Es sumamente evidente para todos nosotros que el tema central de la Conferencia Bíblica es el Señor Jesucristo, a quien estamos contemplando como Salvador de nuestros pecados, y cuya muerte en la cruz es el pináculo de la doctrina cristiana, la culminación señalada por el Antiguo Testamento mediante sus símbolos y ritos, del cual surge el Nuevo Testamento con su glorioso Evangelio de la gracia.
Desearía hablar sobre eso esta noche, pero tengo otro cometido, esto es: presentar la perversión de estas verdades y señalar cómo Satanás, el falso cristo, y la apostasía que ha estado dirigiendo a través de las edades, ha tratado de torcer toda verdad relacionada con la revelación de la naturaleza de Cristo y de su obra. Como buen soldado, he obedecido y aceptado este encargo.
Y es necesario tocar este tema. La historia nos enseña lo que significa desobedecer a Dios y rechazar la expiación del pecado por medio de Jesucristo.
Esta es la verdadera tarea de la historia. La historia es un arte; pero es más. La historia es una expresión cultural; pero es más. Correctamente estudiada, la historia nos dice lo que es la vida. Nos lo dice en términos positivos o nos lo dice en términos negativos.
Una persona sin sentido de la historia es como un hombre sin memoria. Para el que sufre de amnesia, cada día es una experiencia confusa, que por lo común termina en frustración y a menudo en desastre. Pero un hombre que posee memoria y las personas que tienen un sentido de la historia comprenden lo que ocurre día tras día, porque cada día se ve como sobre una pantalla, en el pasado, teniendo la historia como telón de fondo.
Desgraciadamente, la historia registra muchos más fracasos que éxitos. No puede ser de otra manera en un mundo que ha caído en el pecado. Estudiar al anticristo, profetizado en las Escrituras y verificado en la historia, significa detener la vista en un cuadro sombrío. Pero no podemos perder las lecciones que nos brinda este oscuro cuadro. Debemos contemplarlo y aprender las enseñanzas que nos ofrece.
La definición del término “Anticristo” y su aplicación
La palabra “anticristo” (antijristós) aparece sólo cuatro veces en la Biblia:
1 Juan 2:18, 22: El anticristo ha de venir, pero hay muchos anticristos. El anticristo niega al Padre y al Hijo.
1 Juan 4:3; 2 Juan 7: Anticristo es aquel que niega que Jesucristo es venido en carne.
El empleo que Juan hace del término “anticristo” es general, y aplicable a todos los opositores de Cristo. En este caso lo emplea sin duda para aludir a los docetistas, que enseñaban que Cristo era sólo una “aparición” o una “apariencia” en la tierra, y a los gnósticos, que enseñaban que Cristo no era sino una manifestación más de una serie de emanaciones provenientes del Espíritu divino.
Sin embargo, los comentadores, desde los tiempos apostólicos, han aplicado el término a los falsos cristos prenunciados por el Señor mismo (Mat. 24:24). El “hombre de pecado” de Pablo (2 Tes. 2:3) [1], “aquel inicuo” (vers. 8) mencionado en singular, son declaraciones que siempre se han considerado como profecías relativas al anticristo. Las bestias de las profecías, particularmente las de Apocalipsis 13 y 17, han sido identificadas con el anticristo, como asimismo el blasfemo y perseguidor “cuerno pequeño” de Daniel 7.
Ya en lejanos días, los padres de la iglesia hicieron una aplicación más personal de este término. Algunos de ellos llamaron Anticristo a Nerón. Otros sostuvieron que esta designación se aplicaba a un hombre que debía aparecer en el futuro, investido de poder satánico y en conflicto contra Cristo y sus seguidores. Esta fue la opinión mantenida durante toda la primera parte de la Edad Media. [2]
En el siglo X se hizo una aplicación más inmediata y local. En un ataque escrito dirigido contra el papa Juan XV, en el concilio de Reims, Francia, celebrado en el año 991, el autor, probablemente Arnulfo, obispo de Orleáns, o Gerberto, que más tarde llegó a ser el papa Silvestre II, sostuvo que un futuro papa, “carente de caridad e hinchado con su ciencia,” iba a ser el anticristo. Fue Joaquín de Floris, en el siglo XII quien por primera vez sugirió que el anticristo aparecería como universalis pontifex, (el pontífice universal) y que ocuparía la sede apostólica [3]. Un contemporáneo suyo, Amalrico de Bena, fue el primero en aplicar este nombre al papa, es decir, al sistema papal [4].
Los alemanes, en la última parte de la Edad Media, contemplando con amargura la querella de las investiduras que se libraba entre los emperadores alemanes del imperio occidental, le dieron a Gregorio VII, enemigo del emperador Enrique IV, el nombre de anticristo. Más tarde los valdenses consideraron al papado como el anticristo, y en esto fueron imitados por los husitas, en Bohemia, y por Wiclef y los lolardos, en Inglaterra.
Los hombres de la Reforma siguieron esta interpretación. Lutero, Calvino, Zwinglio, Melanchton, Bucer, Beza, y prácticamente todos sus discípulos llamaron anticristo al papa.[5]
En todos los casos en que los escritores católicos han tratado este tema, han sostenido la opinión de que el anticristo es una persona. Para algunos era uno de los emperadores romanos paganos y perseguidores, tal vez Nerón. Inocencio III, que vivió entre los siglos XII y XIII, declaró que Mahoma era el anticristo. Otros han adoptado la opinión de los padres, en el sentido de que el anticristo es una persona dotada de poderes satánicos, y que aún está por manifestarse.[6]
En general, los protestantes fundamentalistas de los Estados Unidos siguen esta enseñanza católica. En efecto, han elaborado todo un sistema de teología en torno al anticristo. Será según ellos, un personaje malvado, que de acuerdo con el parecer de algunos nacería de la unión impía del demonio con una hermosa mujer de origen judío, y quien, “a la mitad de la semana”—de la semana septuagésima, de Daniel 9—asumirá el gobierno de la tierra por 1.260 días, a saber tres años y medio, después de que Cristo haya arrebatado a los santos de la tierra. Al final de la última parte de esa semana de años, Cristo derrotaría al anticristo e inauguraría el milenio de paz sobre la tierra.[7]
Para los adventistas el anticristo es ante todo y fundamentalmente Satanás, el primer rebelde contra Cristo,[8] quien, justamente antes de la segunda venida, tratará de aparecer como Cristo en la tierra,[9] y que será destruido, después de los mil años, en el lago de fuego (Apoc. 20:10).[10] Este anticristo es el dragón de la profecía, y sus seguidores, organizados para actuar en los asuntos políticos o religiosos del mundo, están simbolizados en la profecía por diversas bestias.
No obstante, el anticristo es conocido por los adventistas amplia y generalmente como el papado, representado por el ‘‘cuerno pequeño” de Daniel 7, y la “bestia” de Apocalipsis 13. El anticristo satánico aparece en la historia de la iglesia cristiana y bajo el disfraz del erróneamente llamado vicario de Cristo, el papa, hasta que se presente a sí mismo como el falso cristo.
En el gran conflicto entre Cristo, y Satanás como anticristo, se mencionan específicamente cuatro grandes y terribles manifestaciones de la bestia en la historia teológica:
1. Satanás, la bestia por excelencia, quien usó a la serpiente, esa hermosa criatura tan diferente de las víboras que conocemos comúnmente [11], para engañar a la primera pareja en el Edén. De allí que al dragón se lo llame también serpiente (Apoc. 12:3, 9, 14-17).[12] La historia de Satanás se presenta en las Escrituras como una serie de apostasías, expulsiones y degradaciones, de terribles consecuencias para el hombre [13]. El dragón satánico es una bestia compuesta de porciones de todas las otras bestias proféticas. (Apoc. 12:3.)
2. La suma de todas las apostasías humanas ha sido descrita entre otros por Pablo en un cuadro de desoladora maldad (Rom. 1:18-32; 3:5-20) [14]. Al revelar esta apostasía, los profetas señalaron a ciertas naciones como particularmente enemigas del pueblo de Dios. El profeta Daniel describe especialmente a cuatro de ellas bajo el símbolo de bestias (Dan. 7:3-8, 17-28; 8:3-8, 20-22) [15]. Son las siguientes:
a. Babilonia, el Imperio Neobabilónicos, el león de Daniel 7, descrito previamente como la cabeza de oro en la imagen de la visión de Nabucodonosor que aparece en Daniel 2.
b. Medo-Persia, el oso de Daniel 7, y el carnero de Daniel 8; el pecho y los brazos de plata de la imagen.
c. La Grecia macedónica (el leopardo de Daniel 7, y el macho cabrío de Daniel 8) también está simbolizada por el vientre y los muslos de Daniel 2.
d. Roma, la bestia indescriptible de Daniel 7. Debido a que el avance de los imperios se proyectó hacia el occidente, y puesto que el occidente ha sido en forma particular el centro de la gran expansión mundial del cristianismo, como asimismo de la gran apostasía organizada, la profecía se refiere mayormente a la porción occidental del Imperio Romano. Por eso lo profecía revela que la parte occidental del Imperio Romano se fraccionaría en diez reinos, representados por los diez cuernos. Estos cuernos representan a las naciones germánicas que nominalmente estaban sujetas al Imperio, pero que fueron asumiendo la dirección de occidente a medida que la administración central de Roma se desmoronaba. Entre éstos, el extraño, diferente, repulsivo, y blasfemo cuerno pequeño, el papado, tomó su lugar después de eliminar a tres. Estos símbolos corresponden respectivamente a las piernas de hierro y los pies de hierro y barro cocido, y a los diez dedos de hierro y barro de Daniel 2. Él cuerno pequeño de Daniel 8 es la réplica en un solo símbolo de la cuarta bestia y el cuerno pequeño de Daniel 7, que representa a la vez a la Roma pagana y a la papal.
De estas cuatro potencias, las Escrituras señalan dos como dignas de condenación especial.
3. Babilonia, de la cual debió salir Abrahán, cuando esta potencia constituía una ciudad-estado, a fin de encontrar al verdadero Dios Creador y servirlo. En su forma imperial, conocida en la historia como Neobabilonia, esta potencia era para Isaías (Isa. 13, 14, 39) un objeto de preocupación y condenación especiales, y fue además la enemiga encarnizada y por fin la conquistadora del remanente judío que quedó en Palestina después del cautiverio de las diez tribus. (2 Crón. 36.)
Jeremías advirtió a su pueblo en cuanto al peligro babilónico, y vivió lo suficiente para ver el terrible cumplimiento de sus profecías. (Jer. 20, 21, 24, 25, 27-34, 37-39, 50, 51.) Ezequiel y Daniel fueron cautivos en Babilonia. (Eze. 1; Dan. 1.)
Puesto que Babilonia era el enemigo por excelencia del pueblo de Dios en los días de los profetas del Antiguo Testamento, se aplicó ese nombre a Roma pagana, el enemigo peculiar del Hijo de Dios encarnado y de sus seguidores en los tiempos del Nuevo Testamento. En la época apostólica se llamó Babilonia a Roma (1 Ped. 5:13) [16], y Juan en el Apocalipsis emplea el término como símbolo del archienemigo de la iglesia en la tierra. (Apoc. 14:8; 16:19; 17:5; 18:2, 10, 21.)
4. Juan emplea en el Nuevo Testamento indistintamente las palabras “bestia” y “Babilonia” eh forma muy significativa, como equivalente profético del cuerno pequeño de Daniel 7: el papado. La Jezabel del período de Tiatira de la historia de la iglesia de Apocalipsis 2:18-29 se convierte, al ampliar la presentación, en la bestia compuesta de Apocalipsis 13. Esta bestia posee diversas características de las cuatro bestias, símbolos de imperios, que encontramos en Daniel 7. Pero el término “bestias” no resulta suficientemente ilustrativo para el cuadro que quiere completar el espíritu de profecía. Al describir al papado en Apocalipsis 17, el Espíritu presenta una revelación más amplia de la mujer Jezabel de Apocalipsis 2:20, y nos la presenta como la ramera, una mujer que ha caído completamente en la impureza del adulterio espiritual, al cual ha arrastrado a todo el mundo (Apoc. 17:3-7) [17].
Pero la mujer de Apocalipsis 17 se sienta sobre una bestia. (Vers. 3, 7.) La ramera es la Roma eclesiástica, y bajo su poder se encuentra la bestia que representa toda la maraña de apostasías del pasado, el presente y el futuro. Aquí se presentan las siete cabezas como las siete colinas de Roma, a fin de ayudar a identificar a la bestia (Apoc. 17:3; 9; 13:1; 12:3) [18]. En virtud de un principio de extensión profética, estas siete cabezas, que se suceden claramente la una a la otra (Apoc. 17:9, 10), simbolizan los sucesivos imperios, y las potencias que han sido enemigas del pueblo de Dios, y que lo serán en el futuro. Estas potencias, tanto . . . como sus prolongaciones en la historia, acompañan y fortalecen el aspecto humano de las maquinaciones y pretensiones de la ramera papal (vers. 3, 9, 12, 13) [19]» hasta el desastre definitivo (vers. 16-18; 18:8-24) “el juicio de la gran ramera.”
Para entender y analizar los diversos aspectos de la gran apostasía, dependemos casi completamente de los libros bíblicos de Daniel y Apocalipsis.
Mediante visiones y símbolos sucesivos, se nos presentan las características satánicas y las actividades malignas de estas potencias, y particularmente del papado.
El papado
El propósito de estas páginas consiste en presentar a la bestia profética como Roma, y concentrar nuestra atención intensamente sobre Roma en su aspecto papal, a fin de demostrar que es el Anticristo que ha actuado en los largos siglos de la historia como una apostasía particular- mente blasfema que ha surgido en el seno de la apostasía general que impera en el mundo.
Se define al papado
El papado es la infalible y sacrosanta cabeza administrativa y episcopal del gran sistema religioso católico romano. Así como Cristo es la cabeza invisible y mística del cuerpo místico—la verdadera iglesia universal, —el papa es en efecto la cabeza visible de la visible y falsa iglesia católica universal, que Satanás ha establecido como una copia engañosa de la verdadera iglesia de Cristo. El papa es el obispo de Roma, jefe de la arquidiócesis romana, primado de Italia, y pontífice máximo de la así llamada iglesia universal.
El papado pretende que Cristo ordenó a Pedro como jefe o príncipe de los apóstoles, el petros’ o roca sobre la cual se fundaría la Iglesia de Cristo (Mat. 16:18, 19) [20]. De acuerdo con estas pretensiones, Pedro sería el fundador de la iglesia de Roma, donde habría predicado durante 25 años [21], desde su liberación de la prisión en tiempos de Herodes Agripa I en Jerusalén en el año 44 de J. C. (Hech. 12:3-23) [22], hasta su martirio en Roma en el año 68 de la misma era. Antes de su muerte, Pedro, según se presume, indicó que Lino fuera su sucesor [23], el primero de una serie de hombres que a su vez llegaron a ser príncipes apostólicos de la grey de Pedro. La sucesión apostólica—declara Roma—existe únicamente por medio del papado, en la extensión de la autoridad episcopal por medio de los obispos que recibieron sus credenciales de la iglesia de Roma [24]. Hay otras iglesias fuera de Roma que pueden probar que han sido fundadas por apóstoles, pero Roma reclama la primacía entre todas ellas [25] como hecho teológico, insiste en que todas las iglesias que no admiten sus pretensiones son cismáticas, y que todas se han apartado del verdadero camino.
Más tarde consideraremos la teoría de que Pedro fue el primer papa, basada en Mateo 16:18; nos limitaremos a declarar ahora que Cristo es la roca (1 Cor. 10:4) y que es el fundador y que es al mismo tiempo el fundamento de su iglesia (1 Cor. 3:11) [26]. Ningún apóstol organizó la iglesia aparte de Cristo; siempre lo hicieron por medio de él. Y si es verdad que ningún apóstol por sí solo lo hizo, también lo es que todos los apóstoles y los profetas del Nuevo Testamento han edificado la iglesia juntamente con su Señor. (Efe. 2:19-22.)
La sucesión de estos verdaderos apóstoles y profetas no ha sido ni psicológica, ni política, ni eclesiástica, sino espiritual. Y no ha sido tampoco personal, por medio de papas, de los cuales la Escritura nada dice, ni por medio de obispos, sino mediante el cuerpo de la iglesia, que es el cuerpo de Cristo [27].
La evolución del episcopado
¿Quiénes son los obispos, de quienes el papa pretende ser el pontífice supremo?
Había sólo dos clases de funcionarios conocidos en la iglesia del Nuevo Testamento:
1. Los hombres dotados del Espíritu Santo, los pneumatikoi (Gál. 6:1; Rom. 8:6; 1 Cor. 2:15; 3:1; 14:37), que habían recibido la concesión especial de los dones del Espíritu Santo, en virtud de la cual se los reconocía como:
a. Apóstoles (la palabra griega es apóstalos, “enviado”) o misionero (en latín se llamaban: missionarius, “enviado”).
b. Profetas.
c. Evangelistas.
d. Pastores.
e. Maestros.
f. Exhortadores.
g. Los que tenían el don de sanidad.
h. Realizadores de milagros.
i. Los que poseían el don de lenguas.
j. Los que tenían capacidad de interpretar o traducir esas lenguas (Rom. 12:6-8; 1 Cor. 12:8 -10; Efe. 4:11) [28].
Ellos no eran funcionarios elegidos, sino que surgieron espontáneamente gracias a las evidencias, aceptadas por la iglesia, de que poseían los dones que profesaban tener. La Hna. White forma parte del bendito grupo de aquellos que participaron de los dones del Espíritu.
2 La otra clase, constituida por funcionarios elegidos, se subdividía en dos grupos: los ancianos o presbíteros (del griego: presbyteros) (Hech. 11:30; 14:23; 15:2-6, 22, 23; 20:17; 1 Tim. 5:17; Sant. 5:14; 1 Ped. 5:1), y los diáconos (del griego: diakonos, “siervos”) (Fil. 1:1; 1 Tim. 3:8-13) [29]. Los diáconos se preocupaban especialmente de los aspectos materiales de las necesidades de la iglesia (Hech. 6:1-6). Los ancianos se interesaban particularmente en las necesidades espirituales y administrativas. Las cualidades y los deberes de los diáconos (1 Tim. 3:8-13) y los ancianos (1 Tim. 3:1-7; Tito 1:5-9) se definen claramente.
Pero muy pronto, tal vez a principios del siglo II, el grupo de los ancianos se dividió en: (a) obispos o “superintendentes” (del griego: episkopos) y (b) ancianos, que desempeñan las funciones de pastores locales. En las Escrituras no se conoce esa división; ambos términos, superintendente y presbítero, se emplean en el Nuevo Testamento para designar el mismo oficio. A los representantes de la iglesia de Éfeso, que a su requerimiento vinieron a Mileto para conversar con él, Pablo a la vez los llama presbíteros y superintendentes: presbítero como denominación de su oficio (Hech. 20:17), y superintendente para delimitar sus funciones (vers. 28). El mismo apóstol emplea los términos como sinónimos, en su carta a Tito (Tito 1:5-9), y sólo menciona los obispos y los diáconos de Filipo (Fil. 1:1), pero no hay duda de que estos obispos no eran otra cosa que ancianos.
Había ancianos en todas las iglesias en los tiempos apostólicos (Hech. 14:23; Tito 1:5), y se los menciona en plural, como “nombrados” (V. M.) o “constituidos por elección” (Versión HispanoAmericana), esto es, elegidos (Hech. 14:23) [30]. De acuerdo con los autores postapostólicos, había un primer anciano o anciano presidente de cada grupo de ancianos [31]. Es evidente que el título de obispo se reservaba para el presidente de los ancianos.
En algunos lugares el presidente, o anciano que hacía las veces de tal, se elevó a una posición singular como superintendente u obispo, más rápidamente que en otros. Poco después del año 100 de J. C. se da el nombre de obispo al presidente de Antioquía, y un antiguo obispo de esa ciudad, Ignacio, hace mucho hincapié en la autoridad de los obispos [32]. Pero Clemente, director de la iglesia de Roma, al escribir a la iglesia de Corinto en el año 96 de J. C., solamente reconoce a los presbíteros [33]; y como ha sido mencionado previamente, Justino y Tertuliano hablaron de “presidentes,” refiriéndose aparentemente a los jefes de los ancianos. Es obvio que Tertuliano no está de acuerdo con la creciente autoridad de los obispos [34]. Estaba preocupado por lo que veía: se arrebataba la autoridad de la iglesia, y la dirección se convertía paulatinamente en monárquica. Esto fue lo que ocurrió. Eusebio, alrededor del año 324 de J. C., en su “Historia Eclesiástica” menciona a todos los dirigentes de la iglesia primitiva con el título de obispos y no de presbíteros [35]. Por supuesto, no hacía nada más que reflejar las tendencias de su tiempo.
Debemos reconocer, no obstante, que las condiciones ambientales de la iglesia primitiva, tanto en lo psicológico como en lo secular y social, hicieron casi inevitable la transformación del oficio de anciano presidente en el de obispo monárquico. En efecto, al pasar revista a las circunstancias de la época, se llega a comprender que se hubiera requerido una resistencia muy grande de parte de la iglesia en conjunto, para evitar el surgimiento de los obispos. Algunos intentos de esta clase se hicieron de vez en cuando, pero resultaron esporádicos e infructuosos. Las siguientes son las causas y los factores más notorios que contribuyeron al surgimiento de los obispos como monarcas en la iglesia:
1. La tendencia normal y común de la humanidad consiste en buscar directores. Aquella época se caracterizaba por la centralización y la autocracia en lo que respecta al gobierno civil. El presidente de los ancianos debe haber tenido necesariamente algunas cualidades personales que lo capacitaran para la dirección, y debe haber manifestado eficiencia en su cargo. Es probable que, en una época en que había poca educación, un hombre tal haya revelado poseer algunos dones psicológicos e intelectuales.
2. El cristianismo era una organización urbana. Por lo común había sólo una iglesia organizada en cada ciudad. Pero los grupos de creyentes se deben haber reunido sin duda en diferentes partes de la ciudad. Las reuniones numerosas de parte de una secta perseguida no deben haber sido seguras por lo general. Es probable que cada uno de los grupos locales fuera presidido por un anciano, pero el anciano presidente debe haber tenido la supervigilancia de los asuntos de la iglesia de toda la ciudad, y probablemente además en la región campestre que rodeaba a la ciudad. Esto no sería nada más que normal, si tomamos en cuenta el concepto greco-romano de la ciudad- estado. De este modo el anciano presidente, el superintendente, (episkopos, “obispo”), asumía importancia en relación con la ciudad que supervigilaba, hasta en los asuntos más insignificantes, dado que se trataba de una iglesia cristiana naciente e ilegal.
3. Las ofrendas que ingresaban en la tesorería de las iglesias nacientes se empleaban en su mayor parte para sostener a los pobres, los desafortunados, los enfermos y los que estaban en la prisión por causa de su fe. Sobre el presidente recaía la responsabilidad de administrar el dinero. Sin duda en aquellos lejanos días esta actividad le prestó gran influencia (Tito 1:7) [36].
4. Cuando las frecuentes persecuciones de aquella época conseguían diseminar el rebaño, los miembros buscaban dirección en los ancianos. Por supuesto, la posición del anciano presidente como superintendente general se afianzó debido a las necesidades de esos días de perplejidad. En efecto, era tan notoria la dependencia de los miembros de la iglesia de sus superintendentes, que las autoridades de la Roma pagana lo percibieron, y muy pronto dirigieron sus persecuciones contra estos dirigentes. Así ocurrió hasta que terminó la última persecución de Diocleciano [37].
5. La circulación de ejemplares de las Sagradas Escrituras no debe haber sido extensa entre los cristianos. No había prensas en aquellos tiempos y el proceso de copiar resultaba costoso. Por lo tanto, sólo debe haber habido ejemplares de las Escrituras en los hogares de unos pocos miembros de las iglesias cristianas primitivas. Tal vez los pocos que tenían algo de dinero habrán conseguido algunos ejemplares. Puede ser que los ancianos de las ciudades más pequeñas hayan tenido algunas porciones. Pero para conseguir ejemplares completos de las Escrituras, sin duda habrá sido necesario buscarlos en casa del anciano presidente, el superintendente, en las iglesias de las grandes ciudades. A él se les habrá consultado con respecto a las doctrinas, y se le habrá pedido consejos en relación con las herejías [38]. Por eso mismo, el superintendente de la iglesia se convirtió muy pronto en un árbitro en asuntos de herejía. Esto no solamente acrecentó en gran medida la autoridad del superintendente, sino que capacitó a los obispos posteriores a reemplazar casi completamente los dones proféticos y enseñanza que existía entre los hombres dotados del Espíritu. Alrededor del año 150 de J. C., estos hombres dotados del Espíritu tienden a desaparecer, y los superintendentes, u obispos, desempeñan sus funciones.
Cipriano menciona en sus escritos una poderosa orden de obispos alrededor del año 250 de J. C. [39]. El poderío episcopal se acrecentó muchísimo gracias a la legalización del cristianismo realizada por Constantino en el año 313 de J. C.
No se puede recalcar demasiado el hecho de que cualesquiera fueran los poderes que los obispos iban adquiriendo, también los iba adquiriendo el obispo de Roma. A medida que las funciones administrativas de la iglesia se fueron convirtiendo cada vez más en un asunto de autoridad, la del obispo de Roma crecía juntamente con la de sus colegas. No sólo eso; el poderío del obispo de Roma creció más rápidamente que el de los superintendentes de otras ciudades por dos razones importantes:
a. Roma era la capital de un vasto imperio. Era la sede del gobierno de la potencia más grande que el mundo había conocido hasta entonces. No solamente la política, sino el comercio, el arte, la cultura, la literatura, la filosofía y los cultos religiosos se concentraban todos, más o menos, en la ciudad de Roma. Los hombres acudían a ella como si constituyera la fuente de todas las cosas interesantes y útiles para la humanidad. En forma inevitable, los cristianos tendieron a considerar a Roma con el mismo criterio con que lo hacían los demás. Por eso mismo el poder y la influencia del obispo de Roma acreció gracias a su presencia en la capital del imperio.
b. Había otras grandes ciudades en el imperio. Las iglesias cristianas de numerosas ciudades habían sido fundadas por apóstoles, tal como lo pretendía para sí la iglesia de Roma. No ocurría así en Occidente. En la Europa occidental, Roma no tenía rival como ciudad, y la iglesia de Roma no tenía rival que pretendiera rastrear su origen a la era apostólica. Jerusalén, Éfeso, Antioquía y Alejandría, todas estas ciudades podían probar que sus iglesias habían sido fundadas por apóstoles, pero estas iglesias estaban en Oriente. En el occidente sólo Roma podía pretender con cierta esperanza de éxito un origen apostólico. Esta pretensión suya, basada en Pedro, ha sido reafirmada en toda oportunidad posible, al punto que los papas parecieran pretender ser una especie de reencarnación física del apóstol pescador.
Y esta así llamada iglesia apostólica que pretende ser» el patrón de la ortodoxia, en realidad fue la sistematizadora y la propagadora de la apostasía, que demasiado rápidamente se había extendido por la iglesia en general.
Apostasías primitivas
Conviene tener en cuenta que las primeras apostasías, como la que dio por resultado el surgimiento del episcopado y el papado, eran principalmente apostasías formales. Pero este hecho no debe impedirnos percibir la seriedad de las primitivas apostasías. Surgieron muy pronto, cincuenta años después de la muerte del apóstol Juan, y dieron sus golpes en los mismos fundamentos de la fe. No puede haber apostasía formal sin haber habido antes apostasía en las ideas, puesto que la forma de la religión, si conserva algún significado, es la expresión de una idea religiosa. Las formas resultan dignificadas en su importancia por la fuerza del concepto teológico que las conforma.
La sucesión apostólica
De este modo, el desarrollo del episcopado, aunque gradual, fue rápido, y significó una transformación fundamental en el concepto de la iglesia misma, el de que era una república bajo Cristo. Paulatinamente se fue convirtiendo en una monarquía, con obispos que intervenían, como dirigentes eclesiásticos, entre Cristo y los miembros de su cuerpo. Este concepto no es bíblico. Cuando el episcopado se transformó en sacerdotal, la apostasía se consumó.
Lo mismo ocurrió con otros conceptos y prácticas. El obispo Ireneo, de Galia, gran defensor de la iglesia contra la herejía insiste en que la verdad debe encontrarse entre los obispos de las iglesias fundadas por los apóstoles, quienes—según él—transmitieron la verdad a sus sucesores [40]. Esta teoría no solamente puso el fundamento para la doctrina de la sucesión apostólica, sino que constituyó a la vez una base endeble para la tradición autoritaria. Tertuliano, obispo de África del Norte, desarrolló esta idea más ampliamente de la siguiente manera: las Escrituras no son suficientes para combatir la herejía; se debe depender de la tradición [41]. Hace una lista de una media docena de prácticas, incluso métodos para observar el día del Señor (domingo) y hacer la señal de la cruz, las cuales, puesto que no tienen fundamento bíblico, prueban, según él, que la tradición es válida, puesto que la iglesia practica esas costumbres [42].
Se adoptan prácticas paganas
En efecto, los argumentos de los clérigos de siglos siguientes se desarrollaron de la siguiente manera: adoramos al verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, tenemos la verdad, y la verdad resulta honrada con cualquier práctica que sigamos, mientras adoremos al verdadero Dios. Este pensamiento resulta bien expresado por el cardenal Newman de la manera siguiente:
“Confiando, pues, en el poder del cristianismo para resistir la infección del mal, y para transmutar aun los mismos instrumentos y accesorios del culto a los demonios para un uso evangélico, y sintiendo que esas prácticas habían venido originalmente de revelaciones primitivas y de instintos otorgados por la naturaleza, aunque habían sido corrompidas; y que ellos debían inventar lo que necesitaban, si no usaban lo que habían encontrado; y que más o menos estaban en posesión de los mismos arquetipos, de los cuales el paganismo presentaba las sombras; los dirigentes de la iglesia de los tiempos primitivos estaban preparados, cuando surgiera la ocasión, para adoptar, imitar, o sancionar los ritos y las costumbres existentes en el pueblo, como asimismo la filosofía de las clases cultas” [43].
Las mutaciones se produjeron, por lo tanto, gracias a cambios internos y adiciones externas. El cardenal Newman hace con toda franqueza una lista de doce o más costumbres que gradualmente se introdujeron en la iglesia, provenientes del paganismo:
“No es necesario ocuparse en un tema que la diligencia de los escritores protestantes ha vuelto tan familiar para nosotros. El uso de templos, dedicados en ocasiones a santos definidos y adornados en algunas oportunidades con ramas de árboles; el incienso, las lámparas y las velas; las mandas, que se dan para sanar de alguna enfermedad; el agua bendita; la reclusión eclesiástica; los días y los períodos sagrados, el uso de calendarios, las procesiones, la bendición de los campos; los paramentos sacerdotales, la tonsura, el anillo matrimonial; el dirigirse hacia el oriente, las imágenes más tarde, probablemente las letanías, y el Kyrie Eleison, son todos de origen pagano, y santificados por la adopción en el seno de la iglesia” [44].
El cambio del bautismo
El modo de bautizar sufrió pronto un cambio, y junto con él la comprensión de su significado. Alrededor del año 150 de J. C. se había introducido la triple inmersión, y el asperjanuento se practicaba junto con la inmersión [45]. Alrededor del año 225 de J. C. se había desarrollado un complicado ritual para el bautismo. En aquel tiempo en la mente de algunos el bautismo se había convertido en un sacramento salvador, cuyo valor residía no en la prueba de fe de parte del que lo aceptaba, sino en el acto bautismal en si mismo. En torno al año 225 de J. C., Orígenes abogó por el bautismo de los niños, a fin de que se salvaran de la condenación que sufrirían por causa del pecado original que habían heredado [46] Para él, el bautismo había llegado a tener eficacia aunque no hubiera fe de parte del que se bautizaba. Pero mientras se hacía hincapié en la naturaleza sacerdotal del bautismo, se le daba cada vez menos importancia a la forma de administrarlo. Este es un proceso normal en los períodos de transición religiosa. Pero cuando un sacerdocio evoluciona al punto de pretender administrar ritos salvadores, nos encontramos frente a la apostasía.
El ritualismo eucarístico
Los cristianos, en lugar de celebrar la Cena del Señor cada vez que se reunían para comer juntos, como ocurría en la iglesia apostólica (Hech. 2:42, 20:7 y 1 Cor. 11:25, 26) [47], la transformaron paulatinamente en un rito formal. Alrededor del año 150 de J.C. se había convertido en un servicio de acción de gracias [48], y se celebraba en Roma en día domingo [49]. Muy pronto se lo llamó sacramento, o juramento, como si consistiera en una promesa hecha a Cristo [50]. Poco después se lo llamó sacrificio [51]. En los siglos siguientes se habló cada vez con más énfasis de la presencia real en el pan y el vino, pero no resulta claro todavía cuál era el significado teológico que le atribuían a estas ideas. La doctrina de la transubstanciación surgió más tarde [52]. Pero cuando el pan de la mesa del Señor se convirtió en su sacrificio necesario para la salvación, nos encontramos otra vez frente a la apostasía.
La veneración de los santos
En vano buscamos entre los padres un escritor que se aferre claramente a la doctrina bíblica del estado inconsciente de los muertos, y esto nos permite comprender por qué no hubo salvaguardia contra la idea de la veneración de los mártires.
En los días de Tertuliano, es decir en el año 225 de J. C., se celebraban servicios junto a las tumbas de los mártires; y en tiempos de Gregorio Taumaturgo (hacedor de milagros), Que murió alrededor del año 270 de J. C., se distribuían partes (reliquias) de los cuerpos de los mártires en diversos lugares, y los cristianos se congregaban para hacer fiestas y designaban momentos definidos para honrar a estos mártires [53] Fácilmente siguió después de esto la oración a los santos y el culto a las imágenes.
El culto de las imágenes
El culto de las imágenes se introdujo gradualmente. El concilio español de Elvira prohibió, en el año 305, [54] las pinturas murales en las iglesias, y sólo en el siglo V, Agustín, con repugnancia [55], y Paulino de Ñola, con aprobación [56], mencionaron el amplio uso que se hizo en Occidente de la pintura de personajes bíblicos y de mártires, y de símbolos de la Trinidad en los muros de las iglesias. Ya en el siglo VIII, cuando surgió en Oriente una terrible controversia contra las imágenes, la iglesia de Roma estaba lista para tomar posición, como efectivamente lo hizo, contra los iconoclastas y en favor de las imágenes. Una de las razones que pudo haber tenido el papa para coronar a Carlomagno en el año 800 de J. C. fue oponerlo a la emperatriz Irene de Constantinopla [57], a quien tal vez se consideraba demasiado débil para hacer frente a los iconoclastas orientales. La firme defensa que la iglesia de Roma hizo en favor del culto de las imágenes, explica la eliminación del segundo mandamiento del Decálogo de sus catecismos.
Su actitud hacia la ley de Dios
Para comprender cuán libremente adoptó o rechazó días de celebración religiosa la iglesia primitiva, es necesario que estemos al tanto de la actitud de dicha iglesia hacia la ley de Dios. La ley de Dios era santa y obligatoria para los cristianos, pero, tal como fue dada en el Sinaí, contenía elementos ceremoniales hebreos que la iglesia podía dejar de lado y que en efecto abandonó [58]. De este modo se consideró hebraico al sábado, y se lo abandonó paulatinamente. Se podían mantener otros días de culto o aun introducir algunos nuevos, según conviniera a la práctica cristiana corriente.
La observancia del domingo
El uso del primer día de la semana—conocido vulgarmente como el día del sol—como día de culto cristiano, constituye una de las apostasías más notables que se produjeron en el seno de la iglesia de Roma. Se comenzó a usar el domingo en Roma para el culto semanal de los cristianos alrededor del año 155 de J. C.
Los primitivos cristianos habían heredado de los judíos, no sólo la observancia del séptimo día de la semana, que Cristo observó (Luc. 4:16; Mat. 12:12; Marc. 1:21-34), sino también, y a pesar de la advertencia de Pablo a los Gálatas en cuanto al peligro de observar “días, y los meses, y los tiempos y los años’’ (Gál. 4:10), la observancia de ciertas fiestas anuales judías. La Pascua, en el 14 del mes de Nisán, y el Pentecostés, en el sexto día del mes de Siván, fueron algunas de las fiestas que se conservaron particularmente (Hech. 20:6, 16; 1 Cor. 16:8) [59]. El significado de esta última fiesta para los cristianos se ahondó con el recuerdo del descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles en Jerusalén en ese día. La Pascua fue reverenciada por los cristianos debido a que fue en viernes de tarde, el 14 de Nisán, cuando Cristo murió en la cruz al mismo tiempo que los judíos daban muerte al cordero pascual. Ese mismo viernes de noche que Cristo pasó en la tumba, los judíos estaban comiendo el cordero pascual (Exo. 12:6; Lev. 23:5; Juan 19:14, 31) [60].
Llegó a ser tradición entre los primitivos cristianos. tanto judíos como gentiles, el recordar la crucifixión de Cristo en la época cuando los judíos entraban en su período pascual. Los cristianos adoptaron de los judíos el cómputo de la fecha, y se reunían en los hogares o en locales alquilados (no tenían edificios de iglesias en aquella época) al mismo tiempo que los judíos se reunían para celebrar la Pascua. No hay una sola palabra de autorización para esta costumbre en la Biblia.
Cierto escritor del año 200 de J. C. nos dice que esta costumbre comenzó en los tiempos del apóstol Felipe y del apóstol Juan [61]. Pareciera que algunos cristianos sólo guardaban el día 14 de Nisán. Otros hacían fiesta desde la fecha de la crucifixión hasta la de la resurrección. Había otros que guardaban todo el tiempo que los judíos hacían fiesta [62], que era la fiesta de los panes sin levadura prescrita en la ley de Moisés (Exo. 12:1-20; 23:14, 15; 34:18; Lev. 23:5-14; Núm. 28:16-25; Deut. 16:1-8), que duraba desde el 15 hasta el 21 de Nisán.
Pero toda la celebración se concentraba en el día de la crucifixión, el 14 de Nisán, cuando “nuestra pascua, que es Cristo” (1 Cor. 5:7) murió por los pecadores. La observaban sin preocuparse demasiado del día de la semana en que caía, de la misma manera como los cristianos de la actualidad celebran la Navidad sin tener en cuenta en qué día de la semana cae.
La iglesia de Roma trató de cambiar esta costumbre induciendo a todos los cristianos a celebrar, anualmente, no la crucifixión, sino la resurrección [63]; y no en el 14 de Nisán, independientemente del día de la semana en que cayera, sino siempre en domingo, primer día de la semana, no importa qué fecha fuera. La iglesia de Roma obtuvo el triunfo en esta empresa.
La razón que invocó la iglesia de Roma para imponer esta observancia era que Cristo había resucitado en ese día [64]. Dicha observancia comenzó bajo Sixto[65], que era el papa [66] o dirigente de la iglesia de Roma alrededor del año 125 de J. C.
Al principio esta observancia no era semanal; no venía cada semana después del sábado, como más tarde, y como hoy. Era anual.
¿Por qué hizo la iglesia de Roma este cambio? Una de las razones fue su antijudaísmo, antepasado del antisemitismo actual. Los judíos siempre se habían opuesto al cristianismo. Rechazaron a Jesús cuando estuvo en la tierra. Lo hicieron crucificar por manos de los romanos (Mat. 27:22-26). Desacreditaron el hecho de su resurrección (Mat. 28:11-15). Persiguieron a la iglesia del Nuevo Testamento (Hech. 4:1-3; 5:17-41), hasta la muerte, como en el caso de Esteban (Hech. 7:54-60; 8:1; 9:1-3). Indujeron a las autoridades paganas de Roma a perseguir a los cristianos, y efectivamente contaron cosas tan terribles de éstos que las multitudes de las ciudades fueron incitadas a la violencia sangrienta contra los seguidores de Cristo [67]. Tertuliano denominaba a las sinagogas “fuentes de persecución” [68].
Pero los cristianos, por motivos políticos, tenían razón para temer a los judíos. Estos siempre habían constituido un problema para sus vencedores romanos. Como pueblo “escogido” de Dios, se sentían profundamente resentidos por el hecho de que los gobernaran gentiles despreciables, y se rebelaban continuamente. Lucharon contra Heredes, cuando trató de asumir el trono de los judíos en base a un acuerdo del Senado Romano [69].
Obtuvieron la destitución de Arquelao, hijo de Herodes, y no sin causa, como dirigente de Jerusalén [70], y consiguieron que el procurador romano ocupara su lugar [71]. Su amarga enemistad hacia los romanos resulta evidente en los Evangelios.
En Hechos 18: 2, se nos dice que todos los judíos fueron expulsados de Roma. En el año 66 el espíritu rebelde de los judíos los indujo a provocar una furiosa revuelta, que dio como resultado la destrucción de la ciudad de Jerusalén y la muerte de miles de judíos en el año 70 de J. C. [72]. De allí en adelante soportaron el estigma de ser considerados un problema político del Imperio. Hubo otro levantamiento cerca de cuarenta años más tarde [73], no tan serio ni tan amplio, pero que empeoró las relaciones entre el Imperio y el judaísmo.
Alrededor de la época en que el papa Pío VI comenzó a insinuar su cambio en la fiesta primaveral de los cristianos, se produjo la peor revolución de todas. Durante varios años del reinado de Adriano, y en una zona bien amplia del Imperio Romano, los judíos se encontraban en revolución. Miles y miles de ellos fueron muertos; miles fueron expulsados. Jerusalén fue destruida de nuevo completamente. Se pasó el arado, en forma simbólica, sobre el desolado lugar en que antes se encontraba, y los decretos romanos prohibieron a todo judío que pusiera de nuevo el pie sobre ese lugar. Más tarde los romanos procedieron a reconstruir la ciudad sobre una base completamente gentil [74].
Los cristianos de la ciudad de Roma temían especialmente que se los confundiera con los judíos. Se sabía que habían surgido del judaísmo y que algunas de sus prácticas y observancias eran semejantes a las de los judíos. El Papa Pío VI tuvo una buena razón política para insistir en que la iglesia se apartara de una festividad que caía en la pascua judía, para que en su lugar tuvieran una fiesta primaveral que cayera en domingo, en lugar del 14 de Nisán. La iglesia trato de evitar que se la confundiera con el judaísmo.
“Con el fin de preparar el camino para la realización de sus fines, Satanás indujo a los judíos, antes del advenimiento de Cristo, a que recargasen el sábado con las más rigurosas exacciones, haciendo que su observancia fuese para ellos una pesada carga. Aprovechándose entonces de la falsa luz bajo la cual lo había hecho considerar, lo hizo despreciar como institución judaica. Al mismo tiempo que los cristianos seguían observando generalmente el domingo como alegre día de fiesta, el Diablo los indujo a hacer del sábado un día de ayuno, un día de tristeza y de abatimiento, para hacer patente su odio al judaísmo” [75].
Pero el papa, al hacer hincapié en el día de la resurrección, en realidad estaba poniéndose de parte del día del sol. Durante siglos la primavera había sido una época especial para el culto anual del sol [76]. Los astrólogos daban el nombre de día del sol al primer día de la semana judaica, y los adoradores del sol, de acuerdo con lo que nos dice Tertuliano, acostumbraban a musitar sus oraciones en ese día, en adoración del sol, mientras dirigían sus rostros hacia el oriente en el momento del amanecer [77].
La primera hora del día del sol se empleaba para adorar al sol; asimismo, la primera hora del día de la luna se dedicaba a la luna [78], y así sucesivamente en el ciclo de los siete días, dedicados respectivamente a Marte, Mercurio, Júpiter Venus y Saturno [79], con el día de Saturno que coincidía con el séptimo día o sábado [80].
El adorador del sol, convertido al cristianismo, no se sentía fuera de lugar en esa fiesta primaveral, que comenzaba a imponer el Papa Pío VI de Roma, porque caía a la vez en una época y en un día que le resultaban familiares como adorador del sol. La insistencia del papa en que la resurrección, y no la crucifixión, debía celebrarse en la primavera, y no en el 14 del mes judío de Nisán, sino siempre en domingo—el día de la resurrección, —ponía a los cristianos, mediante cierta triquiñuela eclesiástica, por así decirlo, en la situación de honrar el día del sol.
Cerca de 20 años después de la época del papa Pío VI, cuando Policarpo, jefe de la iglesia de Esmirna y famoso mártir, visitó la iglesia de Roma, no sabía nada de la fiesta de la resurrección y nada tampoco de guardar el domingo. El y el papa Aniceto, de Roma, discutieron el asunto, pero cada cual quedó de acuerdo en seguir la costumbre que había estado observando hasta el momento. El papa Aniceto declaró que su costumbre se remontaba al tiempo de Sixto, y Policarpo dijo que la suya se retrotraía a la de los apóstoles [81]. Estuvieron de acuerdo en que estaban en desacuerdo.
Una fuente considerada apócrifa, el “Líber Pontificáis,” declara que alrededor de esta época un hermano del papa Pío I, de nombre Hermas, había tenido un sueño en el cual un ángel vestido de pastor se le apareció y lo instruyó en el sentido de que “la santa fiesta de la pascua debía ser observada en el día del Señor” [82].
¡Podemos dudar del sueño, sin tener por qué dudar del uso que Pío hizo de esta historia!
Pero Roma no dejó el asunto de la observancia del domingo como una festividad anual solamente. Otro paso en la observancia del domingo se dio entre los años 125 y 150 de J. C. Justino Mártir, en un escrito de alrededor del año 155 de J. C., nos dice:
“Y en el día llamado domingo, todos los que viven en las ciudades y en el campo se reúnen en un lugar, y son leídas las memorias de los apóstoles, y los escritos de los profetas, mientras el tiempo lo permite; y, cuando ha terminado el lector, el presidente instruye verbalmente y exhorta a la imitación de estas buenas cosas. Entonces todos nos ponemos de pie y oramos, y, como se ha dicho antes, cuando terminan nuestras oraciones, se traen pan y vino y agua y el presidente ofrece oraciones semejantes y acciones de gracias también, de acuerdo con su habilidad, y el pueblo asiente diciendo amén; y entonces se distribuye a todos, y todos participan de aquello sobre lo cual se ha pedido gracias, y a los que están ausentes se les asignan porciones que se les envían por medio de los diáconos. Y los que están dispuestos y voluntarios dan lo que consideran conveniente; y lo que se recoge se entrega al presidente, quien socorre a los huérfanos y a las viudas, y a todos aquellos que por causa de enfermedad o de cualquier otra razón están en necesidad, y a los que están en prisión, y a los extranjeros que se encuentran entre nosotros, y en una palabra, cuida de todos los que están en necesidad. El domingo es el día en que celebramos nuestras asambleas en común, porque es el primer día en el cual Dios, habiendo producido un cambio en las tinieblas y en la materia, hizo el mundo; y Jesucristo, nuestro Salvador, salió de la tumba en ese mismo día”.
Justino escribió su “Apología” al emperador Antonio Fío, y en ella destacó el hecho de que este acto de culto cristiano se llevaba a cabo en el día del sol. Se encontraba en Roma cuando escribió esto y describía la observancia semanal del domingo en la iglesia de Roma y en las iglesias circunvecinas que se encontraban bajo su influencia.
Parte de la “Apología,” que trata acerca del culto cristiano del domingo, se encuentra en el contexto de la comparación que establece entre el cristianismo y el mitraísmo.
Justamente cómo se dio el paso para que la observancia anual del domingo se convirtiera en un culto semanal, no resulta claro, pero el hecho es que ese paso se dio, y que lo dio Roma.
Con el pretexto de honrar la bendita resurrección de nuestro Señor, Roma honró realmente el día del sol. Al respecto escribe la Hna. Elena G. de White:
“Vi que Dios no ha cambiado el sábado, porque él nunca cambia. Pero el papa lo cambió del séptimo día al primer día de la semana; porque él había de cambiar los tiempos y la ley.” [83]
“El papa ha cambiado el día de reposo del séptimo al primer día. Ha pensado cambiar el mismo mandamiento que fue dado al hombre para que recordara a su Creador. Ha pensado en cambiar el mandamiento más grande del Decálogo, y de este modo se ha hecho igual a Dios y aun se ha exaltado por encima de Dios. El Señor es inmutable; por lo tanto, su ley lo es también; pero el papa se ha exaltado a sí mismo por sobre Dios al tratar de cambiar sus inmutables preceptos de santidad justicia y bondad. Ha hollado con los pies el día santificado de Dios, y, en base a su propia autoridad, ha puesto en su lugar uno de los seis días de trabajo” [84].
“Los católico-romanos reconocen que el cambio del sábado como día de descanso fue hecho por su iglesia, y declaran que los protestantes, al observar el domingo, reconocen la autoridad de ella.
La iglesia romana no ha renunciado a sus pretensiones a la supremacía; y cuando el mundo y las iglesias protestantes aceptan un día de descanso de creación de ella, mientras rechazan el sábado como día de descanso de la Biblia, acatan virtualmente esta pretensión” [85].
Cómo hizo esto el papa resulta ilustrado por un acto del Papa Víctor, llevado a cabo alrededor del año 200 de J. C., mediante el cual trató de imponer la observancia anual del domingo. Vio que la presión suave de parte de Roma en favor del domingo no tenía todo el éxito que era de desear. Basado en la exaltación de su cargo, ordenó que todos los obispos fueran excomulgados si no seguían el plan de Roma de celebrar esta fiesta. En los primeros tiempos ninguna iglesia le reconoció autoridad al papa fuera de Italia (de hecho, la sede papal no siempre fue honrada ni siquiera en toda Italia). Pero Víctor, asumiendo una autoridad general que más tarde los papas trataron de ejercer en forma creciente, trató de legislar para toda la cristiandad. Y lo hizo en interés del domingo. Fracasó en su plan de excomulgar a los obispos, pero no en el respeto que obtuvo en favor del día del sol [86].
El intento del Papa Víctor para excomulgar a aquellos que no quisieron honrar el día de la resurrección en la fiesta anual de la primavera ilustra más que ninguna otra cosa la clase de pretensiones que el obispo de Roma estaba arrogándose en ese entonces, y que más tarde se arrogaría también; como asimismo nos revela la fecha, tan cercana al tiempo de los apóstoles, en la cual’ surgieron estas pretensiones. Y la observancia del domingo, como debemos notar, fue el vehículo que el papa empleó en sus primeros intentos de engrandecimiento.
Que es correcto cargar a la cuenta de la iglesia de Roma este cambio, lo testifica Sócrates, agudo historiador de la iglesia, quien escribió alrededor del año 450 de J. C. Él nos dice:
“Porque aunque casi todas las iglesias del mundo celebran los sagrados misterios en el sábado de cada semana, los cristianos de Alejandría y de Roma, en base a algunas tradiciones antiguas, han dejado de hacerlo” [87] (La cursiva es nuestra).
Sin duda las “antiguas tradiciones” eran la presión que los papas Sixto, Pío, Aniceto y Víctor habían ejercido sucesivamente para que se honrara el domingo.
He aquí un ejemplo, descollante en vista de Daniel 7:25, en el cual el papado realizó su propia y singular apostasía. En casi todas las otras apostasías, generales en la iglesia secularizada, participó la iglesia de Roma, particularmente con respecto a las formas y las prácticas, muchas de las cuales adoptó del paganismo. Como cabeza de una iglesia que se paganizaba más y más, surgió el poder papal.
La iglesia sacerdotal
La combinación de conceptos tales como el episcopado, un bautismo necesario para la salvación y la Santa Cena transformada en sacrificio, había de efectuar una completa transformación en la iglesia. El producto de todo esto fue una iglesia sacerdotal con obispos—y el clero que controlaba—actuando como sacerdotes en un sentido mediatorio, y el bautismo y la eucaristía transformados en medio de salvación en el sentido ritual de la palabra.
De este modo, allá por el año 400 de J. C., la iglesia en general, y en particular la iglesia de Roma, se habían convertido en un culto de misterios, al estilo pagano. Y alrededor del año 500 de la misma era se había convertido en una religión de sacerdotes y sacramentos, tal como cualquier otra de las religiones paganas que la circundaban [88].
En efecto, en aquel entonces el paganismo se había convertido en objeto de persecución por parte del Estado y de la iglesia, y se encontraba atrincherado en los distritos rurales; y el cristianismo apóstata se había convertido en el favorito de un gobierno corrupto, y de multitudes apenas tocadas por las verdades del cristianismo y menos relacionadas todavía con su divino Fundador: multitudes que ingresaban en la iglesia y que introdujeron en ella muchas de sus supersticiones y prácticas paganas. (Continuará.)
Referencias:
[1] “The Catholic Encyclopedia” identifica este “hombre de pecado” con el “cuerno pequeño” de Daniel 7.—A. J. Maas, “Antichrist,” tomo 1, pág. 560.
[2] Cómodo, “Instructiones,” cap 41, en “The Ante-Nicene Fathers” (Los Padres Antenicenos.) Traducciones de los escritos de los padres hasta el año 325 de J. C. (De aquí en adelante nos referiremos a este libro con las iniciales P. A. N.) tomo 4, pág. 210, 211; Victoriano, “Comentario sobre el Apocalipsis del Bendito Juan,” cap. 17, en P. A. N., tomo 7, págs. 357, 358.
[3] “Cyclopaedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature,” tomo 1, pág. 259, artículo “Antichrist.” John C. L. Gieseler, “Text-Book, of Church History” (1865), traducido por Henry B. Smith, tomo 7, pág. 133.
[4] “Cyclopaedia of Biblical Theological, and Ecclesiastical Literature,” tomo 1, pág. 257.
[5] Ibid
[6] Ireneo, “Against Heresies” (Adversus Haereses), tomo 5, cap. 25-38, en P. A. N., tomo 1, págs. 553-560; Tertuliano, “Against Marcion (Adversus Marcion), cap. 16, en P. A. N., tomo 3, págs. 463, 464.
[7] William E. Blackstone, “Jesús is Coming” (3a. ed.), págs. 185, 209.
[8] “El Origen y el Destino,” pág. 18.
[9] “El Conflicto de los Siglos,” pág. 682.
[10] Id., págs. 731, 732.
[11] “El Origen y el Destino” págs. 46, 51, 52.
[12] “El Conflicto de los Siglos,” pág. 490.
[13] Las sucesivas caídas de Satanás, su expulsión del cielo, su confinamiento en la tierra y su destrucción final pueden notarse claramente en los siguientes lugares:
a. Su caída espiritual de la justicia, cuando se halló iniquidad en él. (Isa. 14:12-14; Eze. 28:12-17; “El Origen y el Destino”, págs. 16-25.)
b. Su expulsión del cielo con los ángeles caídos, y su “tartarización,” por decirlo así, o confinamiento en el tártaro. (2 Ped. 2:4; Luc. 10:18; Apoc. 12:3, 4.) Después de haber inducido a la humanidad a obedecerlo, apareció en los concilios de los cielos como representante de esta tierra. (Job, 1:6-12; 2:1-7; Juan 14:30; “El Origen y el Destino”, págs. 62-65.)
c. Fué echado en tierra cuando Cristo selló, de una vez para siempre, su victoria sobre el pecado y la muerte en ocasión de su ascensión, y expulsó a Satanás y sus ángeles, de los cielos. (Apoc. 12:7- 13; Juan 12:31.)
d. Su venida voluntaria a la tierra al final cte los tiempos como falso rey y falso cristo, particularmente como el anticristo presentado en 2 Corintios 11:14 y 2 Tesalonicenses 2:8, donde evidentemente no se representa un sistema o grupo, sino una persona malvada. (“El Conflicto de los Siglos,” pág. 682.)
e. El hecho de que será echado en tierra y mantenido allí, para que no engañe más no solamente porque la tierra se halla desolada, sino debido a que se le impide abandonar la tierra. (Apoc. 20:1-4.)
f. El hecho de que se lo arroje a la masa fundida d¡e la tierra (2 Ped. 3:10), o “lago de fuego” de Apocalipsis 20: 10, donde sufrirá más que nadie y será destruido sin que le sea posible recuperarse ni regresar más. (“Early Writings”, pág. 291; “El Conflicto de los Siglos”, pág. 731.)
[14] “El Origen y el Destino,” pág. 90.
[15] Id., págs. 114, 115, 121, 271, 362; “Prophets and Kings,” págs. 363, 366, 501, 531-535, 600, 601.
[16] “Pedro hace mención de Marcos en su primera epístola, la cual, sostienen, fué escrita en Roma, y eso lo da a entender Pedro, quien figuradamente llama Babilonia a la ciudad de Koma con estas palabras: ‘La iglesia que, escogida como vosotros, mora en Babilonia, os saluda, y mi hijo Marcos.’ “ Eusebia, “Historia Eclesiástica,” libro II, cap. 15, Editorial Nova, Buenos Aires, 1950.
Jerónimo, “Vidas de Hombres Ilustres” (en inglés), cap. 8, en “Padres Nicenos y Post-Nicenos” (en inglés) (en adelante abreviaremos así: PNPN), 2a. serie, tomo 3, pág. 364; y Di Bruno: “Debo dejar en claro que entre los primeros cristianos Roma pagana fué designada a menudo bajo el nombre de Babilonia, y eso naturalmente, en especial entre los judíos conversos, quienes veían la gran similitud que había entre las dos capitales en lo que respecta a su vastedad, su inmoralidad pagana, superstición, y su común antagonismo para con el pueblo de Dios.
“Por esta razón nadie entendió mal cuando San Juan en el Apocalipsis la presentó bajo la figura de Babilonia.
“Al final de la primera epístola general de San Pedro tenemos estas palabras: ‘La iglesia que está en Babilonia, juntamente elegida con vosotros, os saluda, y Marcos mi hijo;’ pasaje en el cual la palabra Babilonia debe considerarse como un símbolo de Roma; en efecto, no se encuentra registrado ni en las Sagradas Escrituras ni en ninguna otra parte que San Pedro o Marcos hayan ido alguna vez a Babilonia en Asia; y ningún escritor antiguo menciona Trunca que esta carta fuera fechada realmente en la antigua Babilonia, o que así lo haya entendido alguno de ellos; por el contrario, se registra positivamente en la historia de Eusebia (Libro II, cap. XV), como qup hubiera declarado Papias, discípulo de San Juan Evangelista y amigo de San Policarpo, que San Pedro, en su primera epístola, que escribió en Roma, dió el nombre de Babilonia a Roma en forma figurada. Lo mismo se puede decir de San Jerónimo en su libro ‘Hombres Ilustres’ cuando habla de San Marcos.”—José Faa Di Bruno, “Catholic Belief,” ed. Luis A. Lambert (Nueva York’ Hnos. Benziger, 1884 [impresión del Cardenal NicCloskey]), págs. 323, 324.
[17] “Prophets and Kings,” págs. 114-116; Conflicto de los Siglos,” págs. 431-440, 491.
[18] “El Conflicto de los Siglos” pág. 61.
[19] Id., pág. 438.
[20] “El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 362- 365.
[21] Eusebio, “Chronicon” en “Continuatio” de Jerónimo, ad ann. 44, en Migne, “Patrología Latina,” tomo 27, col. 450
[22] Esta es una fecha muy importante, puesto que puede ser fijada con certidumbre en el año 44 de J. C. El emperador Calígula murió en eH año 41 de la misma era, y Claudio ocupó el trono después de él. El recién coronado emperador otorgó a Herodes Agripa I los territorios que habían pertenecido a su abuelo Herodes el Grande, y le dió el título de rey. (Josefo, “Antigüedades Judaicas,” libro XIX, cap. 5, párr. 1.) Agripa murió después de reinar tres años, es decir, en el año 44 de J. C. (Id., cap. 8: párr. 2)
[23] Eusebia, “Historia Eclesiástica,” libro III, cap. 2; cap. 4, párr. 9; y cap. 20, párr. 3.
[24] “Leyes y Decretos del Concilio de Trento,” sesión 23, 15 de julio de 1563, “El Sacramento del Orden,” Cánones 7 y 8, en Philip Schaff, “Creeds of Christendom,” tomo 2, págs. 192, 193.
[25] “Profesión de Fe Tridentina,” art. 1, en Philip Schaff, “Creeds of Christendom,” tomo 2, pág. 209.
[26] “Los Hechos de los Apóstoles,” págs. 127, págs. 127, 128; “Prophets and Kings,” págs. 595, 596.
[27] “El Deseado de Todas las Gentes,” págs. 413, 414; “Testimonies,” tomo 4, págs. 393, 529.
[28] “Los Hechos de los Apóstoles,” págs. 67, 68.
[29] Hech. 6: 3-6 y “Los Hechos de los Apóstoles “ págs. 65-71.
[30] La palabra griega que se ha traducido de las dos maneras que acabamos de ver es jeirotoneo, “extender la mano,” es decir, votar o elegir. Relatos posteriores nos revelan que los obispos debían ser elegidos: Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro VI, cap. 29, párrs. 2-4; Cipriano, Epístola 51 párrs. 8, y 54, párr. 6, en PAN, tomo 5, págs. 329. 341; “Las Constituciones de los Santos Apóstoles,” libro III, sec. 2, cap. 20, y libro VIII, sec. 2, cap. 3, 4, en PAN, tomo 7, págs. 432, 481, 482; “Cánones Apostólicos,” libro I, en PAN, tomo 1, pág. 500.
[31] Justino Mártir, “Primera Apología,” cap. 67 (alrededor del año 155 de J. C.); Tertuliano, “The Chap\et,” cap. 3 (alrededor del año 225 de J. C.). La palabra griega que empleó Justino Mártir, que se ha traducido por “presidente o “director,” es ho proestos. La palabra latina que emplea Tertuliano por “presidente” es praesidentes.
[32] Ignacio, en “Loeb Classical Library” (a la cual nos referiremos de aquí en adelante con las iniciales de LCL), “Los Padres Apostólicos,” tomo 1, “La Epístola a los Efesios” cap. 2, págs. 174, 175; cap. 3, págs. 176, 177; cap. 4, págs. 176^-179; cap. 5, págs. 178, 179; “Epístola a los Magnesios,” cap. 6, págs. 200-203; cap. 13, págs. 208-211; “Epístola a los Tralianos,” cap. 2, págs. 212-215; cap. 3, págs. 214, 215; cap. 7, págs. 218, 219; “Epístola a los Filadelfos,” cap. 7. págs. 244-247; “Epístola a los Esmirnos,” cap. 8, págs. 260, 261; cap. 9, págs. 260-263; “Epístola a Policarpo,” cap. 6, págs. 272-275. En cuanto a las dudas que surgen acerca de la autenticidad de estas epístolas, puede consultarse “La Historia de la Iglesia Cristiana,” (en inglés,) de Philip Schaff, tomo 2, pág. 660, que dice: “Estos antiguos documentos de la jerarquía pronto estuvieron tan interpolados, abreviados y mutilados por el fraude piadoso, que actualmente hasta es imposible descubrir con certidumbre al genuino Ignacio de la historia bajo el Ignacio exagerado y falsificado de la tradición.”
[33] Clemente, “Primera Epístola a los Corintios,” cap. 45, párr. 5, y cap. 47, párr. 6, en LCL, “Los Padres Apostólicos,” tomo 1, págs. 86, 87, 90, 91.
[34] “Acerca de la Modestia,” cap. 21, en PAN, tomo 4, págs. 99, 100.
[35] Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro III, caps. 13-15, 22, 32, 34-36; libro IV, caps. 4-6, 10, 24-27,
[36] Justino Mártir, “Primera Apología,” cap. 67, en PAN, tomo 1, págs. 185, 186.
[37] Cipriano, Epístola 54, en PAN, tomo 5, pág. 341; Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro VI, cap. 39, y libro VIII, cap. 13, en PNPN, 2? serie, tomo 1, págs. 280, 281, 333, 334; Teodoreto, “Historia Eclesiástica,” libro I, ‘cap. B, en PNPN, 2a. serie, tomo III, pág. 43: “El Concilio parecía un ejército de mártires reunidos.
[38] Cipriano, “Epístola 54,” párr. 5, en PAN, tomo 5, pág. 340.
[39] Cipriano, “Epístola 24,” párr. 1; Epístola 51, párr. 21; Epístola 54, párrs. 2, 5; Epístola 64, párr. 3; Epístola 68, párrs. 8, 9, en PAN, tomo 5, págs. 305, 337, 339, 340, 366, 374, 375; “Tratado” 1, párr. 5, en PAN, tomo 5, págs. 422, 423.
[40] Ireneo, “Contra las Herejías,” libro III, cap. 3, párrs. 1-4, en PAN, tomo 1, págs. 415, 416.
[41] Tertuliano, “Prescripciones contra las Herejías,” cap. 19, en PAN, tomo 3, pág. 251
[42] Tertuliano, “The Chaplet” caps. 3, 4, en PAN, tomo 3, págs. 94, 95. “El Conflicto de los Siglos,” págs. 499-502.
[43] Juan Enricht Newman, “An Essay on the Development of Christian Doctrine,” págs. 371, 372. “El Conflicto de los Siglos,” pág. 65.
[44] Newman, op. cit., pág. 373.
[45] “Didaché,” cap. 7, en LCL, “Los Padres Apostólicos,” tomo 1, págs. 318, 321.
[46] Orígenes, “Octava Homilía acerca del Lenifico,” cap. 3, Migne, “Patrología Graeca,” tomo 12, col. 496; “Homilía en cuanto a Lucas,” cap. 14. “Patrología Graeca,” tomo 13, col. 1.835; “Comentario acerca de la Epístola a los Romanos,” libro 5, cap. 9, “Patrología Graeca,” tomo 14, col. 1.047. Cipriano, “Epístola 58,” en PAN, tomo 5 págs. 353, 354, Gregorio Nacianzeno, “Oración del Santo Bautismo” caps. 17, 23, 28, en PNPN, 29 serie, tomo 7, págs. 365, 367, 368, 370; Ambrose, “Exposición a Lucano,” libro 1, párr. 37, ad Luc. 1: 17, in Migne, “Patrología Latina,” tomo 15, col. 16, 28; Augustina, “Tratado sobre los Méritos del Perdón de los Pecados y el Bautismo de los Niños,” libro 1, cap. 23, en PNPN, 19 serie, tomo 5, pág. 24; “Acerca del Bautismo y contra los Donatistas,” libro 5, cap. 24*, en PNPN, 19 serie, tomo 4, pág. 461; León I, Epísto* la 16, cap, 4, en PNPN, 29 serie, tomo 12, pág. 28- Debiera señalarse que Tertuliano no aceptó necesidad del bautismo de los niños: “En cuanto al Bautismo,” cap. 18, en PAN, tomo 3, pág. 678
[47] ‘‘Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 442.
[48] “Didiché,” cap. 14, en LCL, “Los Padres Apostólicos,” tomo 1, págs. 330, 331.
[49] Justino Mártir, “Primera Apología,” 67, en PAN, tomo 1, págs. 185, 186.
[50] Plinio el Joven, “Epístolas,” libro X, Epístola 96, en LCL, Plinio, tomo 2, págs. 402-405; Tertuliano, “The Chaplet,” cap. 3, en PAN, tomo 3, pág. 1- 94.
[51] Gregorio de Nissa, “Sobre la Resurrección de Cristo, Oración I”, en Migne, “Patrología Graeca,” tomo 46, col. 611. Se la llama “sacrificio” en la primitiva “Didache,” cap. 14, en LCL, “Los Padres Apostólicos,” tomo 1, pág. 330, 331.
[52] La Hna. Elena G. de White llama a la misa una “horrible herejía que era toda una afrenta al cielo” en el libro “El Conflicto de los Siglos,” pág. 67.
[53] Gregorio de Nissa, “De Vita Gregorio Taumaturgo” in Migne, “Patrología Graeca,” tomo 46. cois, 953, 954. Eusebia “Praeparatio Evangélica,” libro XIII, cap. 2, en “Patrología Graeca,” tomo 21» cois. 1.095, 1.096.
[54] Canon 36, en Carlos José Hafele, “Historia de los Concilios de la Iglesia,” (en inglés) tomo 1, pág. 151
[55] Agustín, “De Censura Evangelistarum,” I, cap. 10, párr. 16, in Migne, “Patrología Latina,” tomo 34, col. 1.049.
[56] Federico Cornwallis Conybeare, Iconoclasts; “La Enciclopedia Británica,” (11° ed.), tomo 14, pág. 272.
[57] Véase nota 147.
[58] “Epístola de Bernabé,” caps. 2, 3, 14, 15, en PAN, tomo 1, págs. 137, 138, 146 147; Justino Mártir, Diálogo con Trifón, el Judío, caps. 10-12, 18, 19, 21, 22, 33, 39, en PAN, tomo 1, págs. 199, 200, 203-206, 208, 209; Ireneo, “Adversus Haereses,” libro IV, caps. 8, 9, 12, 13, 15. 16-18, en PAN, tomo 1, págs. 471, 472. 475-477. 479-485; Tertuliano “Respuesta a los Judíos,” caps. 2-4, 6, en PAN tomo 3. págs. 152-157.
[59] “Los Hechos de los Apóstoles, pag. 280; Tertuliano, “The Chaplet,” cap. 3; ‘ Acerca de la Idolatría,” cap. 14, en PAN, tomo 3, pags. 94, 70; Policrates de Esmirna, en Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro V, cap. 24, párr. 6.
[60] “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 706.
[61] Policrates de Esmirna, en Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro V, cap. 24, párr. 2-8.
[62] Ireneo de Galia, en PNPN, párr. 12, pág. 243.
[63] Eusebio, “Historia Eclesiástica,” libro V, cap. 23, párr. 1, cap. 24, párr. 2.
[64] Id., pág. 241. “El Conflicto de los Siglos,” págs. 59, 61; “Early Writings,” pág. 65.
[65] Griego, “Xystos” Ireneo de Galia, en PNPN, cap. 24; párr. 14, pág. 243; “El Conflicto de los Siglos,” págs. 58, 59.
[66] El término “papa” procede del griego pappas, “padre;” fué un término que se aplicó muy pronto a todos los obispos de la iglesia cristiana y más tarde a los abades de los monasterios. “Dictionary of Christian Antiquities” {Diccionario de antigüedades cristianas), tomo 2, pág. 1.652, art. “Papa.” Aunque Cipriano se dirige a los obispos de Roma como a “colegas,” y “hermanos,” las cartas de Roma se dirigen a él como “papa”: Epístola 29 (36) y 30, en PAN, tomo 5, págs. 307, 308. Sirio, obispo de Roma lo usa (384-398) por primera vez como un título. Epístola 6, en Migne, “Patrología Latina,” tomo 13, col. 1.164.
[67] Justino Mártir, “Diálogo con Trifón, el Judío,” cap 17, en PAN, tomo 1, pág. 293; Orígenes, “Contra Celso,” libro VI, cap. 27, en PAN, tomo 4, pág. 585; Tertuliano, “Ad Nationes,” tomo 1, pág. 14, en PAN, tomo 3, pág. 123; Eusebia, “Historia Eclesiástica,” libro IV, cap. 15, párr. 29, en PNPN, 29 serie, tomo 1, pág. 191.
[68] Tertuliano, “Scorpiace,” cap. 10, en PAN, tomo 3, pág. G43
[69] Josefo, “Guerras de los Judíos,” libro I, caps. 14-20.
[70] Id., libro II, caps. 1-7.
[71] Id. cap. 8.
[72] Id. libro II, cap. 14. libro VII, cap. 10.
[73] Bajo el emperador Trajano: Arturo E. R. Boak, “Una Historia de Roma, a 565 d. J. C.” (en inglés), pág. 264.
[74] Eusebia, “Historia Eclesiástica,” libro TV, cap. 6, en PNPN, 29 serie, tomo 1, págs. 177, 178
[75] “El Conflicto de los Siglos,” pág. 61; Schaff, “Historia de la Iglesia Cristiana” (en inglés), tomo 2, págs. 202, 203.
[76] Santiago Jorge Frazer, “Golden Bough,” caps. 28-40, pág. 62.
[77] “Apología 16,” en PAN, tomo 3, pág. 31; Idolatry,” Acerca de la Idolatría, cap. 14. en PAN, tomo 3, pág. 70.
[78] Roberto Leo Odom, “El Domingo en la Roma Pagana” (en inglés), cap. 15.
[79] Día de Saturno, Dio Cassius, “Historia de Roma,” libro XXXVIII, cap. 16, párs. 2-4, en LCL, Dio, tomo 3, págs. 124-127. Josefo, “Guerras de los Judíos,” libro I, cap. 7, párr. 3. Día del Sol, Justino Mártir, “Primera Apología,” cap. 67, en PAN, tomo 1, pág. 186. Días de Mercurio, el Sol, la Luna, Saturno y Venus, Porfirio en Eusebio, “Praeparatio Evangélica,” libro V, cap. 4, en Migne, “Patrología Graeca,” tomo 21, cois. 347, 348.
[80] Dio Cassius, “Historia Romana,” libro XXII, cap. 22, pár. 4, en LCL, Dio Cassius, tomo V, págs» 386, 387. Dio, Id., libro XXXVII, cap. 16, págs, 2-4, en LCL, Dio, tomo 3, págs. 124-127, con Josefo, “Guerras de los Judíos,” libro I, cap. 7, párr. 3.
[81] Ireneo, en Eusebia, “Historia Eclesiástica” libro V, cap. 24, párs. 16, 17, en PNPN, 29 serie, tomo 1, págs. 243, 244.
[82] “Libro de los Papas,” “Pió I,” en la transcr. de Loomis, págs. 14, 15.
[83] “Early Writings,” pág. 33.
[84] Id., pág. 65.
[85] “El Conflicto de los siglos” Pág. 500. (Véase pags. 60, 61)
[86] Ireneo, en Eusebio, -Historia Eclesiástica” libro V, cap. 24, párrs. 9-11.
[87] “Historia Eclesiástica,” libro V, cap. 22. 29 serie, tomo 2, pág. 132
[88] Con respecto a las funciones sacerdotales del sacerdote, otorgadas por medio del obispo, véase “Las Constituciones de los Santos Apóstoles,” libro III, sec. I, cap. 10, en PAN, tomo 7, pág. 429; para tener una visión cabal véase lo que escribe Eduardo Gibbon, “The History of the Decline and Fall of the Román Empire” (La Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano), cap. 50, párr. 13.