El apóstol San Pablo instó a su discípulo: “Que prediques la palabra” (2 Tim. 4:2). Esta orden no ha perdido su eficacia en todos los siglos transcurridos desde entonces.

La misión divina de pregonar las “buenas nuevas” debe realizarse con un espíritu de profunda consagración. El apóstol de los gentiles afirmaba: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” (1 Cor. 9: 16.)

No bastan el anhelo y propósito de divulgar las verdades bíblicas. El conocimiento de las doctrinas salvadoras, factor que proporciona poder, es muy valioso. (Hech. 18:24-28.) Mayor todavía es la virtud que infunde “la sabiduría que es de lo alto.” (Sant. 3:17.) Mediante ella, el ser humano puede convertirse en un instrumento lleno de eficacia para la obra de salvar almas.

Estas grandes verdades fundamentales no anulan otra quizá menos importante pero de suma utilidad: la exactitud y pureza de nuestras palabras.

“Uno de los ramos fundamentales del saber es el estudio del idioma. … El que sabe usar su idioma con fluidez y corrección, puede ejercer una influencia mucho mayor que el que no puede expresar sus pensamientos con facilidad y claridad.”—“Consejos para los Maestros” pág. 167.

Esta declaración es aplicable a todos los idiomas. Al ocuparnos de nuestra hermosa lengua castellana, tendremos que referirnos específicamente a algunos errores, más bien diríamos “descuidos,” en que a veces caemos. Si los evitamos, si nos corregimos, habremos contribuido a honrar el nombre de nuestro Maestro pues su mensaje no será afeado por imperfecciones que puedan deslucirlo.

Hay equivocaciones que disuenan muy desagradablemente. Podríamos compararlas con estridencias que se introdujeran súbitamente en medio de un melodioso y apacible concierto.

Una de ellas es confundir el género que corresponde a un adjetivo. Hay algunas palabras de uso común que se prestan a posibles errores. Por ejemplo: agua, águila, ala, aula, hambre. Todas pertenecen al género femenino. Decimos el agua, el águila, el ala, el aula y el hambre por una razón de buen sonido (eufonía). Sonaría mal decir la ala o la agua. Si necesitamos que algún adjetivo acompañe a alguno de esos sustantivos, debemos expresarnos así: “El agua limpia, o sucia, o estancada, o contaminada.” “La nueva ala del edificio.” “El ala blanca.” “El águila majestuosa.” “El aula pequeña.” “La otra aula y esta aula.” “Hambre imperiosa.” “Hambre canina.” Si en una ilustración nos refiriéramos al agua de la vida, podríamos decir: “La límpida agua de la vida es pura.” De ese modo, al usar bien los adjetivos, no caeremos en una triste disonancia como sería la de emplear en este caso uno o dos adjetivos en su forma masculina.

La palabra “demasiado” se usa con mucha frecuencia. Cumple dos funciones. Es adverbio y es adjetivo. Como adverbio, no puede variar. Decimos: “Este muchacho es demasiado rápido y esta muchacha también es demasiado rápida. En cambio aquellos otros son demasiado lentos.” No ha habido ninguna variación ni de género ni de número en el adverbio “demasiado.” En cambio, debo decir: “Hace demasiado calor porque hay demasiada calefacción y demasiadas personas dentro de este local.” El adjetivo “demasiado” ha variado de acuerdo con el género y el número de los sustantivos que le tocó acompañar. Desgraciadamente hay confusiones en el uso de esta palabra.

Otro error que se repite con cierta frecuencia es el de no usar los verbos en la debida correlación.

Es correcto decir: “Si yo tuviera (o tuviese) necesidad de ir a Buenos Aires, tendría que viajar dos días.” En la primera parte (prótasis) de esta oración condicional, la regla nos dice que siempre debemos usar el pretérito imperfecto de subjuntivo que tiene dos terminaciones (“ra” o “se”): “fuera” o “fuese,” “estudiara” o “estudiase,” “leyera” o “leyese,” etc. En la segunda parte (apódosis), corresponde el empleo del potencial simple, que termina en “ría” (podría, saldría, iría, sería). También, aunque es una forma poco empicada, en la apódosis es correcto usar el pretérito de subjuntivo en su forma terminada en “ra.” Por ejemplo: “Si fuera (o fuese) a casa, encontrara (o encontraría) a mis hermanos.”

Disuena muchísimo cuando oímos: “Si yo podría,” “si yo tendría,” etc. Estos errores afean grandemente nuestra expresión. Como estas formas son de uso frecuente, su repetición multiplica estos errores.

Si estamos hablando de un hecho pasado que implique una relación de dos verbos entre sí, corresponde que el segundo esté en pretérito de subjuntivo; lo correcto es decir: “Me dijo que fuera (o fuese).” “Le advertí que comprara (o comprase) eso.” “Nos indicaron que esperáramos (o esperásemos) el tren aquí.” “San Martín preparó su ejército para que cruzara (o cruzase) los Andes.”

Por descuido, a veces oímos decir erróneamente: “Me dijo que vaya.” “Le advertí que compré esto.”

Si bien es cierto que este error quizá no disuene tanto como el que apuntamos anteriormente, no es menos cierto que vale la pena eliminarlo de nuestro lenguaje.

Hay algunas formas llamadas “galicadas” (por proceder del francés) que conspiran contra la pureza del idioma. Suele decirse: “Es por esto que hemos venido hasta aquí.” Lo correcto sería: “Por esto hemos venido hasta aquí.” O, si queremos dar un énfasis mayor a lo que decimos: “Es por esto por lo que hemos venido hasta aquí.” Al observar el ejemplo advertimos que hemos eliminado el “que” galicado o lo hemos reemplazado por la forma “por lo que.”

El tema resultaría tratado en forma muy extensa si continuáramos presentando otros ejemplos de algunos errores comunes. Entre ellos, mencionaremos solamente el “gerundio galicado,” los vicios ortológicos (mala pronunciación de las palabras), varios tipos de concordancias defectuosas, la confusión en el empleo de los pronombres “lo,” “le” y “la,” errores en el empleo de ciertas formas verbales, etc.

Las buenas gramáticas y los libros de texto de los colegios secundarios pueden servirnos como elementos para depurar nuestras expresiones. También es conveniente recurrir con frecuencia al diccionario para enterarnos bien del sentido exacto y los alcances de las palabras.

Recordemos para terminar que “hemos de acostumbrarnos a hablar en tonos agradables, a usar un lenguaje puro y correcto, y palabras bondadosas y corteses.”—“Lecciones Prácticas del Gran Maestro,” pág. 307.

Prestemos oídos a este consejo inspirado para dar gloria a Dios con nuestras palabras.

Sobre el autor: Director del Curso Normal del Colegio Adventista del Plata.