El año 1994 marca el 150 aniversario del gran chasco sufrido por el adventismo milerista ocurrido el 22 de octubre de 1844. Para esa fecha los seguidores de Miller habían llegado a la convicción de que Cristo volvería en 1844. Pero de repente sus esperanzas quedaron destrozadas; la certidumbre fue reemplazada por la desorientación. El 22 de octubre los desilusionados mileristas se encontraron de pronto en el centro de una inesperada crisis de identidad.

Las denominaciones adventistas

Los meses y los años subsiguientes revelaron que los que habían permanecido fieles a su esperanza en el advenimiento andaban en busca de identidad. ¿Quiénes eran? ¿Qué significaba ser adventista?

Las respuestas a estas preguntas no eran obvias en ese tiempo. Lo que estaba a la orden del día era un profundo estudio de la Biblia y un ferviente examen del corazón. Entre 1844 y 1848 se desarrollaron tres formas del adventismo posmilerista.[1] La primera fue la de los espiritualizadores. Este grupo abandonó la interpretación literal de las Escrituras y espiritualizó el significado incluso de las palabras concretas. De este modo podían pretender que Cristo había venido en 1844, que había venido a sus corazones. Ese había sido el segundo advenimiento. Este grupo fomentó un creciente fanatismo.

El segundo, fueron los Adventistas de Albany, llamados así porque se organizaron en líneas congregacionales en Albany, N.Y., en mayo de 1845. El objetivo que tenían era distanciarse de los fanáticos que había entre los espiritualizadores. Continuaron considerando la segunda venida de Cristo como la purificación del santuario. Periódicamente aparecieron entre ellos nuevas fechas para la venida de Jesús. Los representantes del grupo abandonaron eventualmente toda creencia firme en el esquema profético de Guillermo Miller. Josué V. Himes y Josías Litch (principales colaboradores de Miller) pertenecían a este segmento del adventismo, como lo fue el mismo Guillermo Miller hasta el fin de su vida ocurrido en 1849.

Un tercer grupo concluyó, eventualmente, que los mileristas habían estado en lo correcto con respecto a la fecha de los 2,300 días de Daniel 8:14, y que algo de importancia había ocurrido el 22 de octubre de 1844; pero entendieron que ese algo no era la segunda venida de Cristo. Más bien, había sido el principio de la purificación del santuario celestial. Este grupo creció alrededor de varias doctrinas claves, incluyendo la creencia ininterrumpida en el cercano advenimiento de Jesús en las nubes de los cielos, la santidad del séptimo día sábado, el ministerio de Cristo en los dos departamentos del santuario celestial, la naturaleza condicional de la inmortalidad, y la perpetuidad de los dones espirituales (incluyendo el don de profecía).

Estos adventistas observadores del sábado llegaron a considerarse los únicos herederos del adventismo anterior al chasco, pues (a diferencia de los espiritualizadores) sus defensores continuaban aferrándose a un advenimiento literal, y (a diferencia de los Adventistas de Albany) continuaban los principios de interpretación profética de Miller. Los dirigentes más destacados de los observadores del sábado fueron José Bates y Jaime y Elena G. de White.

Entre 1844 y 1866, seis denominaciones surgieron de las tres ramas del milerismo. Los Adventistas de Albany dieron nacimiento a cuatro denominaciones: la Asociación Evangélica Norteamericana, en 1858, los Cristianos Adventistas, en 1860; la Iglesia de Dios (Oregon, Illinois), en la década de 1850 y la Unión Vida y Advenimiento, en 1863, el movimiento sabático se constituyó en dos denominaciones: los Adventistas del Séptimo Día, entre 1861 y 1863, y la Iglesia de Dios (del séptimo día), en 1866. Con toda su diversidad, individualidad, y (alta de organización, el ala espiritualizadora del adventismo no formó cuerpos permanentes. Varios espiritualizadores se encaminaron hacia otros “ismos” adventistas más estables, o fueron absorbidos de nuevo por la cultura secular.

La forma cambiante del adventismo

Si bien las estadísticas de la feligresía no están a nuestro alcance, parece seguro sugerir que los adventistas evangélicos y los adventistas cristianos eran los más numerosos a principios de la década de 1860, con los adventistas cristianos ganándoles terreno constantemente a los evangélicos. Una razón para el éxito relativamente mayor de los Adventistas Cristianos parece ser el hecho de que tenían doctrinas peculiares que les daban algo que defender. Las doctrinas del condicionalismo y el aniquilacionismo les daba un punto focal para su identidad. Aquellas enseñanzas con el tiempo sobrepasaron el énfasis en el advenimiento. Llegaron a ser sus doctrinas distintivas y dieron a los Cristianos Adventistas un punto de unión.

Los evangélicos, por otra parte, sólo tenían el advenimiento premilenial que los separaba del populacho cristiano. Cuando una porción significativa del protestantismo conservador también adoptó formas de premilenialismo en las décadas posteriores a la guerra civil, al Adventismo Evangélico le quedó muy poca razón para continuar con una existencia separada. A principios del siglo veinte ya habían dejado de existir como grupo religioso separado.[2]

No era fácil llevar estadísticas entre los grupos de adventistas en sus primeros años. Algunos temían que “contar a Israel” podría traer una “maldición”. Otros se demostraron más dispuestos, aunque de mala gana. Las divisiones y sospechas mutuas entre los grupos adventistas no hacían fácil la tarea.[3]

El primer censo adventista fue publicado por D. T. Taylor en 1860. Taylor contó 584 ministros, con 365 que creían en el condicionalismo y el aniquilacionismo; 67 creían que había conciencia después de la muerte; hubo nueve indecisos y 143 que no informaron. En cuanto al día de reposo, 365 se aferraban al domingo, 57 al séptimo día y 162 no informaron. Taylor estimaba en 54,000 el número de miembros laicos, pero no intentó clasificarlos según sus creencias. Sin embargo, otras fuentes indican que algo más de 3,000 eran sabáticos. Así, para el año 1860, los observadores del séptimo día representaban algo más del 10 por ciento de los adventistas. El otro 90 por ciento adoraban en el primer día.[4]

El censo de Taylor también hacía estimaciones en cuanto a la lista de suscriptores de los diversos periódicos o revistas adventistas. La revista World’s Crisis de los Cristianos Adventistas estaba a la cabeza con 2,900 suscriptores. Seguía la Review and Herald de los sabáticos con 2,300 y la Advent Herald de los evangélicos con 2,100. Taylor fue más allá e hizo notar que los promotores de la Review and Herald, “aunque eran una clara minoría, eran muy devotos, celosos, y activos en la promulgación de sus peculiares puntos de vista referentes al sábado y el domingo”. El resultado de ese celo quedaría demostrado en las décadas por venir.[5]

El censo del gobierno de los Estados Unidos de 1890 no sólo nos da un cuadro más exacto de la feligresía adventista, sino que indica también los cambios radicales en el tamaño relativo de las diversas denominaciones adventistas. Para ese tiempo los Adventistas del Séptimo Día habían logrado la preeminencia, con 28,991 miembros en los Estados Unidos. Los Cristianos Adventistas les seguían con 25,816. Después venía la Iglesia de Dios (Oregon, Illinois), con 2,872, los Evangélicos, con 1,147, la Unión Advenimiento y Vida con 1,018, y la Iglesia de Dios (del Séptimo Día), con 647.[6]

Un siglo más tarde sólo cuatro de las seis denominaciones adventistas existían todavía. En 1990 los Adventistas del Séptimo Día informaron 717,446 miembros en los Estados Unidos, mientras que los Cristianos Adventistas reclamaban tener 27,590, la Iglesia de Dios (Oregon, Illinois) 5,688, y la Iglesia de Dios (del Séptimo Día) 5,749.[7]

Como hicimos notar arriba, la denominación Adventistas Evangélicos, que una vez había sido muy fuerte, fue la primera en desaparecer. Desapareció a principios del siglo veinte. La Unión Vida y Advenimiento había sido la segunda en perder su identidad separada. Para 1958 la Unión informaba sólo 340 miembros. Seis años más tarde se fusionaban con los Cristianos Adventistas.[8]

Así, para principios de 1990 los Adventistas del Séptimo Día con sus más de 700,000 miembros en los Estados Unidos y más de 7,000,000 alrededor del mundo dominaban las filas de los cuerpos religiosos que trazaban su herencia hasta el milerismo. Como lo expresó Clyde Hewitt, historiador Cristiano Adventista, “el más pequeño de los vástagos mileristas fue el que llegaría a ser, con mucho, el más grande”.[9]

El “porqué” del éxito

Al llegar a este punto surge la pregunta, ¿por qué? ¿Por qué el diminuto movimiento sabático con su impopular doctrina no sólo sobrevivió, sino que prosperó? Lo más que podemos hacer para contestar esta pregunta es especular, pero podemos defender varias respetables hipótesis a partir de la información histórica. Antes de explorarlas, debería hacerse notar que estrechamente relacionado con la búsqueda de por qué el adventismo del séptimo día prosperó, está un segundo punto: por qué el milerismo tuvo éxito. Yo sugiero que los dos movimientos experimentaron el éxito en gran medida por las mismas razones.

Antes de entrar en mi análisis, deberíamos considerar las respuestas que otros han dado acerca del porqué el éxito de los mileristas. Tres respuestas bastante útiles nos vienen de David L. Rowe, Michael Barkun, y Ruth Alden Doan, todos eruditos no adventistas que han hecho extensos estudios sobre el milerismo.

Rowe señala que mientras que muchos “profetas” se han levantado en la historia norteamericana prediciendo el fin del mundo, ninguno logró un movimiento masivo de seguidores como el que logró Miller. Luego Rowe pasa a explicar el éxito del movimiento en términos de reavivamiento, milenialismo, y pietismo. Estas tres fuerzas coincidieron en el tiempo del movimiento milerista. Rowe arguye que mientras el reavivamiento del segundo advenimiento proveyó el método para esparcir el milerismo, el milenialismo aportó la idea o sueño de un reino futuro que le imprimió dirección al movimiento, y el pietismo contribuyó con el temperamento de fe que capacitó a los individuos para responder al reavivamiento y aceptar la visión del nuevo mundo por venir. Los tres, obrando juntos, desarrollaron la dinámica que lanzó al milerismo hacia adelante.[10]

Barkun llama la atención a los factores ambientales como contribuyentes al éxito, no sólo del milerismo, sino de otros movimientos milenaristas y utópicos de la misma época. De ese modo, los desastres naturales (como el cambio de parámetros del clima) y las crisis económico/sociales (tales como el pánico de 1837) crearon un clima en el cual el pueblo buscaba soluciones al problema de la angustia personal y colectiva. En tal contexto, el mensaje de Miller dio esperanza a un mundo en el cual los esfuerzos humanos no habían podido producir los resultados esperados. Parece ser una regla que mientras más empeoran las cosas en términos humanos, más factibles parecen ser las opciones milenialistas.[11]

En apoyo de la posición de Barkun está el hecho establecido de que los grupos milenialistas prosperan en tiempos de crisis. Así los Adventistas del Séptimo Día y el evangelismo dispensacionalista tuvieron sus años de más éxito durante la Primera Guerra Mundial. De la misma manera, Barkun observa que los reavivamientos milenialistas tuvieron lugar no sólo durante las depresiones económicas de la década de 1840, sino también durante las de 1890 y 1930.[12]

Doan ve un factor para el éxito del milerismo en su ortodoxia, su esencial armonía con las otras fuerzas religiosas de la época en términos de doctrina, liderazgo de los laicos en la comprensión de la Biblia, y asuntos similares. Una herejía esencial del milerismo era su punto de vista del advenimiento premilenial. Pero la ortodoxia del movimiento en la mayoría de los asuntos religiosos hizo que el populacho permaneciera abierto ante su único mensaje no ortodoxo. La posición de Doan que es, por lo general, compartida por la mayoría de los eruditos no adventistas, es una negación de los puntos de vista anteriores que trataron al milerismo como algo extraño (si no sobrenatural) y fuera de armonía con su cultura.[13]

Debería notarse que las diversas sugerencias en cuanto al éxito del milerismo presentadas hasta aquí no son mutuamente excluyentes. Cada una parece suplir una porción de la explicación que subyace en el éxito milerista (y por extensión, el éxito de los adventistas observadores del sábado). Pero incluso colectivamente sólo nos dan una parte de la respuesta a nuestra pregunta.

Las sugerencias que aparecen en el resto de este artículo no deberían verse como fuera de armonía con las expuestas por Rowe, Barkun, Doan y otros, sino como complementarias. Pero en tanto que sus sugerencias tienden a enfocarse en factores externos del movimiento milerista, las que se desarrollan en el resto de este artículo consideran más cuidadosamente los factores internos que condujeron al éxito al milerismo anterior a 1845 y al adventismo observador del sábado posterior a 1844. Las fuerzas sociales y los factores contextúales son importantes (probablemente esenciales) al éxito de cualquier movimiento religioso, pero no son suficientes por ellos mismos. Los factores externos no son el movimiento, sino el terreno para su implantación y el desarrollo posterior exitoso de dicho movimiento. Tanto los factores externos como los internos deben tener lugar para que un movimiento como el milerismo o el adventismo observador del sábado tenga éxito.

Consideraremos ahora cuatro factores internos que parecen haber contribuido al éxito del milerismo y del adventismo del séptimo día.

Una visión de la verdad

En primer lugar, debería notarse que los movimientos apocalípticos con frecuencia atraen a dos tipos de personas. Por un lado, encontramos el racionalismo que pone al descubierto las profecías bíblicas y desarrolla el esquema de eventos apocalípticos. Por el otro lado, están los tipos emocionales que gravitan en la excitación de la expectación apocalíptica y con frecuencia se deslizan hacia un extremismo fanático e irracional.

El milerismo tenía los dos tipos. Así, aunque fue fundado sobre el frío racionalismo de Miller, también tenía sus starkweathers (dirigentes fanáticos del período anterior al chasco), sus gorgases (R. C. Gorgas estaba sumido en el fanatismo el 22 de octubre de 1844),[14] y los espiritualizadores. Un movimiento se desintegra siempre que las fuerzas racionales no son lo suficientemente fuertes como para controlar las fuerzas centrífugas del irracionalismo y el emocionalismo. Fue en esta zona donde el ala espiritualizadora del adventismo cayó en la nada. Su irracionalismo venció a su racionalismo hasta que al final no hubo control sobre su sistema de creencias.

Una de las fortalezas del milerismo fue el desarrollo racional de su doctrina central. Ese elemento atrajo creyentes a su causa por su misma lógica. Pero el milerismo, en su mejor expresión, también dio lugar al emocionalismo religioso, y ese emocionalismo idealmente se produjo dentro de las fronteras de la racionalidad. Esa combinación dio tanto vida como estabilidad al movimiento y lo hizo más apetecible.

El adventismo del séptimo día ha participado también, en gran medida, de ese equilibrio, aunque parece que a veces se inclina demasiado hacia el polo puramente racional. Tanto el milerismo como el brote observador del sábado procedente de él han tenido, por supuesto, sus elementos exaltados y fanáticos, pero la estabilidad de su éxito puede ser atribuida en gran medida a su habilidad para apelar al elemento racional de la gente. Así, ellos han tenido como objetivo convertir a la gente a “la verdad”.

El contenido de la verdad

Un segundo elemento que parece haber conducido al éxito evangelístico del milerismo y del adventismo del séptimo día es el contenido o factor doctrinal en su visión de la verdad. Así, el milerismo tenía lo que era considerado como una importante verdad bíblica que ofrecer a los individuos que andaban en busca de significado. Para el milerismo, ese factor doctrinal fue el regreso premilenial de Cristo. El milerismo no fue simplemente una parte del tinglado eclesiástico; tenía algo diferente que lo distinguía de los otros grupos religiosos. Así que tenía un mensaje que predicar. Muchos respondieron a ese mensaje.

Como hicimos notar arriba, una de las razones para que el Adventismo Evangélico desapareciera es que perdió su singularidad doctrinal después que una porción significativa del protestantismo norteamericano aceptó el premilenialismo. Después de eso, el Adventismo Evangélico no tenía ya razón suficiente para existir. Como resultado, se mezcló de nuevo con el evangelicalismo genérico. Por otra parte, los Cristianos Adventistas adoptaron el condicionalismo como su nuevo distintivo doctrinal. Así, tenían al menos una razón más para continuar una existencia separada de sus hermanastros evangélicos.

A modo de contraste, los Adventistas del Séptimo Día desarrollaron toda una gama de creencias no convencionales que consideraban era su misión especial compartirlas con el mundo. Y del mismo modo como un cometa vuela contra el viento, así hay una dinámica en los movimientos religiosos que es vitalizada por sus diferencias e incluso por la oposición. El ser diferentes da significado a los individuos o a los grupos sociales. Y el ser diferentes desarrolla la dedicación a una causa, especialmente cuando ello implica quemar los puentes como ocurre cuando uno se une a una subcultura religiosa.[15]

En el milerismo esa dinámica de quemar los puentes se produjo cuando las personas fueron ‘echadas de Babilonia” por aceptar creencias premilenialistas. Un ejemplo de esa dinámica en el Adventismo del Séptimo Día se produce en la lucha familiar y laboral por la observancia del sábado en una cultura que considera al sábado como un día laborable.

Los adventistas del séptimo día han establecido varias doctrinas y estilos de vida que son como señalamientos que han producido ese efecto. Hewitt, al buscar una explicación para el crecimiento de los adventistas del séptimo día, en contraste con el estancamiento de su comunidad Cristiana Adventista, nota que “las creencias y prácticas distintivas de la denominación (ASD), aunque hace que sea vista con suspicacia por muchos creyentes cristianos tradicionalistas, parece haber dado a sus miembros fieles una firmeza de carácter individual y grupal que explica en gran medida su éxito”. Dean Kelly arroja luz sobre esta dinámica cuando observa que, si la gente va a unirse a una iglesia, lo hace a una que les dé una alternativa genuina respecto de la cultura religiosa en general.[16] Por otra parte, el Adventismo del Séptimo Día (como el milerismo) está lo suficientemente cerca de la ortodoxia en la mayoría de sus doctrinas centrales como para mantener una audiencia entre los otros cristianos.

Estructura organizacional

Un tercer elemento que condujo al éxito evangelístico del adventismo del séptimo día fue una estructura organizacional fuerte para llevar a cabo la misión y hacerle frente a los desafíos del mensaje que habían comprendido. A primera vista parecería que el éxito del milerismo y del adventismo del séptimo día podría variar aquí. Y en cierto sentido varía. Pero la variable parece ser el tiempo más que la organización como tal. El punto esencial que quiero enfatizar es que el milerismo, dada su breve existencia, tuvo suficiente organización representada a través de sus asociaciones y revistas para dar dirección a su misión durante sus pocos e intensos años. Pero un patrón organizacional tan nebuloso no habría sido suficiente para dirigir la misión del movimiento por un largo período de tiempo.

Fue la carencia de una organización suficiente la que puso el epitafio a la muerte de los espiritualizadores y a la falta de crecimiento para las dos denominaciones llamadas Iglesias de Dios Adventistas. Al no tener suficiente organización no pudieron concentrar sus recursos para cumplir su misión ni mantener la unidad. Y costosos cismas fueron el resultado.

Es en el asunto de la organización donde los Cristianos Adventistas y los Adventistas del Séptimo Día se separan. La Iglesia Adventista del Séptimo Día fue la única de las denominaciones adventistas que puso autoridad significativa en todos los niveles eclesiásticos por encima de la congregación local. Hewitt, lamentando la situación difícil de los Cristianos Adventistas, indica que la falta de una “organización fuerte centralizada” es una razón “por la que la contracción amenaza vencer a la expansión” en su obra. La organización centralizada que adoptaron, dice, vino demasiado tarde y, peor todavía, representaba una mera estructura sin el poder significativo. Como resultado de su estructura congregacional, señala Hewitt que los Cristianos Adventistas fueron incapaces de movilizarse para la acción unida. Con una organización apropiada, sugirió en 1990, los Cristianos Adventistas podrían ser “una denominación creciente, no agonizante”.[17]

A manera de contraste, dos estudios recientes de la estructura organizacional adventista del séptimo día indican que la estructura de la denominación fue diseñada conscientemente con el avance misionero en mente tanto en 1861-1863 como en 1901-1903.[18] Por supuesto, eso no significa que la denominación no tenga problemas significativos en su estructura organizacional. Por el contrario, el adventismo del séptimo día, como veremos más adelante, está afrontando graves problemas organizacionales en la última década del siglo veinte.

Conciencia profética

El cuarto y, con mucho, el factor más importante en el esparcimiento rápido del milerismo fue su sentido de misión profética y la sensación de urgencia generada por esa comprensión profética. El milerismo. fue un movimiento impulsado por el sentido de misión. Una de las tesis que yo defiendo en Millenial Fever and the End of the World: A Study of Millerite Adventism es que fue el sentido de responsabilidad personal de advertir al mundo acerca del fin que pronto vendría lo que literalmente lanzó a Guillermo Miller, Josué V. Himes y sus colegas mileristas con todo lo que tenían, a advertir al mundo acerca del juicio venidero. Himes lo expresó en forma muy bella en el editorial del primer número de su revista Midnight Cry. “Nuestra obra — escribió — es de inalterable magnitud. Es una misión y una empresa, diferente en algunos aspectos, de cualquier cosa que haya despertado alguna vez las energías de los hombres… Es una alarma y un clamor lanzados por aquellos que, de entre todas las sectas protestantes, como centinelas de pie sobre las murallas del mundo moral, creen que la crisis del mundo ha llegado y quienes, bajo la influencia de esta fe, están unidos para proclamar al mundo “he aquí el esposo viene, salid a recibirle”.[19]

El sentido de urgencia debe ser enfatizado, pues se erigió sobre una interpretación de las profecías de Daniel y Apocalipsis. Los mileristas creían de todo corazón que tenían un mensaje que el mundo debía escuchar. Fue esa creencia y la total dedicación que lo acompañó que lanzó a los mileristas a una misión incansable.

Fue esa misma visión, basada sobre las mismas profecías, lo que proveyó la corriente principal de la misión de los adventistas del séptimo día. Desde el principio los observadores del sábado nunca se vieron como simplemente otra denominación. Por el contrario, comprendían que su movimiento y su mensaje eran el cumplimiento de una profecía. Se veían ellos mismos como un pueblo profético.[20]

Esa comprensión surgió de la convicción de que eran la única continuación genuina del milerismo, particularmente en lo que se refería a la interpretación de las profecías de Miller. Desde la perspectiva de los primeros observadores del sábado, los otros grupos adventistas habían perdido el camino y su misión, por negar los principios de interpretación profética de Miller.

Esa negativa tomó dos direcciones diferentes. Una fue un rechazo de la interpretación literal de los pasajes de la Escritura que parecían ser demasiado literales. Así, la creencia de que Jesús ya había, venido formó la fortaleza misiológica de los Espiritualizadores. Después de todo, si Cristo ya; había venido, ¿cuál era la razón para tener una misión?

Mientras tanto, puede argüirse, los Adventistas de Albany rechazaron el estímulo a la misión, que había convencido y dotado de poder al milerismo, cuando abandonaron los principios de interpretación profética de Miller en su negación de la gran profecía de tiempo contenida en Daniel y Apocalipsis. Sin aquella certidumbre del flujo de la historia profética, perdieron su sentido de convicción y urgencia. Finalmente buscaron el significado de su existencia en otras doctrinas, como el condicionalismo o la no resurrección de los impíos. Eso podría haber sido aceptable como una especie de existencia denominacional, pero los grupos de Albany habían abandonado la corriente principal que había impulsado agresivamente la misión milerista.

A manera de contraste, los observadores del sábado fundaron su movimiento en esa misma corriente principal. No sólo mantuvieron el esquema de interpretación profética de Miller, sino que lo extendieron de tal manera que dieron significado tanto a su chasco como al tiempo que faltaba para el advenimiento de Cristo. Centrales en esa interpretación ampliada se destacan la obra de Cristo en el juicio investigador durante la purificación del santuario celestial, y la naturaleza progresiva del mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14.[21]

Esas dos extensiones proféticas les dieron a los observadores del sábado el mismo sentido de urgencia que había inspirado a los mileristas en la década de 1840. Mientras que los observadores del sábado vieron a Miller y a Charles Fitch, como iniciadores de los mensajes del primer y segundo ángeles, vieron su propio movimiento cori su énfasis en los mandamientos de Dios como el inicio del tercero. Así, ellos creían que un conflicto por causa de su singular doctrina del sábado sería el punto focal en la gran lucha entre el bien y el mal justo antes del segundo advenimiento.[22]

Un movimiento escatológico

Esa interpretación quedó reforzada por su punto de vista de la lucha final por causa de los mandamientos de Dios descrita en Apocalipsis 12:17 y la exposición más completa de ese versículo en Apocalipsis 13 y 14. Como resultado, los observadores del sábado quedaron convencidos de que eran, no sólo los herederos del milerismo, sino que su movimiento había sido predicho por Dios para predicar el mensaje de los tres ángeles a todo el mundo inmediatamente antes de la gran cosecha del fin del tiempo de Apocalipsis 14.

Esa comprensión profética hizo por los observadores del sábado lo mismo que había hecho por los mileristas. Los lanzó eventualmente a la misión. Para el año 1990 la convicción de que su movimiento es un movimiento profético ha resultado en uno de los programas de avance misionero más extendido en la historia del cristianismo. Para ese año habían establecido su obra en 182 países de las 210 naciones reconocidas por las Naciones Unidas.[23]

Esa clase de dedicación no llegó por accidente: fue el resultado directo de la convicción profética de su responsabilidad. Al centro de esa convicción profética se hallaban el imperativo dado al primer ángel de Apocalipsis 14:6, de predicar “a toda nación, tribu, lengua y pueblo”, y el mandato de Apocalipsis 10:11, de que los que habían sufrido el chasco debían profetizar “otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”.

Clyde Hewitt, tratando de explicarse el éxito de los adventistas del séptimo día en contraste con el desgaste de los Cristianos Adventistas, sus hermanos, tocó un elemento esencial cuando hizo notar que “Los adventistas del séptimo día están convencidos de que han sido divinamente señalados para continuar la obra profética comenzada por Guillermo Miller. Ellos están dedicados a la tarea”.[24]

En contraste con esa convicción, el padre de Hewitt escribió a F. D. Nichol en 1944 diciéndole que los Cristianos Adventistas habían abandonado la interpretación de Miller de Daniel 8:14 y los 2,300 días y que no tenían un criterio común sobre el significado del texto. Otro importante erudito Cristiano Adventista entrevistado en 1984 notó que su denominación ya no tenía ni siquiera acuerdo unánime acerca de la interpretación del milenio, el mismo corazón de la contribución de Miller.[25] En suma, cuando los Adventistas de Albany abandonaron la plataforma de interpretación de Miller, comenzó el proceso de deterioro en su forma anterior de comprender el fin del mundo. La rama del séptimo día de la familia adventista, por supuesto, ha sido pronta en señalar que Elena G. de White había predicho en diciembre de 1844 que las personas que rechazaban octubre de 1844 como el cumplimiento de la profecía serían dejadas, eventualmente, en “perfectas tinieblas” y tropezarían en su experiencia del advenimiento.[26]

Pero debería hacerse notar que simplemente tener la convicción de poseer “la doctrina correcta” no es una explicación suficiente para el esparcimiento del adventismo observador del sábado. Después de todo, los bautistas del séptimo día predicaron el sábado con convicción, pero sus 5,200 miembros en los Estados Unidos en 1990 son menos de los que tenían en la década de 1840. Como le dijo a José Bates un predicador bautista del séptimo día del siglo diecinueve, que los bautistas habían sido capaces de “convencer a la gente de la legalidad del sábado como séptimo día, pero no habían logrado moverlos como los adventistas sabáticos lo hacían”.[27]

Del mismo modo, muchos de los grupos adventistas no observadores del sábado predicaban lo que ellos creían ser la verdad del retorno premilenial de Cristo, pero sin el mismo resultado con que lo hacían los adventistas sabáticos. Hewitt dice que sus hermanos “Cristianos Adventistas no habían sido una iglesia evangelística”, y que no habían hecho impacto en el mundo. El resultado, señala, ha sido su empequeñecimiento no sólo en número, sino en “sueños, en visiones. La pequeñez engendra pequeñez”. Hewitt indica también que la pequeñez de los Cristianos Adventistas no puede ser atribuida a las doctrinas impopulares. Después de todo, arguye, la lista de doctrinas impopulares de los Adventistas del Séptimo Día “incluye todas las de los Cristianos Adventistas y varias más”. En otro contexto Hewitt enraíza el éxito de los Adventistas del Séptimo Día en su convicción de que tienen una misión profética en la tradición de Guillermo Miller.[28]

Misión profética

Las conclusiones de Hewitt hacen mucho para ayudarnos a comprender las razones por las que se ha extendido tanto el adventismo observador del sábado. Su corriente principal parece haber abarcado mucho más que el simple hecho de que los observadores del sábado creyeron que tenían “la verdad” sobre el sábado y la “verdad” sobre el segundo advenimiento. La fuerza impulsora que apuntalaba al adventismo del séptimo día era la férrea convicción de que eran un pueblo profético con un mensaje único y singular concerniente al pronto regreso de Jesús a un mundo en conflicto. Esa comprensión profética de su misión, integrada con sus doctrinas dentro del marco del mensaje de los tres ángeles, les dio a los observadores del sábado el poder motivador para sacrificarse a fin de esparcir su mensaje en todo el mundo. Esa misma dinámica operaba en el milerismo. Desafortunadamente para el adventismo del séptimo día, esa misión parece estar en peligro en la década de 1990.

Vitalidad o muerte: la formación del futuro del adventismo

Las denominaciones adventistas que surgieron del milerismo se enfrentan a su posible muerte. Esa es la inferencia de Richard C. Nickels, quien concluye su Historia de la Iglesia de Dios (del séptimo día) en 1973, con una sección titulada “A Dying Church” (¿Una iglesia agonizante?) Las últimas ominosas palabras del volumen son las del mensaje de Cristo a la iglesia de Sardis: “¡Tienes nombre que vives, y estás muerto!”.[29]

Similarmente, la sección final de los tres volúmenes de la Historia de los Cristianos Adventistas de Hewitt es: “Should a Denomination be Told It’s Dying?” (¿Debería decírsele a una denominación que está agonizando?) Esa sección, publicada en 1990, contiene un sincero análisis del estado actual de la denominación. Las últimas y conmovedoras palabras en la trilogía de Hewitt son: “Deseo de todo corazón que algunos estén escuchando. Amén”.[30]

¿Dónde quedó el fervor milenial que trajo a estas denominaciones a la existencia? Y ¿qué en cuanto a las otras denominaciones posmileristas? ¿Están ellas también en peligro de perder su visión? Particularmente, ¿qué en cuanto a la más fuerte de las hijas del milerismo, los observadores del sábado?

A primera vista parecería que la rápidamente creciente Iglesia Adventista del Séptimo Día no tiene nada de qué preocuparse. En mayo de 1994 la denominación estaba aproximándose a los 8 millones de miembros en todo el mundo. Las estimaciones para el año 2,000 contemplan una feligresía de 12 millones de miembros.

El problema del envejecimiento. Sin embargo, no todo está bien. Es difícil para el sector poblacional de mayor edad de la denominación mantener su identidad adventista. Después de todo, es difícil mantener a la gente entusiasmada con respecto al segundo advenimiento durante 150 años. Los observadores del sábado afrontan todos los problemas de las denominaciones envejecidas que han afligido a los movimientos religiosos anteriores a través de toda la historia de la iglesia cristiana. Una y otra vez el mundo ha sido testigo de vibrantes movimientos religiosos reformadores que se han endurecido y han perdido su vitalidad con la edad”.[31]

Pero, más allá del problema del envejecimiento, algunos sectores del adventismo del séptimo día en la década de 1990 (particularmente en lugares como Norteamérica, Europa y Australia) parecen verse frente a todas las amenazas que deterioraron a los otros cuerpos adventistas. Así, en su búsqueda de sentido ante el, al parecer, eternamente dilatado fin del mundo, algunos creyentes están tentados a espiritualizar la naturaleza del advenimiento de Cristo. Pero perder fe en un advenimiento históricamente real es perder el adventismo mismo.

El problema de la opulencia. Por otra parte, la abundancia ha hecho su impacto sobre las creencias de algunos miembros con respecto a la esperanza adventista. La ética protestante del trabajo duro y la frugalidad ha llevado a muchos adventistas del séptimo día a un creciente progreso en cada generación. Varias generaciones de tal movilidad pueden desarrollar una feligresía que haga de esta tierra su reino y que sienta poca necesidad de un reino venidero. Es muy fácil que tales miembros se sientan más a gusto con la cultura secular que con sus raíces sectarias.[32] En tales circunstancias a muchos se les hace fácil disminuir la importancia de sus doctrinas denominacionales distintivas. Pero esas mismas fueron las dinámicas que escribieron los epitafios de los Adventistas Evangélicos.

En el extremo opuesto del espectro denominacional están aquellos que, como reacción ante sus hermanos “menos adventistas”, se sentirán tentados a seguir el liderazgo de los adventistas extremistas del periodo posterior al chasco de 1844, marginándose así de la comunidad cristiana. Algunos de este sector de la denominación también son proclives al sensacionalismo sectario.

El desafío al que le hace frente la Iglesia Adventista del Séptimo Día es mantener un saludable equilibrio del término medio mientras se preocupa por exaltar tanto las doctrinas que la han hecho peculiar como las que comparte con otros cristianos. Tanto la aculturación en la comunidad en general como la segregación en un gueto sectario, son clarinadas de muerte para el vibrante adventismo de séptimo día.

El problema de la organización. Una tercera tensión que afronta el adventismo del séptimo día está en el terreno de la organización. Por un lado, la salud denominacional está amenazada por demasiadas cosas buenas. Hace cerca de cien años el Adventismo del Séptimo Día adoptó una estructura administrativa que, en su estado primitivo, se adaptaba bien a las necesidades de la expansión misionera de aquel tiempo. Pero décadas de desarrollo y cambio han ido creando una burocracia cuyo sostenimiento es extremadamente costoso y parece ser cada vez menos funcional para llevar a cabo la misión de la iglesia en la forma más eficiente. Si bien a principios de la década de los noventa se han hecho esfuerzos de reforma, los resultados han sido mínimos. Pocos de los que están en las estructuras de poder de la denominación parecen capaces de pensar concienzudamente en los cambios masivos organizacionales que se necesitan después de un siglo de transformación interna y externa. Pocos parecen ser capaces de captar la visión de nuevos modelos estructurales posibles para la misión mundial en el siglo veintiuno.

En el otro extremo están grandes segmentos de adventistas del séptimo día cansados de pagar el costo de la maquinaria administrativa. Estos miembros ven el futuro de la denominación en términos congregacionales. Esa ruta, por supuesto, es la que siguieron todas las otras ramas del milerismo, excepto la de los observadores del sábado. Para ellos, el congregacionalismo resultó en denominaciones que fueron débiles en habilidad para mantener su propia identidad e incapaces de aplicar recursos para extender la misión eficientemente.

Así, parece que el Adventismo del Séptimo Día está confrontado, por un lado, con el creciente peso de una superestructura que podría eventualmente aplastarlo y por el otro, con la bastante real amenaza del congregacionalismo. El éxito parece consistir en la aceptación de los arreglos y los cambios estructurales que necesitan hacerse si los adventistas del séptimo día han de continuar siendo un movimiento internacional capaz de moverse eficientemente hacia el cumplimiento de la misión que han aceptado.

El problema del sobreinstitucionalismo. Claramente relacionado con el dilema organizacional de los observadores del sábado está su inclinación hacia el sobreinstitucionalismo. Existe la tendencia a que sus numerosas instituciones educacionales, de publicaciones, asociaciones y médicas lleguen a ser fines en sí mismas y no medios para alcanzar el objetivo de llevar el mensaje peculiar de la denominación “a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Así, existe el peligro de que la denominación obtenga su imagen de sus instituciones y no de su declaración de misión.[33]

Fue precisamente en ese punto que Josué V. Himes, el segundo lugarteniente de Miller, desafió a los adventistas del séptimo día en 1895, medio siglo después del chasco. “Ustedes tienen —le escribió a Elena G. de White — muchas buenas y grandes cosas conectadas con la reforma de la salud y las iglesias, con el aumento de la riqueza, así como los colegios, y a mí me parece que la obra en todos esos departamentos puede continuar por mucho tiempo… Se está haciendo una grande y fervorosa obra para enviar el mensaje del tercer ángel a todas partes, pero toda clase de adventistas están prosperando en cosas mundanales, y acumulando riquezas, mientras hablan de la venida de Cristo como de un evento que está a las puertas. Es una gran cosa ser consistentes y honestos con el verdadero mensaje adventista”.[34]

Con esas declaraciones Himes pone el dedo en una tendencia hacia la secularización tanto institucional como individual, en el adventismo del séptimo día que ya estaba presente incluso en sus días. Dicha tendencia no ha disminuido en los cien años que han pasado desde entonces.

El peligro de perder nuestra visión. Una tentación final que confronta al Adventismo del Séptimo Día será abandonar la visión de sí mismo como un pueblo de la profecía, olvidar su herencia profética. Es fácil ver cómo podría ocurrir eso, pero para que ocurriera tendría que morir la dinámica que hizo del Adventismo del Séptimo Día lo que es hoy. Negar su herencia profética es un camino seguro para matar su “fiebre milenialista” y por lo tanto, destruir su principal móvil misiológico.

Es en armonía con ese pensamiento que necesitamos comprender una de las más citadas declaraciones de Elena G. de White. “Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la historia pasada puedo decir: “¡Alabado sea Dios!” Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y confianza en Cristo como Director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada”.[35]


Referencias

[1] Véase George R. Knight, Millenial Fever and the End of the World: A study of MiIlerite Adventism (Boise, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1993), págs. 245-325.

[2] David Tallmadge Arther, Come Out of Babylon, a Study of MilIerite Separatism and Denominationalism, 1840- 1865 (Ph.D. dis., Universit y of Rochester, 1970), pág. 306.

[3] Daniel T. Taylor, “Our Statistical Report”, World’s Crisis, 11 de Enero 1860, pág. 75.

[4] Ibid., 25 de Enero 1860, pág. 81; Seventh-day Adventist Encyclopedia, rev. ed. (Hagerstown, MD.: Review and Herald Pub. Assn., 1976), pág. 1326.

[5] Taylor, “Our Statistical Report”, World’s Crisis, 15 de febrero de 1860, pág. 96; 8 de febrero de 1860, pág. 89.

[6] H. K. Carrol The Religious Forces of the United States (New York: Christian Literature Co., 1883), págs. 1-15.

[7] Kenneth Bedell and Alice M. Jones, eds., Yearbook of American and Canadian Churches (Nashville: Abingdon, 1992), págs. 270-277.

[8] Benson Y. Landis, ed., Yearbook of American Churches (New York: National Councils of the Churches of Christ, 1959), pág. 253; Clyde E. Hewitt, Midnight and Morning (Charlotte, N. C.: Ventura Books, 1983), pág. 267.

[9] George R. Kniqht, Anticipating the Advent: A Brief History of Adventism (Boise, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1993), págs. 120, 122; Hewitt, pág. 275.

[10] David L. Rowe, Thunder and Trumpets: Millerites and Dissenting Religión in Upstate New York, 1800-1850 (Chico, Calif.: Scholars Press, 1985), págs. 48,70,71,93.

[11] Michael Barkun, Crucible of the Millenium: The Bumed-over District of New York in the 1840s (Syracuse, N. Y.: Syracuse University Press, 1986), págs. 103, 111, 112, 117-119,139,143.

[12] Howard B. Weeks, Adventist Evangelism in the Twentieth Century (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1969), págs. 78-85; Timothy P. Weber, Living in the Shadow of the Second Corning: American Premilennialism, 1875-1982 (Grand Rapids: Zondervan, 1983), pág. 127; Barkun, Crucible of the Millenium, pág. 152.

[13] American Culture (Philadelphia: Temple University Press, 1987); “Millerism and Evanqelical Culture”, in The Disappointed: Millerism and Milienarianism in the Nineteenth Century, ed. Ronald L. Numbers, and Jonathan M. Butler (Bloomington, Ind.: Indiana University Press, 1987), págs. 12, 13; Whitney R. Cross, The Bumed-over District: The Social and Intellectual History of Enthusiastic Religion in Western New York, 1800-1850 (Ithaca, N. Y.:Cornell University Press, 1950), pág. 291; Ernest R. Sandeen, “Millenialism”, in The Rise of Adventism: Religion and Society in Mid-Nineteenth- Century America, ed. Edwin R. Gaustad (New York: Harper and Row, 1974), pág. 112.

[14] Para mayor información sobre Starkweathers, véase Knight, Millennial Fever, pág. 174-177; para mayor información sobre Gorgas, véase Millennial Fever, págs. 211, 212, Francis D. Nichol, The Midnight Cry (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1944), págs. 342,343, 411,412, 505-508.

[15] Luther P. Gerlach and Virginia H. Hine, People, Power, Change: Movements of Social Transformation (Indianapolis, Ind.: Bobbs-Merril, 1970), págs. 183,137.

[16] Hewitt, pág. 277; Waiter R. Martin, The Truth About the Seventh-day Adventism (Grand Rapids: Zondervan, 1960); Dean M. Kelley, Why Conservative Churches Are Growing: A Study in Sociology of Religion (New York: Harper and Row, 1972).

[17] Clyde E. Hewitt, Devotion and Development (Charlotte, N. C.: Ventura Books, 1990), págs. 211,341,371.

[18] Andrew G. Mustard, James White and SDA Organization: Historical Development, 1844-1881 (Berrien Springs, Mich.: Andrews University Press, 1987); Barry David Oliver, SDA Organizational Structure: Past, Present, and Future (Berrien Springs, Mich.: Andrews University Press, 1989).

[19] In Midnight Cry, 17 de Noviembre de 1842, pág. 2.

[20] Véase Knight, Millennial Fever, págs. 295-325: Knight, Anticipating the Advent.

[21] P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission (Grand Rapids: Eerdmans, 1977).

[22] James White, The Third Angel’s Message”, Present Truth, abril de 1850, págs. 65-69; José Bates, The Seventh- day Sabbath, A Perpetual Sign, 2nd ed (New Bedford, Mass.: Benjamín Lindsey, 1848). A Seal of the Living God (New Bedford, Mass.: Benjamín Lindsey, 1848).

[23] 128th Annual Statistical Report – 1990(Silver Spring, MD.: General Conference of Seventh-day Adventist, 1990), pág. 42.

[24] Hewitt, Midnight and Morning, pág. 277.

[25] C. H. Hewitt to F. D. Nichol, 24 de mayo de 1944, en Nichol, pág. 455, 456; Entrevista a Moses C. Crouse por George R. Knight, Aurora College, Aurora, III., 18 de Octubre de 1984.

[26] Ellen G. Harmon, “Letter From Sister Harmon”, Day- Star, 24 de enero de 1846, págs. 31, 32. Véase también Elena G. de White, Early Writings (Washington, D. C : Review and Herald Pub. Assn., 1961), tomo 1, pág. 257.

[27] Yearbook of American and Canadian Churches (1992), pág. 276; O. P. Hull, in Arthur Whitefield Spalding. Origin and History of Seventh-day Adventists (Wáshington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1961), tomo 1, pag. 257.

[28] Hewitt, Devotion and Development, págs 334, 362, 357,156; Hewitt, Midnight and Morning, pág. 277.

[29] Richard C. Nickels, A History of the Seventh Day Church of God (1973), págs. 364-366.

[30] Hewitt, Devotion and Development, págs. 267,373.

[31] Véase George R. Knight, “Adventism, Institutionalism, and the Challenge of Secularization” Ministry, junio de 1991. págs. 6-10,29; Derek Tidball, The Social Context of the New Testament: A Sociological Analysis (Grand Rapids: Zondervan, 1984).

[32] Malcolm Bull and Keith Lockhart, Seeking a Sanctuary: Seventh-day Adventism and the American Dream (San Francisco, Calif.: Harper and Row. 1989), págs. 256- 268.

[33] Véase George R. Knight, “The Fat Woman and the Kingdom”, Adventist Review, 14 de febrero de 1991, págs. 8- 10.

[34] J. V. Himes to E. G. White, 13 de marzo de 1895; cf. 12 de Septiembre de 1894.

[35] Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G.deWhite (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1981), pág. 216.