Pregunta 42
¿Qué razones bíblicas tienen ustedes para enseñar que los impíos no sufrirán un castigo consciente por la eternidad? Como ustedes saben, la mayoría de los cuerpos cristianos de hoy, creyendo que el alma es inmortal, enseñan que el castigo de los impíos será un tormento consciente en el infierno por toda la eternidad. Por favor, expongan las razones de su creencia.
La bienaventuranza eterna de los justos, y el castigo eterno de los impíos están presentados claramente en las Escrituras. El hecho de que Dios recompense a sus hijos con la vida eterna, y dé su justa retribución a los pecadores por sus actos malos, parece razonable y equitativo a la mayoría de los hombres, y en armonía tanto con el amor como con la justicia de Dios.
En ciertos pasajes de las Escrituras vemos vislumbres de la tierra gloriosa y podemos, en cierta medida, formarnos una idea de cómo será el cielo. Sin embargo, por muy gloriosa que parezca la descripción, seguirá siendo cierto que “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2:9).
El destino de los impíos es enfatizado, asimismo, en muchos lugares de los Escritos Sagrados. Serán castigados, ciertamente, de acuerdo a la Palabra, y habrá también grados de castigo. Y ese castigo, por otra parte, no tendrá funciones correctoras, sino que será punitivo y definitivo.
I. El castigo está en el futuro, no se está efectuando ahora
Se cree comúnmente que al morir los justos van inmediatamente al cielo y los malos directamente al infierno, donde serán castigados. No obstante, hay quienes creen que los pecadores son castigados por sus pecados en esta vida. Argumentan que cuando un hombre es arrojado en la prisión, o quizá ejecutado en la horca, ya está sufriendo el castigo por su iniquidad. En cierto sentido esto es cierto, pero no lo es estrictamente. No hay duda de que sufren en tales circunstancias, pero tal sufrimiento no es, básicamente, el castigo por sus pecados. Sufren en esta vida la pena por sus crímenes. El estado castiga por la transgresión de leyes humanas, pero ese castigo se aplica por causa de los crímenes, no de los pecados. El pecado es la transgresión de la ley divina, el Decálogo, sus transgresiones y su rechazo del Hijo de Dios:
1. Los pecadores habrán de morir. En más de una ocasión se nos dice que “el alma que pecare, ésa morirá” (Eze. 18:4). Pero alguno podrá decir: “Eso es en el Antiguo Testamento”. Es verdad. Pero el Antiguo Testamento; ¿no es acaso la Palabra de Dios tanto como el Nuevo? El hecho es que la misma verdad se enseña en el Nuevo Testamento, puesto que leemos: “La paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23). Y en este pasaje se presenta un contraste único. La vida es prometida a los justos; la muerte a los injustos.
Vez tras vez se señala enfáticamente la muerte como el castigo de los pecadores. Los pecadores son declarados “dignos de muerte” (Rom. 1:32); el fin del pecado es la muerte (Rom. 6:21); “y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Sant. 1:15). Antiguamente, en su amor y misericordia, Dios abogaba por Israel a través de sus siervos los profetas. Su apelación era, vez tras vez: “¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere” (Eze. 18:31, 32).
2. Los pecadores serán talados: Este pensamiento es enfatizado repetidamente, especialmente en el Antiguo Testamento. El salmista, mirando hacia el tiempo cuando el pecado habría de ser abolido, declara: “Los malignos serán talados” (Sal. 37:9, Val. Ant.; “destruidos”, en Val. Rev. 1960); y otra vez: “Serán talados los pecadores” (vers. 34; “destruidos”, V. R. 1960). La palabra “talados”, está traducida principalmente del término hebreo karath. Esta es una palabra fuerte, y en muchos casos se la traduce “destruir”, como en Ezequiel 28:16, versión Moderna.
3. Los pecadores perecerán. Esta expresión se usa repetidamente en relación con la destrucción de las huestes pecadoras. La palabra “perecerán” es la traducción del término hebreo abad, y significa “talado” o “arrojado”. Veámosla en los siguientes textos: “Los impíos perecerán’ (Sal. 37:20); “perecerán los impíos delante de Dios” (Sal. 68:2). Otra expresión significativa es la de Salmo 37:10: “No existirá el malo”. Esto es reafirmado en el Nuevo Testamento por la declaración de nuestro Señor: “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda” (Juan 3:16), “no perezca” (VM).
4. Los pecadores serán quemados. Esta es también una expresión fuerte, y se la usa en muchas ocasiones. Malaquías habla del día cuando los pecadores serán abrasados (Mal. 4:1). Mateo escribe que serán atados en manojos para la quema (Mat. 13:30), y menciona también que “se arranca la cizaña, y se quema en el fuego” (vers. 40). Pedro declara que también “la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10). Acerca del último destino de los impíos leemos que será en el “lago de fuego” (Apoc. 20:15), y el revelador llama a esto “la muerte segunda” (Apoc. 21:8).
5. Los pecadores serán destruidos. Este pensamiento aparece una cantidad de veces. “Destruirá a todos los impíos” (Sal. 145:20). Los malos ángeles declararon cierta vez, en la presencia de Jesús: “¿Has venido para destruirnos?” (Mar. 1:24). Leemos otra vez que recibirán pena de eterna destrucción (2 Tes. 1:9; versión inglesa King James en adelante KJ) [“eterna perdición” en Val. Rev. 1960]; y aun el diablo mismo, el que introdujo la iniquidad en un mundo inmaculado, será destruido (Heb. 2:14).
Parecería que los escritores sagrados usan algunas de las palabras más fuertes para describir enfáticamente el destino de los impíos. No sólo serán quemados, según el griego kaio (Apoc. 19:20; 21:8), sino que serán consumidos, según el griego katakaio (2 Ped. 3:10; Mat. 3:12). No sólo serán destruidos, de apollumi (Mat. 21:41; Mar. 1:24), sino que serán completamente destruidos, exclothreuo (Hech. 3:23, Versión Revisada Inglesa) [“exterminados”, VM]. No sólo serán “consumidos”, taman (Sal. 104:35) y kalah (Sal. 37:20), sino que serán consumidos completamente (Sal. 73:19, KJ; Sal. 72:19, Versión Septuaginta).
II. Figuras y símiles que ilustran el destino de los malos
No sólo en un lenguaje claro y sencillo el Señor reveló a los hombres el destino de los impíos, sino que procuró aclararnos la verdad mediante ilustraciones familiares, figuras de lenguaje, y varios símiles. Veamos:
1. Los pecadores son comparados con un material combustible. El salmista compara a los pecadores con algo que había visto repetidamente en el templo: “Los enemigos de Jehová [serán] como la grasa de los carneros” (Sal. 37:20). Además, los impíos son comparados con “el tamo que arrebata el viento” (Sal. 1:4). Isaías dice que “el torbellino los lleva como hojarasca” (Isa. 40:24). Y Malaquías también declara que en aquel día los malos “serán estopa” (Mal. 4:1).
2. La destrucción de Sodoma y Gomorra ilustra la destrucción de los malos. El fin de Sodoma y Gomorra, en los días de la antigüedad, se describe gráficamente en el registro bíblico. Leemos que fueron arrasadas (Deut. 29:23; Isa. 13:19), y que las ciudades fueron destruidas (Gén. 19:29). La destrucción fue completa, puesto que leemos los mandamientos de Dios. Y Dios habrá de ser el juez, y aplicará los castigos conforme a su justicia.
Es verdad, por supuesto, que en esta vida el hombre puede perder su salud a causa de sus hábitos de vida erróneos. Los hombres pueden beber en exceso, y no sólo sufrir toda clase de enfermedades, sino incluso llegar a una muerte prematura. Pero todas estas consecuencias no constituyen el verdadero castigo por el pecado. Son los resultados físicos de una conducta errónea. El castigo por el pecado, como tal, será infligido finalmente cuando el pecador comparezca ante el tribunal de Dios y reciba la justa recompensa de sus hechos.
Ni los malos ángeles ni los hombres pecadores están recibiendo ahora el castigo final por sus transgresiones. Tal castigo es futuro aún. En los días cuando Jesús estaba en la tierra, los demonios le preguntaron: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mat. 8:29). Los malos ángeles están “reservados” (2 Ped. 2:4) o “guardados… para el juicio” (VM), o “para el juicio del gran día” (Jud. 6). Acerca de los pecadores leemos que Dios reserva “a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Ped. 2:9).
III. ¿En qué consiste el castigo de los impíos?
La única fuente de información segura y confiable acerca de este asunto es, por supuesto, la Palabra de Dios. Ningún dictado de la tradición, de los escritos de autores paganos, y aun de los escritos apócrifos de los hebreos o de los primeros cristianos, ya estén redactados en prosa o en verso, pueden influir sobre nosotros en este asunto. A menos que los argumentos estén basados en la Palabra de Dios, no tendrán peso para nosotros. Notaremos, por lo tanto, algunas expresiones usadas por el Señor en conexión con esto. Leemos que, como pena final por que el fuego “los destruyó a todos” (Luc. 17:29).
El castigo infligido a Sodoma y Gomorra no fue de gran duración, por cuanto leemos que fueron destruidas “en un momento” (Lam. 4:6). Además, otro escritor bíblico nos dice cómo fueron destruidas: fueron reducidas “a ceniza” (2 Ped. 2:6). Y Pedro añade que aquello sería puesto como “ejemplo a los que habían de vivir impíamente”. Judas agrega una expresión única, que indica que la destrucción no sólo fue completa, sino que fue “el castigo del fuego eterno” (Jud. 7). No significa esto que el fuego habría de estar ardiendo eternamente, puesto que las ciudades no están ardiendo hoy. Más bien, ese fuego sería eterno en sus resultados.
IV. El término “eterno”
Esta palabra no se usa en el Antiguo Testamento en relación con el destino de los malos; se encuentra, sin embargo, en el Nuevo Testamento en los siguientes textos: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mat. 25:41); “E irán éstos al castigo eterno” (Mat. 25:46); “pena de eterna perdición” (2 Tes. 1:9); “reo de juicio eterno” (Mar. 3:29); “sufriendo el castigo del fuego eterno” (Jud. 7). En cada uno de los casos, la palabra “eterno” corresponde al griego aionios. Por ejemplo, en Mateo 25:46, el castigo “eterno” (aionios) está contrastado con la vida “eterna” (aionios) en el mismo versículo.
Teniendo en cuenta esto, puede observarse que si la “vida eterna” a la cual se hace referencia, es para siempre jamás, ¿no sería el “castigo eterno” de la misma duración, dado que en griego se usa precisamente la misma palabra en ambos casos? ¡Por supuesto que sí! La vida eterna continuará por las edades sin fin de la eternidad; y el castigo también será eterno —no un sufrimiento consciente de eterna duración, sin embargo, sino un castigo completo y final. El fin de los que sufren de este modo es la segunda muerte. Esta muerte será eterna, de la cual no habrá, no podrá haber, resurrección alguna.
Podemos ver que esto es así en el uso de la palabra “eterno” en otros casos. Leemos acerca de la eterna redención (Heb. 9:12) y del juicio eterno (Heb. 6:2). Por cierto esto no significa que será necesario redimir pecadores durante toda la eternidad, ni presenta una inacabable obra de juicio. ¡No! La obra de la redención es completa y eterna en sus resultados. Lo mismo es cierto en cuanto al juicio. El mismo principio se aplica respecto del “juicio eterno” (Mat. 25:46).
Reiteramos: En la expresión “castigo eterno”, tanto como en “eterna redención” y “juicio eterno”, la Biblia se refiere a toda la eternidad —no en cuanto a la duración del proceso, sino de los resultados. No se trata de un proceso de castigo sin fin, sino de un castigo efectivo, que será definitivo y para siempre (aionios).
V. Las expresiones “para siempre”, “perpetuo” y “por los siglos de los siglos”
Estas expresiones aparecen muchas veces en las Escrituras. En el Antiguo Testamento, corresponden principalmente al hebreo olam, que se traduce muy a menudo con la palabra “eterno”. Sin embargo, suele traducírselo de otras maneras, tales como “tiempos antiguos”, “tiempo antiguo”, “principio del mundo”, etc.
Otra expresión del hebreo es netsaj (“para siempre”), y lenetsaj netsajim (“para siempre jamás”). Netsaj se traduce de varias formas tales como “siempre”, “constantemente”, “perpetuamente”.
En el Nuevo Testamento las palabras “para siempre”, etc., provienen del griego eis tous aionas ton aionion, literalmente, “por las edades de las edades”, y se las traduce generalmente “por los siglos de los siglos”.
Es menester reconocer que estas palabras se usan a veces con limitaciones, y la única manera de entenderlas es a la luz de su contexto. Si se las aplica a Dios, como ocurre en muchas ocasiones, el significado es obvio; pero si se las aplica al hombre, valen solamente en tanto que éste vive. En otras palabras, el término debe entenderse en relación con el objeto al cual se lo aplica. Esto es reconocido por los eruditos, como podemos ver en los siguientes comentarios acerca de la palabra hebrea olam:
“Se refiere mayormente a un tiempo futuro, de tal manera que lo que se llama el terminus ad quem, se define siempre por la naturaleza de la cosa misma. Cuando se aplica a los hechos humanos, y especialmente… al hombre individual, significa comúnmente todos los días de vida” (Gesenius en Olam, Hebrew and Chaldee Lexicon of the Old Testament Scriptures, 1846, S. P. Tregelles, tr.).
“[Para siempre] es decir hasta el fin de su vida: cf. ‘para siempre’ en 1 Samuel 1:22, y especialmente en la expresión ‘será siempre mi siervo’, cap. 27:12, Job 41:4 [40:28, heb.]” (Cambridge Bible, en Exo. 21: 6).
En los siguientes ejemplos puede verse la limitación en el uso de esos términos: La fiesta de los ázimos debía observarse como costumbre perpetua (Exo 12:17), el esclavo debía servir a su amo para siempre (Exo. 21:6), el niño Samuel debía habitar en el tabernáculo para siempre (1 Sam. 1:22), Jonás había de estar en el vientre del gran pez para siempre (Jon. 2:6), y la lepra se le pegaría a Giezi y a su simiente para siempre (2 Rey. 5:27).
Clarke, en su Commentary, bien ha dicho: “Algunos han pensado, en relación con la maldición del profeta la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre, que aún existen personas vivas que son descendientes reales de ese hombre, y están afligidas por tan terrible mal. El Sr. Maundrell, cuando estuvo en Judea, averiguó diligentemente acerca de esto, pero no pudo corroborar tal suposición. A mí me parece absurda; la maldición tendría efecto en la posteridad de Giezi hasta que se extinguiera, y bajo la influencia de tal dolencia, esto debió haber ocurrido muy pronto. El para siempre implicaba tanto tiempo como durase su posteridad. Este es el sentido de la palabra leolam. Abarca la duración completa del objeto al cual se aplica. El para siempre de Giezi duraría hasta que su posteridad se extinguiese”.
Hallamos la misma limitación de significado en la aplicación también en el Nuevo Testamento en las palabras griegas aion y aionios. Se aconsejó a Filemón que recibiera a Onésimo “para siempre” (Fil. 15).
El Apocalipsis declara también, respecto de Babilonia, que “el humo de ella sube por los siglos de los siglos” (Apoc. 19:3); que los malos “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Apoc. 20:10); y que “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apoc. 14:11). Estas son expresiones fuertes, y sólo pueden ser entendidas a la luz del uso bíblico. Una buena ilustración de esto aparece en Isaías 34:8-10:
“Porque es día de venganza de Jehová, año de retribuciones en el pleito de Sion. Y sus arroyos se convertirán en brea, y su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella”.
Esto tuvo una aplicación local hace mucho tiempo; y sin duda tendrá una segunda aplicación en la gran conflagración de los últimos días. Pero pensemos en su aplicación en los días de Israel. ¡Qué cuadro de destrucción: azufre y brea ardiente, en un feroz incendio que no podría ser apagado! El humo debía ascender, y el registro divino dice que ascendería “perpetuamente”. Pero nótese que este fuego inextinguible termina en devastación y desolación. ¿Quién podría afirmar que el fuego está ardiendo aún? Lo que vemos aquí es un cuadro de destrucción total y absoluta. Así habrá de ser en el día del juicio ejecutivo, cuando los malos sean destruidos. Y serán destruidos eternamente” (Sal. 92:7).
VI. Razones por las que rechazamos el tormento eterno
Rechazamos la doctrina del tormento eterno por las siguientes razones principales:
1. Porque la vida eterna es un don de Dios (Rom. 6:23). Los malos no la tendrán; el impío “no verá la vida” (Juan 3:36); “ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Juan 3:15).
2. Porque el tormento eterno perpetuaría e inmortalizaría el pecado, el sufrimiento y la desdicha, y negaría, creemos, la divina revelación que anuncia un tiempo cuando todas esas cosas no serán más (Apoc. 21:4).
3. Porque a nuestro parecer eso sería una mancha pestilencial en el universo de Dios por toda la eternidad, e indicaría que Dios mismo no podría quitarla jamás.
4. Porque según nuestra manera de pensar, desvirtuaría el atributo del amor, como parte del carácter de Dios, y postularía el concepto de una ira que nunca se aplaca.
5. Porque la Escritura enseña que el sacrificio expiatorio de Cristo fue “para quitar de en medio el pecado” (Heb. 9:26) —primero del individuo y luego del universo. El fruto total del sacrificio vicario y la obra expiatoria de Cristo debe verse, no sólo en un pueblo redimido, sino en un cielo y una tierra restaurados (Efe. 1:14).