El pastor frente a la cultura fílmica.
Videos y películas se encuentran entre los productos más consumidos en la actualidad. Su influencia es tan fuerte que, sin importar en qué pantalla mediática se mire, uno de ellos siempre estará insertado, llamando nuestra atención. El crítico Skip Young advierte que el universo cinematográfico continúa creciendo a un ritmo acelerado, y “la impresión que tenemos es que todas las películas están disponibles todo el tiempo. La única cosa que el público necesita hacer es conectarse”.[1]
Como líderes religiosos, no estamos inmunes a esa poderosa influencia; tampoco lo están nuestras congregaciones. Incluso aquellos que nunca entraron en una sala de cine, probablemente consuman películas en la pantalla de los televisores de sus casas, de sus computadores o en sus tabletas. Este artículo analiza la problemática del contenido ideológico/filosófico de las películas y llama la atención en relación con el cuidado que necesitamos tener a fin de no estimular a los miembros de la iglesia para que busquen contenidos que no le servirán para su edificación.
La influencia de las películas
El poder de influencia de la cultura cinematográfica es consenso entre los especialistas del área. El historiador Sidney Leite afirma que las películas pueden “imprimir formas, forjar y maquinar situaciones, y contribuir al funcionamiento de un conjunto de ideas y creencias. En rigor, las películas son poderosas formadoras y deformadoras de opinión”.[2] Marin Karmitz denunció que,
por detrás del aspecto industrial, las películas poseen un aspecto ideológico: “La verdadera batalla en el momento es saber quién podrá controlar las imágenes del mundo y, de esa manera, vender cierto estilo de vida, cierta cultura, ciertos productos y ciertas ideas”.[3] Flavia Costa, doctora en Comunicación, admite que las películas han “influenciado en nuestra manera de concebir y de representar el mundo, nuestra subjetividad, nuestro modo de vivenciar experiencias”.[4] El famoso cineasta Elia Kazan ya preconizaba a mediados de la década de 1980 que “las películas son el diálogo del mundo”.[5]
Buena parte de ese éxito se debe al poder de la industria cinematográfica estadounidense. Hollywood aprendió, con errores y aciertos, a hacer que su producto llegara a todo tipo de público. Tanta dedicación resultó en un lucro anual de miles de millones de dólares. Se engaña aquel que piensa que Hollywood tiene como mayor objetivo que todos entren en una sala de cine. Según Edward Epstein,
al final de la década pasada, el 85% de la renta de la industria fílmica estadounidense provenía de los consumidores que compran productos relacionados con las películas y miraron los DVD en los aparatos de sus casas.[6] Anualmente, el 80% de las películas exhibidas en el mundo son de Hollywood. En los videoclubes brasileños, por ejemplo, ese índice llegó al 98%, lo que transformó al país en el mayor importador de películas estadounidenses de América Latina.[7]
La ideología de las películas
No todos lo perciben, pero cada película es más que una simple historia. Se trata de un vehículo para transmitir una idea, o un conjunto de idiosincrasias. El guionista de películas Brian Godawa afirmó: “Las películas comunican mitos y valores culturales dominantes. Ese efecto cultural es mucho más profundo que el exceso de sexo y violencia. Es algo que se extiende a la filosofía que está por detrás de la película. […] La creación de una historia lleva al espectador a tener experiencias dramáticas y a ver cosas como los guionistas quieren que él las vea”.[8]
Se puede pensar en los grandes temas como aventuras, romance, drama o terror. Sin embargo, hay mucho más por debajo de la superficie, y no siempre es fácil detectar dónde está el mensaje central de una película. Douglas Kellner, crítico cultural, menciona que las películas estadounidenses forman parte de una cultura que ayuda a modelar los valores más profundos de las personas, definiendo lo que es moral o inmoral, bueno o malo, positivo o negativo.[9] Es decir, en cada película existe un conjunto de sugerencias ideológicas, filosóficas o antropológicas que acaban siendo asimiladas casi sin cuestionamientos. Todo como fruto del encantamiento de las imágenes que recorren la pantalla velozmente. Tal vez por eso el científico político Benjamín Barber haya expresado su convicción que señala que los ejecutivos de los estudios y los cineastas son los verdaderos “capitanes” de la industria mundial de la cultura. Lo que ellos controlan no son los productos, “sino las verdaderas palabras, las imágenes, los sonidos y los sabores que construyen el dominio ideológico-afectivo por el que nuestro mundo físico de bienes materiales es interpretado, controlado y guiado”.[10]
Veamos, por ejemplo, una de las películas más famosas e influyentes de todos los tiempos: Titanic (1997). Su director, James Cameron, utilizó el relato del naufragio del famoso navío como telón de fondo para contar la historia de una pasión. Lo que parece ser apenas un romance épico contiene escenas que revelan incursiones ideológicas y paradigmas contemporáneos: el héroe (Leonardo DiCaprio) es un joven sin rumbo, sin compromiso con nadie y con el deseo de ganar la vida sin esfuerzo. Él entra en el navío sin pagar, como resultado de una apuesta en un juego de cartas. Su supuesta libertad lo lleva a decir que es el “dueño del mundo”. En el viaje conoce a una joven que está muy próxima a casarse y se apasiona por ella, aunque ella está de novia con otro hombre. Entonces, ellos se relacionan íntimamente en un auto que está en el interior del navío. Al final, ella afirma que el “dueño del mundo” la salvó de todo lo que alguien desea ser salvo.
Obviamente, los elementos citados reflejan un enfrentamiento con la visión cristiana de la vida en el contexto del Gran Conflicto. Para un espectador no cristiano posiblemente tales detalles pasen inadvertidos; sin embargo, sin importar la formación cultural o religiosa del espectador, el mensaje está siendo transmitido. Considerado desde otro ángulo (no religioso), se puede llegar a las siguientes conclusiones sobre el guion de la película Titanic: aprovechar la vida significa ser soltero, sin vivienda fija y sin empleo permanente. Es posible, y hasta interesante, vivir sin dinero y depender constantemente de los otros. No tener vínculos afectivos con nada ni con nadie es el suprasummum de la libertad individual. Eludir a las personas, y hasta practicar pequeños robos, es perdonable. Involucrarse con una joven comprometida es aceptable. Mantener relaciones sexuales con una persona que está a punto de casarse no implica ningún problema, principalmente cuando el otro desea lo mismo. Usar el talento artístico para pintar el cuerpo desnudo de una mujer comprometida es arte.
Es posible que tú hayas visto la película y no hayas percibido algunos de esos detalles. ¿Cuántas personas fueron adoctrinadas por su historia? Y los cristianos ¿quedan inmunes a esas influencias? Y nosotros, líderes espirituales, ¿logramos distinguir el trigo de la cizaña? ¿Y nuestros jóvenes? Ellos son el grupo más importante para la industria fílmica. Los principales consumidores de las películas de superhéroes son los adolescentes.
Un ejemplo de la nueva zafra es El hombre de hierro (2008). El personaje, Tony Stark, es apuesto y rico. Un hombre-máquina que tiene pantallas de comunicación injertadas en sí mismo. El mensaje es: el héroe es arrogante y egoísta, pero, de cualquier manera, logra todo lo que quiere. Él lleva a las mujeres a su cama y después, por la mañana, las descarta. Su primer pedido después de que regresa del cautiverio es una hamburguesa, como si fuese la mejor comida del mundo. Él bebe mucho, pero todo se arregla rápidamente.
Lo curioso y trágico en las películas de superhéroes es que Dios siempre está ausente, y la salvación de la humanidad recae –siempre– en los superpoderosos, llevándolos a recibir un completo endiosamiento, no solo en la ficción, sino también –los artistas– en la vida real.
Aun las películas que son, aparentemente, clasificadas como “bonitas” o “agradables” contienen algún mensaje antibíblico. Es el caso de la película El náufrago (2000). La historia gira alrededor de Chuck Nolan, un funcionario de la empresa de entregas internacionales FedEx. Su avión cae en el mar y él se transforma en el único sobreviviente del accidente, yendo a parar a una pequeña isla desierta. Solo y sin equipamientos, intenta sobrevivir. Después de cuatro años, decide intentar huir de aquel lugar en una balsa improvisada. Cuando está a punto de morir, es rescatado y regresa a la civilización.
En un primer momento, la película lleva al espectador a creer que la historia habla sobre la perseverancia y la resiliencia. De hecho, el personaje incorpora esas características; sin embargo, la trama presenta detalles que no siempre son perceptibles a primera vista: solo, y sin nadie para ayudarlo, él no eleva ni una sola oración a Dios. En la isla, él recorre un camino semejante al descrito por la evolución: aprende a abrigarse, a vivir en una caverna, a buscar comida, a encender el fuego, a crear herramientas. Él inventa un amigo (¿un dios?) imaginario utilizando una pelota, y le presta una devoción casi religiosa.
Es decir, hay una trama de cuño naturalista: el ser humano está en manos del destino, en un universo darwinista. En el final de la película, el personaje para en una encrucijada de dos caminos pensando qué ruta tomará, dando a entender que no existe una mejor que otra y que cada uno debe elegir su propio destino.
Ana Lucía Modesto, doctora en Ciencias Sociales, afirma que hasta los colores utilizados en las películas son elegidos con el objetivo de impactar.[11]
Hollywood ha sido muy eficaz en su capacidad de crear universos fantásticos, en los que Dios y la Biblia son casi completamente descartados. Lo curioso, sin embargo, es notar que, a pesar de que las verdades bíblicas son ignoradas en estas películas, la ambición siempre tiene algo de religioso. Considera lo que declaró George Lucas, creador de Star Wars: “Yo soy el ‘padre’ de nuestro mundo cinematográfico de Star Wars, el entretenimiento filmado, las películas y las series para televisión. Yo defino cómo serán, entreno a las personas y superviso a todos ellos. Yo soy el ‘padre’, ese es mi trabajo. Ahí tenemos el grupo de licenciamiento, que hace los juegos, los juguetes y todas las otras cosas. Yo lo llamo ‘hijo’, y el hijo hace –básicamente– lo que bien quiere hacer. Entonces tenemos al tercer grupo, el ‘espíritu santo’, que son los blogueros y los fanáticos. Ellos crean su propio mundo. Yo me preocupo por el mundo del ‘padre’. El ‘hijo’ y el ‘espíritu santo’ pueden seguir su propio camino”.[12]
La pregunta que surge es: ¿debemos abandonar completamente las películas? En mi opinión, sería imprudente presentar un sí o un no categórico. A fin de cuentas, las películas también son una expresión del arte, una manifestación de la creatividad humana. Es verdad que toda actividad artística producida por el hombre está manchada por el pecado, y no es diferente con el arte cinematográfico. Sin embargo, a pesar de todo, es posible encontrar algo aprovechable en medio de la basura, descubrir una u otra película en la que el guion no hiere la verdad bíblica.
Discernimiento y sentido común
Encontrar una película que merezca ser vista no es una tarea fácil. ¿Cómo elegir?
Voy a dar algunas sugerencias, comenzando por lo que puede ser hecho antes de mirar la película: orar a Dios pidiendo discernimiento; informarse de lo que se verá por medio de la crítica especializada; descartar historias con impureza sexual, violencia extrema y consumo de drogas; leer entrevistas con los directores, los actores y los guionistas, para evaluar la visión de ellos sobre lo que produjeron. Con esa información, pregúntate a ti mismo: mirar esa película ¿es la mejor manera de pasar mi tiempo libre?
Enseguida, mirando la película, todavía es posible hacernos ciertos cuestionamientos: la ideología presentada ¿está hiriendo mis principios? ¿Debo dejar de mirar esa película en este instante?
En esos momentos, un precioso consejo de Elena de White merece ser considerado: “Tenemos, sin embargo, algo que hacer para resistir la tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás deben custodiar cuidadosamente las avenidas del alma; deben abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros. No se debe dejar que la mente se espacie al azar en todos los temas que sugiera el adversario de las almas. […] Esto requerirá ferviente oración y vigilancia incesante. Habrá de ayudarnos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la mente hacia arriba y la habituará a pensar solo en cosas santas y puras”.[13]
Alguien puede creer que tal evaluación es muy complicada, pero es importante que entendamos que justamente en ese punto es en el que debemos tener cuidado. El esfuerzo para alcanzar discernimiento y hacer elecciones saludables forma parte de un proceso de aprendizaje y maduración.
“Al renunciar el estudiante a la facultad de razonar y juzgar por sí mismo, se incapacita para distinguir la verdad y el error, y es fácil presa del engaño. […] Es un hecho sumamente ignorado, pero no por eso menos peligroso, que el error rara vez se presenta tal como es. Logra aceptación mezclado o ligado a la verdad. […] La mente que depende del criterio de otros se extraviará tarde o temprano. La facultad de distinguir entre lo bueno y lo malo solo se puede obtener mediante la dependencia individual del Señor”.[14]
Frente a la poderosa influencia de las películas, no podemos olvidarnos de que su contenido afecta directamente la mente de las personas. Y nuestra mente es la puerta de entrada para todo aquello que dictará el modelo de carácter que tendremos. El pastor Erton Köhler afirmó acertadamente: “Quien logra mayor control sobre los pensamientos tiene mejor influencia sobre los deseos”.[15]
El apóstol Pablo hizo un llamado: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).
Sobre el autor: pastor en Hortolandia, San Pablo (Rep. del Brasil).
Referencias
[1] Skip Dine Young, A Psicologia Vai ao Cinema (San Pablo: Cultrix, 2014), p. 101.
[2] Sidney Ferreira Leite, O Cinema Manipula a Realidade? (San Pablo: Paulus, 2003), p. 6.
[3] Benjamín Barber, Jihad x McMundo (Río de Janeiro: Record, 2003), p. 116.
[4] Flavia Cesarino Costa, O Primeiro Cinema (Río de Janeiro: Azougue, 2005), p. 17.
[5] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, A Tela Global (Porto Alegre: Sulina, 2009), p. 9.
[6] Edward Epstein, O Grande Filme (San Pablo: Summus, 2008), p. 355.
[7] Rose Satiko GitiranaHikiji, Imagem-violencia (San Pablo: Terceiro Nome, 2012), p. 80.
[8] Brian Godawa, Cinema e Cristo. (Viçosa, Minas Gerais: Ultimato, 2004), pp. 45, 46.
[9] Douglas Kellner, A Cultura da Media (Bauru, San Pablo: Edusc, 2001), p. 9.
[10] Benjamín Barber, ibid., p. 115.
[11] Ana Lucía Modesto, A Fala e a Foria: O psicopata como imagem do mal no cinema (Belo Horizonte: Argvmentvm, 2008).
[12] Chris Taylor, Como Star Wars Conquistou o Universo (San Pablo: Aleph, 2015), pp. 22, 23.
[13] Elena de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 492.
[14] __________, La educación (Buenos Aires: ACES, 2008), p. 126.
[15] Erton Köhler, “Ir ao cinema: a melhor escolha?”, en Revista Adventista (mayo de 2004), p. 19.