Toda idea que tengamos acerca del sufrimiento de alguien es mera conjetura. Así, necesitamos escucharlo más de lo que él necesita escucharnos a nosotros.

El arte de escuchar puede ser un desafío para pastores que están frecuentemente ocupados y preocupados por la preparación de sermones, por reuniones de comisión, por sus problemas personales y por toda una serie de otras cuestiones. A pesar de eso, los miembros de la iglesia necesitan tener la confianza de que el pastor los escuchará, especialmente en tiempos de necesidad.

Los pastores habilidosos y competentes no solo oyen, sino también escuchan activamente. Escuchar activamente incluye empatía, que es la capacidad de dejar de lado pensamientos, agenda y sentimientos personales, para entrar en el mundo de la otra persona. Ese modo de escuchar lo capacita a uno a ver las preocupaciones de la otra persona a partir de la perspectiva de esta. Los pastores con personalidad fuerte, o aquellos cuyo principal foco está en alguna otra cosa, encontrarán difícil poner esto en práctica. La disposición a escuchar activa y compasivamente también puede ser extraña a muchos pastores porque, en algún momento, ellos mismos necesitaron ser escuchados y no tuvieron a nadie que los ayudara. Para ser buen pastor del rebaño, es necesario aprender a escuchar activa y compasivamente.

Entrenamiento

Una de las dificultades para escuchar activamente es que esta capacidad no ha sido enfatizada en la educación teológica. Los pastores aprenden a ser exégetas y predicadores; la habilidad para escuchar, por lo que parece, ya es un presupuesto. Por el hecho de que pocas personas saben predicar naturalmente, se requiere que los pastores sean entrenados en homilética. De ellos también se espera que desarrollen habilidades exegéticas; por eso, necesitan estudiar la Biblia. Pero ¿a cuántos se les enseña el arte de escuchar?

Dado que, en verdad, se trata de una habilidad compleja, el arte de escuchar no siempre es adquirido naturalmente. Por ejemplo, Jesús muchas veces habló acerca de su crucifixión, pero los discípulos, al parecer, no eran buenos oyentes, pues demostraron no haber comprendido ese punto. Los pastores contemporáneos incluso pueden sentir que son buenos oyentes pero, probablemente, estén limitados en esa habilidad, a menos que cultiven intencionalmente la capacidad de escuchar.

La vasta literatura sobre el tema normalmente anima a las personas a dejar de lado preconceptos, ideas, opiniones personales y la tendencia natural a hablar, y sencillamente escuchar. Esta es una disciplina que requiere educación. Entre algunos de los fundamentos del arte de escuchar podemos mencionar un contacto visual honesto, un lenguaje corporal que revele atención, el estilo vocal apropiado y una actitud calma.

Tal vez, una barrera que impide escuchar eficazmente sea el hecho de que ese trabajo no es típicamente recompensado como lo son las actividades que conducen al bautismo, recolección de recursos y la presentación de buenos sermones. Además, los pastores, conocidos generalmente como personas inteligentes, se ven tentados a hablar en lugar de escuchar. La inseguridad pastoral y la necesidad de parecer competente o de tener el control de la situación pueden ser otras barreras para el arte de escuchar eficazmente. También puede ser que los pastores luchen contra su propio sufrimiento y no se sientan cómodos al escuchar a otros.

Cómo cuidar los corazones

Cuando los pastores enfrentan situaciones ante las que no saben cómo actuar ni qué decir, pueden sentirse desamparados. Ese sentimiento de impotencia también puede llevar a la conversación superficial que reemplaza la actividad de escuchar activamente. Como pastor, capellán y ser humano, he sentido ese desamparo, especialmente cuando tengo que ver a personas que están muriendo u observar a un equipo médico que intenta resucitar a alguien. En tales ocasiones, las personas necesitan de un corazón oyente compasivo, más que de una mente racional, intelectual y hablante, que muy probablemente dirá trivialidades o algo peor.

Durante el ejercicio de mi pastorado en cierto lugar, asumí la tarea de construir un nuevo templo. Cierto día, mientras dialogábamos sobre el tema con algunos hermanos, una anciana vociferó fuertemente que no estaba de acuerdo con el proyecto, argumentando que las antiguas instalaciones eran excelentes. Escuchando con atención,

pude comprender que su oposición contenía, parcialmente, un deseo de compartir recuerdos de bautismos, funerales de personas queridas y casamientos realizados en el viejo templo. Dejé de lado mi agenda para poder escucharla. Eso me tomó mucho tiempo pero, a medida que la escuchaba pacientemente recontar sus recuerdos, todos percibieron que su oposición al nuevo templo iba menguando.

Escuchar se hace especialmente vital cuando las personas experimentan algún sufrimiento. Como también, a veces, experimentamos una situación igual, asumimos que las comprendemos; y una forma clásica de consolar a las personas es decir: “sé cómo te sientes” o “comprendo por lo que estás pasando”. En verdad, esas frases pueden hacer sentir a la persona que sufre todavía más incomprendida y solitaria. Es más apropiado decir: “No puedo imaginar lo que estás experimentando ahora, pero quiero que sepas que estoy aquí contigo y que estoy abierto para escuchar, si quieres compartir tu experiencia”.

En un caso reciente, una señora anciana quedó sencillamente desolada cuando su esposo murió en un accidente automovilístico. Durante el funeral, un miembro fiel de la iglesia intentó consolarla con estas palabras: “Sé cómo se siente. Mi hijo fue atropellado por un automóvil y murió, hace dos años”. Evidentemente, ese fue un intento de ayuda. Pero, esa persona, ¿expresó simpatía hacia la viuda o trató el asunto a partir de su perspectiva? Ciertamente, fue la segunda opción. Ningún caso es idéntico, sin importar cuán similares parezcan ser. Las personas son diferentes y reaccionan de maneras diferentes frente a tragedias aparentemente iguales. Al mismo tiempo, supongo que aquella esposa angustiada buscaba la ayuda de su pastor. ¿Cuán útil sería comenzar a hablar acerca de la existencia de Dios, la realidad del mal, las nociones del amor de Dios o de algún otro tema similar? No ayudaría mucho. La viuda no estaría preguntando por la teología del sufrimiento humano; necesitaría de cuidado, preocupación; ser escuchada. En ese caso, sermonear no es correcto. En contraste, escuchar activamente no es solo apropiado, sino también crucial. El acto de escuchar comunica la preocupación humana que, a su vez, demuestra la preocupación divina. Escuchar demuestra preocupación activa, no solo de palabras.

Simplemente, oiga

Recuerdo que, cuando era un joven pastor, estaba siempre listo para defender a Dios, pero renuente a escuchar a las personas. Ese es un trabajo arduo, que demanda toda la atención de alguien y exige mucha energía mental. Los pastores pueden haber escuchado y comprendido las palabras de una persona, pero ¿comprenden realmente lo que siente y cómo los sentimientos han impactado en la vida de ella? Escuchar activamente incluye intentar identificar las emociones y las preocupaciones de una persona, pero sin comunicar la idea de “sé lo que está sintiendo o sucediendo”. Por esto, con frecuencia no comprendemos por lo que está pasando una persona.

Toda idea que tengamos acerca de lo que otros están experimentando es mera conjetura. Esa comprensión debe ayudarnos a vaciar los preconceptos de nuestra mente y ser cuidadosos en la manera en que nos acercamos a las personas angustiadas. Eso significa que debemos tener cuidado con lo que vamos a decir, escogiendo las palabras más apropiadas. Las personas a las que ministramos saben mejor lo que están sintiendo. Así, necesitamos escucharlas más de lo que ellas necesitan oírnos.

Los pastores están en una posición privilegiada para cuidar y escuchar. Ningún otro profesional que lidia con las personas tiene un acceso tan íntimo a la vida de ellas. Así, el único papel de quien presta cuidado debe ser maximizado para escuchar activa y empáticamente.

“Escuchar, escuchar, escuchar, y luego escuchar más, antes que cualquier acción o dar consejo”.[1] Es escuchando que conquistamos el derecho de hablar. El arte de escuchar es exigente, es un don extraordinario y requiere humildad. La Biblia nos enseña: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3, 4). En otras palabras, escuchar activamente requiere renuncia del yo en favor de alguien, la aceptación del otro, respeto por el otro y animarlo a hablar.

Un componente primario del arte de escuchar incluye evitar cambiar de tema. Este arte también demanda que nos sintamos cómodos tratando temas como la muerte, la ira, el sufrimiento, la confusión y la culpa. Muchas veces, los pastores son muy rápidos para hablar, citar textos bíblicos, orar y desviar la conversación hacia lo que creen que el Señor desea que el pueblo sienta, piense y diga. Pero lo último que una persona necesita es que alguien cambie de conversación, alejándose de lo que le causa sufrimiento, dolor y preocupación, para centrarse en otro tema ajeno a sus circunstancias.

Otro componente del arte de escuchar incluye el conocimiento y la concientización de las diferentes culturas, genéticas, personalidades y vivencias religiosas. Por ejemplo, el contacto visual entre nativos del sudoeste norteamericano puede significar un acto hostil. La distancia física entre dos interlocutores puede variar de una cultura a otra (las personas de Oriente Medio tienden a mantener una distancia menor entre ellos que a lo que muchos occidentales están acostumbrados), al igual que la tonalidad de la voz también varía entre algunas culturas.[2] Necesitamos evitar estereotipos, y es muy benéfico permanecer atentos a las diferencias en la comunicación.

Hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar” (Ecl. 3:7). Los consejeros habilidosos necesitan comprender teorías y metodologías, y deben ser capaces de hablar confidente y prudentemente para intervenir durante ocasiones de trauma psicológico y espiritual. Mientras tanto, muchos pastores probablemente perfeccionarían su ministerio hablando menos y escuchando más.

¿Está escuchando activamente a su rebaño? El corazón humano, a veces, oscila entre la alegría y el sufrimiento. Todos tienen historias para contar y emociones para compartir. Al escucharlos activamente, extiende la gracia de Dios a los que necesitan apremiantemente de ella. Usted puede ser un gran agente de cura. ¿Hay algo más pastoral que eso?

Sobre el autor: Capellán en el Memorial Herman Hospital, Houston, Texas, Estados Unidos.


Referencias

[1] Alien E. Ivey, Norma B. Gluckstern y Mary Bradford Ivey, Basic Attending Skills (North Amherst, MA: Microtraining Associates, 1997), p. 6.

[2] Ibíd, p. 20.