El ayuno puede ayudar a los ministros a ser humildes
El automóvil se detuvo lentamente en el estacionamiento de la iglesia. La puerta se abrió y el pastor efectuó una serie de movimientos complicados para poder extraer un abdomen prominente de debajo del volante. Se impulsó con la mano derecha para salir de su coche y se dirigió, con mucho esfuerzo, hacia la puerta de su oficina, y se sentó detrás de su escritorio para dedicarse a poner en orden sus papeles durante el día.
Desafortunadamente, nuestra sociedad ha llegado a creer, e incluso a esperar, que el pastor sea un tipo subido de peso y en malas condiciones físicas. Existe, sin embargo, una disciplina cristiana que, si se la practicara, ayudaría, no sólo a eliminar los kilos de exceso que llevan en el abdomen muchos pastores, sino también a buscar la santidad con más éxito.
Jesús recomendó tres prácticas en el Sermón del Monte: ofrendar, orar y ayunar (Mat. 6:2, 5, 16). Los cristianos primitivos sentían que era su deber hacer todo lo posible por acercarse más y más a Dios. Consideraban estas tres prácticas como privilegios sagrados.
En cambio, al parecer, los predicadores del siglo han remplazado este trío por un dúo. Todavía alientan la oración y la entrega de ofrendas, pero el ayuno se ha perdido de vista en el tráfago moderno.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento se refieren al ayuno. En el Nuevo Testamento se usa la palabra nesteria. Es un término que deriva de ne, prefijo negativo, y esthio, que significa comer. Así que nesteria literalmente significa “no comer”. Las referencias a nesteria en el Nuevo Testamento incluyen Lucas 2:37; Hechos 14:23; Mateo 17:21; y Marcos 9:29. Nesteuo, que es la forma verbal de nesteria, aparece en Mateo 4:2; 16:17; Marcos 2:18, 20; Lucas 5:33-35; 18:12; y Hechos 13:2, 3. Tanto nesteria, como nesteou se usan con referencia al ayuno voluntario.[1]
Colin Brown interpreta nesteuo como refiriéndose a un estómago vacío, o abstenerse de cualquier clase de alimento por un tiempo limitado.[2] León Dufour presenta una sinopsis de lo que es y lo que no es el ayuno. Declara: “En el judaismo, a diferencia de otras religiones, el ayuno no es una práctica ascética —¿no es el alimento un don de Dios? Era el equivalente a una humillación del alma, una actitud o dependencia de Dios, para hacer lamentación o implorar un favor”.[3]
Una sencilla definición de ayuno sería: abstinencia voluntaria de cualquier clase de alimento por un período definido de tiempo con propósitos religiosos y santos.
El Antiguo Testamento se refiere al ayuno como la aflicción del alma. Una vez al año Moisés invitaba a los hijos de Israel a afligir sus almas. Durante este tiempo no se consumía ningún tipo de alimento, ni se hacía ninguna obra servil, pues los hijos de Israel debían reflexionar acerca de sus pecados.[4] Era una oportunidad para humillarse delante de Dios (Lev. 16:29-31; Núm. 29:7). En el libro de Joel encontramos que, ante la amenaza de un desastre inminente, todo el pueblo de Judá fue llamado a un ayuno nacional (Joel 2:12). Estos ejemplos demuestran que en el Antiguo Testamento el ayuno se refería a una abstención voluntaria de alimento por un período determinado de tiempo, con el propósito definido de humillarse delante de Dios o para invocar su misericordia. Era una abstención de alimento con la esperanza de evitar la ira de Dios. Se practicaba como un medio de adoración, pero nunca para ganar el favor de Dios. El ayuno constituyó una experiencia importante en la vida del pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. ¿Ha decrecido nuestra necesidad de ayunar con el paso del tiempo?
El ayuno y el control de peso
El control del peso es un verdadero problema para muchos predicadores. Sus hábitos alimentarios y su estilo de vida sedentario los han puesto en la desesperada necesidad de usar una faja. Es posible que la obesidad sea el mayor destructor de la salud física entre los ministros. Las enfermedades del corazón, la alta presión sanguínea, la diabetes y otras enfermedades que azotan a los ministros en la actualidad se originan, con frecuencia, en la obesidad.[5]
Sabemos que existe una estrecha relación entre la salud física, mental y espiritual. Las palabras de San Juan subrayan esta verdad: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2). Cualquier pastor que sufra una de estas enfermedades haría bien en considerar nuevamente la disciplina del ayuno. James Morrison declara: “Hay un sinnúmero de enfermedades que tienen su origen en la hartura, que podrían curarse con el ayuno”.[6] Si el ministro empezara a practicar seriamente la disciplina del ayuno, que en efecto, enseña el dominio propio, vendría un cambio, no sólo en sus hábitos alimentarios, sino en su salud y su peso. De hecho, después de tres días de ayuno, es posible comenzar a perder un kilo por día.
Durante un ayuno prolongado el cuerpo comienza a actuar como un gigantesco incinerador, quemando los desechos y tejidos decrépitos. Este proceso produce una pérdida de peso considerable, porque la grasa y los desechos constituyen gran parte del peso en las personas obesas. Con la disminución de peso del cuerpo el ministro debería ser capaz de saltar del vehículo con renovada energía para llevar a cabo su misión en el mundo. Wallis describe esta renovación como un proceso de limpieza que “normalmente produce, después de un ayuno prolongado, un brillo en los ojos, un aliento puro, una piel clara y esa sensación de bienestar físico. El aparato digestivo debiera funcionar como nuevo. Un obrero cristiano después de sólo cinco días de ayuno declaró: ‘Me siento como si hubiera comprado un estómago nuevo’. Un problema digestivo que había sufrido durante muchos años desapareció”.[7] Un cuerpo saludable ayuda a obtener una mente sana.
El ayuno y la humildad
Pero el ayuno es necesario por razones más importantes que sólo la obtención de salud física y mental. Los ministros de hoy afrontan muchos peligros. Para aquellos que viven en una sociedad opulenta el mayor peligro es la suficiencia propia. Por eso Dios advirtió a los hijos de Israel diciendo: “Y comerás y te saciarás, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios” (Deut. 8:10, 11). No existe ningún conflicto entre Dios y la comida. Pero cuando las necesidades temporales se satisfacen, hay una tendencia a olvidarse de Dios.
En estos tiempos los ministros llenos de suficiencia propia abundan en el mundo. Inflados con el helio del orgullo, proclaman: “¿No es ésta (iglesia) la gran Babilonia que yo edifiqué…?” (Dan. 4:30). Ningún orgulloso puede acercarse a Dios y menos trabajar para él. “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Sal. 34:18). Todo ministro debe aprender las lecciones de mansedumbre y humildad que Cristo enseñó.
El ayuno puede ayudar a los ministros a ser humildes. El ayuno en sí mismo no hace humilde a nadie, pero prepara el vaso para la obra santificadora del Espíritu
Santo. Es un acto exterior que ayuda a fortalecer espiritualmente y a promover un cambio interior. De este modo, el ayuno es un acto exterior de humillación que ayuda a aprender lecciones de humildad tan necesarias en la búsqueda de la santidad y la perfección.
“Entonces, el ayuno es un correctivo divino para el orgullo del corazón humano. Es una disciplina del cuerpo que tiene la tendencia a humillar el alma… Si la humildad es el ingrediente básico de la verdadera santidad, el terreno en el cual florece la gracia, ¿no sería necesario que de tiempo en tiempo, también nosotros, como David, humilláramos nuestras almas por medio del ayuno? Detrás de todos nuestros fracasos personales y pecados habituales, detrás de las enfermedades que infectan la comunión de nuestras iglesias y entorpecen los canales del servicio cristiano —la colisión de personalidades y temperamentos, las luchas y las divisiones— yace el insidioso orgullo del corazón humano”.[8]
El ayuno y la dirección divina
La obra del ministro, por su misma naturaleza, es la obra de Dios. Conocer la voluntad de su Hacedor, tener su dirección, es un asunto de la mayor importancia para el ministro consagrado. Las almas de muchos hombres y mujeres dependen, en gran medida, de su dirección. Por eso el ministro debe utilizar todo método posible para buscar la voluntad divina y su dirección. Tenemos evidencia de que en el Nuevo Testamento los apóstoles practicaron el ayuno como un medio para discernir la voluntad de Dios. “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hech. 13:2, 3).
No puedo menos que aceptar que la experiencia del ayuno propició tal comunión con el Espíritu Santo que entre ellos se creó un ambiente propicio para discernir la voluntad de Dios. No, el ayuno no garantiza la orientación espiritual; pero por medio de él nos colocamos en una situación que permite al Espíritu Santo tener más fácil acceso a nuestro corazón. El estómago está estrechamente relacionado con el cerebro para ayudar a los órganos de la digestión. Cuando el estómago está vacío, la energía disponible es utilizada por el cerebro. “Un estómago embotado significa un cerebro embotado”.[9]
Cuando Daniel, el profeta de Jehová, usó la disciplina del ayuno, Dios le reveló el futuro de su pueblo (Dan. 9: 2,3,21,22). Los ministros de hoy deberían seguir su ejemplo. Necesitamos conocer el plan de Dios para este mundo y para su pueblo. La pregunta todavía resuena: “¿Hay palabra de Jehová?” (Jer. 37:17). El ayuno propiciará para el ministro el mejor ambiente necesario para recibir la palabra de Dios sin mezcla de tradiciones humanas a fin de transmitirla a un mundo hambriento.
Sin embargo, debemos ser cuidadosos de no llevar el ayuno al extremo. Siempre existe el peligro de llegar a considerar el ayuno como un acto meritorio, es decir, usarlo como un medio para ganar el favor de Dios. Algunos cristianos creen que pueden acumular méritos mortificando el cuerpo.[10] Consideran el ayuno como un medio eficaz para ganarse el favor de Dios. Un punto de vista tal prueba que no se comprende debidamente el lugar de la parte humana en el plan divino de salvación. San Pablo declara: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8,9). Es nuestra necesidad la que nos recomienda ante Dios, no nuestro ayuno. Este no es más que una indicación externa de que reconocemos nuestra verdadera condición pecaminosa y vamos en busca de un Salvador.
Pero es preciso repetir que ningún acto externo es aceptable delante de Dios si no hay un cambio interno, si no hay humildad de corazón. Es por eso que el profeta Joel dijo al pueblo que rasgaran sus corazones y no sus vestidos (Joel 2:12). El aspecto más importante del ayuno es la condición del corazón. ¿Nos hemos humillado de verdad delante del Señor o simplemente hemos montado un espectáculo para exhibir nuestra piedad? Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mat. 6:16-18).
El ayuno es una disciplina privada que adoptamos, no para hacernos a nosotros mismos aceptables ante Dios, sino, simplemente, para revelar el deseo del corazón de tener una
comunión más estrecha con él.
El ejemplo de Jesús
Jesús, nuestro ejemplo perfecto, ¡lustró en su vida la necesidad y los beneficios del ayuno. En el mismo comienzo de su ministerio decidió pasar 40 días y 40 noches sin comer (Mat. 4:2). Estaba interesado en no permitir que nada interfiriera su comunicación con el Padre. Por medio del ayuno y la oración obtuvo fortaleza para la batalla, discernimiento de la Palabra y firme determinación para cumplir la obra de su vida. Pero ésta no fue la única ocasión en que nuestro Salvador ayunó. “Cuando Jesús se sentía más fieramente asediado por la tentación, no comía”.[11] Si nuestro Salvador, que era perfecto, sintió la necesidad de ayunar, ¡cuánto más nosotros, ministros débiles y pecadores, deberíamos sentir la necesidad de ayunar!
Y por último, los ministros, como nosotros, cuyo punto de vista escatológico de las Escrituras señala el inminente retorno del Señor, deberíamos estar particularmente conscientes de nuestra necesidad de ayunar. Joel y el pueblo de Dios ayunaron porque el día del Señor estaba a las puertas. Los habitantes de Nínive ayunaron porque la ira de Dios estaba a punto de derramarse sobre ellos. Daniel ayunó porque sabía que Dios iba a intervenir en favor de Israel. Pero Daniel vio mucho más. Vio lo que acontecería al final de la historia de esta tierra —y esta revelación lo postró en ayuno y oración.
Un día los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?’ Jesús les respondió: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores’’ (Mat. 24 4-8).
Los libros de Daniel y Apocalipsis revelan que el día del Señor está cerca. Vemos que las señales de las cuales escribió Mateo se están cumpliendo en nuestro derredor. Ahora, más que nunca, necesitamos ayunar. Pronto Dios derramará su ira sobre este mundo y muchas preciosas almas serán condenadas, a menos que nosotros podamos ayudarlas. Si hubo un tiempo en que como ministros necesitamos humillarnos por medio del ayuno y la oración, es ahora. Si hubo un tiempo en que necesitamos la dirección de Dios para poder guiar a su pueblo, es ahora. Si hubo un tiempo en que necesitamos estar físicamente aptos para cumplir una misión tan urgente y decisiva como la que se nos ha encomendado, es ahora.
Así que, hermanos ministros, continuemos con la práctica de orar y dar ofrendas, pero añadamos a nuestras prácticas cristianas la muy necesaria disciplina del ayuno.
Sobre el autor: RolandJ HUI es pastor de la Iglesia Adventista de New Covenant, en Memphis, Tennesse También es presidente de The Christian Financial Clinic (Climca Cristiana de las finanzas)t ministerio que se dedica a ayudar a los cristianos a comprender los principios bíblicos acerca del uso del dinero.
Referencias
[1] W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words (Old Tappan, N. J.: Fleming H. Revell, 1966), pág. 80.
[2] Colín Brown, The New International Dictionary of New Testament Theology (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1978), pág. 613.
[3] X. León Dufour, Dictionary of the New Testament (New York: Harper and Row Publ . Inc., 1980), pág. 191.
[4] D. R. Smith, Fasting. A Neglected Discipline (Fort Washington, Penn Christian Literature Crusade, 1972). pág. 13.
[5] Van Nostrand’s Scientific Encyclopedia (Cañada: D. Van Nostrand Co.. Inc., 1968), págs. 512, 881.
[6] A. Wallis, God’s Chosen Fast (Fort Washington, N.J.: Christian Literature Crusade. 1975), pág. 81.
[7] Id, pag. 83
[8] Id pags. 36,37.
[9] Ellen G. White, The Ministry of Healing (Mountain View, Calif.: Pacific, Press Publ. Assn , 1942), pág. 307.
[10] Smith, pág. 28.
[11] E. G. White, Testimonies for the Church, tomo 2 (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Asnn.. 1948), pág. 202.