Hace unos diez años el Catecismo Holandés asombró a los católicos. Esa obra es un atrevido comentario sobre la revelación divina, cuyo contenido armoniza en gran medida con el espíritu del Concilio Vaticano II. A comienzos de 1975 la publicación de un catecismo ecuménico, The Common Catechism (El Catecismo Común) [1], señaló la iniciación de una nueva era en el movimiento ecuménico.
Ese libro de 720 páginas es la primera exposición abarcante de la fe cristiana efectuada conjuntamente por teólogos católicos y protestantes desde los tiempos de la Reforma, hecho acaecido hace 450 años. Se trata de un compendio de doctrinas coincidentes preparado en colaboración, que se ajusta notablemente a la tendencia actual hacia un firme plan ecuménico.
Según las palabras de sus redactores, los doctores Johannes Feiner y Lucas Vischer, [2]“este libro ofrece un enunciado conjunto de la fe cristiana por parte de teólogos católicos y protestantes”. [3] Como resultado de una invitación extendida en 1969 por la editorial alemana Verlag Herder, de Friburgo, un equipo integrado por eruditos alemanes, franceses y suizos, 19 de los cuales eran católicos y 16 protestantes (luteranos y calvinistas), prestó su colaboración para la producción de esta obra. Formaban parte del equipo hombres de fama internacional como Dumas, Fríes, Kasper, Lehmann, Pannenberg y los redactores.
A pesar del título que lleva, el libro no es exactamente un catecismo. No está presentado en forma de preguntas y respuestas como el antiguo catecismo modelo de Baltimore ni está destinado a los niños. Es un tratado abarcante y sistemático de religión cristiana destinado a instruir “a todos los que se interesan de algún modo en cuestiones teológicas y en el pensamiento teológico de la época”.[4]
El catecismo está dividido en cinco secciones de aproximadamente 150 páginas cada una. La primera parte se refiere —con bastante sencillez— a Dios. ¿Quién es Dios? ¿Dónde se lo puede hallar? Esta sección no hace ninguna concesión a esa clase de fe cristiana que acepta a Jesucristo, pero rechaza a Dios. Frente a la alternativa de conocer a Dios a través de la naturaleza o por medio de la historia, los autores escogen a esta última como el lugar donde el hombre moderno debe buscar en primer término la revelación divina.
Esta parte es en realidad un prólogo de la sección siguiente titulada “Dios en Jesucristo” (págs. 91-275). En su obra y en su persona Jesucristo es la respuesta para el interrogante de Dios. Se otorga debida consideración a la crítica bíblica y se vindica la cristología del concilio de Calcedonia.
En la sección III, titulada “El nuevo hombre”, encontramos un estimulante comentario acerca de los efectos que producen la muerte y la resurrección de Cristo sobre sus seguidores (págs. 277-322) y particularmente sobre la vida que compartimos en la comunidad cristiana (págs. 332-395). Se hace aquí un esfuerzo para tratar los complejos problemas de la gracia, la libertad, el pecado, la oración, los sacramentos, la relación de la iglesia con Israel y el mundo gentil. Le sigue la importante sección IV, que trata los temas de la fe y el mundo (págs. 397-550). Se refiere a la ética cristiana tanto en términos generales (la conciencia y la ley, la libertad y la autoridad) como en sus aspectos particulares (por ejemplo: la libertad religiosa, la sexualidad, la guerra, y la paz). Se toma una posición más bien enérgica contra el aborto (págs. 510-513) y la eutanasia (págs. 513-516), aunque se rechaza vivamente la posición que ostenta la encíclica Humanae Vitae, del papa Paulo VI, respecto al control de los nacimientos (págs. 504-508).
La sección V abarca una tensa discusión de las cuestiones que todavía separan a protestantes y católicos (págs. 551-666). Trata cada tema con absoluta franqueza. Señala su origen y sus antecedentes comunes y procura revelar su profundidad y su grado de importancia. “No es de ninguna manera un apéndice destinado a tratar un tema secundario” (pág. 552). Los temas escogidos incluyen las Escrituras y la traducción, la gracia y las obras, los sacramentos, el matrimonio, María y la iglesia.[5] El apéndice del libro contiene declaraciones referentes a los temas de la eucaristía y del ministerio, temas sobre los cuales han llegado a ponerse de acuerdo los anglicanos, metodistas y luteranos con los católicos en entrevistas celebradas recientemente.
Único en sus objetivos
Sin duda alguna, este libro constituye un importante acontecimiento ecuménico. Si bien hay muchas obras en cuya producción han colaborado simultáneamente eruditos católicos y protestantes, este libro es único en su género porque tiene como objetivo ofrecer una exposición común, virtualmente sin diferencia alguna, de la fe y la doctrina cristianas. Quizá alguien tema que, por haber sido escrita desde un punto de vista supra denominacional, esta obra aspire a la creación de una tercera posición religiosa: una “tierra de nadie” entre las iglesias. Sin embargo, los redactores dicen claramente que fue escrita “para ayudar a los cristianos a cooperar, dentro de sus propias organizaciones, con el avance mancomunado de las iglesias hacia la unidad en la diversidad, que es la meta de todos los esfuerzos ecuménicos”. [6]
El Catecismo Común establece una clara premisa: la de que ningún obstáculo es insuperable. Refleja el creciente sentimiento de confianza que tienen muchas personas que las iglesias, separadas durante tanto tiempo, pueden abordar con eficacia los más importantes asuntos. Sin embargo, tenemos derecho a preguntar a qué costo lo han de hacer. No podemos dejar de notar que los autores ponen considerables limitaciones a la Biblia, siguiendo la tendencia de los eruditos germanos. Afirman, por ejemplo, que si bien nuestros antepasados no tenían dificultades en identificar las Escrituras con la palabra expresa de Dios, “nosotros ya no podemos seguir diciendo que ‘la Biblia es la palabra de Dios’”[7] En cambio, debemos declarar algo más o menos como lo siguiente: “La Biblia se transforma en la palabra de Dios para todo el que cree en ella como palabra divina” [8], pues “la actual posición incuestionable” es que, lejos de inspirar los pensamientos de los autores sagrados con aquello que debían escribir, Dios sólo deseaba que registraran por escrito los testimonios personales de su fe.[9]
En consecuencia, las declaraciones bíblicas referentes a la Creación “no tienen el propósito de enseñarle al lector un punto de vista particular” del origen del universo y de la raza humana. Su intención es simplemente la de subrayar el hecho de que “todo lo que existe está relacionado con Dios”.[10] Además, el cristiano que procura descubrir la decisión que debe tomar en una determinada situación, ya no puede recurrir exclusivamente a la Escritura o a los Diez Mandamientos en busca de consejo. Todas las normas morales que podemos hallar en el Decálogo, así como también en el Sermón del Monte están “condicionadas en gran medida por la época y por el ambiente cultural en que fueron escritas”.[11] Sin embargo, no se indica hasta qué punto están condicionadas. Esto mismo se aplica a normas que tienen que ver, por ejemplo, con nuestra vida sexual pues, según se afirma, “de la Escritura no podemos aprender prácticamente nada” sobre asuntos específicos de moralidad sexual.[12]
A muchos pasajes del Nuevo Testamento, especialmente de los evangelios, se los presenta como interpretaciones más bien que como relatos históricos precisos. Según el catecismo, los apóstoles “no falsificaron deliberadamente” la verdadera imagen de Jesús[13], sino que repitieron sus palabras, las completaron y las hicieron más claras. Volvieron a elaborar los dichos “de contenido genuinamente cristiano”, les dieron la forma de declaraciones de Jesús y así “las pusieron en sus labios”[14] De este modo llegaron a nosotros narraciones referentes a Jesús que no se pueden considerar como hechos ocurridos en la vida del Señor, y dichos suyos “que el Jesús histórico jamás profirió”.[15]
Una inquietud
Existe además cierta inquietud respecto de temas tales como la preexistencia de Cristo, su concepción virginal y su resurrección física. A esta última —que es la médula de todo el documento cristocéntrico— se la considera como un “problema permanente para el hombre moderno’[16], lleno de “dificultades”[17] para él. Se debe reinterpretar su mensaje de un modo más significativo, puesto que la resurrección de Cristo es un concepto formulado “en el lenguaje apocalíptico judío”, el cual mal puede adecuarse a nuestro moderno contexto sociocultural. [18]
El énfasis del libro se pone en la unidad, y sus autores están convencidos de que las declaraciones que pueden hacerse en común “son cuantitativa y cualitativamente más importantes que cualquier contradicción”.[19] Los temas que durante siglos mantuvieron separados a católicos y protestantes, tales como la doctrina de la justificación por la fe, “se encuentran actualmente en vías de hallar numerosos puntos de coincidencia”.[20] Es muy difícil que las diferencias y los conflictos que hace 450 años llevaron a la iglesia a la división puedan hacer surgir hoy día una oposición capaz de producir los mismos resultados. Los autores explican que todo esto es fruto de las diversas discusiones ecuménicas que se han mantenido durante los últimos años. [21] “Hemos llegado a reconocer —dicen— que la doctrina de la justificación, tal como la entendían los reformadores, no se opone irreconciliablemente a las afirmaciones básicas de la doctrina católica de la justificación”.[22] Los autores sostienen más específicamente aún que “sin duda se habría podido alcanzar la unidad” si no hubiera sido a causa de recientes desacuerdos relacionados con la posición que María ocupa en la doctrina y en el culto, y la cuestión de la iglesia: su estructura y su autoridad, incluyendo la infalibilidad papal.[23]
Por sobre todas las cosas, el libro es un examen de aquel liberalismo europeo que ha inspirado al ecumenismo protestante y que se está tornando cada vez más atractivo para los católicos de mentalidad ecuménica. Esta obra sugiere firmemente que las diferencias insolubles son a menudo simples divergencias de interpretación teológica que pueden existir —y existen— dentro de una misma iglesia. A pesar de todo, este libro no cuenta todavía con la aprobación oficial de ninguna organización eclesiástica católica ni protestante, y será de sumo interés observar las reacciones de la gente que quizá desee seguir aferrándose, como siempre, a su manera particular de ser cristianos, que es la que presentan los catecismos tradicionales.
Sobre el autor: Profesor de teología de la Universidad Andrews y redactor asociado de The Ministry
Referencias
[1] The Common Catechism: A Book of Christian Faith (El Catecismo Común: Libro de la fe cristiana), editado por Johannes Felner y Lucas Vischer, Seabury Press.
[2] El Dr. Johannes Felner es consultor del Secretariado Vaticano para la Promoción de la Unidad Cristiana; el Dr. Lucas Vischer es director de la Comisión de Fe y Orden del Concilio Mundial de Iglesias.
[3] The Common Catechism, pág. 9.
[4] Id., pág. 13
[5] Con referencia particular a la autoridad y la infalibilidad papal.
[6] The Common Catechism, pág. 14.
[7] Id., págs. 100, 101.
[8] Id., pág. 101
[9] Id., págs. 100, 101.
[10] Id., pág. 120.
[11] Id., pág. 436.
[12] Id., pág. 498.
[13] Id., pág. 94.
[14] Id., pág. 95.
[15] Id.,pág. 96.
[16] Id. pág. 164.
[17] Id., pág. 146.
[18] Id., pág. 147.
[19] Id., pág. 10.
[20] Id., pág. 657.
[21] Id., págs. 658, 659, 9, 40.
[22] Id., pág. 658.
[23] Id., págs. 665, 666.