La oración y la fe realizarán lo que ningún poder en la Tierra puede hacer. No necesitamos permanecer ansiosos ni perturbados.

Fe y optimismo son dos palabras que pueden cambiarlo a usted, a su iglesia y su futuro. Una actitud positiva, fundamentada en la fe y en la esperanza, es el primer ingrediente del crecimiento de la iglesia. Una investigación realizada entre los años 2003 y 2007 identificó el crecimiento más rápido entre las iglesias adventistas en los Estados Unidos. Estas iglesias tuvieron, en promedio, el 5% de crecimiento en asistencia, número de miembros y bautismos durante cinco años consecutivos.

A fin de posibilitar una comparación imparcial, la investigación no consideró a las iglesias que trabajaban entre la primera generación de poblaciones de inmigrantes, altamente receptivas. Hubo cinco iglesias que coincidían con este criterio (que llamaremos iglesia “A”, “B”, “C”, “D” y “E”). Para cada una de estas iglesias de rápido crecimiento, los investigadores identificaron tres iglesias en las proximidades geográficas que estaban declinando o estacionadas.

¿Qué podemos aprender de esta investigación?

MISMO LUGAR, RESULTADOS DIFERENTES

Inicialmente, veamos el caso de la iglesia “A”. Para entender la dinámica de esta iglesia, a tres pastores de iglesias estancadas, localizadas en la misma región, se les preguntó la razón por la que estas iglesias no crecían. Casi todos respondieron: “El lugar es muy difícil. Las personas no están interesadas en el mensaje adventista, hay muchos bautistas y carismáticos. Los bautistas se están haciendo muy fuertes”.

En contraste, la iglesia “A”, plantada en una ciudad media, en 1990, en la región central de los Estados Unidos, tiene un fuerte ministerio evangelizador. Al ser entrevistado sobre la ciudad, el pastor dijo: “Me gusta mucho trabajar aquí. Las personas aman a Dios, oramos a favor de ellas, atendemos las necesidades, y ellas vienen a la iglesia. Comenzamos el trabajo con pocos miembros, pero hoy tenemos más de quinientos asistentes”.

La iglesia “B” está situada en un área metropolitana (más de tres millones de personas) en el sur. Esta iglesia fue revitalizada en la última década. Actualmente, puede ser descrita como una congregación culturalmente diversa, con aproximadamente quinientas personas, fuerte en el liderazgo y la predicación. El pastor de esta iglesia trabaja con fe y optimismo: “No nos dejamos intimidar por los desafíos. Nuestro deber es orar, tener ministerios efectivos y evangelismo. Dios se encarga de enviarnos personas”. Por otro lado, los pastores de iglesias estancadas, en la misma región, señalaron como razón para eso la existencia de muchos bautistas y el desinterés en el mensaje adventista.

La iglesia “C” es una iglesia antigua, establecida en el suburbio de una ciudad grande en la región noroeste del Pacífico. La congregación se duplicó a casi quinientas personas, y desarrolla un fuerte y creativo ministerio comunitario. El pastor de esta iglesia testificó: “Lo mejor que me sucedió fue haber venido a este lugar. Aquí, las personas no tienen vínculo con las iglesias. Oramos a favor de ellas, ministramos sus necesidades, y ellas vienen a nuestra iglesia”.

A su vez, tres pastores de iglesias en declinación, en la misma región, dijeron: “Vivimos en una de las regiones más seculares del mundo, lo que dificulta cualquier clase de evangelización. Las personas no piensan en Dios, actúan como si no necesitaran de él ni de la iglesia”.

La iglesia “D” está localizada en una pequeña ciudad en el centro de los Estados Unidos, pero creció favorablemente para su tamaño (180 personas), ejerciendo varios ministerios. El pastor no se sintió impedido por el tamaño de la ciudad. Él creyó que los miembros de su iglesia podrían ser evangelistas entusiasmados, intercesores, e invitar a los amigos a la iglesia. Entonces, trabajó para fortalecer espiritualmente a la congregación y lograr que sea una digna receptora de visitas. Cinco años después, la iglesia había crecido el cincuenta por ciento.

La iglesia “E” está en un área rural en el oeste y creció admirablemente, con una fuerte congregación apasionada por el evangelismo. La asistencia era de aproximadamente cuatrocientas personas, predominantemente angloamericanos, además de algunos hispanos. Pero, no siempre fue así. En el pasado, la iglesia casi murió, y al llegar el nuevo pastor, este escuchó: “Esta iglesia no crecerá, pues la ciudad tampoco crece”. Pero, él creyó que Dios podía operar en esa congregación el milagro del crecimiento. Avanzó con fe, llevándola a convertirse en una luz para la comunidad.

EL INGREDIENTE MÁS IMPORTANTE

Sin el Espíritu, ningún factor asilado ayudará a su iglesia a crecer; mucho menos alguna combinación de esfuerzos o estrategias. Pero, con el Espíritu Santo, tenemos toda razón para alimentar el optimismo y el entusiasmo en relación con el futuro. Entre los factores identificados por la investigación, como contribuyentes al crecimiento de la iglesia, incluyendo el liderazgo eficaz, el compromiso de la hermandad, la oración intercesora y un culto dinámico, ninguno fue más importante que la fe y el optimismo.

El ingrediente más importante para el crecimiento de la iglesia es tener actitud vencedora, fundamentada en la fe en Dios. Con su poder y su bendición, podemos conquistar el mundo para Cristo. Cuando decimos que las personas no están interesadas o que es difícil alcanzarlas, limitamos el poder de Dios, y nos limitamos a nosotros mismos y a las personas que pretendemos alcanzar. Si tiene la firme confianza de que las personas no están interesadas, ¿por qué debería intentar nuevos métodos para alcanzarlas?

Hoy, la situación es muy parecida a la que prevalecía cuando Jesús estuvo en esta Tierra. En siglo I de nuestra era, tres principales ideas filosóficas estaba representadas en las tres principales ciudades: Jerusalén representaba la tradición, personas desinteresadas y rígidas en sus creencias. Atenas representaba la filosofía moderna y la apertura a nuevas ideas. Roma representaba la Posmodernidad, la cultura del entretenimiento, idolatrando a los héroes, el hedonismo. En estas ciudades, la fe cristiana enfrentó la persecución. A pesar de los desafíos, el evangelio fue proclamado y el Reino de Dios creció. El primer siglo fue una época de crecimiento numérico y espiritual de la iglesia, pero eso no sucedió porque no hubiera desafíos, sino porque la iglesia tenía fe en Jesucristo y el poder del Espíritu Santo. En nuestro tiempo, Dios llevará a su iglesia al triunfo. Si deseamos ser parte de eso, debemos creer en Dios y en su Espíritu.

Siempre escuchamos excusas que intentan explicar las razones por las que ciertas iglesias no crecen. Pero los pastores de las iglesias en crecimiento alimentan la creencia de que pueden ganar al mundo para Jesús, manteniendo el pensamiento de que pueden todas las cosas en aquel que los fortalece. Tienen fe en la realidad de que, con Dios, toda iglesia puede crecer dinámica, saludable y llena de entusiasmo por el evangelismo. La fe y la esperanza son contagiosas. Los miembros de esas iglesias terminan teniendo la misma fe, la misma actitud y el mismo optimismo; creen que Dios hará grandes cosas por ellos, sus familiares y por la iglesia.

“La respuesta del pastor establecerá el tono de la respuesta congregacional. Si el pastor se muestra derrotado, triste, desanimado y deprimido, la congregación reflejará los mismos sentimientos”.[1]

DIOS QUIERE ACTUAR

Somos colaboradores de un Dios todopoderoso, que puede hacer todas las cosas. “El Señor anhela hacer grandes cosas por nosotros. No ganaremos la victoria por el número, sino por la plena sumisión del alma a Jesús. Hemos de salir en su fortaleza, confiando en el poderoso Dios de Israel”.[2]

El Señor hará grandes cosas por sus hijos y su iglesia. Optimismo fundamentado en la fe, y no en la ansiedad, la ignorancia de la realidad ni en la minimización de las dificultades. Optimismo es confiar en el poder de un Dios que puede hacer lo imposible. Ese es el testimonio de las Escrituras. El Señor dio un hijo a una mujer estéril que tenía 90 años y estaba casada con un hombre de 99 años (Gén. 17:17; 18:10-14). Le dio un hijo a una virgen (Luc. 1:34-38). Transformó a un niño en un gigante (1 Sam. 17). Prometió que, si tuviéramos fe como un grano de mostaza, moveríamos montañas (Mat. 17:20). El peso de las Escrituras reposa en la fe en un Dios que lo puede hacer todo.

“¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, no hay nada que sea difícil para ti. […] Tú hiciste señales y portentos en tierra de Egipto hasta este día, y en Israel, y entre los hombres; y te has hecho nombre, como se ve en el día de hoy. Y sacaste a tu pueblo Israel de la tierra de Egipto con señales y portentos, con mano fuerte y brazo extendido, y con terror grande” (Jer. 32:17-21).

“Entonces Jesús, mirándolos, dijo: ‘Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios’” (Mar. 10:27).

Cuando creemos en el poder de Dios, él nos recompensa con ricas y abundantes bendiciones. El Señor todavía es Todopoderoso. Nuestro optimismo permanece sustentado en su naturaleza inmutable, su abundante poder, sus promesas fieles.

EL FACTOR FE

¿De qué manera una actitud de fe afecta a la iglesia y la hace crecer?

Operación de milagros. Testificar de Dios en acción fortalece de manera fuera de lo común tanto a individuos como a congregaciones. Una actitud de fe posibilita que Dios opere milagros entre nosotros, y esos milagros producen más fe, que, a su vez, produce más acciones visibles de Dios.

Actitud correcta. Una atmósfera de actitud vencedora es más importante que cualquier otra cosa. Es más importante que la historia de éxito o fracaso de la iglesia; más importante que el edificio, el presupuesto y la asistencia; más importante que la fama (o la mala fama). Es más importante que la generosidad de los miembros o la habilidad del pastor.

Lo notable es que podemos tomar una decisión, cada día, acerca de la actitud con que enfrentamos ese día. No podemos cambiar el pasado. No podemos cambiar el hecho de que las personas actuarán de determinado modo; no podemos cambiar lo inevitable. Lo único significativo que podemos hacer es escoger nuestra actitud.

Alegría contagiosa. Su actitud alegre en el trabajo del Señor puede permear a toda la congregación. Su entusiasmo y la creencia en la grandeza de Dios tienen una forma especial de influir a cada miembro de la congregación para cambiar la actitud de ellos en posibilidades y victorias. Deposite su fe en Dios. Comience observando los poderosos hechos de Dios, y su iglesia avanzará con efectividad y crecimiento saludable. Dios lo recompensará, de acuerdo con el tamaño de su fe y su visión. Él le dará una iglesia llena de alegría y fortalecida por la confianza en Dios.

¿Qué clase de pastor desea ser? ¿Lleno de excusas o lleno de fe y optimismo? Si tiene la actitud correcta, será capaz de adquirir las habilidades para el éxito, y Dios le dará los recursos necesarios. Alguien podría decir: “No conoce mi área, mi iglesia, las dificultades que estoy enfrentando, los conflictos que tengo”. El crecimiento de iglesia no se consigue sin esfuerzo ni es fácil. Pero, con Dios, todo es posible. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Él nos asegura que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (Mat. 28:20).

CÓMO HACER QUE SUCEDA

Fortalezca su fe. Estudie las acciones de Dios, en la Biblia y en la historia.

Viva la fe. Demuestre fe a través de sus palabras y sus actos. Hable siempre del poder de Dios.

Estima propia fortalecida. Cree una congregación entusiasmada, con una estima propia saludable y que crea que todo es posible. Celebre las bendiciones. Llame la atención de las personas hacia los actos de Dios en su iglesia. Celebre el crecimiento numérico de los miembros, y el aumento de las ofrendas y los diezmos. Dedique tiempo a las oraciones de gratitud que se centran en las realizaciones de Dios en favor de su iglesia.

Cambio de lenguaje. Aborde los problemas a partir de una perspectiva de la fe, nombrándolos como oportunidades y desafíos. No piense en los problemas como limitaciones, sino como ocasiones para ser creativo. Cambie la palabra “fracaso” por el bendecido riesgo. “Somos la iglesia que no teme intentar nuevas cosas para Dios”.

Reclutamiento de líderes. Escoja personas que tengan optimismo fundamentado en la fe y que crean en las posibilidades.

Una actitud optimista y de fe significa que, en lugar de dejarnos intimidar por los desafíos, esperamos la victoriosa intervención de Dios. Oramos por la conversión de muchos. Trabajamos en el poder del Espíritu Santo. Esperamos que Dios haga grandes cosas.

¿Cuáles son sus expectativas? Dios nos recompensará de acuerdo con ellas. Por lo tanto, espere grandes cultos, una fe grande, una gran Escuela Sabática, muchas personas, un crecimiento espectacular. Espere que Dios haga grandes cosas. Espere que lo ayude a alcanzar todo su potencial. Espere que las personas sean transformadas, a fin de que transformen el mundo y hagan grandes cosas para Dios.

“La oración y la fe harán lo que no puede lograr ningún poder en la Tierra. No necesitamos estar ansiosos y angustiados. El instrumento humano no puede ir a todas partes y hacer todo lo que se necesita hacer. A menudo, en la obra, se manifiestan imperfecciones; pero, si mostramos una confianza inquebrantable en Dios, sin depender de la capacidad ni del talento de los hombres, la verdad avanzará. Pongamos todas las cosas en las manos de Dios y permitamos que él haga la obra a su modo, según su propia voluntad, a través de quien él escoja. Dios usará a los que aparentan ser débiles, si son humildes. La sabiduría humana, a menos que sea contralada diariamente por el Espíritu Santo, demostrará ser insensatez. Debemos tener más fe y confianza en Dios. Él llevará a cabo la obra con éxito. La oración ferviente y la fe harán por nosotros lo que nuestra propia invención no puede hacer”.[3]

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Howard K. Batson, Common Sense Church Growth (Macon, GA: Smith & Helwys, 1999), p. 89.

[2] Elena de White, Hijos e hijas de Dios, p. 281.

[3] Elena de White, Manuscript Release (Silver gSpring, MD: E. G. White Estate, 1993), t. 8, p. 218.