El 56° Congreso de la Asociación General celebrado en Utrecht, Holanda, fue, como todos los anteriores, de gran importancia para la iglesia. Millares de personas concurrieron, de cerca y de lejos. Los delegados, investidos de poder y autoridad por la iglesia, acudieron para hacer la obra de Dios, oír, hablar, concordar, disentir y votar acerca de una gran variedad de asuntos.
Por supuesto, hubo más visitantes que delegados. Algunos vinieron en busca de amistad y compañerismo, otros para aprender o compartir ideas, conceptos, planes y métodos. Y todos venían con el deseo de oír informes acerca del progreso de la obra y el cumplimiento de la misión de la iglesia.
En Utrecht estuvieron representadas 205 nacionalidades, unidas en Cristo, pero pertenecientes a grupos culturales radicalmente diferentes. La Iglesia Adventista del Séptimo Día es la única organización religiosa en el mundo que intenta y logra reunir a tantos delegados procedentes de tantos países para participar en los negocios de la iglesia. Cuando sabemos que los adventistas son, por la misma naturaleza de la doctrina y práctica de su iglesia, individualistas, llegamos a creer que es un milagro que más de 200 naciones representadas formen una familia, que decididos individualistas, formen un cuerpo.
Es un milagro que tantos representantes, de tantas nacionalidades, reunidos, elijan a sus dirigentes y definan el contenido y práctica de la doctrina. La Asociación General en sesión, la iglesia entera reunida a través de sus representantes, ha dado forma a la iglesia.
En las publicaciones adventistas y a través de la voz de nuestros dirigentes, supimos que el 56° Congreso sería —como los de 1863, 1888 y 1901 —decisivo para nuestra iglesia. Los grandes asuntos que se tratarían — especialmente la solicitud de la División Norteamericana, de que las divisiones mundiales tuvieran la autoridad para ordenar como ministros del evangelio, donde fuera aconsejable, a las personas que consideraran idóneas independientemente del género – colocó a la iglesia ante una crisis.
La solicitud tenía dos facetas. Una, la ordenación de las mujeres al ministerio del evangelio, que era su objetivo específico. Pero hubo quienes consideraron que la solicitud en sí misma era más controvertida porque en el mismo voto de aprobación de lo que pedía, ponía a la iglesia en el camino de la fragmentación y el congregacionalismo. El temor y la controversia que suscitó esta solicitud fueron grandes.
Las opiniones y los temores expresados fueron diversos. Una de las opiniones más alarmantes fue la que afirmaba que la solicitud de ordenar a las mujeres al ministerio colocaba a la teología y la doctrina de la iglesia adventista ante una encrucijada y que por lo tanto situaba a la iglesia ante una de las etapas más críticas de su historia. Se temía que la decisión que se tomara influiría grandemente en la dirección que tomara la iglesia en teología, doctrina, ética, misión y estilo de vida.
Es por ello que esta sesión despertó gran interés y expectación. Todos sabemos lo que finalmente ocurrió en Utretcht. Creemos, sin embargo, que los pastores de las divisiones Sudamericana e Interamericana apreciarán el informe del caso que presentamos en este número de MINISTERIO. Les dará una visión de conjunto. Les ayudará a pesar mejor los puntos de vista de los que apoyan y de los que se oponen a la ordenación de las mujeres al ministerio. Esto no sólo les ayudará a formar su propio criterio al respecto, sino que los capacitará para analizar con juicio maduro la evolución de este asunto, porque, probablemente, todavía no hemos escuchado la última palabra sobre este tema tan controvertido.