En el ministerio, lo que importa no es lo que se ve exteriormente, sino lo que está adentro. No es el paquete, sino lo que contiene. No es la fachada, sino el corazón.

     En el ministerio pastoral, lo que más importa no es el rótulo ni la etiqueta, sino el contenido. “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús, porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4:5-7).

     Como ministro, desempeño una tarea extraña. No me entiendan mal, amo mi trabajo. Pero se trata de una tarea extraña por causa de las dos realidades que presenta Pablo en este pasaje.

NO NOS PREDICAMOS A NOSOTROS

    “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor”

     En la primera carta a los corintios, Pablo defendió su llamado al apostolado. Algunos habían puesto en tela de juicio ese llamado al ministerio y su credencial apostólica, de modo que él tuvo que enfrentar el asunto. Al hacerlo, se refiere a todo el que ha sido llamado al ministerio como si dijera: “Este llamado no es sólo para nosotros, sino para alguien más”. Es todo lo contrario de lo que ocurre en cualquier otra profesión. Por eso la profesión del pastor es extraña, porque es al revés.

     Digo esto por causa de la manera como normalmente hacemos las cosas. Decimos: “Si usted no se cuida, nadie lo hará” Nuestro mundo está marcado por la desvergonzada autopromoción de mucha gente, que trabaja para favorecer sus propios intereses y no los de los demás.

     Durante toda su carrera de futbolista, el estadounidense Deion Sanders se manifestó como alguien vanidoso y sin pudor. Llegó al punto de pretender que el puesto que ocupaba en el equipo debería recibir un nuevo nombre. En vez de “zaguero”, debería ser “deion”, puesto que él, según alardeaba, lo habría perfeccionado. En otras palabras, si algún profesional del fútbol preguntara a un jugador: “¿Cuál es tu puesto?”, la respuesta debería ser: “En este equipo yo soy deion”.

    Tal vez eso sea sólo parte de sus actitudes. Pocos estarían tan convencidos como él, pero a todos nos tienta la promoción propia. Incluso nuestros triunfos más nobles son una mezcla de diferentes motivos. Pero Pablo dice que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” En verdad, somos sólo los chicos de los mandados: entregamos los mensajes del Rey.

     Dwight M. Canright fue un talentoso pero vacilante y volátil predicador que surgió en las primeras etapas de la historia del adventismo. Durante el verano y el otoño de 1880, junto con algunos estudiantes del Colegio de Battle Creek, Canright asistió a la Escuela de Oratoria del profesor Hammill, en Chicago. Él y sus amigos trataban de desarrollar tanto como podían sus habilidades oratorias, con el fin de comunicar con más éxito el evangelio desde el púlpito.

     Cada estudiante tenía un profesor que actuaba como crítico y consejero. El de Canright era D. W. Reaves. Durante el tiempo que pasaron juntos se llegaron a conocer bastante bien.

     Como era un gran predicador, Canright recibía invitaciones de muchas de las iglesias de Chicago. Reaves asistía a las predicaciones para analizar su aplicación de los principios de la oratoria. Canright recibía tantas invitaciones que por fin optó por aceptar sólo las de las iglesias más grandes y populares de la ciudad. Un domingo de noche habló ante más de tres mil personas en la iglesia más grande de la zona Oeste de Chicago. Cuando terminó, la gente lo rodeó para agradecerle, exaltarlo y elogiarlo. Pasó un tiempo hasta que la multitud se dispersó, y Canright pudo reunirse con su profesor y amigo.

     Finalmente, horas más tarde, paseaban por un parque donde Reaves debía hacer sus comentarios y adelantar sus sugerencias, pero quedó tan absorto por la presentación de la verdad bíblica hecha por Canright que no tenía ni crítica ni sugerencias que hacer. Al proseguir su paseo, Canright súbitamente se detuvo y dijo: “Reaves: ¡qué gran hombre podría llegar a ser yo si nuestro mensaje no fuera tan impopular!” A lo que Reaves replicó: “Dwight, el mensaje ha hecho de ti lo que eres. Cuando lo dejes, tendrás que tomar el camino de vuelta hasta llegar al lugar donde él te encontró”

     ¿Cuál era la aspiración de Canright? “Si pudiera hacer mis propias cosas, ser la carta y no el cartero, ¡podría llegar a ser grande!” Pero Pablo dice que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” Estamos entregando los mensajes del Rey. En esta tarea no nos promovemos a nosotros mismos. En verdad, toda la obra que hacemos se refiere a Alguien superior.

EL CONTENIDO DEL PAQUETE  

     Pablo añade una segunda realidad acerca del ministerio del evangelio, que de nuevo pone de manifiesto cuán extraña es esta tarea. No es sólo al revés: hay que llevarla a cabo en un mundo que está al revés. Dice el apóstol: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4:7). Esta tarea no se refiere al paquete, sino a lo que está dentro de él. No tiene que ver con el vaso de barro, sino con el tesoro que está dentro del vaso. En el mundo del ministerio el valor de lo que se hace no puede juzgarse por lo que está afuera. I>o que importa es lo que está adentro.

     Cierta vez mi esposa viajaba por el extranjero. Al pasar por la aduana el funcionario examinó su bolso por medio de los rayos X y le dijo: “Señora: usted tiene un revólver en su bolso”. Ella lo negó, por cierto, y añadió que posiblemente lo que él había visto era su secador de cabellos. Cuando el funcionario abrió el bolso, cuál no fue la sorpresa de mi esposa al ver que efectivamente ¡había un revólver allí! De pie, contra la pared, vio su verdadero bolso, muy parecido al que había examinado el funcionario, y el malentendido se aclaró.

     ¿La moraleja de la historia? No juzgue por la apariencia exterior, sino por lo que hay adentro.

UN DOBLE CONSEJO

     El día cuando me ordenaron al ministerio me sentí invadido por dos sentimientos encontrados: la grandeza de la tarea para la que había sido llamado, y mi propia incapacidad para cumplirla. Me acuerdo de dos significativas conversaciones que tuve con algunos colegas mientras me encaminaba al lugar donde se celebraría la ceremonia. Dos de esos hombres, los dos mayores que yo, me dieron algunos consejos. Estaban juntos, pero pronto me di cuenta de que por su manera de pensar estaban separados por un amplio abismo.

     El primer pastor me dijo: “Voy a darle un consejo: algo que aprendí hace años, pero que podrá ayudarlo en su carrera ministerial”. Yo era todo oídos, ansioso por escuchar esa muestra de sabiduría de un colega con más experiencia que yo. Entonces me dijo que podía usar un clip, de esos que se usan para juntar papeles, por detrás de la corbata, de modo que no se lo viera, pero que mantuviera la corbata en su lugar, para no llamar la atención de la gente sobre mí mismo con un lujoso prendedor de corbata.

     Unos pocos pasos más adelante me detuvo el segundo pastor, y cuando me referí a mi sentimiento de indignidad con respecto a este llamado, me dijo: “Tiene razón. Usted no merece este llamado. En verdad, el único motivo por el que está aquí es porque Dios lo llamó, no porque usted lo merezca. Pero puesto que él lo llamó lo capacitará para cumplir la tarea. Persevere en su justicia”

    Con el transcurso de los años esos dos breves consejos han representado dos direcciones que pueden tomarse en el ministerio. El primero tiene que ver con la intención de que las cosas se vean exteriormente bien. Es la idea de “haz lo que haces para agradar a la gente” Evitar conflictos los promueve a usted y a sus programas. Es dedicar el tiempo a sacarle brillo a ese vaso de barro sin adornos que es usted mismo.

     La segunda opción consiste en atender la vida interior, transitar el camino espiritual, cuidar la salud del espíritu. Es dedicar el tiempo, los esfuerzos y las energías a comprender, aplicar y explicar el mensaje de Cristo. En mis mejores días he sido capaz de decidirme por la segunda opción. En los peores, he caído presa de la primera.

PROFUNDIZAR Y AMPLIAR

     Durante los primeros días de mi ministerio alguien me dio un lema que adopté: “Profundice su ministerio y deje que Dios lo amplíe” Cuando sucumbimos a la tentación de ampliar primero nuestro ministerio terminamos limpiando, puliendo y sacándole brillo al vaso de barro. Nos volvemos superficiales, y agrandamos nuestros propios planes. Mientras tanto avanzamos un kilómetro y profundizamos un centímetro. Por esa razón Pablo destacó la importancia de este asunto. Cuando nos convertimos en pastores, lo que importa realmente es lo que está adentro.

     Los corintios se sintieron tentados a dudar del ministerio de Pablo a causa de las circunstancias desalentadoras que lo rodeaban. Aparentemente era de baja estatura, su visión era deficiente, no era un gran orador y estaba constantemente corriendo de un lado para el otro. Tenía enemigos y críticos en abundancia. Siempre estaba presionado, desconcertado y perseguido. Si alguien examinaba el vaso de barro que era su vida podría encontrar muchas razones para cuestionar su éxito.

     Todo esto nos lleva a una conclusión crítica acerca de la obra pastoral, esa tarea extraña que hay que llevar a cabo en un mundo que está al revés: en el ministerio lo más importante no es el embalaje, sino el contenido. No es el paquete, sino lo que hay adentro. No son los elementos externos, sino el corazón.

     Nosotros enfrentamos la misma tentación, con algunos matices diferentes. Con frecuencia podemos experimentar la tentación de sentimos bien por causa de las bendiciones que recibimos. La gente criticaba el “Tiene razón. Usted no merece este llamado. En verdad, el único motivo por el que está aquí es porque Dios lo llamó, no porque usted lo merezca…” ministerio de Pablo por causa de las deficiencias del embalaje, lo que también podría suceder con nosotros. Pero esas circunstancias también podrían afirmar nuestro ministerio sencillamente por los adornos que proporciona el éxito. De nuevo, lo que más importa no es el embalaje, sino el contenido. Después de todo, seguimos siendo los carteros del Rey. Luchemos para profundizar, y dejemos que Dios alargue y amplíe.

     Antes de predicar mi primer sermón me sentí muy ansioso. Estaba preocupado por lo que tenía que decir y cómo decirlo. Compartí mi ansiedad con dos amigos. Sus palabras me trajeron de regreso al corazón del ministerio y a la realidad del mensaje de Pablo. “Randy -me dijeron—, no te olvides de que somos los chicos de los mandados del Rey.

     Por lo tanto, sólo a él tenemos que agradar”. Puede ser una tarea extraña, ¡pero la obra pastoral es majestuosa!

Sobre el autor:  Doctor en Ministerio. Pastor de la Iglesia de Loma Linda, California, Estados Unidos.