar la manera en que se nos presenta el carácter de Jesús en el Apocalipsis. En este libro, él es el Cristo de toda la iglesia cristiana mientras avanza hacia el Reino. Pero, de manera especial, es el Cristo del pueblo remanente en sus diversas etapas en el curso de la historia.
La identificación
Los períodos representados por las siete iglesias del Apocalipsis señalan la existencia de un remanente fiel a través del tiempo. En Éfeso, sufrió con paciencia y trabajó por amor a Cristo (Apoc. 2:3). En Esmirna, experimentó tribulación y pobreza, pero se mantuvo fiel hasta la muerte (vers. 9). En Pérgamo, el remanente fue firme en la fe (vers. 13) y sirvió con amor, fe y paciencia en los días de Tiatira (vers. 19). En el tiempo de Sardis, sólo unos pocos no mancharon sus vestiduras (3:4). En Filadelfia, el remanente guardó la Palabra y no negó el nombre de Jesús (vers. 8). Aunque no encontramos ninguna referencia al remanente durante el período de Laodicea, porque sólo recibe reprensiones y advertencias, aparece en Apocalipsis 12:17, donde se define el carácter del remanente del tiempo del fin por su fidelidad a los Mandamientos y al don de profecía.
Cuando presenta a las siete iglesias, Juan lo hace en nombre de Dios, de “los siete espíritus” y de Jesucristo. Entonces habla del carácter y la misión de Cristo, del “que es y que era y que ha de venir (…] y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea la gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1:4- 6).
En el mismo contexto del mensaje a las siete iglesias, Jesús aparece en un impresionante despliegue de poder, para manifestar su cuidado, protección y dominio sobre su pueblo. El vidente de Patmos oyó una voz, como de trompeta, que decía: “Yo soy el primero y el último”. Cuando quiso ver quién hablaba, Juan vio siete candeleras de oro y a Jesús que caminaba entre ellos (1:12-18).
Estas son las características que se ven en los mensajes a las siete iglesias. A Éfeso, Jesús se presenta como “el que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros”. A Esmirna, como “el primero y el postrera, el que estuvo muerto y vivió”. El que habla en Pérgamo es “el que tiene la espada aguda de dos filos”. Y “el que tiene ojos como llamas de fuego y pies semejantes al bronce bruñido” es el que le habla a la iglesia de Tiatira. El que se dirige a Sardis es “el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas”. “El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra” es el que se dirige a Filadelfia. Finalmente, “el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios” se presenta a Laodicea.
Esta insistencia en revelar el carácter de Cristo al remanente es un claro indicio de la identificación divina de la verdadera iglesia, y también de la necesidad de que ésta tenga una buena relación con su Señor.
El carácter de Cristo
La manifestación del carácter de Jesús se verifica por lo que hace en favor de su pueblo. Es “el testigo fiel”, porque su testimonio es la Palabra de Dios. Por lo tanto, su mensaje es auténtico y veraz (21:5). Conoce las obras de su pueblo (2:2, 9, 13, 19; 3:1, 8, 15). Puede hacer una radiografía completa de la iglesia (2:23); nada le es oculto. No dejará de cumplir sus propósitos de salvar y restaurar a su pueblo. Eliminará el pecado para siempre y condenará a los impenitentes. No dejará sin terminar la tarea de transformar el carácter de sus hijos (21:3-8; 22:3, 4, 7, 20).
Jesucristo es el “que nos amó. y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (1:5). Esa cualidad es central en la descripción de su carácter. En Apocalipsis capítulo 5, él es el único que tiene autoridad para llevar a cabo el Juicio, porque es el Redentor; es decir, el que expió nuestros pecados. “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (vers. 9). La misma idea se repite en el versículo 12: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza y la alabanza”.
La iglesia del tiempo del Juicio comprende plenamente el carácter misericordioso de Jesús. Lo conoce, lo valoriza y lo manifiesta. Amparada por esa misericordia, enfrenta la crisis final. Fundada en la justicia divina, expresa, en el sacrificio sustitutivo de Cristo en favor del ser humano, lo que el remanente vive y enfrenta en el juicio previo al advenimiento.
El pueblo de Dios disfruta de la alegría de la salvación por la fe, la seguridad de la victoria, no sobre la base de sus propios méritos sino por medio de la Cruz; no a partir de su propia bondad, sino de la del Señor. Por eso, el remanente termina entonando un cántico de victoria atribuido “a nuestro Dios, que está sentado en el trono y al Cordero (7:10). Por esa misma razón permanecerá delante del Trono de Dios, lo servirá de día y de noche, experimentará la transformación de su carácter y vivirá por toda la eternidad bebiendo de la Fuente de la Vida. Sí, los miembros del remanente han “lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (vers. 14).
“El primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra” (1:5). “El que es y que era y que ha de venir” (vers. 8). El “Hijo del Hombre” (vers. 13). Éstas son referencias a su poder, su autoridad y su misión sobre todas las criaturas, y de una manera especial sobre su pueblo.
La misión
Anunciar el evangelio (14:6) ha sido siempre la misión de Cristo. Pero, en el contexto del tiempo del fin, ese evangelio adquiere características especiales. En primer lugar, el personaje central de la misión aparece como “el Hijo del Hombre”, cuyo antecedente es la escena del juicio que aparece en Daniel 7:13 y 14, en cuya ocasión Cristo recibe autoridad y dominio, y le entrega el Reino a su iglesia. “Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre” (vers. 18).
Es muy importante el hecho de que la misión de la iglesia se presente en relación con el Juicio. Significa que la iglesia sólo puede cumplir su misión si el contenido de su mensaje incluye ese evento (Apoc. 14:7). Y su experiencia de fe abarca los beneficios de ese juicio: “Tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente”; “no se contaminaron con mujeres”; “siguen al Cordero por dondequiera que va”; “fueran redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; “y en sus bocas no fue hallada mentira” (vers. 1-5).
La proclamación del Juicio, y la experiencia concomitante, están unidas en el remanente. Sus actividades misioneras deben exaltar a Cristo, anunciando que gracias a su victoria en la Cruz tiene dominio sobre todas las cosas. Su poder está activo y, por medio de él, los seres humanos reciben los beneficios de la salvación y la santificación. El remanente no sólo tiene un mensaje cierto, sino también vive de acuerdo con él: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (vers. 12).
Sobre el autor: Pastor en La Pampa, Misión Argentino del Sur, Rep. Argentina.