Una exposición bíblica, llena de ilustraciones apropiadas que, finalmente, sea breve.

¿Cuáles son las características de un sermón eficaz? Puede haber múltiples respuestas. Dividiremos el contenido en dos secciones. La primera intenta presentar las condiciones generales fundamentales; (a segunda parte presenta tres aspectos aplicados: que sea una exposición bíblica; que esté llena de ilustraciones adecuados y de elementos propios de la comunicación oral, y finalmente, que sea breve.

I. Consideraciones fundamentales

La primera consideración se relaciona con el movimiento desde lo privado hacia lo público. La predicación de un sermón es un acontecimiento público espiritual, que procura persuadir a quienes constituyen la audiencia. Aquello que fue estudiado y meditado bajo oración, en privado, y que Dios pudo comunicar como un murmullo, se convierte ahora en cosa pública, como una proclamación, como un grito que subraya la importancia de lo que trata.

La segunda consideración es que un sermón será eficaz en la medida en que el Espíritu Santo dirija al predicador. Dios el Espíritu Santo hace que el sermón se constituya en un evento espiritual. Es así porque “Dios puede enseñarnos en un momento, por su Espíritu Santo, más de lo que podríamos aprender de los grandes hombres de la tierra” (Testimonios paro los ministros, p. 118). Además, porque el “Espíritu Santo es el único Maestro efectivo de la verdad” (El Deseado de todas las gentes, p. 625). La persuasión es importante para un predicador. Pero, ninguna cantidad de persuasión puede desplazar al poder persuasivo del Espíritu Santo, quien entra en la conciencia, nos convence de pecado y, silenciosamente, nos persuade a dejar entrar a Dios en nuestros corazones. Importante como sea la persuasión, la efectividad de un predicador no proviene de un carisma personal (que solo podría lograr seducir), sino del Espíritu de Dios, que toma posesión de su siervo volviéndolo agente de transformación.

La tercera consideración para una predicación eficaz es el uso del sentido común. ¿Qué es el sentido común? Es un sólido y prudente juicio, basado en una simple percepción de la situación o de los hechos captados por los sentidos. ¿Por qué eligió David cinco piedras suaves o lisas? (1 Sam. 17:40): porque se pueden disparar en forma más certera con el instrumento apropiado. David tenía fe; pero también tenía y se valió de un santificado sentido común. No dijo: “El Señor lo hará de todas maneras, así que uso cualquier piedra”. David reconoció tanto la responsabilidad humana como la providencia divina al seleccionar sus piedras: lisas o suaves, para acceder rápidamente al blanco. A la luz de este ejemplo, una predicación eficaz demanda trabajo arduo con el texto, elegir las palabras que faciliten la comunicación oral del mensaje, y hasta definir qué decir y qué no decir, entre otras cosas. En un sentido amplio, Elena de White aboga por un equilibrio entre Teología y sentido común (Consejos para maestros, podres y alumnos sobre educación cristiano, p. 245).

II. Consideraciones aplicadas: tres características de una predicación eficaz.

Una predicación tal debe ser expositiva, rica en ilustraciones y elementos afines a la comunicación oral, así como breve.

La predicación expositiva. Cuatro interrogantes nos pueden ayudar: ¿Qué no es? ¿Qué es? ¿Qué intenta hacer? ¿Cómo trabaja?

La predicación expositiva no es la exposición de interesantes observaciones y sugerencias basadas en la filosofía personal del predicador. Bajo esta acción, el oyente recibe palabras del hombre para considerar, en vez de la Palabra de Dios para creer.

Entonces, ¿qué es la predicación expositiva? Intenta exponer el mensaje del Señor que figura en la Biblia. En forma clara: la predicación de la Palabra de Dios es la predicación de la Palabra de Dios. ¡Esa era la predicación apostólica!

Consecuentemente, ¿qué intenta lograr la predicación expositiva? Primero, presentar al Dios de la Palabra. La Palabra nos pone en contacto con su Autor. Dios, su autor, siempre es el Señor de los eventos, el héroe de cada narración. Segundo, la predicación expositiva actúa como un puente, es decir, puede salvar la distancia cultural, geográfica, lingüística, filosófica e histórica que tenemos hoy respecto de los tiempos bíblicos. Tercero, la predicación expositiva, al depender de un serio estudio del texto bíblico, nos aleja de las especulaciones humanas. Es que la escasez de una predicación expositiva intencional no solo está basada en una teología débil, sino también conduce a una confusión carismática, al misticismo y a “aventuras” psicológicas. La consideración seria de la Palabra demanda un arduo trabajo con el texto y con la exposición desde el púlpito cada sábado. No se trata de citar la Palabra (como lo hacían los rabinos del tiempo de Jesús), sino de predicar La Palabra, que es Jesucristo mismo. Es mucho más que “citar” argumentos a ser captados de manera cognitiva: expone el plan de Dios para la felicidad de los hombres. Cuarto, la predicación expositiva facilita la obra del Espíritu Santo. La Biblia fue dada por el Espíritu en el lenguaje de la humanidad (El Deseado de todas las gentes, p. 20), de manera de que esta sea alcanzada por las Buenas Nuevas.

El cuarto interrogante de esta sección se relaciona con la forma en que trabaja la predicación expositiva de manera de alcanzar su objetivo. La predicación expositiva siempre busca el equilibrio entre el contenido bíblico (exegético) y la aplicación a la vida de la audiencia. ¿Cómo lograrlo? Primero, ofreciendo la información bíblica que la persona necesita con el fin de comprender el pasaje básico, y no más. En la exégesis, se procura asirse del significado del texto considerando el tiempo del verbo principal y observando dónde pone su énfasis el idioma o el dialecto original. Estos dos aspectos son fundamentales para basar la comprensión del texto. Esta comprensión del texto no es accidental: se logra mediante un estudio intencional y disciplinado, en una atmósfera de adoración, y en la cual su escritorio se transforma en un altar. Luego, una vez en el púlpito, no pronuncia palabras del griego o del hebreo. Si lo hace en la iglesia local, podría corresponder o ser interpretado como un “viaje del ego”; crear distancia con la audiencia. Entonces, la información recogida por la exégesis debe ser puesta a disposición de la gente en un formato adaptado al público que se encuentra en las bancas y que sea aplicable a la condición humana. Lo que es apropiado el sábado de mañana es la exposición que, a su vez, está basada en un sólido trabajo exegético; esto es, el significado del texto original puesto en palabras comunes, de uso diario y dentro de lo que comprende una comunicación oral, no escrita. Es la exposición lo que brinda a las personas lo que necesitan con el fin de alimentar sus almas y tomar decisiones que conduzcan a un cambio en la vida. En este contexto, el objetivo del predicador no será ser el más popular, espectacular o imaginativo, sino explicar la Palabra y aplicarla a la vida de las personas. Un ejemplo: después de estudiar la teología paulina de la Cruz en Gálatas, y dado el eje de construcción del sermón: “¿Qué nos enseña la Cruz de Cristo en Gálatas 1:3 al 5?”, indique al menos cuatro enseñanzas.

Permítasenos ahora decir algo sobre la aplicación.[1]

La aplicación del sermón nos hace volver a lo que ya fue insinuado: el sentido común. Podemos ser bíblicos en nuestra predicación, y no ser contemporáneos. En este caso, la audiencia del primer siglo nos entendería mejor que la actual, debido a una carencia de aplicación del mensaje. Algunos oyentes salen preguntándose qué de positivo podrían hacer el lunes en sus lugares de estudio o de trabajo con lo bueno que recibieron el sábado. Si no encuentran una respuesta clara, significa que la aplicación estuvo ausente o poco clara. La solución no es un mero procedimiento mecánico que debamos poner en acción.

Parece conveniente recordar que la aplicación de la Palabra también es dependiente del Espíritu. A veces, el proceso de encontrar y aplicar los principios bíblicos parece más mecánico que espiritual. ¿Cuál es la función de Dios en este proceso? ¿Acaso solo nos dejó un conjunto de principios para que vivamos, mientras él se fue de vacaciones? Si ese fuera el caso, entonces los fariseos habrían estado en lo correcto, en el sentido de que la verdadera religión implicaría, meramente, la escrupulosa observancia de 613 mandamientos, en vez de tratarse de una relación vital y viviente con Dios; y que la vida eterna involucraría hacer, en vez de conocer. La meditación, la contemplación de Cristo, tal como se la entiende en la tradición teológica adventista, es de suma importancia, en este caso. Pablo nos recomendaría que consideremos su consejo y que pidamos que el Señor nos otorgue entendimiento (2 Tim. 2:7). Lo primero es leer y releer el texto, con la actitud de María (Luc. 2:18,19); masticar el texto como la vaca hace con el pasto. Lo segundo es obtener la aplicación de rodillas.

La aplicación de la Biblia nos lleva a considerar que la Biblia es tanto temporal, o concreta, como atemporal. Es temporal porque habla de situaciones específicas (promete un hijo a Abraham, etc.); lo es porque Dios está personalmente involucrado con la vida de su pueblo, hablando a sus necesidades. Es temporal porque presenta ejemplos concretos, en vez de abstractos. En lugar de brindarnos un tratado teológico sobre el dolor y el sufrimiento, nos ha dado el libro de Job. También nos dio la vida de Abraham, con la intención de enseñarnos cómo crecer en la confianza, o la fe, en Dios.

Con todo, la naturaleza concreta de la Biblia crea algunos problemas. Es que nuestras situaciones y problemas no siempre están directamente relacionados con las situaciones concretas de la Biblia. Por ejemplo, Dios no nos ha llamado a abandonar Ur de los Caldeos; tampoco estamos cautivos en Egipto. La destrucción de Jericó no significa que tengamos que ir a dar vueltas en torno a nuestra ciudad siete veces.

La Escritura es también atemporal, o aplicable a todos los tiempos. Así como Dios habló a las audiencias originales, así también nos habla hoy. Esto, porque compartimos la misma condición humana y los mismos problemas con los personajes de la Biblia Las Betsabé luchan con la lujuria; los Belzazares, con el orgullo y la arrogancia; no tenemos la misma espina que afectaba a Pablo, pero sufrimos de dolores e incomodidades, y en medio de ellas Dios nos dice: “Bástate mi gracia” (2 Cor 12:9). Sabemos que la honra a los padres se aplica aun hoy (Efe. 6:2); y creemos que el amor es el mejor camino (1 Cor. 13).

Pablo nos da un ejemplo de cómo una situación bíblica e histórica iluminaba su actitud en el ministerio. Este ejemplo nos señala un camino hacia una aplicación bíblica para los oyentes de hoy. El precedente se encuentra en un rincón del Antiguo Testamento Deut. 25:4). En esta ocasión, los apóstoles, siglos más tarde, fueron acusados de ser aprovechadores de la hospitalidad ajena. Pablo usará varias analogías con el fin de demostrar que a los apóstoles les asistía el derecho de ser apoyados: 1 Corintios 9:7 al 9. Es claro que Pablo entendió la situación original en cuanto al mandato sobre los bueyes (en Deuteronomio): si el buey estaba ayudando en la cosecha, merecía una parte de la cosecha también; en vez de pagársele al final de la cosecha, se le pagaba sobre la marcha. Al mencionar otras ocupaciones aparte de la tarea del buey, Pablo destaca que lo del buey era una aplicación de un principio más amplio, es decir, que animales y gentes tienen el derecho de recibir salario por su trabajo. Pablo entendió que este principio general podría aplicarse a su situación partí cular. Otros pasajes de la Biblia, que aparentemente son irrelevantes para la realidad del siglo XXI, podrían ser aplicados siguiendo este esquema

Resumiendo, es nuestro privilegio exponer un sólido mensaje bíblico en un lenguaje inteligible para los auditorios de hoy, aplicando la Palabra viviente de Dios de manera tal que las vidas receptivas sean transformadas por su Espíritu. Pero esto no es todo El mensaje debe tener la luz de la exégesis y, también, el calor de una exposición con ilustraciones y otras herramientas de la comunicación oral.

Las ilustraciones y otros elementos de la comunicación oral

La forma de presentar un sermón es de tanta importancia como su contenido. Prestar cuidadosa atención a su contenido es solo la mitad de la tarea. Un buen sermón pobremente presentado no es mejor que un pobre sermón apropiadamente presentado. El predicador puede ser honesto y consagrado, traer un mensaje bíblico y aun así causar un reducido impacto; pocos o nadie podrán recordar a las 16 del sábado de qué trató el sermón. Tal vez, sea menos probable que se discuta su contenido como sobremesa después del almuerzo, en determinada familia. Es por eso que son importantes las ilustraciones y el uso de aforismos. ¿Qué hace que usted recuerde un sermón escuchado hace muchos años? ¿Por qué, al pensar en Martin Luther King, inmediatamente pensamos en la frase “Tengo un sueño”?

El Maestro de los maestros solía decir que tal cosa “es semejante a”; es decir, comparaba. Facilitaba que la audiencia se moviera de lo conocido a lo desconocido; despertaba imágenes, en sus mentes, que, a su vez, facilitaban el aprendizaje. Se estima que Jesús empleó unos ciento treinta aforismos: ”Buscad y hallaréis” es uno de ellos. ¿Qué es un aforismo? Una idea acerca de lo que este es la dio Czeslaw Milosz, poeta y premio Nobel de Literatura: “Encontrar mi hogar en una sentencia, concisa, como tallada en metal. No para encantar a nadie, ni para dejar mí nombre a la posteridad. Una innombrable necesidad de orden, ritmo y forma; tres palabras opuestas al caos y la inanidad”.[2] Los aforismos tienen, por lo menos, tres ventajas. Primero, parecen poseer la verdad o expresan nuestros intentos de formular verdades. Segundo, una afirmación corta y sugerente puede expresar mucho más de aquello que dice literalmente. Tercero, pueden constituir un estímulo más grato para la reflexión que largos textos, gracias a su variedad. Esta variedad los hace, también, blancos fáciles de acuerdo y desacuerdo.[3]

Pensando en que el sermón es una comunicación dirigida al oído, parece mejor decir:

  • “De jubilar, ni hablar” que “espero seguir ocupado”.
  • “Corrió con una carrerita de lagartija” parece mejor que decir “estaba apurado”.
  • “Pablo: fue objeto de piedad a causa de su debilidad”. “Pablo se daba cuenta de su debilidad y bien podía desconfiar de sus propias fuerzas” (Exaltad a Jesús, p. 40).
  • “El perfecto cónyuge puede arruinar cualquier matrimonio”.
  • “No digas que fue accidente, porque nadie es malo de repente”. Los ejemplos podrían ser cientos de cientos. Pero esta es la idea.

Elena de White usó un proverbio conocido. Mencionando en cierta ocasión que los colportores deberían tener un salario porque, sin importar cuán honestos fuesen, serían tentados a pensar que no podrían vivir libres de deudas, remató diciendo: “Que el granero sea cerrado con llave antes que el caballo sea robado”. Este fue su consejo (Carta 10,1901). También, podía usar un poco de ironía: con referencia a la obra en favor de los necesitados, dijo que “una gran disposición para aliviar las necesidades de los pobres es un pecado del cual muy pocos son culpables y que debería ser generosamente perdonado”. Ella podía ver el lado luminoso de una situación desagradable.

Finalmente, hay un consejo que Elena de White insistiría en dar en cada reunión de pastores/predicadores: sea breve.

Una predicación breve y al punto

El consejo es claro: “No mantenga a la gente en su sermón más de 30 minutos” (Elena de White, Carta 1, 1896 y Carta 98,1901). Cinco lecciones se desprenden del consejo de Elena de White: (1) Seleccione su tema (uno solo), lo que implica decidir de qué hablar y de qué no hablar; (2) Exponga los puntos importantes en forma clara; (3) Presente un punto a la vez, basado en la Palabra de Dios; (4) Haga un discurso corto (30 minutos); (5) Respete la capacidad de concentración de un adulto (1MR16).

Sobre el autor: Ha sido evangelista y profesor de Teología. Actualmente pastorea un distrito de habla hispana en Sydney, Australia.


Referencias

[1] Se recomienda, sobre este tema, el libro de Dave Veerman, How to Apply the Bible (Grand Rapids: Baker, 1993).

[2] Czeslaw Milosz, Unattainable Earth (New York: The Eco Press, 1986), p. 17.

[3] Simón May, El filósofo de bolsillo (Barcelona: Planeta, 2001), p. 11.