Estas cuatro palabras fulguraban en la marquesina de un cinematógrafo de la ciudad y cautivaban a las grandes multitudes. Había filas de una cuadra de largo de personas impacientes por conseguir entrada.
¡Cuán gráficamente revelan las citadas cuatro palabras el sentir íntimo de la humanidad de hoy! Aunque la mayoría no exprese abiertamente tales sentimientos, no obstante muchos los acarician en sus vidas.
He aquí un hombre que está demasiado ocupado en su oficina para escuchar la voz de Dios. La rutina del negocio lo apremia. El hombre se hace de dinero, pero siempre encuentra oportunidades para enriquecerse más y añadir algunas posesiones a las que ya tiene, tratando de asegurarse un futuro de abundancia y rodearse de comodidades: “el cielo puede esperar.”
Pero escuchemos lo que dice el Señor en Lucas 12:15: “Mirad y guardaos de toda avaricia: porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” No, el cielo no debe esperar.
Sólo los que hayan dado al cielo la primera consideración oirán esta conmovedora invitación: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.” (Mat. 25:34).