Un estudio de 1 Corintios 11: 1-16

            Una de las bellezas del evangelio se encuentra en sus abarcantes efectos sobre las diversas áreas de la vida, y la principal es, por supuesto, la dimensión espiritual. Dentro de esta última se encuentra la conducta de los cristianos en el culto acerca de la cual las Escrituras contienen algunas indicaciones.

            De entre los pasajes que abordan el tema del comportamiento de los cristianos en el culto público se halla el que escribió el apóstol Pablo en 1 Corintios 11:2-16. Este pasaje ofrece algunas dificultades interpretativas que dan origen a diversas posiciones.

            Algunos miembros del pueblo de Dios han creído encontrar en este pasaje, en una interpretación literal, el apoyo que requieren para ordenar que las mujeres conserven el cabello largo. En otras comunidades cristianas se ha utilizado para exigirles el uso del velo, en el culto. Esta prenda de vestir se requiere especialmente al momento de presentarse al templo para participar en el culto público, por lo que se considera reprobable presentarse con el cabello corto y sin velo.

            Como resultado de llevar este concepto a la práctica, en algunos lugares se les han retirado los privilegios de la participación y se les han aplicado sanciones disciplinarias a las mujeres que no han acatado este patrón de conducta. Las mujeres en general, en esos lugares, han decidido acatar esa norma, seguramente por convicciones, aunque podría ser también para evitarse consecuencias desagradables.

            El propósito de este trabajo es ofrecer una posibilidad de interpretación de este pasaje apegada, según creemos, a la consistencia de la Escritura. Haremos un breve análisis de los vocablos que utiliza el apóstol y revisaremos en forma somera los usos y costumbres de la época que nos permitirán hacer una transferencia de sus significados neotestamentarios a la realidad social actual. Esto nos colocará en una posición que nos percutirá decidir lo más conducente en cuanto al uso del velo y del cabello de las mujeres en la iglesia.

Situación y contexto del pasaje

            La iglesia de Corinto, según las cartas que el apóstol Pablo le escribió, era una congregación que necesitaba instrucciones de carácter práctico para resolver los problemas que afectaban a sus miembros. Algunos de éstos eran las divisiones entre los hermanos, graves inmoralidades sexuales cometidas por algunos, cristianos que llevaban a otros a juicio ante los magistrados paganos, y la idolatría y los alimentos ofrecidos a los ídolos. Estos son los antecedentes del pasaje que nos proponemos estudiar.

            En el capítulo 11 específicamente se presentan dos temas que tienen que ver con la conducta de los adoradores en la iglesia: el problema del atavío de las mujeres en el culto público (vers. 2-16) y los abusos en la cena del Señor (vers. 17-34).

            Parte de los problemas que afrontaban los corintios era el resultado de una insistencia desequilibrada en su “libertad” como cristianos. Ellos creían que su relación con Cristo los libertaba de ciertas ligaduras sociales. Por ejemplo, comer carnes que habían sido ofrecidas a los ídolos. Seguros de que los ídolos no son nada en el mundo y que por lo tanto el comer la carne que se había ofrecido a ellos no les afectaba en nada ni física ni espiritualmente (vers. 25, 26), olvidaban que el amor de Cristo y la consideración por los demás puede limitar el ejercicio de la libertad de los cristianos. El consejo del apóstol es que si el ejercicio de mi libertad perjudica la conciencia “débil” de algún hermano (vers. 8,9, 19,28), glorificará a Dios que me abstenga de aquello que para mí no tiene ningún significado, a causa de mi libertad en Cristo, pero que puede ser “tropiezo” para otros (10:31- 33).

            Es con esta nota de precaución que se inicia el capítulo 11. Por la razón ya anotada, había algunas damas que no usaban el velo cuando iban a la iglesia y oraban y profetizaban con la cabeza descubierta (11:5). Es un hecho que esto ocurría en la iglesia, porque orar y profetizar eran actividades que se realizaban como parte del culto público (14:26). El planteamiento que hace el autor es que este proceder es impropio (11:13). Más adelante conoceremos sus razones.

            El tono que usa el apóstol al tratar este problema es restrictivo, pero no autoritario. Con mucha cortesía, y con el propósito definido de evitar una controversia (vers. 16), les señala que ni los apóstoles ni las iglesias de Dios tienen tal costumbre, y por lo tanto quiere instruirlos y enseñarles las doctrinas y costumbres para que las pongan en práctica, como ya lo habían hecho con otras instrucciones que les había dado (vers. 2).

            Lo que estaba ocurriendo en la iglesia de Corinto era sencillamente que algunas damas, con el propósito de manifestar su libertad en Cristo, no usaban el velo que era una práctica muy arraigada en la comunidad. No se sentían ligadas al compromiso social de portar el velo como ocurría con las otras mujeres. Tal actitud estaba generando un desequilibrio en la congregación, y las palabras de Pablo en nuestro pasaje ofrecen una solución.

El velo y el cabello

            La cultura local enmarca las declaraciones registradas en la Biblia y 1 Corintios 11:2- 16 no es la excepción.

            Dentro del vestuario de las mujeres había una prenda indispensable llamada el velo. Se trataba de una mantilla cuya medida podía variar, que cubría la cabeza, parte de los hombros y la espalda. El término que utiliza el vers. 15 se ha traducido como “velo”, pero puede vertirse también como “envoltura”. La idea era que las mujeres no debían aparecer en público sin esta prenda.

            Las damas podían clasificarse en varias clases según el uso de esta parte del vestuario:

  • aquellas que usaban el cabello largo y que al ir a la iglesia o al salir simplemente a la calle, se cubrían la cabeza con el velo.[1]
  • las de mala fama, que iban con la cabeza descubierta y con el cabello corto por todas partes. Nos referimos a las prostitutas.[2] Algo que quizá nos puede dar una idea adicional de la indecencia que implicaba el cabello suelto era que, en la ley levítica del celo, el sacerdote le descubría la cabeza a la mujer a cuyo marido le había entrado espíritu de celos (Núm. 5:18). Otros creen que esta indecencia la había manifestado también María, la pecadora, cuando secó con sus cabellos los pies de Jesús.[3] Y también sabemos que uno de los castigos que se aplicaban a las mujeres adúlteras era trasquilarlas.[4]
  • que transitaban siempre con la cabeza rapada.[5]

            A la luz de todo esto, es fácil comprender que las mujeres que osaban presentarse en público sin velo mostraban una imagen muy negativa de sus personas y de la iglesia. Por eso san Pablo justifica su razonamiento en los siguientes términos.

Explicación razonada del pasaje

            El consejo paulino presenta varias razones para restringir la libertad de las mujeres de Corinto. Ellas son:

  1. La mujer que usa el velo manifiesta sumisión a la autoridad del varón. Según Pablo, existe un orden jerárquico, no de naturaleza, sino de funciones, entre los seres. Cristo es la cabeza (Jefe o Señor[6]) del varón, el varón de la mujer y Dios de Cristo (11:3,8,9). Una forma de respetar los rangos de autoridad en aquella situación particular era usando adecuadamente el cabello y el velo (las mujeres con el cabello largo y cubiertas con el velo y los hombres cortándose el cabello). El hombre no debe dejarse crecer el cabello y menos cubrirse con el velo porque hacerlo es “deshonroso” (vers. 4,14), porque es “imagen y gloria de Dios”, mientras que la mujer es “gloria del varón” (vers. 7). En cambio, la mujer debe usar el velo y el cabello largo porque para ella no es deshonroso (vers. 5, 13)- Es claro que en aquella situación el velo era señal de la autoridad del hombre sobre la mujer (vers. 10). En otras versiones dice que el velo era señal de “sujeción”[7] o “dependencia”.[8]
  2. Cuando la mujer no usaba el velo causaba indignación a los ángeles. Esto se dice clara y directamente en el vers. 10. Existen varios significados posibles de la palabra ángeles. Puede referirse a los ancianos o dirigentes de la iglesia (Apoc. 2:21), otra posibilidad es que se refiera a los ángeles caídos (1 Cor. 6:3; 2 Cor. 11:14), pues éstos se gozan por la afrenta que resultará del hecho de que las mujeres asistan a la iglesia y oren en el culto con la cabeza descubierta. Pero la mejor solución parece ser que se refiera a aquellos seres celestiales que rodean el trono de Dios (Luc. 15:7, 10; 1 Tim. 5:21) para quienes sería vergonzoso observar lo que en aquella situación se vería como una grave falta de respeto en la casa de Dios.[9]
  3. La misma naturaleza, tanto del hombre como de la mujer, favorece el cabello corto para él y el largo para ella. La idea del apóstol es que dejarse crecer el cabello es lo propio y natural para la mujer (vers. 15), entre tanto que cortárselo es lo procedente para el hombre (vers. 14). Para la mujer, entonces, el cabello largo es como un velo natural. La frase “la naturaleza misma”, que se usa en el vers. 14, se puede entender también como “el orden natural de las cosas, lo que generalmente es aceptado por los seres humanos, la costumbre prevaleciente”[10], lo cual nos hace pensar que se trata de las costumbres de aquel tiempo. ¿Cuál? La costumbre griega, corintia, de aquellos días, cuando el hombre andaba con el cabello corto y la mujer con el cabello largo y cubierto. Pablo cierra su discurso en el vers. 16 diciendo que “si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”. Podría ser que alguien siguiera sosteniendo la idea de que la libertad en Cristo permitía a las mujeres andar y adorar en la iglesia con la cabeza descubierta y quisiera hacerlo motivo de controversia; pero Pablo les dice: Ninguno de nosotros los apóstoles y ninguna de “las iglesias de Dios” endosa esta práctica. ¿Quieren ustedes seguirla en contra del consejo apostólico y de la práctica aceptada de las iglesias de Dios?
  4. Ir contra la “naturaleza” también es “deshonroso” (vers. 14). Es decir, es una práctica antiestética y desmoralizante. Porque si el hombre se dejara crecer el cabello, se asemejaría a la mujer, “se afeminaría”.[11] Por otro lado, respetar el orden de la naturaleza [que en este caso podría referirse a las costumbres establecidas] es “propio” (vers. 13) y “honroso” (vers. 15). Es evidente que había involucrados en la práctica del uso del velo, valores como la decencia y el decoro, que son características de la apariencia cristiana (1 Tim. 2:9,10; 1 Pedro 3:1-6).

            En suma, una mujer cristiana que viviera en Corinto en aquella época no debía traspasar los límites sociales, alegando para ello su libertad en Cristo, porque podía acarrear oprobio y deshonra a Dios, sus ángeles y su pueblo en la tierra. Si en aquella cultura era una deshonra que una mujer anduviera con la cabeza descubierta y el cabello corto, porque la costumbre había identificado esta práctica con la indecencia y la impureza más ofensivas, entonces las mujeres cristianas debían cubrirse la cabeza con un velo siempre, y especialmente al participar en la adoración, por causa del buen nombre de Dios, su verdad y su pueblo.

Aplicaciones a las condiciones actuales

            Dicho todo lo anterior, es el momento de trasvasar los contenidos de aquella época a la presente, para constatar su correspondiente validez y grado de aplicación.

            Comenzaremos diciendo que el significado cultural que tiene el cabello hoy en día no es el mismo que en el tiempo de Pablo. En la cultura occidental el velo no es una prenda femenina obligatoria, que se deba portar en toda circunstancia, ni tampoco se considera indecente a la mujer que se corta el cabello o anda con la cabeza descubierta. Las adúlteras ya no son obligadas a raparse y ya no hay esclavas y por lo tanto ya no andan rapadas por la calle. Los tiempos modernos definen la indecencia con otras expresiones y términos cuyo análisis traspasaría los límites de este trabajo.

            Podemos decir que este es uno de esos escasos pasajes cuyo significado se circunscribe al tiempo y lugar al cual se destinó originalmente. Así lo expresa el Comentario bíblico adventista, cuando dice: “Pablo, en 1 Corintios 11:4-16, está razonando con los corintios en cuanto al principio de decencia y decoro religioso en términos de las costumbres peculiares de esos días… Partiendo, pues, de la deducción razonable de que Pablo se ocupa aquí de un principio basado en la costumbre de un país en determinado tiempo, podemos aceptar sus palabras como literales y significativas, sin llegar a la conclusión de que la aplicación específica que él hizo de ese principio en ese momento, deba aplicarse hoy día de la misma manera”.[12]

            Tan ciertamente como no se debiera exigir a las mujeres que se cubran la cabeza con el velo, tampoco debiera esperarse que trajeran el cabello largo todo el tiempo, pues aquella ordenanza se debía a circunstancias culturales y sociales locales. Los que tratan de imponer en la actualidad la práctica de que todas las mujeres anden “decorosa y propiamente” con su cabello largo, basados en el texto estudiado, ignoran que en el susodicho pasaje el problema no es el cabello sino el velo. Si de verdad se quisiera ser consecuente con lo que Pablo dice, se debería imponer la práctica de que las mujeres se cubran la cabeza con un velo cuando asisten al templo a la adoración. Pero como ya se demostró, no es aplicable en nuestros tiempos.

            Pablo no exalta al hombre por encima de la mujer. Dice que “en el Señor” la mujer no es sin el hombre, ni el hombre sin la mujer (l Cor. 11:11). Si bien la mujer fue creada por causa del varón, el nacimiento del varón se debe a la mujer (vers. 12). Con estas palabras Pablo coloca a la mujer en el sitio adecuado.

Conclusión

            A la luz de todo lo que hemos dicho hasta ahora, podemos afirmar que una aplicación moderna, literal o parcial, de lo que este pasaje enseña, se basa en la idea errónea de la superioridad del hombre sobre la mujer, que no se enseña aquí. Hacer del cabello largo, o del uso del velo, una prueba de discipulado para la mujer, no tiene respaldo bíblico. A quienes hacen de esto un motivo de controversia, podemos decirles como el apóstol: “Nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco las iglesias de Dios”.

            El amor y la abnegación, que ponen a Dios y a su causa por encima de los intereses o la comodidad personales, fue lo que hizo obligatorio el uso del velo y el cabello largo para las mujeres en aquella cultura. El mismo espíritu puede inducimos a decir también a nosotros: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen…” (1 Cor. 6:12). “Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, se ofenda o se debilite” (Rom. 14:21).

Sobre el autor: tiene una licenciatura en teología y una maestría en educación de la Universidad de Montemorelos. Actualmente es maestro de teología en la Universidad de Montemorelos, campus Colegio Lindavista, Chiapas, México.


Referencias:

[1] Ralph Gower, Nuevo Manual de usos y costumbres de los tiempos bíblicos (Grand Rapids, Mich.: Editorial Portavoz, 1990), pág. 20.

[2] Fred H. Wright, Usos y costumbres de las tierras bíblicas (Grand Rapids, Mich.: Publicaciones Portavoz Evangélico, 1981), pág. 103.

[3] Fred H. Wright, Usos y costumbres de las tierras bíblicas (Grand Rapids, Mich.: Publicaciones Portavoz Evangélico, 1981), pág. 103.

[4] Luis Bonnet y Alfredo Schroeder, Comentario del Nuevo Testamento, tomo III (Buenos Aires: Casa Bautista de Publicaciones, 1974), pág. 271.

[5] Siegfried H. Hom, Seventh-day Adventist Bible Dictionary (Washington, D. C.: Review and Herald Publishing Association, 1960), s.v. “veil”. También la Santa Biblia, versión Reina-Valera 1977, en una nota comentando 1 Cor. 11:15, señala lo siguiente: “Las mujeres… esclavas, que iban rapadas”.

[6] Barclay M. Newman, Je, A Concise Greek- English Dictionary of tbe New Testament (Londres: Sociedades Bíblicas Unidas, 1971), s.v. kefalé..

[7] La Biblia de Jerusalén.

[8] La Biblia Latinoamericana.

[9] Charles F Pfeiffer y Everett F. Harrison, eds., Tbe Wycliff Bible Commentary (Chicago: Moody Press, 1972), pág 1247.

[10] Francis D Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 6 (Boise, ID.: Publicaciones Interamericanas, 1988), pág. 753-

[11] José Mana Bover y Francisco Cantera Burgos, trad., Sagrada Biblia, comentario anotado en 1 Corintios 11:2-16.

[12] Op. Cit, pág. 749