Las instrucciones de Pablo a Timoteo tiene mucho que enseñarnos sobre el discipulado eficaz
El apóstol Pablo tenía la visión y la pasión de un profeta (1 Cor. 13:9), la mente de un erudito (2 Ped. 3:15, 16), el corazón de un evangelista (1 Cor. 1:18-25; 2 Tim. 4:1-8), la disciplina de un soldado (2 Tim. 2:1-13), la devoción de un amigo (1 Tes. 5:26) y el fervor de un reformador (Rom. 12:1, 2).
Él mismo se presentó como heraldo (1 Cor. 9:27), apóstol (Rom. 1:1; 1 Cor. 1:1; Tito 1:1) y maestro (2 Tim. 1:11). Heraldo, por cuanto su obligación era proclamar los mandatos del que representaba; apóstol, porque ha sido llamado, establecido y enviado por Dios; y maestro, porque tenía que enseñar a aquellos para quienes ha sido designado.
La historia de Timoteo y de Tito; la de la cadena de multiplicación espiritual iniciada en el apóstol y continuada por Aquila, Priscila, Apolos y los creyentes fortalecidos de Acaya (Hech. 1:1-4; 24-28); y la concepción paulina sobre los dones del Espíritu, ilustran que el apóstol entendía y vivía la comisión de hacer discípulos. Por intermedio de la proclamación, el bautismo y la enseñanza, buscaba siempre cumplir con el propósito divino de hacer discípulos. Pablo no era un solitario evangelista, sino el comandante de un grande y creciente círculo de misioneros.
Pablo entendió también que no solo él como apóstol, sino todos los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros son depositarios de dones que Dios dio a la iglesia. Todos son enviados para equipar, entrenar y discipular a los creyentes para el crecimiento de la iglesia y el cumplimiento de la misión. Estos ministerios fueron designados por Dios.
Para la teología paulina, la misión apunta no solo a lograr conversiones, sino también a formar discípulos. Después de todo, esa es la premisa básica de la gran comisión evangélica (Mat. 28:19, 20). Por lo cual, es imperativo trabajar para producir individuos capaces de enseñar a otros y generar nuevos discípulos. Pablo mismo mencionó su ejemplo cuando escribió a los corintios: “sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1).
“Pablo sabía que su vida estaba insegura, y temía que aquel llegara demasiado tarde para verlo. Tenía consejos e instrucciones importantes para el joven misionero, a quien se le había entregado tan grande responsabilidad; y mientras lo instaba a que viniese sin demora, dictó su postrer testimonio, ya que posiblemente no se le permitiera vivir para pronunciarlo. Con el alma henchida de amante solicitud por su hijo en el evangelio y por la iglesia que estaba bajo su cuidado, Pablo procuró impresionar a Timoteo con la importancia de la fidelidad a su sagrado cometido” (Los hechos de los apóstoles, p. 397).
Aquí vemos un proceso de discipulado en red. Por su experiencia y por inspiración divina, Pablo, ahora un pastor entrado en años y preparado para partir, se preocupó por orientar a Timoteo, un joven pastor, confirmando su ministerio.
Discípulo y discipulador
Timoteo era natural de Listra. Hijo de madre judía y padre griego (Hech. 16:1). Tanto su madre como su abuela ejercieron un papel importante al transmitirle la fe y las enseñanzas de la Palabra de Dios (2 Tim. 1:5; 3:14, 15). Parece haberse convertido al cristianismo en el viaje misionero de Pablo a su ciudad (Hech. 14). En su experiencia pastoral, fue líder de las iglesias de Éfeso. Al analizar los escritos de Pablo dirigidos a Timoteo, podemos observar los siguientes énfasis discipuladores:
Cuida la doctrina (1 Tim. 1:3-11). El contenido del mensaje fue central en el accionar de Pablo. Con el mensaje no se negocia. Puede y debe ser adaptado a cada lugar y cultura, pero debe ser guardado en su pureza original. No es nuestra responsabilidad fabricar el pan. El pan vivo viene del Cielo; es nuestro privilegio y responsabilidad comer de ese pan y compartirlo con fidelidad.
Por eso, Pablo dice a Timoteo que ordene que no enseñen una doctrina diferente, que no presten atención a fábulas o cuentos rabínicos ficticios, ni se enreden en interminables genealogías. La fe no debe ser construida sobre la discusión y el disenso sino edificada sobre la buena Palabra de Dios. No alcanza con ser expertos y teóricos conocedores de la ley y la gracia. El Señor espera que tengamos una relación experimental con el Autor del mensaje. Salvos por su gracia para vivir en armonía con su voluntad. Este es el evangelio; este es el cuidado de la doctrina. Sin duda, el discipulado es relacional; pero, en primer lugar, es relacional con el Señor y su doctrina.
Ora por todos (1 Tim. 2). Pablo exhorta, apela a que se hagan oraciones, ruegos, peticiones y acción de gracias por todos. Por creyentes y no creyentes, incluso por los que en apariencia no merecen ser destinatarios del evangelio. Por los que están y no son, por los que son y no están, por los que una vez estuvieron o por los que nunca estuvieron.
Los argumentos de Pablo son simples y contundentes: Dios quiere que todos los hombres sean salvos. Todos tenemos un único Dios y Mediador. Jesús murió para redimir a toda la humanidad. Es para esto que Pablo considera haber sido constituido predicador: el heraldo que transmite de manera oficial un mensaje real; apóstol originado y enviado por voluntad de Dios; y maestro discipulador de los gentiles, es decir, de todas las naciones.
Discipular en red (1 Tim. 3; 2 Tim. 2). Pablo enfatiza 16 cualidades personales y espirituales de los pastores, los ancianos y los diáconos. Actitudes y aptitudes que son indispensables para formar un liderazgo discipulador y multiplicador. Pablo dice que “es necesario”; es decir, que el líder debe vivir el mensaje que comparte, si quiere inspirar y preparar a otros para vivir el mensaje y cumplir la misión. Y así, la fidelidad de la iglesia se transforma en columna y defensa de la verdad proclamada.
Pablo apeló a Timoteo, un joven y tímido pastor, para que fuera ejemplo en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Que se esforzara en la gracia del Señor. Esta actitud y preparación individual y colectiva sirve de base para un discipulado en red. El discipulado en red está claramente expresado en 2 Timoteo 2:2: Pablo lo compartió públicamente, en presencia de muchos testigos. Timoteo, el discípulo de Pablo, debe ser un discipulador. Debe mostrar actitud, y ser fiel, idóneo y apto para enseñar a otros. Aquellos que están siendo discipulados reciben la instrucción, por precepto y ejemplo, y actúan de idéntica forma, garantizando el proceso multiplicador.
Sacrifícate como soldado (2 Tim. 2). Para discipular, es necesaria una entrega completa a la misión. La lealtad y el compromiso son requisitos básicos para el servicio de un verdadero soldado. Ninguno que combate en la causa del Maestro se enreda en otros negocios. Nada debe distraerlo, dividir su tiempo ni desgastar sus energías. El servidor de Jesucristo debe dedicarse a la única y gran misión de predicar el evangelio. Es cierto que, como en el caso de Pablo al fabricar tiendas, a veces es necesario ocuparse de alguna actividad secular. Pero incluso en ese caso, no es sino un medio necesario para el gran fin de predicar con eficacia el evangelio. La principal preocupación del ministro del evangelio debe ser agradar y servir a aquel que lo llamó para cumplir la misión. Sin embargo, el discipulado tiene un alto precio, y como soldados alistados en el ejército del Señor tenemos que estar dispuestos a pagarlo. “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay hombres que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda una vida; esos son los imprescindibles” (Bertold Brecht).
Persevera como un atleta (2 Tim. 2). Para que un entrenamiento se realice con garantías, es necesario respetar el “principio de cargas progresivas”. El deportista necesita un período de adaptación a cada nueva tabla de ejercicios. Además, es fundamental empezar de menos a más, permitiendo al organismo la asimilación del trabajo realizado para evitar problemas de sobrecarga o lesiones producidas por la fatiga.
Para el entrenador, es fundamental la seguridad durante la práctica de los entrenamientos. Las caídas nunca deben ocurrir en terrenos duros; además, los entrenadores deben ayudar durante la ejecución del ejercicio, vigilando en todo momento para evitar lesiones. Por otro lado, es fundamental la individualización de los entrenamientos, ya que cada deportista presenta cualidades y características diferentes. El entrenador debe conocer la capacidad de cada deportista.
El entrenamiento que garantiza la salud del deportista se debe apoyar en dos pilares: la preparación general de todas las capacidades físicas básicas del deportista y el entrenamiento específico que desarrolle las cualidades físicas más empleadas en cada deporte. Se requiere perseverancia, tanto del atleta como del entrenador. Esta misma perseverancia y persistencia se requiere en la formación de un discípulo.
Confiar como el labrador (2 Tim. 2). El labrador es aquel que camina la tierra con los ojos puestos en el cielo. Hace su máximo y su mejor esfuerzo, pero también espera en el Señor. Conoce los tiempos, cerca el campo, desmaleza, ara la tierra, siembra, cultiva, riega, poda, combate las plagas y espera la lluvia a su tiempo. Después, viene la germinación. Por último, en una sociedad de confianza en Dios, levanta la cosecha. El discipulado es una verdadera aventura de fe y confianza en aquel que nos ve no como somos sino como llegaremos a ser transformados por su gracia.
Aguarda la recompensa (2 Tim. 4). Pablo tiene una súplica final para Timoteo. Es una súplica encarecida, con Dios de testigo, a predicar la Palabra, “a tiempo y fuera de tiempo” (2 Tim. 4:2). El anciano apóstol sabe que su fin está cerca. Prisionero en la oscura Cárcel Mamertina de Roma, con la sentencia ya dictada y próxima a ser ejecutada, puede afirmar con convicción que como buen soldado ha peleado la buena batalla; como perseverante atleta ha corrido la carrera; y como labrador confiado ha guardado la fe.
De dos cosas está seguro: hay una corona guardada para él, el discipulador, y para el discípulo y discipulador Timoteo. Y no solo para ellos, sino también para todos los que aman tanto a su Maestro y su venida que son discípulos y hacen discípulos; sondiscípulos y discipuladores.
“¿Apreciáis tan profundamente el sacrificio hecho en el Calvario que estáis dispuestos a subordinar todo otro interés a la obra de salvar almas? El mismo intenso anhelo de salvar a los pecadores que señaló la vida del Salvador se nota en la de su verdadero discípulo. El cristiano no desea vivir para sí. Se deleita en consagrar al servicio del Maestro todo lo que posee y es. Lo impulsa el deseo inefable de ganar almas para Cristo” (¡Maranata! El Señor viene, p. 99).
Sobre el autor: vicepresidente de la Iglesia Adventista para América del Sur