El cristianismo sostiene el concepto de que la vida es sagrada. Esta convicción forma y determina la actitud cristiana hacia la naturaleza y otros seres vivientes
¡Querer actuar como Dios! ¡Cuán inconcebible es para la mente cristiana tal pretensión! El ser humano está sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio; no puede saber lo que es mejor. El pecado ha debilitado su mente, cuerpo y ser entero. La vida misma no le pertenece. Toda vez que los seres humanos asuman soberanía absoluta sobre otros seres humanos, usurpan prerrogativas divinas y engendran tiranía, violencia y opresión. Sólo a Dios puede confiársele la vida y el destino. Dejemos que Dios sea Dios.
No obstante lo dicho, aunque sólo él es Dios, el Todopoderoso ha conferido a su pueblo una medida de autoridad; su pueblo debe ser capaz de administrar las propiedades divinas. La vida es una de ellas que, si bien le pertenece totalmente a Dios, él nos la ha confiado a nosotros. El Creador nos pide que procreemos y luego preservemos los frutos para él. Los hombres y las mujeres, por tanto, no sólo están sujetos a las leyes de la vida, sino que tienen cierto control sobre ella.
Aunque el hombre ha escuchado el mandato de procrear, su preocupación por los frutos de esta procreación no camina al mismo ritmo. Este artículo se propone clarificar el concepto cristiano de la vida humana y afinar nuestra responsabilidad hacia ella.
¿Qué significa la palabra “sagrado?”
El cristianismo sostiene el concepto de que la vida es sagrada. Esta convicción forma y determina la actitud cristiana hacia la naturaleza y otros seres vivientes. Pero, ¿qué separa la vida humana de las otras formas de vida? ¿Qué es lo que hace que la vida humana sea sagrada? ¿Y qué efecto tuvo la caída del hombre sobre la santidad de la vida humana?
Según la Biblia, Dios es santo (Apoc. 15:4). Su naturaleza y carácter son esencial y absolutamente santos. La Escritura expresa esto de diferentes maneras:
1. Santidad.[1] La palabra hebrea qadas denota fundamentalmente la separación y “otredad” de Dios. El Señor no se identifica de ninguna manera con cualquier otra cosa (Ose. 11:9). Su santidad lo hace ser único y apartado (Exo. 3:5; 19:18, 24); permanece inviolablemente sagrado.
2. Majestad. La santidad de Dios demuestra su majestad y es la causa del temor reverencial que infunde su presencia (Exo. 15:1). Su majestuosidad produce temor y reverencia (Gén. 28:17), pero también asombro y adoración (Sal. 96:9).
3. Pureza moral. Finalmente, la santidad de Dios proclama que no hay pecado, maldad o profanidad en él (Jer. 5:16; Heb. 1:13). Sus acciones, sus palabras y sus relaciones son perfectas e intachables.
De modo que la palabra ‘sagrado’, en primer lugar, se refiere a Dios, cuya santidad es inherente a su naturaleza y no derivada.
Pero la santidad de Dios afecta a todo lo que se relaciona con él. Tiempo (sábado), lugar (templo), personas (sacerdotes) y cosas (arca del pacto) derivan su santidad de Dios.
1. Todo lo que pertenece a Dios es sagrado. Él llama al sábado “mi día santo” (Isa. 58:13); Israel es santo, “un pueblo escogido para serle un pueblo especial” (Deut. 7:6); y el templo es “su santo templo”, donde él habita (Sal. 11:4). La propiedad de Dios es sagrada y demanda respeto. La profanación del sábado es un pecado de transgresión y profanación a la vez.
2. Lo que ha sido apartado es sagrado. Se insta al pueblo de Dios a hacer una clara distinción entre lo sagrado y lo profano. Cuando Dios aparta a un sacerdote para el santuario, el arca del pacto, los utensilios del templo, o un día, de modo que sirva como instrumento para ministrar o adorar, o como representante de Dios, entonces tales objetos o tales personas son sagrados. Siempre que una persona común tocó lo sagrado, aun cuando la acción fue bien intencionada, resultó en tragedia (2 Sam. 6:6, 7).
En el idioma español la palabra vida representa, de manera especial, dos diferentes conceptos:
a. Lo existencial, el vivir concreto en el sentido de la duración o forma de vida. Las expresiones “buena vida”, “larga vida”, “vida dura” y “calidad de vida”, usan la palabra en el sentido general del griego bios, o existencia.
b. Lo ontológico, aquel sentido más abstracto mediante el cual nos referimos a ese algo misterioso que distingue la materia viviente de la inanimada. Cuando el concepto se usa en relación a los seres humanos en esta forma, se da a entender que la esencia humana, que a menudo llamamos “alma”, es un ser humano completo.
En este artículo pensamos mayormente en la esencia, mientras que al mismo tiempo reconocemos la estrecha relación que existe entre lo existencial y lo esencial.
¿Qué hace que la vida humana sea sagrada?
Desde el punto de vista cristiano podemos afirmar que:
1. Dios es el autor de la vida y por lo tanto ésta es preciosa (véase Sal. 36:9). Cuando Dios creó este planeta, le proveyó de luz, tierra cultivable, aire, agua y semillas (Gén. 1:3-11). Toda simiente es potencialmente apta para la generación, el crecimiento y la reproducción; el Dador de la vida la dotó de materia orgánica que tiene vida.
2. Dios es el Sustentador y Dueño de la vida, por lo tanto, la vida es preciosa. Dios no abandonó su creación cuando la terminó. La Escritura dice que Dios es un Sustentador activo de la vida (Sal. 104:29,30). Dios sostiene la vida indirectamente a través de las leyes naturales instituidas desde la creación ya través de la mayordomía humana sobre la tierra. Pero la Biblia pone de relieve que Dios se involucra activa y directamente en sostener a su creación y que todas las criaturas vivientes dependen totalmente de su acción.
Dios hace que el sol brille y que la lluvia caiga sobre la tierra (Mat. 5:45); él alimenta a todas las aves de los cielos (Mat. 6:26) y da agua a todos los animales del campo (Sal. 104:11); ni siquiera la muerte de un gorrión escapa a su conocimiento (Mat. 10:29), y si los hombres violan las leyes naturales negligentemente, con violencia destructiva, o manipulación egoísta, el Dueño de la vida los visita con las consecuencias y así finca responsabilidades sobre ellos. Puesto que Dios sostiene la vida, impartiéndole cada hábito y latido, ésta le pertenece y es preciosa.
3. La vida ha sido apartada para un propósito especial, así que es preciosa. En la creación Dios estableció sobre la tierra un bio-sistema delicado y bien balanceado. Según Génesis 1:29,30, las plantas verdes surgen del suelo inorgánico y sirven de alimento a los animales; los frutos y las semillas son para alimento del hombre. Ningún elemento orgánico existe sin razón o propósito, como tampoco existe cosa viva independiente de todo lo demás. Y sin embargo, el valor de la vida no reside simplemente en la mutua utilidad e interdependencia. Más bien, la armonía y la unidad de la naturaleza sirven como testigo de la existencia y naturaleza de su Creador (Sal. 19:1 -4). La vida que late en los seres animados es preciosa a causa del propósito divino para el cual fue creada.
Sin embargo, de este propósito divinamente asignado surgen limitaciones de valores y, por lo tanto, diferentes órdenes o tipos de vida. Respetar la vida supone respetar el propósito divinamente asignado a cada categoría. Utilizar las plantas, frutos, nueces, y aun la vida animal para el servicio que Dios se propuso que rindieran a menudo implica el tener que sacrificarlos. Cualquier uso de la vida inferior (plantas, frutos, animales) que viole el plan original, y cualquier uso que se haga de los seres humanos como meros objetos, constituye abuso y profanación de la vida.
¿Cómo es la naturaleza de la vida humana?
Los seres humanos son parte del ciclo vital de este planeta. Dependen totalmente del bio-sistema de la tierra de modo que sus vidas son componentes del sistema de vida en general.[2] Pero la vida humana está por sobre toda la vida subhumana. La Biblia expresa la singularidad y la superior dignidad de la humanidad como la ‘imagen de Dios”.
Si bien toda vida, incluyendo la humana, procede de Dios, pertenece a él, es totalmente dependiente de él, y existe para servir a sus propósitos, únicamente los seres humanos fueron creados a la imagen de su Hacedor.[3] La imagen de Dios que reflejan, y que asume diferentes formas, es un factor que intensifica la santidad de la vida humana y define el significado de la palabra “humano”. Podemos decir, por lo tanto, que santidad es semejanza con Dios, un reflejo suyo, y que la semejanza humana es semejanza divina también, y por ende, reflejo divino.
Antes de acuñar una definición de las varias dimensiones de la Imago Dei, hagamos algunas observaciones preliminares. La Biblia enseña que un ser humano es un ser complejo y único. Una persona no es meramente un agregado, un sistema complejo de partes separadas. El alma, cuerpo y espíritu no son unidades independientes sabiamente interconectadas, de modo que uno podría medir la humanidad de una persona o la santidad de su vida en una escala que marque si todas las partes funcionan bien o no, o si todas deberían o no tomarse en cuenta. La razón, la voluntad, las emociones, etc., no son simples partes de un todo, sino diferentes dimensiones de un ser homogéneo.
Además, la femineidad y la virilidad no son añadiduras o apéndices de algún tipo de primate andrógino genérico. La Escritura enseña que Dios creó una particularidad de géneros como dimensión integral y original de los seres humanos. Son varón o hembra; no es que tengan femineidad o masculinidad. De modo que, en el nivel más alto de vida sobre la tierra, el nivel humano, no existen clases, categorías, o diferencia de valores. Tanto los seres humanos femeninos como los masculinos son igualmente privilegiados al reflejar la imagen de Dios.
Finalmente, cuando Dios decidió crear seres a su imagen, también puso límites a esa imagen. La Escritura indica repetidamente que el hombre se asemeja a su Creador, a la vez que difiere de él. Dios es omnipotente (Gén. 17:1) y omnipresente (Sal. 139:7-12), mientras que el hombre es limitado y finito (Mat. 19:26). Y sin embargo, la naturaleza divina todavía se refleja en el ser humano total.
¿De qué maneras reflejan la imagen de Dios los seres humanos? Las primeras dos dimensiones de la semejanza enumeradas a continuación las comparte el hombre parcialmente con las demás criaturas vivientes. Pero los seres humanos las poseen en forma más perfecta, reflejando así más completamente a su Creador:
1. Individualidad y santidad. La santidad de Dios se mide por su separación y singularidad; no hay otro semejante a él (Isa. 44: 6). Y los seres humanos son como Dios en el sentido de que el Creador los dotó del privilegio de ser diferentes, de ser únicos.
Los seres humanos son, ante todo, únicos, en relación al resto de la creación. La individualidad humana comprende no sólo las distinciones físicas de las demás criaturas sino también las otras dimensiones: mental, espiritual, moral, etc., características de los seres humanos.
La individualidad aparece también con relación a los seres humanos comparados con otros. Cada persona es física, mental y emocionalmente, así como en otros aspectos, irrepetible e irreemplazable, y es la única muestra que Dios posee. Por esa razón la vida humana es sagrada.[4]
2. Capacidad creadora y santidad. Dios creó a la primera pareja humana. La Escritura separa claramente ese acto de todas las demás actividades creadoras de Dios (Gén. 1:26-28).
■ Una sesión de planeación precedió a su creación. Su aparición no fue sorpresiva, sino el fruto de un ejercicio intencional y deliberado.
■ Dios preparó la tierra para su llegada. Lo creado previamente proveyó lo necesario para todas sus necesidades físicas, desde el aire para respirar hasta un hogar en el jardín del Edén.
■ Dios cambió rigurosamente su modus operandi al crearlos. Mientras que todo el resto de su creación lo hizo con el poder de su Palabra, al hombre y a la mujer los formó con sus propias manos e insufló directamente en sus narices el soplo de vida. Pero Dios no sólo creó a la primera pareja. Sigue siendo el Padre de la raza humana merced al don de reproducción que dio al hombre y a la mujer. ‘Porque en él vivimos, nos movemos y somos’ (Hech. 17:28). El Creador compartió su poder con los seres humanos, dándonos así otra dimensión de su imagen.
Pero en este punto surge una importante pregunta: ¿qué parte de la naturaleza humana refleja a Dios como Creador? Sin duda la creatividad humana en las artes, la industria y otras áreas es un reflejo parcial de la creatividad divina.[5] ¿Pero qué en cuanto al aspecto reproductivo de la vida humana? ¿Es este acto per se lo que refleja su imagen, o es el poder de reproducirse dado a los seres humanos en forma de polaridad sexual controlada por la razón y la voluntad?
Si concluimos que el simple acto procreativo refleja a Dios como el Creador, surge inmediatamente una serie de problemas. ¿Están los niños, los solteros o las parejas estériles privados de alguna dimensión de la imago Dei? Además, ¿también el acto procreativo realizado en una violación o en la prostitución refleja a Dios como el Creador? Finalmente, los animales y las plantas procrean. ¿También fueron creados a la imagen de Dios?
Parece más razonable concluir que el poder sexual y la polaridad masculino-femenino, así como las habilidades creativas del hombre, reflejan la capacidad creadora de Dios ontológicamente. Si el uso que hacemos de estos poderes refleja o no la forma en que Dios los usaría, es una pregunta que nos toca responder como seres morales inteligentes. Ciertamente la violación no refleja el método del acto creador de Dios; más bien es un abuso de ese poder. Lejos de reflejar la imagen de Dios, un acto tal la distorsiona.
La vida humana es sagrada por causa de estas facultades dadas por Dios. Mientras que la creación inferior simplemente obedece al instinto, los seres humanos deben actuar responsablemente, con el propósito de reflejar a su Creador.
Solamente los seres humanos reflejan a Dios
Consideremos a continuación las dimensiones de la imagen de Dios que la humanidad no comparte con los otros seres vivientes.
3. La calidad de persona y la santidad. La vida humana es sagrada porque, a semejanza de Dios, los seres humanos son personas. Los animales no tienen esta dimensión. El término “persona” se define generalmente como ‘unidad de los actos corporales y mentales en la actividad”.[6] La voluntad, la razón, las emociones, la memoria, la inteligencia, etc., funcionan como un todo. En consecuencia, los seres humanos tienen un sentido de identidad, un yo, en el cual todas las facultades interactúan con propósitos definidos y en armonía con las decisiones de ese yo.[7]
El Dios cristiano es una persona absoluta e ideal. La unidad y la armonía han caracterizado su personalidad desde la eternidad. Pero los seres humanos reflejan a su Creador sólo parcialmente. Si bien su maduración ocurre desde la concepción de la vida hasta la muerte, su perfección nunca alcanza la cima. Nunca logran ese estado en el cual todas sus facultades están totalmente desarrolladas y funcionan armónica y óptimamente. La brevedad de su vida y su condición pecaminosa se lo impiden. La Biblia señala un destino eterno para la persona humana, y será entonces cuando todo su potencial se realizará bajo condiciones libres de pecado y en una existencia perenne (Efe. 4:15).
Pero en rigor, la vida humana es sagrada porque está dotada de esa capacidad de desarrollo hasta que un día reflejará plenamente la imagen divina. Aquel que perturba este desarrollo actúa contra la misma naturaleza de la persona. Por lo mismo, la vida humana debe considerarse como algo sagrado.
La individualidad humana sugiere también que la vida humana es sagrada porque la persona humana tiene implícitamente el derecho a la libre expresión de las cualidades de su personalidad. Sólo a través del libre ejercicio de sus facultades puede una persona crecer y estimular el crecimiento de otros.
. 4. Eternidad y santidad. Dios es eterno e inmortal; los seres humanos son finitos y mortales. Y sin embargo, aun lo efímero de la humanidad refleja la imagen de Dios. En la creación la finitud humana reflejaba la eternidad del Creador en la infinitud del potencial humano y en la inmortalidad condicional. Con la entrada del pecado, la muerte reemplazó a la inmortalidad, y el potencial humano quedó limitado. Pero aun así, éste no fue destruido. Ni el pecado ni la muerte son bienvenidos por los seres humanos. Física, mental y emocionalmente funcionamos con la eternidad en vista (Ecl. 3:11), y nos oponemos a la muerte con todas nuestras energías, con todos nuestros recursos y con todas nuestras fuerzas. La redención que Jesucristo hizo posible apela a este débil y sin embargo existente anhelo, ofreciéndonos, junto con la vida eterna, la total restauración de la imagen de Dios en nosotros.
5. Dignidad y santidad. La expresión de la santidad de Dios a través de su suprema majestad revela la dignidad de la humanidad. La Escritura declara: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Sal. 8:5). Todo ser humano es digno de respeto y honra por el simple hecho de su estatus como ser humano. Esta dignidad es dada por Dios, y por lo tanto no ganada, ni obtenida como recompensa, o susceptible de ser arrebatada por otros seres humanos. Nos da dominio sobre la creación y exige que los seres humanos se respeten mutuamente.
6. Pureza moral y santidad. La santidad de Dios presupone su pureza moral y su perfección; Dios es un ser moral. El ser humano refleja este rasgo divino en su constante anhelo y lucha por alcanzar la pureza y la perfección. La vida humana tiene un destino más elevado, más alto y más noble que el de todas las demás criaturas. Este destino es un llamado a ser “perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Dios creó a la humanidad con este propósito y ella está comprometida con este ideal. La vida es esencial para alcanzar este ideal, por tanto, ella es sagrada.
7. Libertad y santidad. Dios es libre. Hace lo que quiere. Nadie tiene el derecho de preguntarle “¿qué haces?” (Job. 9:12; Sal. 115:3). Los hombres nacen con el deseo e incluso con la necesidad de libertad. Décadas en la cautividad y la opresión, incluso el hecho de nacer en una sociedad donde las libertades básicas son negadas o restringidas, no pueden acostumbrar a un ser humano moral a existir como una mera máquina.
Los cristianos consideran la libertad como un derecho esencial del ser humano, rasgo que refleja la imagen de Dios. Esta libertad básica es inherente a nuestra naturaleza humana, independientemente de las condiciones legales o sociales existentes (Gál. 3:28). En primera instancia, y primariamente, esta libertad significa el derecho a la vida; por sobre todo lo demás, yo soy libre de ser y para ser.
8. Espiritualidad y santidad. Dios es espíritu: es un ser espiritual (Juan 4:24). Esto significa que Dios es vida, no es simplemente un ser viviente; él es presencia, no sólo proceso. Él es infinito, trascendente e invariable, de modo que no puede ser contenido ni limitado (1 Rey. 8:27; 2 Orón. 2:6; 6:18).
Los seres humanos, creados a su imagen, reflejan la espiritualidad divina a través de su dimensión religiosa. San Agustín expresó este anhelo esencial de Dios en su oración: “Señor, tú nos hiciste para ti, y nuestro corazón no estará en paz hasta que repose en ti”. De modo que la religiosidad no es un asunto de elección, como tampoco lo es el respirar.[8]
Este anhelo de comunión tampoco es unilateral. La Escritura nos dice que Dios necesita encontrarse con el hombre (Gén. 3:8, 9; Exo. 25:8). La vida es sagrada no sólo porque es una condición indispensable para la comunión con Dios (Sal. 115:17), sino también porque la comunión con él es el supremo propósito de la vida.
Todas estas dimensiones distinguen la vida humana de la vida inferior y establecen la declaración de que la vida es sagrada. La singularidad de cada ser humano contribuye a la riqueza de la creación de Dios y garantiza la indispensabilidad de cada individuo. La dignidad señala al origen de la humanidad y al hecho de que todas las personas pertenecen a Dios. La perfectibilidad moral, la procreación, la calidad de persona, el potencial, la libertad y la espiritualidad, todas reflejan al Creador, y en conjunto producen una vida multidimensional, dinámica y relacional. Dios, como buen mayordomo de sus propiedades, aseguró y preservó la vida humana a pesar del pecado.
La caída y la santidad.
La Biblia declara que todos los seres humanos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:23). La intrusión del pecado en la vida humana produjo alteraciones de largo alcance. Aunque se manifiesta en el nivel existencial de nuestra vida (pensamiento, actitudes, palabras, actos), el asiento del pecado es el corazón humano (Jer. 173) y la voluntad (Rom. 7).[9] Ha desfigurado y casi destruido la imagen de Dios en la humanidad.[10]
El pecado, al desfigurar la imagen de Dios, ha violado el mismo contenido de la humanidad y la santidad. Este hecho suscita serias preguntas: ¿Cuál es el concepto cristiano de la vida humana caída? ¿Debemos respetarla? En otras palabras, ¿es la vida humana todavía sagrada o podemos pensar que es relativamente santa o quizá condicional?
Las buenas nuevas de Cristo proclaman que en su presciencia, Dios decidió intervenir en la historia humana para restaurar en su integridad la santidad original de la vida humana. La Escritura habla de dos intervenciones divinas, una de autoridad y otra de amor.
La intervención de autoridad. Una pavorosa convicción se apoderó del primer asesino: la vida humana es barata. Fue relativamente fácil para Caín quitarle la vida a Abel; hubiera sido igualmente fácil que alguien le quitará la vida a él; *No será así”, dijo Dios (Gén. 4:15), y Caín se sintió seguro.
Después del diluvio —que había segado millones de vidas—, cuando la tierra estaba desolada y vacía, la continuidad de la vida humana se vio otra vez amenazada. Entonces Dios intervino. ‘Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén. 9:5,6).
Cuando Dios proclamó su voluntad en el Sinaí, la vida humana pecaminosa fue protegida por la ley moral (Exo. 20:13). Si bien su imagen en la humanidad quedó mutilada y debilitada, la protegió de cualquier intento de calibrar o de jerarquizar su humanidad. Por encima de los dictados de nuestra conciencia y de nuestra razón, más allá de las presiones de la cultura y de nuestras conveniencias, se destaca la soberana autoridad del Señor de la vida. Ante él tendrá que responder todo aquel que toma la vida humana con ligereza. Incluso el humanoide más “deshumanizado” demanda nuestro respeto.
Un comentario que hizo Elena G. de White al respecto es de particular importancia. Ella declaró que un esclavo que ha sido “mantenido en la ignorancia y la degradación, sin saber nada de Dios ni de la Biblia, temiendo tan sólo el látigo de su amo, puede haber ocupado un puesto inferior al de los brutos.[11] Sin embargo —agregó—, “el dueño del esclavo tendrá que responder por el alma de ese esclavo a quien mantuvo en la ignorancia”.[12]
Es posible que un ser humano sea forzado a descender al nivel de las bestias, pero incluso entonces, ese ser humano no es un animal. Y aquellos que ejecutan el crimen tendrán que hacerle frente a una severa condenación.
La intervención de amor. A causa de su gran amor por la humanidad Dios comenzó una misión de rescate con un objetivo: salvar la vida humana. Esta aventura, en la cual ha hecho una inversión incalculable, tiene el propósito de restaurar lo que el pecado destruyó, y colocar a la vida humana por encima del trato común y desconsiderado. Quitar la vida humana, e incluso abusar de ella o descuidarla, no sólo es una transgresión de un mandamiento explícito, sino también subversivo contra el plan de la salvación. No sólo creó Dios la imagen, sino que Cristo murió para restaurarla.
La medida del valor de un alma
El alma de todos los seres humanos es preciosa porque Jesús murió por ellos, incluso por los que no aceptan su muerte (1 Tim. 2:16; 1 Juan 2:2). Es la cruz y no nuestras facultades, nuestra utilidad, o madurez, lo que revela el valor del alma humana.[13]
Los beneficios de la muerte de Cristo se extienden hasta los niños que todavía no han alcanzado la edad para ser moralmente responsables,[14] e incluso hasta aquellos que han nacido mentalmente retrasados. Una mujer dio a luz varios niños retardados por causa del alcoholismo de su esposo. Algunos murieron, y de ellos Elena G. de White escribió que en la mañana de la resurrección la madre se encontrará con ellos de nuevo si permanece fiel.[15]
De dos de los niños que vivieron, dijo: “(Ellos) siempre serán niños, y serán restaurados por el gran Restaurador cuando esto mortal sea vestido de inmortalidad…
“Con respecto al caso de Juan, usted lo ve como es ahora y deplora su simplicidad. Él no tiene conciencia de pecado. La gracia de Dios removerá esta imbecilidad transmitida hereditariamente, y tendrá una herencia entre los santos en luz”.[16]
La redención es la última razón para la santidad de la vida. Sea que nos sometamos o no a la autoridad divina, sea que nos relacionemos con nuestros prójimos a la luz del Calvario o no, sólo Dios tiene pleno derecho sobre la vida, particularmente sobre la vida humana. Él cuenta incluso a los niños y a los mentalmente incompetentes entre aquellos por quienes fue pagado un precio infinito.
La vida sigue siendo vulnerable no obstante la intervención divina en el destino humano. Las actitudes que rechazan las demandas de Dios o son indiferentes a ellas o se oponen al concepto cristiano de la santidad de la vida humana. Como resultado, el capricho, las pasiones y el placer del egoísta corazón humano controlan el destino de millares de personas. Cuando no se acepta a Dios como el Creador, no se tiene el concepto de su imagen impresa en la humanidad; no hay conciencia de que la humanidad sea amada ni que esté en proceso de ser rescatada; no hay concepto del futuro, ni de un destino para la vida humana y, por lo tanto, no hay razón para respetarla. En este contexto, la iglesia cristiana está llamada a afirmar la santidad de la vida y a aliviar el sufrimiento que se produce cuando se ignoran las demandas divinas.
Los cristianos debieran considerar la vida como un don dado a los seres humanos en la creación del primer Adán (hombre). La procreación es una extensión de ese acto creativo original y así coloca una grave responsabilidad sobre el ser humano.
Sobre el autor: Miroslav M. Kis, Ph D, enseña ética en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan
Referencias
[1] La palabra “sagrado” viene de la palabra latina sacrum, que en la religión pagana significaba “aquello que pertenece a un dios o está bajo su potestad. Sin embargo, tiempo (sábado), lugar (templo), personas (sacerdotes), y cosas (arca del pacto) sólo son santos en sentido derivativo (véase Lev. 10:10).
[2] Reinhold Niebuhr, Nature and Destiny of Man (New York: Charles Scribners, 1964), págs. 3, 4.
[3] El Deseado de todas las gentes, pag. 113. Yo prefiero un pronombre personal al referirme a la vida humana. En ningún tiempo y bajo ninguna condición ésta puede nombrarse un “lo” impersonal.
[4] La educación, pág. 17.
[5] Véase V. N. Olsen, Man, the Imaqe of God (Hagerstown Md.: Review and Herald Pub. Assn., 1988), pág. 54 ff.
[6] Peter Angeles, Dictionary of Philosophy (New York: Barnes and Noble, 1981), pág. 208.
[7] Para los escolásticos el centro de la persona se encuentra en la razón. Para otros es la voluntad, la conciencia, el ego, etc.
[8] Jacques Doukhan, Hebrew for Theologians. En proceso de publicación.
[9] Véase también El discurso maestro de Jesucristo, pág. 61.
[10] SDA Bible Commentary. tomo 6, pág. 1078; Testimonies, tomo 4, pág. 294; Patriarcas y profetas, pág. 595.
[11] Primeros escritos, pág. 276.
[12] Ibid.
[13] Fundamentals of Christian Education, pág. 214. Gospel Workers, pág. 184.
[14] Child Guidance, págs. 565, 566; Manuscrito 26, 1885; Selected Messages, tomo 2, pág. 260.
[15] E.G. White, Manuscript Release # 1434 (letter 1. 1893). pág. 5
[16] Ibid, págs. 5 6.7.