Hollywood lo proyecta en la pantalla. Desde los diarios serios hasta los tabloides frívolos, recibe un tratamiento que a la vez asusta y resulta aparatoso. Los teólogos de derecha y de izquierda hablan y escriben al respecto como si se tratara de una cosa trivial o muy importante.

Estamos hablando del milenio. Es la palabra mágica. Puesto que hemos llegado al año 2000, es oportuna esta pregunta: ¿Va el siglo a llevar a la Historia a una nueva oportunidad o al caos? Los líderes religiosos están aprovechando la oportunidad para iniciar una nueva época de fe. Algunos prevén el fin de todas las cosas, pero los menos inclinados al entusiasmo especulativo ven en la llegada del año 2000 una rampa de lanzamiento a partir de la cual pueden proclamar el comienzo de una nueva época religiosa. Un elemento importante es la convocatoria del Papa a una asamblea de líderes religiosos de todas las corrientes, que se celebraría en Jerusalén incluso este año.

Los últimos dos siglos produjeron una transformación general de la autocomprensión religiosa, especialmente entre los cristianos. Desde sus comienzos, la religión ha tratado de explicar la relación que existiría entre la naturaleza y lo sobrenatural. El Iluminismo, hacia fines del siglo XVIII, consiguió desacreditar virtualmente toda creencia en lo sobrenatural, reduciendo el cristianismo a una organización de asistencia social, con muy poco contenido sobrenatural.

El producto final de esto es un cristianismo enfocado en las ideas, pero desprovisto de certeza acerca de Dios. Dentro de este vacío se desarrollaron explicaciones alternativas para proporcionarle significado a una cosmovisión, que se fundieron en una amalgama que descartó la versión bíblica de lo sobrenatural. Cuando se abandonaron las ideas bíblicas calificándolas de mitos, la religión se orientó hacia preocupaciones humanas. Los textos bíblicos fueron disecados de acuerdo con la lógica humana, y la comunidad intelectual cristiana se embarcó en la búsqueda del Jesús histórico. La ciencia se convirtió en la guía del futuro, se redujo la profecía bíblica a textos escritos después de los acontecimientos y la escatología se convirtió en una esperanza melancólica de sucesos inciertos.

Pero la esterilidad de esa religión, privada de su propósito de ligar a la humanidad con Dios, impulsa a las personas inquietas. Hoy una nueva generación está al mando, gente que busca respuestas satisfactorias para preguntas difíciles. Lo sobrenatural, abandonado hace mucho como extinto, ha vuelto a surgir como línea de avanzada en el interés religioso.

De nuevo los milagros están de moda. Hay ángeles por todas partes: en el mundo literario, en la industria del entretenimiento, incluso entre teólogos que ya no creían en ellos. El misticismo de la Nueva Era satura ahora la música, la literatura, la filosofía, la educación y hasta la medicina. No se puede ignorar más a los cristianos evangélicos, que hoy son 400 millones. El fundamentalismo ejerce ahora una profunda influencia sobre las religiones no cristianas.

La utopía del milenio

Desde esta nueva plataforma los guías religiosos de hoy esperan lanzar un reavivamiento poderoso que envuelva a todas las religiones, para inaugurar así ese mundo utópico de paz, prosperidad, progreso y unidad.

¿Cómo se puede concretar en un ideal utópico una colección de tradiciones religiosas diferentes, que compiten entre sí y que con frecuencia son contradictorias? La fórmula propuesta se encuentra en un grupo relativamente sencillo de elementos:

1. No juzgar. Ya no se puede considerar que una religión sea superior a otra.

2. Mérito. Cada tradición tiene valor en su propia esfera y, por lo tanto, merece el respeto de todas las demás.

3. Aceptación. Puesto que toda tradición religiosa es válida, es necesario asegurar su lugar en un todo pluralista.

4. Diversidad. Dentro de esa aceptación plenaria, cada cual debe poder practicar su propia convicción, libre de cualquier intento proselitista.

5. Comunidad. El foco se debe concentrar en un elemento común: el servicio a la comunidad.

6. Subjetividad. Cada cual puede trascender creencias y prácticas particulares, con el fin de participar de la experiencia interior que todas las religiones tienen en común. Después de todo, lo que cuenta es la relación con Dios, de acuerdo con la concepción de cada cual.

A pesar de esta fórmula del milenialismo utópico, la Biblia efectivamente apunta hacia un milenio totalmente diferente en propósito y significado.

La voz de la Biblia

Al volvemos hacia las Escrituras para estudiar este tema, nos sorprendemos porque sólo unos pocos pasajes se refieren al milenio. Por lejos, el texto más explícito al respecto es el capítulo 20 del Apocalipsis. Los Evangelios no dicen nada acerca del milenio, y Pablo lo menciona sólo de paso. Pero los temas relacionados con el juicio y la consumación final aparecen a lo largo de las Escrituras.

Para abarcar todas las enseñanzas de la Biblia, destacaremos diversos pasajes teológicamente relacionados entre sí. Pablo le habla a los corintios de la resurrección en relación con la última trompeta (1 Cor. 15:51-55). Aunque no se refiera directamente al regreso de Cristo, por cierto asume que la iglesia de Corinto estaba al tanto acerca de lo que él en ese momento les estaba enseñando a los creyentes de Tesalónica (1 Tes. 4:13-18; 2 Tes. 2:1-12).

El regreso de Cristo es el acontecimiento central, en tomo del cual giran el fin del mundo y la resurrección. Pablo fue el fundador y el primer maestro de la iglesia de Corinto (Hech. 18:11,18). No parece razonable que su enseñanza básica acerca del regreso de Jesús no esté fundada sobre lo que dice en 1 Corintios 15. A pesar de eso, en ninguno de sus escritos relaciona la segunda venida de Cristo con un período definido.

El apóstol Pedro se refiere dos veces a los mil años en el mismo versículo: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Ped. 3:8). Pero su intención es sólo retórica; no profética. El apóstol no se está refiriendo a un período profético definido, sino que se limita a destacar el hecho de que Dios está por encima del tiempo, al contrario de lo que ocurre con los seres humanos.

Juan emplea seis veces la expresión “mil años” en Apocalipsis 20. En forma resumida prevé la grandiosa culminación de la Historia. Satanás, el archienemigo, cae preso y queda confinado por mil años (vers. 1-3). Los justos se levantan en la primera resurrección y reinan con Cristo en el Cielo durante mil años (vers. 4-6). Al cabo de los mil años se suelta a Satanás para que dirija a sus secuaces, que acaban de resucitar, en un asalto contra los santos y la Santa Ciudad (vers. 5, 7-10), cuando el fuego del Cielo destruye a todos los impíos.

La breve afirmación de Pedro (2 Ped. 3:8) —que es una cita de Salmo 90:4— ha dado margen a una cantidad de propuestas, basadas en la idea de que él ofrece allí una fórmula para interpretar las muchas referencias bíblicas a días, generalmente fuera de todo contexto profético. Basándose en la premisa de que los siete días de la creación son paralelos a siete épocas de mil años cada una, algunos le añaden otra premisa: que el sexto período de mil años terminaría con 1999.

Los proponentes de esta teoría alimentan la idea de que con el año 2000 deberíamos estar entrando en el cumplimiento de lo que corresponde al séptimo día literal de la Creación, es decir, un milenio de paz y prosperidad. Ese argumento ya aparecía en las especulaciones judías previas a la venida de Cristo, y ha aparecido esporádicamente en escritos cristianos posteriores a Cristo, pero carecen de una verdadera base bíblica.

Se puede hacer otra pregunta: ¿Dónde pasará el pueblo de Dios los mil años? La respuesta se encuentra en otros pasajes del Nuevo Testamento. La primera resurrección es la del pueblo de Dios, y ocurre en ocasión de la segunda venida de Cristo. Al hablar de los santos vivos, Pablo afirma que serán “arrebatados juntamente con ellos [los santos resucitados] en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes. 4:17). Jesús mismo prometió regresar para llevar a los creyentes a la casa de su Padre (Juan 14:1-3).

Los redimidos pasarán los mil años en el Cielo, donde tomarán parte en el juicio (Apoc. 20:4), para presenciar inmediatamente después el fin del pecado (Apoc. 21:2-8). La tentativa de describir el milenio como una era de esplendor, con Cristo presidiendo un reino terrenal, no concuerda de ningún modo con la enseñanza bíblica respecto de los eventos finales.

Aunque la mayoría de los intérpretes cristianos del milenio argumenten en favor de teorías dispensacionalistas que presuponen un reino mesiánico en el cual Cristo reinaría sobre la Tierra, los adventistas preferimos seguir a Pedro y Pablo, y enseñamos que la Tierra será totalmente devastada en ocasión de la venida de Cristo. Ese acontecimiento tendrá como resultado que el planeta será inhabitable para los seres humanos, pero llegará a ser una adecuada prisión para Satanás. Basándonos en el Apocalipsis, prevemos la erradicación del mal y la restauración de todo a su pureza original al final de los mil años, para constituir un mundo “en el cual mora la justicia”.

Teorías milenialistas

Hoy la palabra milenio ha recibido un nuevo significado. Más allá de la sencilla referencia al período bíblico de mil años, se está convirtiendo en la clave de los acontecimientos finales. Esta especie de especulación tiene una larga historia. En el período que se extiende entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, los rabinos discutían acerca del reino mesiánico venidero. En el tiempo de Jesús, esas enseñanzas sin duda saturaban los conceptos populares que él encontraba al tratar de explicar la naturaleza de su reino.

El Cuarto libro de Esdras, apócrifo por cierto, ofrece un buen ejemplo de esto. Según ese libro, el Mesías se revelaría mediante el establecimiento de un reino terrenal, en el cual todos prosperarían durante cuatrocientos años, después de los cuales el mismo Mesías y la humanidad entera morirían, de modo que la Tierra volvería al silencio original. Entonces ocurriría una resurrección general, seguida de un paraíso terrenal y una Jerusalén restaurada.

El Talmud enseña que, de acuerdo con la decisión que hagamos, los días del Mesías serían de 40 o de 70 años, o tres generaciones. Algunos rabinos preferían 400 años, 365 años, 7.000 años o 2.000 años (Sanhedrin, 916). Con frecuencia la era dorada se presenta en términos de prosperidad, abundancia de casas, tierras y cosechas, de numerosa descendencia, y la satisfacción de todos los deseos sensuales. Esas ideas se introdujeron después en la visión cristiana del milenio venidero.

¿Cuándo comenzaría todo eso? ¿Vendría después de 85 jubileos, después de 7.000, 6.000, 5.000, 2.000 o 600 años, o justamente cuándo? El rabino Akiba era partidario de 40 años. Se propusieron varios esquemas, y algunos de ellos fueron adoptados por cristianos influyentes, tales como Ireneo, Justino Mártir, Eusebio y otros. Jerónimo (en tomo del 380 d.C.) argumentaba en favor de una historia mundial de seis mil años, seguida de un sábado milenial. Incluso algunos no cristianos, como los seguidores de Zoroastro y los etruscos, enseñaban que la especie humana duraría seis mil años. Como consecuencia del grosero materialismo incorporado a las ideas relativas al milenio, otros padres de la iglesia rechazaron inclusive la idea del milenio, al punto de negar el carácter canónico del Apocalipsis.

Pero fue San Agustín quien entusiasmó a la cristiandad medieval con su idea de que el milenio no es un período, sino una experiencia que comienza con la conversión y culmina con un éxtasis espiritual comparable a la segunda venida de Cristo (La Ciudad de Dios, 20:6, 7).

Esas ideas provocaron el entusiasmo público cuando se aproximaba el año 1000. Sobre la base del pensamiento de Agustín, los cristianos comenzaron a prever acontecimientos solemnes para ese año. Al acercarse, justo cuando el papa Silvestre ascendió al trono, la tensión subió, pero no ocurrió nada notable. Aunque circulaban especulaciones fantásticas en los monasterios, el Vaticano calmó los temores relativos al fin del mundo. En el año 998 el Concilio de Roma le impuso siete años de penitencia a Roberto, rey de Francia, por violaciones graves de la ley canónica, y el emperador Otto III, de Alemania, continuó con sus planes de restaurar el antiguo Imperio Romano.

Los adventistas y las especulaciones

Puesto que estamos profundamente interesados en las profecías, los adventistas somos particularmente vulnerables a las especulaciones. A lo largo de la historia del adventismo hemos enfrentado especulaciones acerca del fin, a pesar de que la Biblia y Elena de White desacreditan toda tentativa de prever los eventos del futuro.

En vista de esto, necesitamos referimos a la agitación que existe en ciertos círculos adventistas acerca de los seis mil años. Generalmente los que proponen cálculos definidos basan sus argumentos sobre la afirmación de Elena de White relativa a una cronología de seis mil años para esta Tierra. Pero la cronología bíblica es compleja e incluye varios aspectos inciertos, lo que impide totalmente que se pueda hacer un cálculo cronológico exacto. Por cierto que no afectan al mensaje de las Escrituras, pero nos impiden fijarle fechas precisas a los acontecimientos bíblicos para cualquier período anterior a los reyes de Israel.

Elena de White no tuvo le intención de establecer una cronología. En sus escritos ella se refiere 43 veces a los seis mil años y 42 a cuatro mil años. Como regla, ella sencillamente cita la cronología de Ussher, que estaba impresa en la parte superior de la Biblia que usaba. El método es de aproximación y no de fechas exactas. En 1913, refiriéndose a la Tierra, ella escribió que tendría “casi seis mil años”. Con todo, los estudiantes cuidadosos de la Biblia y de los escritos de Elena de White han evitado elaborar cronologías basándose en este tipo de evidencia.

Principios protectores

Frente a todo esto, surge la pregunta: ¿Existen principios sanos que nos pueden ayudar a enfrentar las especulaciones relativas al milenio y a evitar que seamos engañados? Los siguientes pueden servir:

  1. Las especulaciones relativas al milenio tienen una larga historia y casi siempre han estado equivocadas.
  2. El deseo de disponer de novedades proféticas superficiales debe ceder su lugar a un cuidadoso estudio de la Biblia.
  3. Fijar fechas para el fin es en sí una empresa sin base bíblica.
  4. Elena de White endosa firmemente la interpretación historicista de las profecías, y nunca propone interpretar el futuro sobre la base de profecías apocalípticas relacionadas con el tiempo.
  5. El estudio juicioso de las profecías bíblicas sigue siendo un componente válido y esencial del mensaje adventista, pero no nos debe conducir a fijar fechas para la venida de Jesús o de otros acontecimientos relacionados con su regreso.

Sobre el autor: Es doctor en Teología, director del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.