Espere el fracaso; tarde o temprano, todos pasamos por él. No deje que lo desmoralice. En cambio, permita que lo fortalezca, lo afirme, lo movilice.
La actitud. “La gente puede cambiar su vida si modifica sus actitudes”, enunció William James. Este es un pensamiento que debería saturar nuestras conciencias, porque nuestra actitud hacia la vida siempre será más importante que los hechos que enfrentamos en ella. La actitud, más que las circunstancias, puede determinar el éxito o el fracaso en lo que hacemos. Debemos ser positivos, llenos de fe y esperanza, porque sabemos que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).
La Biblia. Nunca perderá su sentido de la dirección si usa la Biblia como su guía. Llénese con las Escrituras. “Yo estudio mi Biblia como si estuviera cosechando manzanas -mencionaba Martín Lutero-. Primero, sacudo el árbol para que caigan las más maduras. Después, sacudo cada rama y hasta cada tallo. Y finalmente, examino cada hoja”
El carácter. Debemos ser íntegros. Diga lo que desea decir, sin tergiversaciones. Que sus hechos concuerden con sus creencias, y su conducta sea coherente con su profesión de fe. El siguiente pensamiento de Ralph Waldo Emerson es digno de consideración: “Lo que está detrás de nosotros y lo que se encuentra delante de nosotros se reduce a la insignificancia comparado con lo que está dentro de nosotros”.
La determinación. La diferencia entre el éxito y el fracaso, entre lo imposible y lo posible, reside en la determinación. Las dificultades se esfuman ante una firme determinación.
El entusiasmo. Cultive el entusiasmo. Cuando los tiempos sean difíciles, las oportunidades esquivas, las posibilidades lejanas, el entusiasmo siempre lo impulsará hacia adelante. Nos eleva (y a los que nos rodean) durante los momentos de depresión. El entusiasmo da vigor a todo, y contribuye a formar la comunidad.
El fracaso. Espere algo de eso; tarde o temprano, todos pasamos por él. No deje que lo desmoralice. En cambio, permita que lo fortalezca, lo afirme y lo movilice. Piense en esta declaración de Washington Irving: “Las mentes pequeñas se dejan dominar y subyugar por las adversidades; las mentes grandes se elevan por encima de ellas”.
La gratitud. Nunca deje de manifestar aprecio. La gratitud fortalece las relaciones, dinamiza a los colegas y vigoriza las amistades. “Estad siempre gozosos […]. Dad gracias a Dios en todo” (1 Tes. 5:16, 18).
La esperanza. Siempre mantenga su esperanza; no permita que sus heridas y sus desventajas modelen su futuro. Clare Luce Booth observó sabiamente: “No hay situaciones desesperadas en la vida, solo hay gente que se ha convencido de que son desesperadas”.
La influencia. “El hombre deja toda clase de huellas mientras camina por los senderos de la vida -reflexionó la escritora Margaret Lee Rumbeck-. Algunas se ven en sus hijos y en su casa. Otras son invisibles, como las que deja en las vidas de otros seres humanos: la ayuda que les dio y lo que les dijo; sus bromas, los chismes que hirieron a otros, sus palabras de ánimo. El hombre no lo piensa, pero por donde pase deja su huella” Haga todo lo posible por dejar detrás de usted un legado de influencias positivas.
El gozo. Los dirigentes espiritualmente equilibrados son alegres. Saben que la vida es un don glorioso, y viven gozosamente agradecidos por las numerosas bendiciones que inundan sus vidas. También se regocijan en el éxito de los demás.
La amabilidad. Es la forma en que debemos tratar a los demás: siempre caritativos, corteses, decentes, llenos de gracia, hospitalarios y considerados. La amabilidad alcanza las mentes, toca los corazones y cambia las vidas.
El aprendizaje. “Hay un solo rincón del universo donde usted puede estar seguro de mejorar; y eso es usted mismo”, escribió Aldous Huxley. Los líderes espirituales están siempre aprendiendo
El dinero. De acuerdo con la Biblia, no es el dinero la raíz de todos los males (1 Tim. 6:10) sino “el amor al dinero”.
Como lo notó Henrik Ibsen: “El dinero puede comprar la cáscara de muchas cosas, pero no la semilla. Te da alimento; pero no apetito; medicina, pero no salud; conocidos, pero no amigos; sirvientes, pero no fieles; días de gozo, pero no de paz ni de felicidad” Por lo tanto, mantenga el dinero en su verdadera perspectiva.
El corte oportuno. Los líderes espirituales están al tanto de la sabiduría que consiste en cortar los problemas cuando todavía están en pimpollo, por así decirlo; de captarlos cuando están en las primeras etapas de su desarrollo, para evitar así que se agranden. Aprecian la sabiduría de Lao Tsé, quien escribió su Tao te King hace más de 25 siglos; un manual para los dirigentes de la antigua China. En él aconseja: “Encara lo difícil mientras todavía es fácil. Resuelve los grandes problemas cuando todavía son chicos”.
La oportunidad. Cada adversidad implica una oportunidad. Antes de la Guerra Civil de los Estados Unidos, Edmund McIlhenny era dueño de una plantación de caña de azúcar y de un yacimiento de sal en Avery Island, Lousiana. Las tropas de la Unión invadieron el lugar en 1863, y McIlhenny tuvo que huir. Cuando volvió, en 1865, sus propiedades estaban arruinadas. Uno de los pocos bienes que encontró fueron unos pimientos mejicanos que quedaron en el jardín. McIlhenny, que vivía al día, comenzó a experimentar con los pimientos e hizo una salsa para fortalecer su pobre régimen alimentario. Su creación se conoce hoy como Salsa Tabasco. Un siglo después, su producto se sigue vendiendo en el mundo entero.
La perseverancia. “Con talentos ordinarios, pero con perseverancia extraordinaria, todo se puede conseguir”, escribió Thomas Foxwell Buxlon, filántropo inglés del siglo XVIII. Los líderes espirituales entienden esto.
La quietud. Asegúrese de tomar todo el tiempo que haga falta para conservarse tranquilo. Dios modela la mente y el corazón por medio del silencio y la soledad. Thomas Merton, un monje trapista, escribió una vez: “En las profundidades de la soledad encuentro yo la amabilidad necesaria para amar a mi hermano y a mi hermana”.
El respeto. Un liderazgo espiritual eficiente siempre implica respeto por los otros. Los dirigentes espirituales maduros escuchan con respeto incluso cuando su interlocutor ofrece un punto de vista diferente del suyo. Judith M. Bardwich, autora y consultora administrativa, expresa lo siguiente: “Los mejores dirigentes no malgastan la mente de los demás. Necesitan un sentido básico de la confianza que les permita sentirse cómodos al recibir información ajena, incluso aquella con la que no están de acuerdo. Aunque los mejores líderes son notablemente perceptibles […] no son ni débiles ni tampoco Genghis Khan, no son ni serviles ni arrogantes. Por eso mismo, no se sienten rebajados cuando los demás colaboran”.
Las dificultades. La vida no es siempre un viaje tranquilo. Tampoco los acontecimientos se producen de acuerdo con patrones preestablecidos. Habrá momentos tormentosos, ocasiones en que lo inesperado, incluso lo desastroso, puede suceder. Los líderes fuertes están preparados para enfrentar momentos difíciles. Los días más sombríos del autor Thomas Carlyle ocurrieron cuando su amigo, el filósofo John Stuart Mili, le informó que el ama de casa había usado esa mañana, para encender el fuego, el manuscrito que Carlyle le había dejado para que lo leyera. Era el único ejemplar, y le había costado a Carlyle meses de investigación y trabajo. Vacilando entre el enojo y el dolor, se asomó un día a la ventana y vio a unos albañiles mientras trabajaban. “Se me ocurrió -escribió después-, que así como ellos podían poner un ladrillo encima del otro, yo podía poner una palabra sobre otra, y una sentencia sobre otra”. Tomó la pluma y comenzó a escribir de nuevo The French Revolution [La Revolución Francesa]. Su obra perdura hasta el día de hoy; es un clásico; y es un ejemplo de alguien dispuesto a luchar en contra de una dificultad inesperada.
La honestidad. Cuando Jim Copeland era miembro de la firma multimillonaria Deloitte Touch, experta en resolver problemas contables, los que trabajaban cerca de él lo admiraban por su honestidad. Exigía que Deloitte revisara minuciosamente cada informe de gastos que le llegaba. Copeland, un bautista del sur, diácono de su iglesia y maestro de Escuela Dominical, cada año extendía a la firma un cheque de 500 dólares, como compensación por haber empleado para su uso personal la máquina de escribir de la Compañía.
El universo. Deje que la grandeza y la majestad del universo le recuerden la inmensidad de Dios. El salmista alabó al Señor al decir: “Cuando veo los cielos, obra de tus dedos […]” (Sal. 8:3). Permita que el sol, la luna, las estrellas y las galaxias sean para usted la firma y el autógrafo del Altísimo.
Los valores. Los que realmente dirigen/ poseen valores que superan lo material. Tienen mucho más interés en la familia, los amigos, los colegas y en su relación con Dios, que en construir un imperio. “Nadie que ame el dinero, los placeres y la gloria, ama a sus semejantes”, sentenció como una advertencia el filósofo griego Epícteto.
Las palabras. Elíjalas cuidadosamente. Lo que usted dice puede inspirar o herir, dañar o sanar, malograr o restaurar.
La X. La X es el signo matemático de lo desconocido; a los verdaderos guías no los atemoriza esto. A pesar de la incertidumbre, avanzan por rutas inexploradas, confiando en Dios. El temor a lo desconocido no arredró ni a Abraham ni a Moisés para responder al llamado del Señor. Dejaron la comodidad y la seguridad de la familia para efectuar la obra del Altísimo.
El gran anhelo. Mantenga el intenso deseo de seguir pensando, y aprendiendo y creciendo, y desarrollándose y expandiéndose. Desafíese a sí mismo. El gran anhelo nunca se debe extinguir.
El aumento. Aprenda a agrandar lo que vale la pena, y lo demás, déjelo como está. Aprenda a separar lo trivial de lo urgente, lo necesario de lo superfino. Sea un dirigente espiritual que ve el cuadro grande, completo.
Sobre el autor: Escribe desde Tulsa, Oklahoma, Estados Unidos.