Mi amigo ministro sugirió que uno no puede apoyar bíblicamente la noción de que el chivo emisario representa a Satanás. Él sostenía que el ritual del servicio, donde se involucran machos cabríos, es más posible que represente a Cristo, como el chivo expiatorio, que simboliza más apropiadamente a Aquel que “llevó nuestras enfermedades” (Isa. 53:4). En armonía con esto, un comentarista bíblico declara que en el chivo emisario “parece verse una típica comprensión de Cristo quien llevó nuestros pecados”.[1]

 Siempre hay aspectos de nuestras creencias que damos por sentado, y por lo tanto, no los analizamos, especialmente si los consideramos menos importantes. Este cuestionamiento de una parte de mi obvio acervo teológico me impulsó a investigar este tema en particular.

 Prácticamente desde los comienzos de nuestra denominación, los eruditos adventistas, juntamente con otros, acordaron que el macho cabrío tipificaba a Satanás[2] Sin embargo, entre otros eruditos cristianos varían muchísimo las opiniones en cuanto a su significado.[3]

 La más seria de las objeciones suscitadas con respecto a nuestra enseñanza de que el macho cabrío represente a Satanás sería que, si este es portador del pecado del pueblo, Satanás sería, por lo tanto, en un sentido, nuestro Salvador.

 Al examinar el asunto, llegué a la conclusión de que nuestro problema, sea que Cristo o Satanás estén representados en el macho cabrío lo constituye el ritual de imponer las manos en el servicio del santuario.

 En dichos rituales sólo había unas pocas situaciones en las que se requería imponer las manos.

 1. La imposición de manos durante la investidura del linaje sacerdotal (Exo. 29:10; Lev. 8:14f; 9:7,8). Los dos primeros pasajes son descripciones paralelas del servicio de consagración de Aarón y sus hijos para el sacerdocio que, probablemente, se realizaba en ocasión de la consagración de cada sacerdote. En conexión con esa ceremonia, se ofrecían un toro y dos cameros. El candidato a sacerdote colocaba sus dos manos sobre la cabeza del toro, como ofrenda por el pecado y sobre la cabeza del camero, como ofrenda de consagración (Exo. 29:10, 19; Lev. 8:14, 22). La imposición de manos, en conexión con el rito, no era un acto “sacerdotal”, pues ellos mismos todavía no eran sacerdotes. Sencillamente participaban en su ceremonia de dedicación sacerdotal.

 Levítico 9:7, 8 no menciona, en lo absoluto, la imposición de manos sobre los animales sacrificados. Pero es probable que se siguiera el procedimiento regular, en cuyo caso Aarón habría puesto sus manos sobre la cabeza del animal, especificado como una ofrenda de pecado por sí mismo y por sus hijos. El propósito de este ritual era indicar que, aunque ellos acababan de ser ungidos como sacerdotes, todavía estaban sujetos al pecado (Heb. 7:27; 10:1) y, consecuentemente, necesitaban hacer sacrificios como cualquier otro pecador. En este sentido, el sacrificio tenía el mismo propósito que el ofrecido por el pecado por un individuo del común del pueblo. Aparentemente, este servicio era para los sacerdotes como el realizado para individuos comunes, y no estrictamente una parte de sus deberes oficiales.

2. La imposición de manos sobre las cabezas de las víctimas para el sacrificio. Como ya vimos, si un sacerdote pecaba personalmente, se le requería que trajera un animal para ser sacrificado, y pusiera sus manos, en un acto de confesión, sobre su cabeza. En este caso, actuaba sólo para sí mismo. Reconocemos que esto era un asunto personal, diferente de sus deberes oficiales.[4]

 Además, si la nación entera pecaba, “los ancianos de la congregación”, no el sacerdote, pondrían sus manos sobre la víctima para el sacrificio, representando de esta manera a toda la nación (Lev. 4:13-15).

 Si un príncipe, o “cualquiera del común del pueblo”, pecaba, debía traer un animal prescrito, poner sus manos sobre su cabeza, en un acto de confesión, y sacrificarlo personalmente. El sacerdote, entonces, manejaba la sangre como en otros casos (Lev. 4:22-30, etc.).

 Vemos, entonces, que en cada caso de un animal sacrificado por los pecados, éste recibía los pecados confesados del pecador, por la imposición de sus manos, tanto el sacerdote como el pueblo y, en el caso de la nación, por representantes no sacerdotales. Era siempre, en efecto, un asunto personal. El pecador, no el sacerdote, colocaba el pecado sobre el sacrificio. Cuando un sacerdote ponía las manos sobre el sacrificio, lo hacía como un pecador, no como sacerdote. La desviación de esta práctica es altamente significativa, cuando llegamos al asunto del macho cabrío.

3. La imposición de manos el día de la expiación. Los rituales del día habrían de comenzar con el acto del sumo sacerdote de traer un “becerro para expiación, y un camero para holocausto” (Lev. 16:3). El becerro habría de ser una ofrenda de “expiación.., hará reconciliación por sí y por su casa” (Lev. 16:6,11). Gerhard Hasel[5] observa que el lenguaje es “idéntico al de la ofrenda privada ’por el pecado’, mencionada en Levítico 4”. Esto apoya nuestra creencia de que, si bien el sacerdote imponía sus manos sobre la cabeza del animal, estaba, en esencia, confesando pecados privados, como individuo, no en su calidad de sacerdote. El acto no podía aplicarse, por lo tanto, en un sentido “oficial” y corporativo. El sacrificio se efectuaba “por sí mismo y por toda su casa”.

 Mientras tanto, se habían elegido dos machos cabríos, uno para “el Señor”, y el otro “para Azazel”. En ese punto, el macho cabrío del Señor era sacrificado. Y aquí vemos que Hasel observa el “curioso” hecho, de que “no se hace mención, ni de imponer las manos, ni de confesar el pecado sobre el macho cabrío que es la ofrenda por el pecado”.[6]

 Nosotros sospechamos que no se menciona porque es probable que no se hiciera. Y si no se hacía, la omisión era acorde con la sugerencia de que, excepto en el caso del macho cabrío emisario, el sumo sacerdote, en su posición oficial, nunca imponía las manos sobre un sacrificio de sangre en la confesión del pecado.

 Si nuestra premisa es correcta, surge la pregunta, ¿por qué el sacerdote oficiante nunca imponía las manos en actos de confesión sobre un sacrificio por el pecado?

 La respuesta es obvia. El sumo sacerdote (al igual que todos los sacerdotes) representaba al gran Sumo Sacerdote, Cristo. Pero Cristo no sólo era el sumo sacerdote, era también el sacrificio. “Él era sacerdote y víctima”.[7] Habría sido incongruente para el sacerdote representar a Cristo y confesar los pecados sobre el sacrificio, si también el sacrificio representaba a Cristo. Concordaba perfectamente con la confesión que el pecador hiciera, imponiendo las manos sobre el sustituto.

  4. La imposición de manos sobre el macho cabrío emisario. Llegamos así al macho cabrío emisario. Para cuando esta parte final del ritual del Día de Expiación se realizaba, todos los sacrificios de sangre ya se habían consumado. El “macho cabrío de Jehová” ya había sido sacrificado y su sangre asperjada ante el propiciatorio. Este sacrificio expiaba todos los pecados del pueblo; esta expiación no era inadecuada, ni parcial, ni incompleta, de modo que necesitara algo para completarla. Era completa y definitiva. No era necesario ningún suplemento, menos otro sacrificio. “Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo” (Lev. 16:20).

 Si un macho cabrío representaba a Cristo al llevar el pecado de una vez y para siempre -los pecados del pueblo-, tenemos la incongruente situación presentada arriba. El sumo sacerdote habría de poner sus manos (en este caso, y sólo en éste, ambas manos) sobre el macho cabrío, transfiriendo ritualmente los pecados confesados a aquel animal. Para hacer esta aplicación al gran servicio antitípico que se presenta en Hebreos, tendríamos que ver a Cristo (el Sumo Sacerdote) colocando los pecados de los creyentes sobre sí mismo (como el macho cabrío emisario).

 Esto no sólo es una incongruencia, sino un problema que sugiere que el sacrificio del Calvario fue insuficiente, que Cristo no completó allí su obra de expiación, o que se necesitaba otra figura o rito para ilustrar su eficacia.

 Hasel declara inequívocamente que, excepto el macho cabrío emisario, el sumo sacerdote no imponía las manos sobre un animal usado en éste o cualquier otro ritual durante los tres días de la expiación. “Esta es la única vez, en los tres días de los ritos de la expiación, que se imponían las manos sobre un animal”.[8]

 Si bien es impropio pensar que Cristo pusiera los pecados de los creyentes sobre sí mismo -más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6)-, es perfectamente aceptable, a la luz del simbolismo de Levítico 16, comprender que él los pusiera sobre otro ser que era, finalmente, responsable: Satán. Después de todo lo dicho, es definitivamente preferible ver el impulso simbólico de Levítico, que lleva a esta conclusión y no a otra.

 Al examinar el acto de transferencia del pecado al macho cabrío emisario, es significativo notar que éste no fue tratado como lo fueron todos los demás animales para el sacrificio: inmolados como expiación por el pecado. Un sacrificio era válido como expiación por las transgresiones, sólo si moría, y su sangre era derramada. Así, Jesús, fue puesto aparte “como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Rom. 3:25). Es “por su sangre”, que tenemos redención (Efe. 1:7). Preservar la vida del macho cabrío emisario, nos dice que Azazel tenía otra significación.

 Siendo que era necesario el derramamiento de sangre para ser una ofrenda por el pecado (Heb. 9:22), ¿en qué forma podría un animal conservado vivo ser considerado como una ofrenda expiatoria? ¿En qué aspecto podía representar a Cristo?

 Decir que el macho cabrío emisario, que desempeñaba una parte después que la expiación había sido terminada, representaba a Cristo, es empañar la función de la expiación; sugerir que no es suficiente, que algo más se necesitaba para completarla y hacerla efectiva. Tal idea no es bíblica.

 Como se observó arriba, otros casos de pecados confesados, colocados sobre un animal para el sacrificio, los hacía el pecador mismo para libertarse de la culpa. En el caso del macho cabrío emisario, era el sumo sacerdote, no el pecador, quien colocaba los pecados sobre la cabeza del macho cabrío. Una razón para esto es que los pecados del pueblo ya habían sido expiados por el sacrificio del macho cabrío del Señor. Ahora el macho cabrío para Azazel tenía que desempeñar su parte, una función muy diferente de la del macho cabrío para el Señor.

 Tenemos un ejemplo de esa transferencia en Levítico (24:13,14). Un hombre joven blasfemó a Dios, y fue sentenciado a ser llevado fuera del campamento y ser apedreado hasta que muriese. Antes de apedrearlo, los testigos de su pecado ponían su mano sobre su cabeza.

 Se han hecho dos sugerencias en cuanto .al significado de este acto. Una, daban un testimonio solemne de que ellos habían oído en verdad sus blasfemias, y que merecía realmente tal castigo.[9] Segundo, transferían a él de nuevo la culpa que había hecho “fricción” contra ellos al escucharlo.

 Ambas sugerencias son válidas. Cristo, como ningún otro, ha sido testigo de la rebelión de Satanás, y puede decir que merece, con creces, su fatal destino. Y los pecados que Satanás hizo cometer a otros, serán puestos sobre él, de modo que llevará la penalidad de dichas transgresiones. Esto no lo convierte en propiciación por los pecados.

 Una tercera sugerencia, hecha por el Dr. Roy Gane, y basada en Deuteronomio 19:16- 21, es que cuando uno acusa maliciosa y falsamente a otro de algún delito, él mismo ha de recibir lo que “pensó hacerle a su hermano”.[10] Del mismo modo, Satanás, el “acusador de los hermanos” (Zac. 3; Apoc. 12:10) recibe el castigo como un perverso testigo falso.

 Que el macho cabrío emisario representaba a Satanás, lo ratifica el expositor bíblico.[11] “En su castigo sustitutorio, él (el macho cabrío emisario) simbolizaba el acto de regresar la culpabilidad del pecado a su diabólico autor, rompiendo así sus pretensiones de dominio sobre el pueblo de Dios” (cf. Heb. 2:14,15; 1 Juan 3:8).

Resumen y conclusiones. En la imposición de las manos, día tras día, para transferir el pecado al animal, que era la ofrenda del pecado en el servicio del santuario, el sacerdote, en su cargo oficial, no tomaba parte. Tal transferencia siempre la hacía la parte culpable, la cual, por supuesto, algunas veces, incluía al sacerdote como individuo “privado”. Después de la transferencia, el pecador oferente mataba al animal. El sacerdote entonces tomaba la sangre y la esparcía en el lugar adecuado, según el rito.

 Sólo en un caso, la transferencia del pecado al macho cabrío emisario del día de la expiación; la efectuaba el sumo sacerdote, en su función sacerdotal, poniendo sus manos sobre el animal. Esto se hacía después que la expiación por el pecado se había consumado. A diferencia de otros, en que se hacía transferencia, el animal no era sacrificado. Más bien, había de ser enviado lejos “al desierto por mano de un hombre destinado para esto”, quien “dejará ir el macho cabrío por el desierto” (Lev. 16:21).

 Los adventistas del séptimo día encuentran una comprensión de esto en su punto de vista del “juicio preadvenimiento” y el milenio, que se adapta maravillosamente a la enseñanza bíblica del día típico de la expiación.

 Después que el sumo sacerdote terminaba su obra de reconciliación y salía del santuario, se realizaban los rituales que involucraban al macho cabrío emisario. Cuando Cristo, el gran Sumo Sacerdote, termine su obra mediadora en el santuario celestial (Dan. 12:1; Heb. 8- 10), en el fin del día antitípico de expiación, colocará sobre Satanás la responsabilidad por los pecados que hizo cometer al pueblo de Dios. Entonces, la realidad antitípica del macho cabrío emisario, que era llevado al desierto, se cumplirá en “el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo” (Apoc. 20:2, 3).

Sobre el autor: ex director de la Revista Adventista está jubilado y vive en Columbia Británica, Canadá.


Referencias

[1] Jamieson, Fausset, Brown, Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible (Grand Rapids, Mich.: Zondervan Publishing House, s.f.), sobre Levítico 16:20-22).

[2] Don F. Neufeld, editor, Seventh-day Adventist Encyclopedia, ev. ed. (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1976), pág. 1291.

[3] Ibíd.

[4] C. F. Keil, F. Delitzsch, Commentary on the Old Testament (Peabody, Mass.: Hendrickson Publishers, 1989), The Third Book of the Bible, nota a pie de página, 404.

[5] Gerhard F. Hasel, “The Day of Atonement”, en The Sanctuary and the Atonement (Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General, 1981), pág. 116.

[6] Ibid., pág

[7] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Nampa, ID.: Pacific Press Pub. Assn., 1940), pág. 25.

[8] Hasel, pág. 121.

[9] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Nampa, ID.: Pacific Press Pub. Assn., 1958), pág. 408.

[10] Dr. Roy Gane, Theological Seminary, Andrews University. Compartido con el autor de sus apuntes personales.

[11] Carl F. H. Henry, Consulting editor. The Biblical Expositor (Grand Rapids, Mich.: Baker Book House, 1985), tomo 1, pág. 137.